13- Liber & Arlette

En multimedia, la mansión Blanchard  (sencilla xD)

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Más que una costumbre, era una obsesión. Si no realizaba su hora de running diaria, Liber se agobiaba. Empezaba por sentir una familiar opresión en el pecho, seguida siempre de la sensación de culpabilidad por no haber cumplido sus objetivos... Por eso, con el paso del tiempo se había auto impuesto la rutina de salir a correr nada más levantarse por las mañanas, de este modo ya no tenía que preocuparse por si el resto del día la acumulación de planes le impedía sacar un hueco para calzarse sus preciadas deportivas.

Dicha obsesión era la causa de que, incluso durante la mañana posterior a una fiesta desmadrada, se encontrase a sí misma trotando por la acera del paseo marítimo.

―Recuérdame por qué hacemos esto ―Albus resopló tratando de seguirle el ritmo a los dos hermanos Blanchard―. Me apuesto algo a que los demás todavía están durmiendo.

―Si te cansas puedes volver, Al, no tienes que seguirnos hasta el final ―dijo la chica.

―¿Este es el que corre contigo en Hogwarts? ―Chris sonrió divertido―. Le falta un poco de forma para tanto entrenamiento, ¿no?

―Ese es James ―dijo Liber con un leve brillo socarrón en los ojos―. Albus tiene otros talentos ―añadió encogiéndose de hombros. En efecto, James siempre la acompañaba a correr por el campo de quidditch cuando estaban en Hogwarts. Albus era más bien el tipo de amigo que se quedaba dormido en sus piernas mientras leían algo de Edgar Allan Poe... Por eso le había sorprendido bastante que el mediano de los Potter insistiese en acompañarlos a ella y a Chris esa mañana.

―Muy graciosa, Blanchard ―Albus le sacó la lengua―. Ahora verás ―Aceleró el ritmo tomando cierta ventaja sobre los hermanos Blanchard―. ¡El que llegue el último se tira a la piscina en pelotas! ―gritó.

―¡Acabas de condenarte, Potter! ―contestó Chris yendo tras él, al igual que Liber.

Veinte minutos después, los tres corrían por su calle prácticamente con las lenguas fuera por el esfuerzo, a esas alturas la perspectiva de lanzarse a la piscina de la mansión nada más llegar era ciertamente tentadora. Se detuvieron ante la gran verja de la entrada, todavía en la calle. Los dos chicos se dejaron caer al suelo exhaustos, y arrastraron a Liber con ellos.

―¿Entonces, os vais a tirar los dos a la piscina? ―dijo una divertida Liber desde el suelo del asfalto, donde su hermano la mantenía inmovilizada mediante un abrazo de oso.

―Que conste, que te hemos dejado ganar ―contestó Albus tratando de recuperar el aire―. Dile que tengo razón, Chris, o habré perdido toda mi hombría en esta carrera.

―La hemos perdido los dos, colega ―El mayor de los Blanchard soltó a su hermana, se puso en pie y extendió las manos hacia el suelo para ayudar a los otros dos a incorporarse.

A continuación, se acercó al sistema de alarma de la entrada e introdujo el código de apertura en la pantalla digital, permitiendo que la verja comenzara a abrirse.

―¡Hey! ―Todavía no habían puesto un pie dentro de la finca cuando la voz de Jasper Hansen los hizo darse la vuelta. El capitán del equipo de waterpolo cruzó la calle desde su casa para llegar a la altura de los tres chicos. Vestía ropa deportiva y llevaba un ipod enganchado en el brazo. Saludó a los dos chicos con un rápido cabeceo y miró a Liber―. Lib, ¿podemos hablar?

La chica se mordió el labio. Todavía la incomodaba la compañía de Jasper, pero asintió de todos modos.

―Id yendo, ahora os alcanzo ―dijo girándose hacia Albus y su hermano.

Chris obedeció de mala gana, sin embargo, Albus no se movió.

