21- Dom & Agatha
El balón describió una dudosa parábola en el aire, antes de que Edward Hastings extendiese sus brazos y, en un ágil movimiento, atrapase el proyectil a escasos centímetros de la espalda de Lorcan.
―¡Cuidado, colega, hay gente tomando el sol! ―Edward sonrió divertido al tiempo que lanzaba el balón de vuelta hacia una pareja de chicos que practicaba pases largos.
―¡¿Ey?!, ¿qué ha sido eso? ―Lorcan se incorporó de repente sobre los codos. Miró a su alrededor, todavía algo desorientado, ¿se había quedado dormido? Vale que hacía calor, que estaba cansado y que la textura de la arena en las playas de Malibú era casi tan suave como sus sábanas en Hogwarts... Pero de ahí a quedarse frito delante de todos sus amigos...
Un coro de risas acompañó a la pregunta del gemelo. James, Lysander, Fred, Robert, Edward y Roxanne estaban tumbados en toallas de playa a su alrededor.
―Ed te acaba de salvar la vida, bella durmiente ―Se burló su hermano en tono dramático.
Lorcan asintió y le dirigió una sonrisa encandiladora al mencionado:
―¡Mi héroe!
De nuevo los demás estallaron en una carcajada. Lorcan siempre había sido el más payaso del grupo, era difícil mantenerse serio junto a él.
―¿Todavía no te has recuperado de la fiesta de cumpleaños, bribón? Ya han pasado dos días ―Roxanne le guiñó un ojo.
El aludido exhaló un suspiro cansado. El ritmo de vida en Malibú lo estaba dejando exhausto. En Hogwarts también organizaban fiestas, pero no tantas, tan extravagantes ni tan seguidas...
―Al menos te habrá servido para encontrar pareja para el baile, ¿no? ―añadió la chica―. Vamos, Lorcan, cuéntanos algo. Rose no suelta prenda y yo necesito mi dosis diaria de cotilleos ―rogó, mientras se echaba hacia atrás las gafas de sol, dejándoselas a modo de diadema.
―No hay nada qué contar, Rox ―contestó Lorcan encogiéndose de hombros―. Creo que, de aquí, vosotros dos... ―señaló a la morena y a Robert McClain―... sois casi los únicos con pareja confirmada.
Ambos aludidos intercambiaron una sonrisa cómplice. Ya llevaban un mes conociéndose habían llegado a entenderse de maravilla y, aunque se lo pasaban en grande juntos, Roxanne todavía no tenía claro si lo suyo con Robert era solo una bonita amistad o el preludio de algo más.
―Oye, ¿y yo qué? ―James enarcó una ceja―. Voy a llevar a Emma-bomba-rubia-sexy-Matthews ―anunció.
―¿La subcapitana de las animadoras? ―se aseguró Fred. A diferencia de sus amigos, él pasaba la mayor parte de sus horas libres en el edificio de música, por lo que no estaba demasiado enterado de la vida social en el ECA.
James asintió con una expresión orgullosa.
―¡Sí señor! ―Edward le palmeó la espalda, felicitándolo.
―Tú tampoco te puedes quejar, Taylor es alucinante ―respondió James, volviendo la vista hacia el mar, donde en ese momento, la rubia y Liber peleaban amistosamente por coger la próxima ola. De repente, arrugó la frente en una mueca de confusión―. ¿Desde cuándo nos hemos convertido en las chicas? Liber y Taylor están en el agua surfeando como 'profesionales, y nosotros en la arena, tomando el sol y ¡cotilleando sobre parejas para el baile!
―Yo soy una chica ―Roxanne se encogió de hombros.
―A Roxie la perdono ―accedió James, poniéndose en pie―. Los demás, coged vuestras tablas, y al agua.
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La falta de seguridad nunca había sido un problema para Dominique Weasley, mucho menos cuando se trataba de interactuar con el género masculino. A lo largo de sus diecisiete años de vida, ningún hombre se había resistido a sus encantos... Supuestamente no tenía ningún motivo para estar nerviosa y, sin embargo, en el instante en el que sus nudillos se disponían a golpear la puerta que tenía delante, un repentino ataque de dudas la invadió.
