Capítulo 24.

—Las cosas no siempre salen como nosotros queremos— murmuró Sam a mi lado, mientras nos encontrábamos acostados sobre el techo de su carro en el estacionamiento del hotel. El cielo estrellado nos devolvía la mirada.

—No tengo muchas ganas de hablar de eso— llevé una mano a mi vientre, sentía unas náuseas terribles mientras recordaba todo con detalle —, quiero emborracharme hasta no recordar mi nombre— añadí.

— ¿No le lloras, pero planeas emborracharte? Son la misma cosa— enarqué una ceja, al tiempo que giraba mi rostro para verle.

—No son la misma cosa— él se giró para verme a mí, con una sonrisa juguetona formándose en sus labios.

—Si lo son, planeas emborracharte porque así no estarás en tus cabales cuando le llores a lágrima viva, si no te acuerdas, nunca pasó. Pero yo estoy aquí y tendré que secarte los mocos y las lágrimas, así que te prefiero sobria— no pude evitar soltar una risita ante su precipitada conclusión.

— ¿Y por qué tengo que llorar? Quien sabe si a lo mejor vuelvo al salón y le entro a cachetadas— Sam colocó ambas manos en su nuca, volviendo su vida al cielo.

—Solo es un final alternativo, y uno muy indignante. Si vuelves a ese lugar, lo único que lograrás será parecer una desesperada, y perderás la dignidad. Tú salida ya fue épica, déjalo así— muy a mi pesar, le di la razón.

— ¿Estabas ahí cuando todo pasó? — interrogué.

—Creo que mi respuesta anterior lo hizo muy obvio— ante mi insistente mirada, mi compañero suspiró —, acababa de llegar del baño cuando te quitaste la máscara— más satisfecha con su respuesta, asentí.

—Yo. . . quiero irme de aquí. No creo que sea capaz de soportar encontrar al hombre que amaba en la playa, con su prometida— confesé, en voz baja.

—Lo sé, pero ya tienes las reservaciones para dos días más y este hotel es muy caro— Sam extendió su mano, agarrando la mía —, olvídate de Itachi y bebamos juntos piñas coladas en la playa. ¿recuerdas el tatuaje del lobo? ¡Yo te acompaño a que te lo hagas! O si quieres, te puedes broncear en la piscina mientras me ves deambular por todas partes entregando bebidas— nuestros dedos se entrelazaron, algo de esperanza en mi interior.

—Todo eso suena muy bien. . . — admití.

— ¿Y entonces cuál es tu pero? — Sam apoyó el peso de su cuerpo sobre sus codos, levantándose.

—No estoy muy de ánimo, quizá mañana sea diferente, pero por ahora. . . — el chico acarició mi mejilla, depositando un beso en mi frente.

—No dejará de doler hasta dentro de un tiempo, así que es mejor que te levantes, tú eres demasiado mujer para él— cerré los ojos y sonreí.

—Oye no pensé que esto estuviera en tu plan para levantarme los ánimos. ¿Ya viste la hora que es? — el reloj cerca de mi cama marcaba las 8 de la mañana.

Anoche, tras regresar a mi habitación y despedirme de Sam, me retiré el vestido colocándome algo cómodo para cubrir mi desnudez, procediendo a tirarme en la suave cama. Me permití sentir mi corazón roto, y pensé que quizá lo mejor para mí era eso, estar lejos de ese clan.

La deuda estaba pagada, mi padre era libre y mi madre y el animal de su esposo ni siquiera me importaban, hace tiempo ya que era libre de hacer lo que quisiera, y no me había atrevido a ir más allá por. . . él.

Pero ya Itachi no importaba, él había tomado su decisión, y yo la mía.

— ¿Y qué mejor forma de iniciar el día que con rosas frescas? — acepté gustosa el ramo, acercándolo a mi nariz para poder disfrutar de su aroma.

—Gracias Sam— me hice a un lado, para que pudiera pasar a ver mi nido por las próximas horas.

—Bien, ¿pedimos servicio a la habitación o te atreves a ir a la playa? Escuché que ahí hacen unos desayunos deliciosos, y no lo digo porque trabaje aquí, que conste— reí, colocando las rosas en mi mesita de noche, junto al teléfono.