―Puedo esperarte, no tengo prisa ―contestó el mediano de los Potter con una expresión de desconfianza, ganándose así una mueca de fastidio por parte de Jasper.

―No hace falta, Al, ahora voy ―respondió Liber.

El aludido vaciló un instante, sin embargo, terminó por volverse hacia la mansión, no sin antes dedicarle una última mirada a Jasper.

―Tus nuevos amigos son un poco sobreprotectores de más, ¿no? ―dijo el chico en cuanto Albus desapareció de su vista.

―No son mis nuevos amigos, hace años que los conozco ―Liber frunció el ceño.

―Bueno sí, ya sabes a qué me refiero ―Jasper chasqueó la lengua―. No son tus amigos de toda la vida, como Luke, Cass, yo...

―Esto ha sido una mala idea ―La chica negó con la cabeza y se dio la vuelta, dispuesta a entrar en su jardín, pero Jasper la retuvo rodeándole la muñeca con una mano.

―No, venga, Liber, lo siento ―Se disculpó el chico―. No quería decir eso, sé que han estado contigo cuando nosotros te fallamos... ―Bajó la vista al suelo un momento, no era fácil para él sincerarse―. Y eso me molesta.

Liber dejó escapar un suspiro de frustración.

―¿Qué pretendes Jasper? ―inquirió, no enfada, sino fatigada.

―Que me perdones, que vuelvas a ser mi mejor amiga ―pidió el chico casi con desesperación.

―Ya te he perdonado, y lo sabes. No podría guardarte rencor aunque quisiera ―La menor de los Blanchard encogió los hombros con resignación―. Pero no puedo volver a ser tu mejor amiga, lo siento.

―¿Es por Beverly? Sé que te lo hizo pasar muy mal por mi culpa, pero...

―No, Jasper, no sabes nada ―La chica negó con la cabeza esforzándose por mantener un tono sosegado―. Tú te fuiste de viaje con Luke y te olvidaste de todo, pero yo tuve que pasar el mes entero con Beverly en los campeonatos.

Jasper apretó los puños conteniendo la rabia que sentía. Rabia consigo mismo por haber actuado como un idiota, por haber dejado a su mejor amiga en la estacada cuando más lo había necesitado, por haber permitido que cargara ella sola con el peso de algo que había ocurrido por su culpa.

―Créeme, soy consciente de lo que tuviste qué pasar, y me siento fatal por eso ―insistió él―. Ojalá pudiera volver atrás y hacer las cosas bien.

―No lo entiendes, Jasp. Tú no sabes lo que tuve que pasar todas esas semanas, nadie lo sabe ―Los ojos grises de la chica, ahora brillantes, estaban clavados en los azules del menor de los Hansen―. Pero no quiero volver atrás ―Pestañeó un par de veces reteniendo la amenaza de lágrimas. No iba a llorar, lo tenía claro. Cogió aire y volvió a hablar, esta vez en un tono mucho más seguro―. No puedo volver ser tu amiga porque eso significaría entrar de nuevo en todo vuestro drama, y no quiero volver a ser la chica a la que Beverly podía manejar y destrozar a capricho. Estoy harta de ser débil, Jasper, eso se acabó. No es por ti, ni por Beverly, ni por nadie, es solo por mí. Lo siento, pero he pasado página.

Le dio la espalda al chico, sin darle oportunidad a contestar, y entró en el recinto de su casa, dejándolo a él fuera, con la mandíbula apretada y el humor por los suelos.

Liber subió corriendo la cuesta hasta la mansión. Le dolía dejar así a Jasper, seguía queriéndole, pero era consciente de que volver con ellos solo empeoraría su estado actual. Quizás en un futuro, cuando estuviera mejor.

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Rose soltó un gruñido de irritación cuando la intensa luz matutina que se colaba entre las rendijas de la persiana le dio de lleno en el rostro.

