Capítulo 23.
No vayas.
Eso era lo que mi corazón gritaba a cada paso que daba. El sonido de mis tacones era mi compañía en la quietud de la noche, mientras caminaba hasta el gran salón en el cual tendría lugar el evento.
Varias personas también parecían tener el mismo destino, pues iban vestidas con sus mejores ropas y charlaban muy animadamente entre ellas.
— ¡Hey! — unos instantes antes de acercarme a la entrada, un brazo se ciñó sobre mi hombro. Me giré, para encontrarme con Sam —, sé que te puede parecer extraño, pero ponte esto— y me obsequió una máscara de color negro.
— ¿Y esto se debe a? — cuestioné, girando el objeto en mis manos, observándolo desde cada ángulo posible.
—Me lo agradecerás luego— su mirada era insistente, así que simplemente obedecí a su petición —, bien, ahora entremos— su mano se deslizó sobre la mía, sosteniéndome con firmeza, mientras me arrastraba dentro del lugar. . .
Un salón que definitivamente parecía sacado de un cuento de hadas.
Mi respiración se detuvo al tiempo que observaba los enormes candelabros, la luz por todas partes, los hombres vestidos con trajes elegantes, las escaleras monumentales. . . las palabras me sobran al momento de tratar de describir lo que mis ojos captaron.
—Me parece que se te ha escapado el aliento— parpadeé varias veces, volviendo nuevamente a la realidad.
—Esto. . . wow— Sam sonrió.
—Lo sé. Vamos por aquí— me condujo entre las personas hasta el elegante bar, dos asientos libres justo para nosotros —, no te he dicho lo hermosa que estás en ese vestido— comentó, con sus dedos, hizo una seña en dirección a su colega.
—Gracias, pero dime algo que no sepa— dije, sintiendo como mi ego se infla.
— ¿Qué desean tomar esta noche? — mi compañero se acomodó su saco negro, como si de repente buscara estar lo más elegante posible. Yo enderecé mi espalda y crucé mis piernas.
— ¿Qué te gustaría beber esta noche, bella dama? — hice un gesto con la mano, restándole importancia al asunto. No tenía muchas ganas de beber alcohol, o al menos no en ese preciso momento.
—Agua si hay, de lo contrario, me temo que tendré que declinar su amabilidad— el bartender alzó ambas cejas, como si le sorprendiera mis educadas palabras.
—Ya escuchaste a esta preciosidad, tráele su agua, yo paso por ahora— Sam pareció guiñarme un ojo, sonreí con picardía.
Una chica de cabellos castaños que caminaba con aparente prisa, chocó su hombro contra el mío, cuando extendía la mano para recibir mi copa con agua.
—Yo, oh Dios lo siento tanto— las gotas cristalinas se encontraban esparcidas sobre la mesa, mi mano empapada —, de verdad perdón, es que llevaba prisa— me giré para poder verla mejor. Su rostro se me hacía familiar.
—Sin cuidado, para la próxima ten un poco más de cuenta, estoy segura de que la mayor parte de las personas aquí no son tan. . . agradables— los engranajes de mi cabeza giraban a toda velocidad, tratando de registrar dónde había podido haber visto el rostro de aquella mujer.
—Oh no, no te preocupes por mi, la fiesta se está dando en honor a mi. . . bueno, en parte, es a mi compromiso— fingí una sonrisa, mientras el bartender me tendía algo para secarme.
—Que bien, ¡enhorabuena por tu compromiso! — exclamé, secándome la mano —, estoy segura de que tu esposo será un hombre muy afortunado— ella sonrió, sus ojos más brillantes que las mismas estrellas esta noche.
—No, la afortunada he sido yo. Él. . . suele gozar de tener mucha popularidad entre las mujeres, y yo he sido la elegida como su futura esposa, eso me hace la mujer más feliz en este fiesta— llevé el vaso a mis labios, otorgándole un sorbo a lo que quedaba del agua.
—Estoy seguro de que tu prometido te espera, no queremos seguirte robando el tiempo— casi me atraganté al escuchar tanta severidad por parte de Sam. Solo hasta ese momento me fijé en la manera que miraba a la chica, el desprecio en cada parte de su cuerpo era notable, incluso se mostraba tenso.