¿Debería haberse recogido el pelo? Definitivamente no iba lo suficientemente maquillada. ¿Y si a él no le gustaba el pastel de calabaza?... En ese momento, la idea de alejarse de esa casa, y correr hacia su nuevo y bonito volvo se instauró en su mente acompañada de cantos celestiales y lucecitas blancas...
Presentarse ahí había sido demasiado atrevido, ¡la tomaría por una cualquiera! Lo mejor sería buscar otro momento para hacerse la encontradiza..., algo más casual.
―¿Dominique?
La voz masculina llegó desde su espalda y se coló en sus oídos provocándole una extraña mezcla de ansiedad y emoción. Ella era una gryffindor, ¡por Merlín!, ¡no una cobarde!, era Dominique Weasley, la diosa de los hombres. Ningún americano podría con ella, por muy guapo y mayor que fuera. Respiró hondo, esbozó su mejor sonrisa y se giró hacia él, asegurándose de que su melena rubia ondease salvajemente con el movimiento.
―Hola ―lo saludó con naturalidad―. Veo que te acuerdas de mí.
Killiam Marshall todavía tenía una expresión de sorpresa grabada en el rostro. Vestía pantalones cortos y una camiseta de deportes que se le pegaba al cuerpo a consecuencia de la reciente sesión de running matutino.
«¿Cómo se puede estar tan jodidamente bueno?»
La semiveela tragó saliva en un imperceptible esfuerzo por mantener la compostura.
―Sí, claro. ―Él asintió con la cabeza, confundido―. ¿Cómo has sabido dónde vivo? ¿Y qué te trae por aquí?
―A lo primero: Liber ―respondió ella―. En cuanto a lo segundo, quería darte las gracias por cuidarme el otro día en mi cumpleaños.
Killiam sonrió y dio un par de pasos hacia la chica.
―No hay nada qué agradecer, solo hacía mi trabajo. ―Subió los tres escalones que lo separaban del porche de su propia casa y sacó la llave del bolsillo trasero del pantalón.
―Según tengo entendido, eres un reconocido auror. ―Dominique arrugó su respingona nariz en una expresión curiosa―. No creo que tu trabajo sea cuidar de adolescentes borrachos. De todos modos, yo no suelo comportarme así, fue un desliz. Supongo que la mayoría de edad se me subió a la cabeza ―recalcó disimuladamente el acento en la parte en la que mencionaba su mayoría de edad.
―Me alegra saberlo. ―Killiam abrió la puerta, pero se volvió hacia ella antes de entrar―. No quiero ser grosero, aprecio el gesto, de veras, pero hoy tengo mucho trabajo.
Si la mal disimulada invitación a marcharse alteró en algún sentido el ánimo de la rubia, desde luego Killiam no pudo apreciarlo, ella se limitó a asentir con tranquilidad.
―Por supuesto, no quiero entretenerte más de lo necesario ―respondió, al tiempo que extendía hacia él la tartera con el pastel casero (preparado por los cocineros de los Blanchard) que había traído―. Esto es para ti, por las molestias del otro día.
―Pastel de calabaza ―dijo él, tras descubrir el contenido de la tartera―. No cabe duda de que eres británica. ―Agradeció el presente con una inclinación de cabeza.
Dominique no quiso forzar más la situación. Se despidió con un gesto de mano y se dio la vuelta para ir hasta su coche, aparcado justo en frente. Apenas había dado un par de pasos cuando escuchó de nuevo su nombre:
―Dominique. ―Él sonreía―. Me encanta el pastel de calabaza. Ahora yo te debo una ―Desapareció en el interior de la casa, sin darle tiempo a ella para responder.
La rubia se volvió otra vez hacia su coche, abrió la puerta, entró, lo encendió y emprendió el camino de vuelta a casa con un pensamiento muy claro en la cabeza: había sido una muy buena idea presentarse ahí.
Una vez más, el instinto de Dominique Weasley había probado ser infalible.
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La boutique de Dior en el centro comercial de Beverly Hills sin duda estaba a la altura de su reputación. Les había llevado algo más de media hora de tráfico por la autovía costera, pero el tiempo perdido valía la pena.
Arlette alargó el brazo para alcanzar una blusa roja colgada por encima de su cabeza y se la mostró a Agatha.
―¿Te gusta?
La rubia Malfoy asintió casi sin mirarla.
―Combina a la perfección con eso, ¿verdad? ―Arlette señaló una falda de tubo rosada.