―Liber, cierra la ventana, porfa ―dijo arrastrando las palabras.

La ausencia de respuesta la obligó a realizar un esfuerzo descomunal y forzar sus párpados hasta abrirlos por completo, permitiendo que su vista se amoldase a la semipenumbra del bonito dormitorio que compartía con su amiga, cuya cama ya estaba vacía y deshecha.

La antigua capitana del equipo de quidditch de Ravenclaw resopló. Por un momento había olvidado la sesión de running matutina de Liber.

La idea de volverse a dormir y superar la terrible resaca con cierta dignidad apareció tentadora en su mente, pero, al oír un leve barullo proveniente de la planta baja, cambió de idea.

A la velocidad propia de alguien que ha pasado la noche bebiendo sin control, se puso en pie y se metió en la ducha del baño integrado en la habitación. Al salir se vistió con un biquini negro, un crop top del mismo color y un short vaquero por encima. Lo mejor de vivir en Malibú era la posibilidad de terminar cualquier plan en la playa. Se había acostumbrado a estar siempre preparada en la semana que llevaba ahí.

―Rose ―Lily le sonrió al cruzársela en el pasillo―. El tío Ron está abajo con mi padre ―La menor de los Potter se detuvo un segundo a examinarla con la mirada―. No estás tan mal como dice Roxie ―añadió con una mueca de burla.

―La única razón por la que Rox no está peor que yo es porque le tocó conducir ―se excusó la aludida―. Sé buena, Lilu, y consígueme un poco de esa poción para las resacas de James ―rogó forzando una expresión de cachorrito.

―Veré que puedo hacer ―La pelirroja sonrió divertida y corrió escaleras abajo.

―Te parecerá bonito ―La voz de Scorpius sonó tras Rose―. Aprovecharte así de tu inocente prima ―Chasqueó la lengua―. No me esperaba esto de ti, Weasley.

La chica se giró hacia él. Se veía perfecto, como siempre, apoyado contra la pared, con las manos en los bolsillos de unas bermudas vaqueras y una sonrisa socarrona adornándole los labios. El menor de los Malfoy tenía ese don: incluso después de las noches más salvajes se levantaba sin un solo rastro de ojeras o malestar. Lucía como si acabase de salir del set de preparación para una sesión de fotos profesional.

Rose puso los ojos en blanco, odiaba eso, sobre todo porque ella llevaba fatal las resacas. De sus amigas, siempre era la que peor lo pasaba, incluso Liber con su escaso cuerpecillo resistía el alcohol mejor que ella.

―No esperaba verte por aquí, Malfoy, te suponía durmiendo con Cassidy ―Rose cruzó los brazos y le clavó una mirada desafiante―. No te despegaste de ella en toda la noche, solo te faltó cargarla en brazos y llevártela a una de las habitaciones ―añadió con pretendida indiferencia.

―¿Son celos eso que huelo, Weasley? ―El rubio dio un par de pasos hacia la chica.

―Ya te gustaría ―Rose se puso una mano en la cadera―. Solo digo lo que me comentó Agatha, yo estaba demasiado ocupada con Luke para fijarme ―agregó con una sonrisa triunfal.

Scorpius frunció el ceño, pero no pudo decir nada más, pues Albus llegó hasta ellos recién salido de la ducha y con el pelo todavía empapado.

―Abajo, par de tórtolos, tenéis todo el día para fingir que os odiáis ―Cogió a cada uno de un brazo y los arrastró con él hacia las escaleras―. Ahora me muero de hambre, Liber me ha hecho correr ocho kilómetros mientras los demás agonizabais en vuestras cómodas camas.

La enorme cocina ya estaba ocupada, como cabía esperar. Liber, todavía con la ropa deportiva, hablaba con su hermano y Ron Weasley en la barra, mientras Agatha preparaba café para todos; en la mesa solo estaban Lysander y Hugo, los únicos, además de Lily, que se habían librado de la resaca post fiesta.