—Bueno, tendrás que esperar ahí fuera al menos veinte minutos. Tengo que bañarme, hacer algo con este cabello para que parezca presentable, colocarme mi traje de baño. . . — Sam sonrió con picardía, señalando el balcón.

Anoche estaba tan sumida en mi tristeza, que ni siquiera me dí cuenta que no había cerrado las cortinas.

— ¿Hablas de ese traje de baño? — señaló una de las piezas que colgaba del barandal, la otra en ningún lugar visible.

—Oh no, por Dios no— me levanté rápidamente de la cama, corriendo hasta el balcón. Agarré la parte superior del traje que peligraba al borde de aquel barandal. Aterrada, estiré el cuello para poder ver a una pareja en la planta de abajo, la chica sosteniendo mi braga,

—Uhm, ¿es tuya? Se acaba de caer— quise gritar de la vergüenza.

—Lamento mucho interrumpir su café mañanero, es el resto del traje de baño de la chica junto a mi. ¿Les molestaría que baje a buscarlo? — Sam habló en mi lugar, sus ojos brillando como si esto resultara ser la mejor broma del mundo.

—No tengo problema en entregártelo— el novio de la chica le arrebató la pieza de las manos y luego desapareció. Sam también lo hizo, en medio de carcajadas.

—Lo siento tanto— me excusé con la muchacha, la cual estaba aparentemente extrañada con las acciones de su pareja.

—No te preocupes— dijo, unos segundos después —, no todos los días te llueve la parte inferior de un traje de baño. Por cierto, tienes muy buen gusto— quise ser una perra con mi respuesta, pero la situación me avergonzaba tanto que no salía nada más de mi boca.

Más que oraciones incoherentes acompañadas de un sonrojo monumental.

— ¡Tomatito! — exclamó Sam a mis espaldas, en su dedo índice izquierdo, mi bragueta.

—Gracias— musité, a la chica. Alcé la vista cuando algo captó mi atención.

Naruto y Sasuke. Ambos se habían detenido para observarme. En su rostro se reflejaba que no habían tenido más horas de sueño que yo.

—Íbamos a desayunar, ¿te gustaría. . . ? — la pregunta se quedó en el aire, cuando el brazo de Sam rodeó mis hombros, acercándome a él.

—Está bien acompañada, sigan su camino— dicho esto, fui arrastrada de vuelta a mi cuarto. Mi compañero cerró la puerta y las cortinas —, las cierro para evitar que tengas un intento de suicidio, saltando por el balcón— sonreí negando.

—Eres incorregible. Bien, sal para que pueda cambiarme y bajemos a la playa a probar ese delicioso desayuno— prácticamente lo saqué a patadas de mi morada, cerrando las puertas a mis espaldas.

Dos horas después estaba de espaldas a la playa, aprovechando el sol para broncearme. Sam había ido a servirse su tercera piña colada, sospecho que ya estaba algo borracho el pobre, yo no estaba resultado ser la mejor compañía en estos momentos. Aunque debería estar feliz de que logró sacarme de mi habitación.

—Tu piel es una obra de arte— abrí uno de mis ojos, para ver al susodicho sentándose en su chaise longue correspondiente —, he visto a un hombre que pega tatuajes a base de agua, ¿te animas? — asentí sin pensarlo demasiado.

—Pero lo tendrás que traer tú, yo me encargaré de cuidar nuestros asientos— Sam bufó, sin embargo se puso en pie para ir a buscar al hombre del cual me había hablado.

Aproveché para acercar su chaise longue al mío, colocando sobre éste las bolsas con su pertenencia, al igual que la mía. La silla crujió ante el peso, pero nada más pasó.

Sería una pena enorme que se rompiera en cuanto Sam se sentara sobre ella. Daría todo lo que me resta de dinero para que eso pase, y que yo pueda grabarlo, claro está.

Me acomode en mi lugar, observando la vista. Niños pequeños corrían desnudos al agua, siendo perseguidos por sus padres, aquello era todo un espectáculo anticonceptivo. Por otro lado, una pareja parecía no poder dejar las manos en un solo lugar, pues se acariciaban con fervor mientras se besaban, bueno, la hora feliz para ellos había llegado.

