14- Emma & Edward

El espejo de la taquilla le devolvió el reflejo de su rostro. Emma frunció la boca, insatisfecha, y extendió la mano hasta el fondo de su bolso, sacando la barra labial que había comprado en su última salida con Zoey. Un poco de brillo nunca hacía daño. Una vez hubo aplicado el maquillaje, sonrió orgullosa. Mucho mejor.

―Sabes que eso no te hace falta, ¿verdad? ―dijo una atractiva voz a sus espaldas.

Cuando la rubia se dio la vuelta, vio al famoso James Potter apoyado en la taquilla contigua a la suya en una postura despreocupada, como si todo el instituto fuese su reino personal.

―Lo sé ―contestó Emma, ufana―. Pero me gusta el sabor a melocotón del brillo ―añadió divertida.

James le devolvió una mirada traviesa.

―Si está tan bueno, podrías dejarme probarlo.

―Claro ―Emma le respondió con la misma expresión―. Si me dices qué haces acosándome a primera hora de la mañana.

―No te acoso. El destino me ha asignado la taquilla al lado de la tuya ―James encogió los hombros con naturalidad―. Te toca ―añadió con una sonrisa torcida.

La rubia dio un par de pasos hacia el chico.

―Muy bien Potter, cierra los ojos ―ordenó.

―Así que, dominante, como me gustan a mí ―contestó él divertido, obedeciendo el mandato de la chica.

Emma sacó su labial y rápidamente lo pasó por los labios del chico, dejándolos perfectamente maquillados. Cuando James abrió los ojos, ella estaba sacando su cuaderno de apuntes de su taquilla.

James se pasó la lengua por los labios.

―Es verdad, está muy rico ―contestó conteniendo la risa―. Pero eres una tramposa.

―Pero si estás muy guapo con brillo de labios ―respondió Emma en tono burlón dejando que James se viera en el espejo de su taquillero.

―No voy a negar lo evidente ―señaló él con un falso aire de resignación―. Dime que desayunas conmigo y me plantearé perdonarte esta traición.

La rubia negó vehemente.

―Tengo reunión del consejo estudiantil, soy la presidenta, no puedo faltar ―dijo orgullosa.

―Por qué será, que no me sorprende ―James sonrió antes de separarse de su taquilla y colocarse la mochila sobre un hombro―. Hoy te la paso, pero puedes estar segura de que vas a caer, Emma Matthews ―Le guiñó un ojo y se alejó de ella en dirección a la cafetería.

Emma cerró su casillero y caminó en sentido contrario. Los ingleses no eran muy diferentes de los chicos del ECA, el viernes había visto al mayor de los Potter enrollándose con una morena de undécimo en su fiesta, y el lunes ya le estaba coqueteando a ella... por no hablar de Lorcan Scamander, que se había acostado con su mejor amiga a la primera oportunidad. La verdad, no le sorprendía que los nuevos hubieran encajado tan bien en la jungla social californiana.

Abrió la puerta del aula que el consejo estudiantil utilizaba para sus reuniones y pasó al interior, donde ya la esperaban los demás miembros. Tomó asiento al lado de Violet Hampton, la secretaria, quien, nada más verla, le pasó una carpeta con un registro de alumnas.

―La lista de posibles candidatas a reina del baile ―le dijo la chica―. La directora Farleck ha dicho que deberíamos modificarla, hay muchas chicas nuevas que se merecen estar nominadas.

―¿Y los chicos?

―Aún no la hemos hecho ―respondió Violet.

―De todos modos, no tiene sentido pensar en el rey y la reina cuando aún no tenemos tema ―dijo poniendo los codos sobre la mesa y mirando a los demás―. Solo faltan tres semanas tenemos que darnos prisa, ¿alguna propuesta?

―¡La Tierra Media! ―exclamó un chico con gafas de duodécimo―. O mejor, La guerra de las Galaxias.

―El mundo submarino ―propuso la chica de al lado.

Emma apoyó la cabeza sobre una mano durante el escaso minuto que aguantó escuchando descabelladas ideas. No tardó en cansarse y, un leve gesto le bastó para volver a ser el centro de atención.

―Vamos chicos, somos seniors, es nuestro último año. Este baile de bienvenida tiene que ser épico. No podemos usar cualquier chiquillada ―replicó―. A partir de ahora, ideas de verdad.

―Yo tengo una idea ―Violet tomó la palabra, emocionada―: Casino Royal.

Emma le respondió con una mirada de interés.

»Montecarlo, mesas de Black Jack, cócteles sofisticados, smokings... ―continuó Violet―. Creo que podría ser genial, la mayoría está deseando irse a las Vegas al cumplir los dieciocho, ¿por qué no adelantarlo?

La presidenta del consejo asintió complacida.

―Me encanta ―dijo con una sonrisa, y luego miró a lo demás―. ¿Qué os parece? ―Un coro de afirmaciones y exclamaciones emocionadas siguió a la pregunta―. Entonces decidido.