―Papá, ¿qué haces aquí? pensaba que estabas en Blanchard's Security ―Rose le dio un beso en la mejilla al pelirrojo―. ¿Y el tío Harry y el señor Blanchard?

―De eso hablaba con Liber y Chris ―dijo Ron―. Ha surgido un problema y han tenido que salir ―explicó con aire apaciguador.

―¿Pero están bien? ―preguntó Albus, colocándose al lado de una preocupada Liber, mientras Chris fruncía el ceño; si algo le sucedía a su padre en su día libre no se lo perdonaría.

―Sí, no os preocupéis, enseguida vendrán y os lo explicarán todo ―volvió a tranquilizarlos el señor Weasley.

Apenas había pronunciado estas palabras, se escuchó la puerta principal abrirse y un par de segundos después, Lorcan entró en la cocina, causando una mirada de desilusión en los presentes.

―Menudo recibimiento. Yo también me alegro de veros ―ironizó el gemelo al ver las caras de decepción de Albus y los hermanos Blanchard.

―¡Tío!, ¿dónde has dormido? ―Lysander alzó la mirada desde su plato de waffles.

―Eso quiero saber yo ―Un sonriente James hizo acto de presencia en la base de las escaleras, seguido de Fred y Dominique, quien corrió a coger una de las tazas de café que Agatha acababa de servir.

Lorcan se libró de contestar gracias a la oportuna entrada de Anthony Blanchard, acompañado de su mejor amigo y segundo al mando en Blanchard's Security, Killiam Marshall, y una guapa chica rubia de la edad de su hija.

―¡Arly! ―Liber dejó su vaso de agua en la barra de la cocina y corrió a saludar a la chica.

―Veo que te acuerdas de Arlette ―Anthony le dedicó una sonrisa divertida a su hija.

―Cómo iba a olvidarla, si nos acosamos a cartas todas las semanas ―contestó la castaña, divertida y feliz de ver a su padre sano y salvo―. Me alegro de verte ―le dijo a su amiga―, pero, ¿qué haces aquí?, creía que ya habías empezado el curso en New York.

―¿En serio, Lib? ―La aludida le dedicó una sonrisa socarrona―. Casi tres años sin verme y ya me estás echando... Pensaba que valorabas más nuestra amistad ―añadió en tono dramático.

Liber contestó riéndose antes de girarse hacia los demás para presentar a la recién llegada:

―Esta bomba rubia es Arlette Collingwood ―dijo―, ya os he hablado de ella.

―Claro, la neoyorkina que nos robaba a Liber en los veranos ―Dominique alzó la mano a modo de saludo, aunque casi instantáneamente su mirada volvió a posarse sobre el atractivo auror que acompañaba al señor Blanchard.

―Arlette se va a quedar con nosotros una temporada ―intervino Anthony―. Ya he hablado con Lisa Farleck para que pueda integrarse este curso en el ECA.

―Pero, ¿ha pasado algo? ―Chris se separó de la barra de la cocina donde había estado apoyado―. Sin ofender, Arly, estoy encantado de tenerte aquí ―añadió dedicándole una cálida sonrisa a la rubia.

―Está todo bien. Ya sabes que Henrik Collingwood es un buen amigo, él y su mujer tienen que salir del país durante una temporada por temas de trabajo. Yo solo le estoy devolviendo un favor ―comentó con rapidez Anthony―. Hablaremos en la sede esta tarde.

Chris asintió entendiendo la intención de su padre de no comentar el asunto con los más jóvenes delante.

»Harry y Teddy están en New York resolviendo un asunto, estarán de vuelta mañana ―añadió el señor Blanchard al percatarse de la expresión de preocupación de Albus, que asintió aliviado al escucharlo.