Al otro extremo de la playa, una señora mayor fue vilmente arrastrada por una ola, muy a mi pesar estallé en carcajadas mientras veía como la mujer que trataba de hacerle una fotografía, dejaba caer el celular al agua y se lanzaba a por ella.

Segundos más tarde emergieron las dos mujeres, la mayor salió como alma que lleva el diablo del agua, con su sombrero todo mojado de milagro en su cabeza. La otra se quedó alarmada, tratando de buscar en dónde había quedado su celular.

— ¿Ve? le hablé de ella— escuché y giré mi rostro. Habían llegado los dos hombres que me harían compañía en los próximos minutos.

—No está para nada mal— comentó Sam, sus ojos fijos en la tinta negra que adornaba mi omóplato derecho —, me gusta, hasta yo quiero hacerme uno— bufé.

—Tu ya tienes uno permanente— reproché. El hombre me dió unas palmaditas en la espalda, haciéndome saber que ya estaba todo listo. Me senté, con el cabello echado a un lado —, ¿me haces una foto? quiero ver como quedó— le extendí mi móvil a Sam, el cual de inmediato lo tomó.

—Bien, posa— me recosté un poco más en mi silla, para darle algo de dramatismo a la fotografía —, uy si, dame otra más— negué.

—Una foto ya es un privilegio, ahora deja que vea esa obra de arte— en contra de su voluntad, el joven tuvo que devolverme mi teléfono.

La foto había quedado preciosa, y el tatuaje ni se diga.

—Gracias, has hecho un trabajo maravilloso— dije al hombre que me había colocado esa obra de arte —, ¿Cuánto debo pagarte? — inmediatamente fui pellizcada por Sam.

—Tú nada, yo algunas papeletas, toma ese tatuaje como regalo— alcé ambas cejas, abriendo la boca para protestar —, no digas una sola palabra. Hoy se trata de que olvides la tragedia de anoche— y si debía confesar, era lo último que me cruzaba por la cabeza, gracias a él.

—Bueno, bueno. . . pero mañana vas tú— reproché.

—Voy algún otro día, ahora disfruta— Sam extrajo de su bolsillo su billetera y pagó por el trabajo realizado.

Horas más tarde, me encontraba sentada en la arena recostada de Sam.

—Creo que he visto una paloma, ¿ha sido eso una paloma? — cuestioné, levantando un brazo en dirección al agua.

Si de algo estaba segura, era que no estaba en mis cabales.

— ¿Dónde dices haber visto algo? — Sam parpadeó varias veces, como si fuera un hombre mayor tratando de ver sin sus gafas.

—Idiota, ya se fue— le di un trago largo a mi bebida, para encontrarme que ese fue el último, puesto que me la había terminado —, rayos, estaba muy buena— dejé el vaso a un lado mío y suspiré.

—Oye soy yo o eso de allá es una pareja antojando— eché la cabeza hacia atrás y solté una carcajada. Si yo veía una paloma, este espécimen veía gente haciendo el sin respeto.

—Oh— alcé la vista, encontrándome nuevamente con Naruto y Sasuke.

—Joder, no me los encontraba antes para tener que encontrármelos ahora— Sam se tambaleó, cayendo de espaldas con los ojos cerrados y los brazos extendidos.

—El mundo da vueltas— murmuró.

—Si no puedes verlos, ellos no te ven a ti— murmuré para mi misma, entreteniendo mis ojos con el borracho a mi lado.

—Necesitamos hablar— gruñí.

—Miren los dos, no tengo nada en contra de ustedes pero todavía estoy afectada y quiero tomarme mi tiempo. Sé que ustedes no están involucrados en esto pero. . . — observé el mar, efectivamente cerca de las rocas una pareja hacían el sin respeto. Una paloma sentada en la punta de la piedra —. ¡Sam maldita sea había una paloma y gente cogiendo! — exclamé, golpeando con fuerza su estómago.

—Hija de tu madre, me sacaste el aire— en voz baja dijo algo que yo no alcancé a escuchar, me levanté tomándole de la mano, para que se levantara conmigo,

Grave error. El mundo dio vueltas y yo retrocedí unos pasos, llevando mi mano libre a mi boca para no expulsar la cena junto a la bebida.

—Maldición Sasuke están hasta la coronilla, es mejor que lo llevemos a su habitación— eso fue lo último que escuché, antes de que todo se volviera negro.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top