—Yo. . . si— ella agarró la falda de su vestido lila y se marchó sin mirar atrás.
— ¿Hay una razón oculta tras tu furia hacia ella? — pregunté, mi compañero seguía tenso incluso cuando al menos cinco minutos pasaron de que se fue la pobre muchacha.
—No, no te preocupes por mí. Yo. . . debo ir al baño, espérame aquí— asentí poco convencida y extrañada. ¿Y a este que mosca le picó?
Los minutos pasaban y Sam no parecía estar cerca de regresar, mi agua ya se había terminado rato atrás, y ya me encontraba un poco cansada de esperar.
—Si mi compañero vuelve, dile que estoy dando una vuelta— le pedí al joven, que secaba uno de los vasos de cristales que ya no estaban usando.
—Muy a mi pesar linda, creo que te ha dejado plantada— alcé la vista al techo, la luz casi me dejó ciega.
—Le doy en beneficio de la duda— me levanté sin esperar a su respuesta, y caminé entre las personas que habían comenzado a bailar.
La mayoría de los muebles se encontraban llenos con hombres que aparentaban estar sobrados de papeletas, a sus costados mujeres jóvenes desesperadas por llevar algo a casa esa noche, o quizá simplemente fueran la esposa y la amante a escondidas, con esos hombres nunca se sabía nada en concreto.
Pasé frente a una mesa de billar, dos hombres ya rojos por el alcohol trataban de acertar por lo menos un tiro. Con picardía, me acerqué a ellos.
—Discúlpeme mi señor, pero se hace así— me flexioné con sensualidad en la mesa, el taco en mis manos. Mi trasero en la misma trayectoria que su paquete, un golpe y listo, casi todas las bolas entraron en los agujeros, mi corazón se aceleró en mi pecho, y me sentí aliviada.
Aquello había sido un muy buen golpe de suerte.
—Vaya señorita, no creo lo que ven mis ojos, la gran parte de las mujeres aquí no saben ni siquiera sostener el palo correctamente— sonreí falsamente, lo que menos necesitaba ahora era un millonario machista.
—Quiero creer que es porque no lo intentan— respondí, cediéndole el taco, lista para irme.
— ¿Por qué no te quedas un rato más con nosotros, hermosura? — enarqué una ceja, aunque ellos bien ese gesto no lo podían ver, gracias a la máscara.
— ¿Cobras por tu compañía? No te preocupes, nosotros tenemos suficiente para cubrir tus cuotas, tu solo di cuánto quieres— algo dentro de mí se retorció, aquellas palabras me la habían dicho tantas veces, distintos hombres, antes de que yo les arrastrara al prostíbulo y las puertas de mi alma se cerraran un poquito más.
—Yo. . . no soy de ese tipo, lo siento— dije, mi voz sonando casi como un susurro.
—Oh vamos, todas las chicas que están aquí lo son, todas pertenecen a los prostíbulos del clan Uchiha— me tensé, mi corazón se detuvo por un momento.
— ¿Qué ha dich- ? — las luces del lugar se apagaron de repente, solo iluminando la tarima en la que se encontraba un hombre de cabello castaño, con un micrófono en mano.
—Buenas noches, damas y caballeros— todo el mundo tenía su atención centrada en aquel caballero —, el vino de este encuentro está exquisito, ¿no lo creen? — se escuchó un rotundo sí, el hombre sonrió con satisfacción —. Les contaré un secreto, es el mismo vino que se sirvió el día de mi boda, y es el mismo vino que se servirá en la boda de mi adorada hija— mis pies comenzaron a moverse, caminé a paso lento, hasta el frente de la multitud.
Ahí los ví. Sasuke sostenía a Naruto del brazo, la mandíbula tensa y su puño libre cerrado, sus nudillos blancos por la fuerza que ejercía. Naruto por su parte estaba hecho una furia, ambos miraban en dirección a. . .
Itachi.