―Sí, muy bien ―respondió Agatha, arrancándole un sonido de exasperación a su compañera de compras.
―Malfoy, ¡rosa con rojo! No combina nada ―aclaró Arlette, para volver a dejar las perchas en su sitio―. Por lo que tengo entendido, tú sentido de la moda está muy por encima de lo que estoy viendo hoy, así que imagino que, o te han lanzado un imperio, o estás preocupada por algo.
La aludida esbozó una expresión de disculpa.
―Lo siento, hoy no soy la mejor compañera de compras.
―Es por James, ¿verdad? ―aventuró Arlette―. Él tiene la culpa de que no quisieras ir con los demás a la playa, ni quedarte en casa hoy.
Agatha frunció ligeramente el ceño y asintió. Esa mañana James se había despertado alardeando de la fantástica pareja que había conseguido para el baile. Ella sabía que no podría aguantarlo en esa actitud todo el día, por eso no había dudado ni un segundo cuando Arlette preguntó si alguien quería acompañarla hasta Beverly Hills para hacer unas compras.
―Si te invito a un frapuccino, ¿me cuentas vuestra historia? ―preguntó Arlette. Ya llevaba un par de semanas de convivencia con el clan británico, por lo que no le había pasado desapercibida la tensión que se respiraba en el ambiente cada vez que el primogénito de los Potter y la heredera de los Malfoy cruzaban una mirada. Para qué mentir, sentía curiosidad.
Agatha se encogió de hombros y asintió. Al fin y al cabo, Arlette estaba ahora en su círculo más cercano, compartían casa, instituto y estaban juntas en el equipo de animadoras... Tarde o temprano se acabaría enterando.
Unos minutos más tarde ambas estaban sentadas en la terraza del Starbucks del centro comercial, disfrutando de las bonitas vistas al campo de golf.
―En Hogwarts yo salía con un chico de mi casa, Theo Nott, éramos novios desde cuarto curso ―explicó Agatha, removiendo su frapuccino de café con la pajita―. Estábamos bien, él me quería y se portaba muy bien conmigo. Yo creía que lo correspondía, pero ahora ya no estoy tan segura.
Agatha le contó a Arlette que su tonteo con James Sirius venía de largo. Desde pequeños se habían visto obligados a compartir un montón de tiempo juntos, pues sus familias eran muy cercanas, sus hermanos mejores amigos, y su grupo de amigos era el mismo... Al principio no se soportaban, ambos chocaban demasiado y se pasaban el día molestándose el uno al otro, sin embargo, con el paso de los años y la explosión hormonal, la rivalidad infantil se había transformado en pura atracción. Para esa época, Agatha ya salía con Nott, pero eso no detuvo a Potter, que estaba convencido de que él y la mayor de los Malfoy estaban hechos el uno para el otro. James se pasó todo su quinto curso intentando seducirla, demostrándole que ella no sería una más y tratando de convencerla para que dejara a Theo y saliera con él. A principios de sexto, Agatha sucumbió; rompió con Nott, por fin preparada para aceptar sus sentimientos por James.
A eso le sucedió una semana en el paraíso, siete días idílicos que casi convencieron a la rubia de que había tomado la decisión correcta, que James de verdad estaba tan enamorado de ella como ella de él... Pero al octavo día sucedió algo que lo trastocó todo: James acababa de atrapar la snitch en el partido contra las águilas, cuando voló hasta la torre de Gryffindor y, delante de todo Hogwarts, todavía desde su escoba, se dio el lote con Naomi Finnigan.
Agatha no pudo soportarlo. Todo el mundo sabía que ella había cortado con Theo para estar con James, y de repente, sin previo aviso, cuando las cosas parecían empezar a funcionar entre ellos, cuando parecía que podrían tener una relación seria, él la humillaba de ese modo tan escandaloso.
Él intentó disculparse después; se pasó días persiguiéndola, rogándole que lo perdonara, que lo dejara explicarse... Pero ella nunca se lo permitió, su dignidad ya había sufrido demasiado. Si Agatha dejó de maldecir contra él cada vez que lo veía y volvió a tratar de llevar una relación hipócritamente cordial fue solo por Liber y Dominique, pues ambas tenían a James como a un hermano, y lo pasaban realmente mal cada vez que se veían en medio de ambos.