Los hermanos Potter estaban acostumbrados a que su familia recibiese alguna que otra amenaza de vez en cuando, no sucedía a menudo, pero eso no impedía que una sensación de angustia los atenazase cuando pasaban un tiempo sin saber de los suyos.

Anthony no tardó en despedirse y dejar la mansión junto con Killiam, Ron y Chris para volver a la sede de Blanchard's Security.

Mientras los chicos terminaban de desayunar, Liber subió a su dormitorio con Agatha, Rose y Dominique para ayudar a Arlette a instalarse. Una empleada de la casa ya había ampliado la estancia mediante magia y había dejado una cama extra y un armario de tamaño más que considerable para la ropa de la recién llegada.

―¿Tu padre es político, verdad? ―preguntó Agatha mientras Liber se duchaba y ella y las demás ayudaban a Arlette a deshacer sus maletas―. Me suena el nombre Henrik Collingwood de El Profeta, ¿de qué conoce al señor Blanchard?

―Mi padre nació y se crio aquí con el padre de Liber, se fueron juntos a estudiar a New York, Anthony a la Academia de aurores y mi padre a la Escuela Superior de Leyes Mágicas. Luego volvió un tiempo, hasta ayudó en la formación del Consejo y la firma del tratado ―explicó Arlette―. Pero después de eso se marchó otra vez a New York, y allí conoció a mi madre.

―Y desde entonces es el representante más importante de los ideales de Emerald fuera de nuestras fronteras ―intervino Liber, saliendo del baño secándose el pelo con una toalla―. Henrik está trabajando mucho para expandir este modelo de comunidad fuera del condado de Los Angeles.

Dominique arqueó las cejas al oír eso.

―No me digas ―comentó con sonsonete sarcástico antes de dejar la blusa que sujetaba encima de la cama y clavarle a Arlette su mejor mirada de perra orgullosa―. Verás, normalmente considero a las amigas de Liber mis amigas, y no quiero que seas la excepción, de hecho, me caes bien, pero...

―¿Dom? ―Rose la miró con el ceño fruncido. Los cambios de actitud repentinos eran habituales en su prima, pero esta vez no pillaba a qué venía.

La semiveela alzó la mano pidiéndole a sus amigas que no la interrumpiesen.

―Pero no me trago lo de que tus padres "han tenido que salir del país por temas de trabajo". Sé que ocultas algo ―continuó sin despegar los ojos de Arlette―. Aquí hay gato encerrado y quiero saber en dónde lo escondes ―Terminó cruzándose de brazos.

Agatha se adelantó hasta posar una mano en el hombro de su amiga.

―A lo mejor es algo personal, Dom ―dijo en tono sosegado. Era consciente de que la bomba Dominique estaba en marcha, y no se desactivaría hasta conseguir lo que se había propuesto, lo único que podía hacer era minimizar la explosión.

―Y un cuerno "personal" ―Negó la semiveela―. En esta habitación no hay secretos, y punto.

En lugar de asustarse o enfadarse, Arlette esbozó una sonrisa divertida. Le gustaba la actitud de esa chica, tenía agallas y sabía lo qué quería.

―No exageraste sobre tus amigas ―dijo mirando a Liber―. Son tan especiales como decías.

La aludida esbozó una pequeña sonrisa de disculpa y se encogió de hombros.

»Yo no tengo problema en contaros lo qué pasó, pero no puede salir de aquí, le prometí a tu padre y al mío que no se lo diría a nadie aún ―volvió a hablar Arlette.

―Saben guardar un secreto, puedes confiar en ellas ―contestó Liber completamente segura.

―De acuerdo ―Arlette asintió―. Hace una semana secuestraron a mi madre.

Liber se llevó una mano a la boca conteniendo un grito.

»Tranquila, ya está a salvo con mi padre ―se apresuró a decir Arlette―. Apenas duró unas horas. Un desconocido tomó su coche por la fuerza, pero nuestro chófer, Thomas, era un auror encubierto de Blanchard's Security.