—Mi amada Izumi hoy está celebrando su compromiso con nada más y nada menos, que el heredero del famoso clan Uchiha, Itachi— aquello me destrozó de una manera que no podía explicar.
Algo dentro de mí se rompió, mis ojos picaron mientras observaba a la pareja. La castaña que había estado hablando conmigo, sostenida del brazo de un sonriente Itachi. La misma castaña de la noche de brujas, recordé.
Itachi. . . había estado jugando conmigo todo este tiempo, mintiéndome en mi cara.
Sus ojos negros registraban a las personas, parecía evitar encontrarse con Sasuke y Naruto. Retiré mi máscara cuando su mirada se posó sobre mí, su rostro se descompuso de inmediato.
Aplaudí una, dos y tres veces, la atención ya no estaba dirigida al señor, sino a mí. A mis ojos cristalizados y a mis manos temblorosas.
— ¡Enhorabuena! — exclamé, con la voz rota —, sé que serán una hermosa y feliz pareja— mis ojos dieron con los de Izumi, su rostro sumido en la confusión —,oh querida, obvíame, pero hay algo que debo decir. Ese hombre que tienes ahí, me juró cosas mientras sus dedos estaban en mi interior, ilusionó mi pobre corazón y luego se comprometió contigo. Me mintió en mi cara, y me hizo creer que yo podía amar, oh, qué grave error— me enderecé lo mejor posible, si había algo de mí que no le daría a Itachi, serían mis lágrimas —, Itachi Uchiha, la deuda de mi padre quedó saldada hace mucho tiempo, me temo que ya no necesitarás de mi, y mucho menos ahora que te casas— retrocedí un paso, luego otro —, te deseo lo mejor, aunque lo mejor, siempre he sido yo— culminé con aquellas palabras, y caminé fuera del recinto.
Mis piernas temblaban al salir, cuando las puertas se cerraron tras de mí. Mordí mi labio inferior y caminé, no, corrí lejos de ahí, lejos de aquellas personas que pensé eran mi familia. Lejos de aquel hombre que creí amar.
Sentía mis ojos llenos de lágrimas, sin embargo me obligué a no soltar una sola, yo no le iba a llorar a ese pedazo de mierda.
Y aún así, un sollozo se escapó de mis labios mientras empujaba la verja y mis dedos hacían contacto con la arena de la playa. Me recosté contra la palmera más cercana al agua y llevé una mano a mi pecho.
Unos pasos apresurados se escucharon, y alguien pronunció mi nombre.
—Lo siento tanto. .. yo te juro que— alcé mi mano libre, deteniendo a Naruto, a sus espaldas, Sasuke.
—Por favor déjame sola— sollocé, el rubio dió un paso más y yo me encogí en mi lugar —, por lo que más quieras, por lo que alguna vez significó nuestra amistad para ti, aléjate de mi— Sasuke colocó una mano en el hombro de Naruto, causando que éste cesara sus intentos por acercarse a mi.
—Naru no. . . si para nosotros fue impactante la noticia, a ella debió destrozarla— Naruto colocó una mano sobre la de su pelinegro —. Hay que darle tiempo, pero debes saber que nosotros no. . . — mi nombre fue pronunciado nuevamente, esta vez de una voz nueva pero conocida.
Sam
Se había retirado el saco y la corbata, su respiración agitada.
—Vámonos— dijo, extendiendo su mano en mi dirección.
— ¿Quién es? — cuestionó el Uzumaki a mis espaldas.
—Eso a ti no te importa— respondió Sam, su mano todavía extendida, al igual que su invitación.
—Ella es mi amiga, tiene mucho que ver— el rostro del rubio comenzaba a descomponerse gracias a la rabia.
— ¡Si fuera tu amiga, no hubieras dejado que esto le pasara! ¡Mírala! Ha sufrido tanto toda su vida, ella no se merecía esto— bajé la mirada a mis pies descalzos, borrosos gracias a las lágrimas.
—No quiero volver a saber de ninguno de ustedes— murmuré, mientras me erguía y tomaba la mano de Sam.
No me molesté en mirar atrás, cuando ambos nos fuimos caminando en dirección a la salida de la playa.
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