Pero James le había hecho demasiado daño, no solo la había alejado de un chico que de verdad la quería, sino que además le había roto el corazón en mil pedazos.
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Una pila de apuntes y libros de texto descansaba sobre una de las mesas de la biblioteca de la mansión Blanchard. Alrededor de esta, Albus, Rose y Scorpius resolvían problemas de Aritmacia, casi al mismo tiempo que escribían un ensayo sobre la Segunda Guerra Mundial y anotaban los ingredientes de la poción memorizante.
A lo largo del último mes, las fiestas, la playa, las actividades extraescolares y las nuevas relaciones sociales habían propiciado que, casi sin darse cuenta, los tres relegasen sus estudios a un segundo plano... De modo que, esa mañana, Scorpius se había levantado con el firme propósito de ponerse al día con la materia escolar atrasada. No le costó mucho convencer a Albus y a Rose para que se apuntaran a su improvisado club de estudio, en Hogwarts los tres solían sacar las notas más altas de su curso, en el fondo les podía el orgullo, ninguno quería echar a perder su brillante expediente académico.
La mayor parte del clan no había podido resistirse a la soleada mañana de playa, Dominique ya no estaba en su cama cuando los demás se habían despertado, Louis había quedado con Jasper y compañía, Agatha se habían marchado con Arlette a Beverly Hills y Lily y Hugo habían conseguido que Victoire los dejara acompañarla a la redacción de Liberty, de modo que estaban los tres solos, como en su primer año en Hogwarts.
―Creo que me va a explotar el cerebro. ―Rose dejó el bolígrafo y se echó hacia atrás en la silla. Se habían repartido las materias y a ella le había tocado Aritmacia, llevaba ya casi tres horas resolviendo ecuaciones imposibles y viendo solo números y letras aisladas...
Albus apartó la mirada de su ordenador, donde ya había escrito unas quince páginas de word sobre los pormenores políticos y económicos de la Segunda Guerra Mundial. Él siempre había sido el más habilidoso con las palabras, por eso le solían adjudicar las tareas de redacción.
―¿Quieres que cambiemos? ―le preguntó su primo.
―Lo que quiero es darme un baño en la piscina. ―Rose exhaló un suspiro de agotamiento―. ¿Media hora de descanso y luego seguimos? Tal vez para entonces ya haya vuelto Liber, seguro que se anima a ayudarnos.
―Hasta que baje la marea y no queden olas, Liber no vuelve. ―Scorpius respondió sin levantar la cabeza de su libro de Fórmulas recurrentes en pociones complejas―. No contéis con verla hasta la noche.
―¿Ahora conoces a mi amiga mejor que yo? ―Rose enarcó una ceja.
―También es mi amiga ―replicó Scorpius―. Te recuerdo que la conocí antes que tú.
―Solo porque su padre era amigo del tuyo. ―La castaña agitó una mano, anulando el argumento del rubio.
Sentado en medio de ambos, Albus negó con la cabeza, resignado. Estaba tan acostumbrado a las discusiones entre Scorp y Rose que, en ocasiones, cuando empezaban así, su cerebro se desconectaba automáticamente. Esos dos eran capaces de convertir cualquier tontería en un auténtico debate parlamentario. Albus estaba convencido de que amaban discutir, tanto que a veces ni siquiera decían lo que pensaban, lo único que querían era llevarse la contraria el uno al otro.
Sabía perfectamente que él no era el adolescente más maduro del mundo, pero al lado de Rose y Scorpius en ocasiones se sentía todo un octogenario.
―¿Por qué no aceptáis de una vez que os gustáis? ―Albus resopló, al tiempo que cerraba su portátil―. Aún estáis a tiempo de ir juntos al baile.
Se puso en pie y los miró a ambos. Por un segundo, Scorpius pareció considerar la idea, no obstante, de repente negó con la cabeza, como recordando algo que había olvidado.
―He invitado a Cassidy ―dijo. Y aunque trató de disimularlo, sus palabras fueron cargadas con un velado tono de desilusión.
En los ojos de Rose se pudo apreciar un brillo de decepción, sin embargo, sus labios dibujaron una sonrisa orgullosa.
―No habría aceptado ni aunque fueras el último hombre del mundo ―contestó―. Además, Luke ya me lo ha pedido.