―¿Era? ―Agatha enarcó una ceja.

―Mi madre es muggle, no puede defenderse, Thomas la escoltaba desde hace años ―aclaró la neoyorkina―. Él le hizo un encantamiento protector y luego trató de recuperar el control del coche, pero, al parecer en el forcejeo, el asaltante lo estrelló. Cuando llegó el equipo de aurores Thom estaba muerto, y el que le hizo eso había desaparecido. A mi madre, por suerte, no le pasó nada gracias al hechizo.

―Lo siento, Arly ―Liber se sentó junto a su amiga y le pasó un brazo por los hombros―. No sabía nada.

La aludida dejó escapar un suspiro.

―Esa misma noche tu padre vino a vernos, y por lo poco que pude escuchar, el atentado contra mi madre no fue un incidente aislado ―murmuró―. Mis padres decidieron que lo mejor era salir del país hasta que averiguaran quién iba tras ellos, y mientras tanto enviarme a mí a Emerald para que estuviera protegida y no perdiera un curso completo.

―Tomaron una buena decisión ―dijo Rose―. Hay pocos sitios tan seguros como este.

―No estoy tan segura ―señaló Dominique.

―El numerito de antes no era gratuito, ¿verdad? ―aventuró Agatha.

La semiveela asintió:

―Robert McClain se marchó temprano de la fiesta anoche, Taylor me contó que seguía preocupado por su padre, porque lo atacaron hace un par de semanas ―explicó, y luego miró a Arlette―. Por eso cuando Anthony comentó lo de tus padres tuve una corazonada.

―No dejas de sorprenderme, Dom ―dijo Rose―. La madre de Robert está en el Consejo, ¿no?

Liber afirmó.

»Y el padre de Arlette ayudó a formarlo ―continuó Rose.

―¿Creéis que alguien va tras los miembros del Consejo? ―Arlette arqueó las cejas.

―Bueno, dicen que dos son casualidad ―Agatha se encogió de hombros―. Tres son un patrón.

―Puede que ya haya sucedido la tercera ―Liber se mordió el labio―. Hace un par de días nuestro avión se estrelló, Lennon casi no lo cuenta. Dijeron que fue un accidente, pero ya no sé qué creer.

―Ya tenemos nuestro patrón ―Rose se dejó caer en la cama, cansada. Todavía sentía la cabeza como un saco de boxeo―. Ya me parecía que fue demasiado fácil convencer a nuestros padres para que nos dejaran venir.

―¿Qué quieres decir? ―quiso saber Arlette.

―Que Harry y Ron no vinieron para hacer de niñeras ―contestó Liber con un suspiro―. Mi padre debió de pedirles ayuda.

―Nos están ocultando más de lo que parece ―afirmó Dominique.

―Probablemente quieran evitar que cunda el pánico entre la comunidad ―dijo Agatha―. Además, es más fácil atrapar a alguien si no sabe que lo están buscando.

―¿Deberíamos hacer algo? ―Liber miró a sus amigas.

Rose negó con la cabeza:

―No creo, los adultos saben lo que hacen, tu padre es un gran auror, y Harry y mi padre se han enfrentado a cosas peores ―contestó―. Se lo podemos comentar a los chicos para que estén alerta, pero no me parece conveniente que nos inmiscuyamos.

Las demás asintieron en respuesta.

―¿Puedo hacer una observación? ―Dominique se puso en pie, sacando a las cuatro chicas del estado de semi trance en el que habían entrado―. Decidme que no soy la única que se ha fijado en lo bueno que estaba ese auror que vino antes con Anthony y Arlette.

Fue inevitable, las cuatro rompieron a reír.

―En un minuto, destapas toda una conspiración tú solita y, al siguiente, ya estás pensando en tíos buenos ―Agatha enarcó una ceja―. ¿Cómo lo haces?

La aludida le guiñó un ojo:

―Talento natural, cariño.

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