Emma y los demás pasaron los siguientes veinte minutos anotando ideas para la decoración y repartiendo la organización del baile. Cuando dio por finalizada la reunión ya tenía una pila de tareas para realizar en las próximas semanas.

Salió al pasillo, donde la esperaba Zoey para ir juntas a Transformaciones.

―¿Y bien? ―La capitana de las animadoras le dirigió una mirada inquisitiva―. ¿Quiénes están nominadas?

―No hay lista todavía, hay que volver a votar ―contestó Emma en tono neutro, echando a andar hacia la próxima clase.

Zoey puso los ojos en blanco:

―No me creo que sigas enfadada ―protestó―. Ya te dije que fue algo de una noche, no volverá a pasar ―señaló, restándole importancia, a la vez que se colocaba los puños de la blusa del uniforme.

―Ni siquiera es eso lo que me molesta ―contestó Emma deteniéndose y llevándose las manos a las caderas―. Entiendo que no seas capaz de controlar tus apetitos sexuales, Zy, me fastidia que pueda afectar a Ryan, pero lo entiendo. Siempre has sido así.

―¿Entonces? ―Zoey arqueó una ceja―. Porque, aunque no tengo intención de volver a acostarme con Scamander, Emma, eso no quiere decir que me arrepienta ―añadió encogiéndose de hombros―. Si lo que pretendes es que pida perdón, puedes ir olvidándote.

―Por favor ―La aludida resopló con hastío―. ¿Tú pidiendo perdón? De momento no me he dado a las drogas, cariño ―contestó.

Zoey exhaló un suspiro de incordio:

―Pues entonces, no entiendo por qué llevas tres días tratándome como si me hubiese cargado los lápices de dibujo que te dejó tu madre.

Emma no pudo evitar que una sonrisilla enternecida asomase a sus labios. Zoey nunca lo reconocería en voz alta, prefería fingir que el resto del mundo no le importaba en absoluto, y así era con la mayoría..., pero eran esos pequeños detalles ―como la insistencia en preguntarle qué era lo que había hecho para molestarla, o el saber con exactitud cuál era su posesión más preciada― los que le demostraban que, pese a que su amiga tenía un corazón de hielo, ella había derretido un pedazo.

―¿Y ahora de qué te ríes? ―gruñó la capitana de las animadoras.

―Me dijiste que no te acostarías con Scamander ―dijo Emma finalmente―. Prácticamente lo prometiste, sin que yo te lo pidiera. Sé cómo somos, Zy, no vamos de niñas buenas por vida, y no pretendo que de repente te vuelvas una santa, pero entre nosotras nunca nos hemos mentido, y tampoco rompemos promesas ―explicó.

Zoey resopló.

―Te juro que la próxima vez que me sienta mínimamente atraída por un idiota, no te prometeré que no me voy a acostar con él ―dijo alzando las manos al frente en un gesto pacificador―. ¿Contenta?

Emma se echó a reír. Sabía que no podía esperar más. Eso era lo más parecido a una disculpa que Zoey era capaz de formular.

―Anda, vamos a clase ―dijo tomando a su amiga del brazo.

Ryan y Derek las saludaron con un cabeceo en cuanto llegaron, y ambas se sentaron entre los dos chicos. Zoey extrañó a Peter, quería contarle que ya había arreglado las cosas con Emma, pero su mejor amigo no era mago, por lo que tendría que esperar hasta coincidir con él en la clase de Biología para hablar.

―A qué adivino: hablabais de las nominaciones a reyes del baile ―dijo Ryan, asomando la cabeza por encima del cuaderno de Emma.

―No sé para qué hay votaciones, volverá a ganar Zoey ―comentó Derek mientras jugaba a lanzar y recoger su bolígrafo.

―Eso es porque la presidenta del consejo estudiantil no se puede presentar ―Zy le sonrió a Emma, y esta le devolvió una divertida expresión de sorpresa.

―Una casi disculpa y un halago en menos de una hora ―se burló Emma―. Hoy pareces otra persona.

La aludida se limitó a guiñarle un ojo y a agitar su dorada melena con pretendida prepotencia.

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Edward Hastings estaba convencido de que, si la ensalada de espinacas hubiese podido hablar, a esas alturas estaría riéndose en su cara. En cualquier caso, ¿quién necesitaba una ensalada parlanchina teniendo un amigo como Robb?

―¿Seguro que no quieres? ―Robert señaló con la mirada las suculentas hamburguesas del buffet―. Mmmm, con bacon ―Esbozó una sonrisa burlona y colocó una en su bandeja.

Edward le devolvió una mueca entre divertida y resignada antes de dirigirse a la cola que se había formado junto a las bebidas.