―En ningún momento he dicho que fuera a invitarte. ―Scorpius arrugó la frente.
―Estabas a punto de hacerlo ―rebatió Rose.
Albus suspiró de nuevo. Se dio la vuelta y, con el portátil bajo el brazo, salió de la biblioteca, dejando a su prima y a su mejor amigo sumidos en otra discusión. Fue hasta su habitación y se puso el bañador, no le apetecía seguir estudiando. Estaba a punto de llamar a Liber para preguntarle en qué zona de la playa se encontraban, cuando recibió otro wassap, este de parte de Safary Rushell.
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―¿Esas no son Collingwood y Malfoy? ―Desde el campo de golf, Ryan señaló a las dos rubias sentadas en la terraza del Starbucks del centro comercial.
Peter Delaney apartó los ojos de la bola que estaba a punto de golpear, y siguió la dirección de la mirada de su amigo.
―Creo que sí, ¿qué harán en Beverly Hills?
―Eres el mejor amigo de Zoey Queen, la reina de las compras, ¿y te preguntas qué pueden hacer dos chicas de la élite de Emerald en el Centro Comercial con más boutiques de diseñadores de California? ―Ryan esbozó una sonrisa ladeada―. Zoey se sentirá muy decepcionada cuando lo sepa.
Peter negó divertido, volvió a clavar la vista en la bola y la golpeó con gracia, logrando el hoyo que le faltaba para ganar el juego. A continuación, le pasó su palo al caddie que los había acompañado y se dirigió a Ryan.
―Voy a pedirle a Agatha que venga conmigo al baile. Espérame en el coche.
―¿A Agatha? ―Ryan abrió los ojos sorprendido―. ¿Y eso?, tan interesante fue vuestra conversación en la fiesta de Emma.
El moreno se encogió de hombros y asintió.
―También estuve hablando con ella en su cumpleaños y es mi compañera de laboratorio en Química ―respondió―. Se podría decir que llevo un par de semanas "trabajándomela". ―Realizó el gesto de las comillas con los dedos. Esa clase de expresiones no iban con él, pero cuando hablaba de chicas con Ryan tendía a adaptarse al estilo de su mejor amigo.
El rubio no pidió más explicaciones, se despidió de su amigo con un cabeceo y corrió hacia el carrito de golf, donde ya los esperaba el caddie. Peter fue en dirección contraria, su último hoyo estaba casi debajo de la terraza de la cafetería, la cual conectaba con el campo a través de unas escaleras laterales.
Subió con las manos en los bolsillos de las bermudas vaqueras y saludó a las dos chicas justo cuanto estas parecían haber terminado y se disponían a salir del Starbucks.
Arlette, haciendo honor a la fama de perspicaz que ya se había ganado en el ECA, enseguida supo que la cosa no iba con ella, y puso una excusa para esperar a su amiga en la tienda de Michael Kors, dejando a Agatha sola con Peter.
―No esperaba verte por aquí. ―Agatha le dedicó una sonrisa al chico.
―Emerald es una comunidad pequeña ―ironizó Peter―. ¿Habéis traído coche? Ryan y yo nos volvemos ahora a Malibú, si queréis os podemos llevar.
Agatha negó con la cabeza.
―No te preocupes, hemos venido en el camaro de Arlette. Todavía vamos a hacer algunas compras antes de volver ―explicó.
―En ese caso, no quiero entretenerte. Me preguntaba si querrías ser mi pareja en el baile de bienvenida.
La rubia parpadeó varias veces, sorprendida. Había compartido bastantes momentos con Peter Delaney las últimas semanas, pero siempre desde la perspectiva de buenos compañeros.
―¿Quieres ir conmigo al baile? ―Arqueó una ceja.
―Eso es lo que te acabo de preguntar. ―Peter sonrió divertido―. No tienes porqué tomártelo como una cita si no quieres, podemos ir como amigos. Aunque, personalmente, me encantaría considerarlo una cita.
Agatha guardó silencio unos segundos, durante los cuales Peter pensó que a esa chica nunca se le había escapado nada que no quisiera decir.
―Está bien ―Ella aceptó. Necesitaba empezar a pasar página con James, y Peter parecía un buen chico, al menos eso le había hecho creer las últimas semanas. Le daría una oportunidad, pero sin bajar la guardia―. Será una cita.
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