»Entonces, más o menos, ¿cuánto tiempo tendré que aguantaros hechos un par de empalagosos?, ¿cinco días?, ¿una semana? ―volvió a hablar Robert con un aire guasón―. A lo mejor debería de ampliar mis apuestas, lo de volverte vegetariano temporalmente es nuevo, vas fuerte esta vez ―añadió con un movimiento de cejas.

―Tú disfruta de esa hamburguesa ―contestó Ed a la vez que cogía cuatro botellas de agua mineral de la nevera―. Yo comeré ensalada, pero esta noche tendré sexo ―Le guiñó un ojo a su amigo, que respondió con una mueca de asco.

―Es como mi hermana, Ed ―replicó Robert. Ambos se dirigieron a las puertas acristaladas que llevaban al terreno exterior, donde decenas de estudiantes disfrutaban de sus almuerzos al aire libre―. Prefiero no saber esa clase de detalles ―contestó sacudiéndose esa imagen de la cabeza. Sabía que, en algún momento de la fiesta, Ed y Tay habían acabado en la cama otra vez, lo cual significaba que se venían un montón de momentos embarazosos para él, el eterno tercero en discordia.

El aludido se encogió de hombros.

―¿Y qué hay contigo y Roxanne? ―preguntó cuando sus ojos dieron con las dos chicas que los esperaban ya almorzando en una mesa―. Os pasasteis toda la fiesta juntos.

―Es divertida, me gusta estar con ella ―Robert no tenía intención de decir nada más, pero volvió a hablar, coaccionado por la expresión de curiosidad de su mejor amigo―. Sí, también está buena ―reconoció.

―Los del equipo de básket se estaban pidiendo a las nuevas hoy en el vestuario ―dijo Ed con una mueca de desagrado―. Como no espabiles, te la pueden volar.

―Los del equipo de básket son idiotas ―contestó Robert con tranquilidad―. Yo no busco tirarme a la primera que caiga.

Edward esbozó una sonrisa de medio lado. Robert McClain era de los chicos más solicitados en Malibú, podría tener a cuanta mujer le saliera en gana y, sin embargo, él solía rechazarlas amablemente. Había tenido sus devaneos, obviamente, pero ninguna le había dado lo que él buscaba. Robb no quería una chica que le gustase a secas, él quería una que le arrebatase el aliento.

―No todo el mundo tiene mi suerte ―contestó Edward. Habían llegado a la mesa de las chicas. Posó la bandeja y las botellas, y le dio un beso en los labios a Taylor, que le devolvió una risa divertida.

Robert negó con resignación mientras se sentaba al lado de Roxanne.

―Ahora están en la etapa "paraíso sexual" ―le dijo el chico a la inglesa, que arqueó las cejas en respuesta―. Será duro, pero durante unos cuatro o cinco días tendremos que acostumbrarnos a la sobredosis de azúcar ―Le posó una mano en el hombro a su compañera, que solo pudo reír divertida.

―¿Y después?

―Después, pequeña padawan, viene "la pelea" ―Colocó las manos en el aire, encuadrando un cartel imaginario―. A eso siguen unos días ignorándose mutuamente y mandándose indirectas a través de este pobre mensajero ―Se señaló a sí mismo―. Luego está la "etapa de relativa calma", cuando vuelven a ser amigos, pero no dejan que ninguno coquetee con otro. Esa es la mejor, es cuando más te puedes meter con ellos ―Alzó el dedo índice como dando una lección de clase y, a continuación, bebió un trago de su botella, totalmente serio.

―Vaya, tienes una vida muy dura ―dramatizó Roxanne.

―No lo sabes bien ―Robert dejó escapar un suspiro teatral, que provocó las risas de sus acompañantes―. Y luego, vuelta a empezar ―Terminó encogiéndose de hombros.

Taylor se puso en pie y le dio un amistoso golpe en la nuca a Robert a la vez que le sacaba la lengua.

―No le hagas ni caso, Rox, es un exagerado ―La rubia agarró su botella de agua y su bolso de deportes―. Me voy a entrenar, ¿me acompañas? ―Miró a la morena, que asintió en respuesta.

―Mañana por la noche voy a ir al muelle, hay un festival de rock alternativo ―dijo Robert posando un momento una mano sobre el hombro de Roxanne―. Me sobra una entrada, ¿te apetece venir?

―Así me pagas que haya sido tu mejor amigo durante años... ―Edward fingió una expresión de disgusto―. Aparece una chica guapa y ya no te acuerdas de que fui yo quien te aficionó al rock alternativo.

―Tú has quedado conmigo, ¿o ya lo habías olvidado? ―Taylor se cruzó de brazos y enarcó una ceja.

Robert ignoró a sus amigos y volvió a dirigir la mirada hacia Roxanne que respondió con una sonrisa coqueta y un cabeceo afirmativo.

―Ven a buscarme a casa de los Blanchard ―Se puso en pie y luego enganchó a Taylor del brazo, llevándosela hacia la pista de vóley antes de que ella y Edward iniciaran otra discusión.

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