12- Peter & Mason
El transcurso del sueño a la vigilia es breve; científicamente está demostrado que no abarca más de unos segundos, los justos para que el cerebro pierda las conexiones establecidas en el último sueño y se reacomode en la realidad inmediata. No obstante, desde una perspectiva subjetiva, esos segundos pueden hacerse eternos; sobre todo cuando el sujeto en cuestión despierta en un espacio desconocido.
Más o menos, ese sentimiento de desconcierto fue el preponderante en el cerebro de Zoey Queen la mañana posterior a la fiesta.
No se asustó, no era la primera vez que vivía una situación semejante, sabía que solo debía esperar un poco. Sentirse algo desorientada no era el fin del mundo; además, el brazo masculino que le rodeaba la cintura era un indicio de la buena noche que había pasado...
Giró la cabeza hacia su acompañante, esperando poder despertar a Ryan con un beso de buenos días. Pero no vio el cabello dorado del capitán, sino una mata de pelo desordenada y castaña.
-¡Mierda! -La rubia se incorporó de golpe, provocando que el chico a su lado despertase repentinamente, pegando un sobresalto que terminó con él en el suelo de la habitación.
-¡¿Qué pasa?! -El chico se levantó, medio enredado entre las sábanas.
-¿Cómo que qué pasa? -Zoey ya se había puesto en pie. No tardó en localizar su sujetador y colocárselo a la velocidad de la luz. Reconoció la estancia: todavía estaba en la casa de la playa de su mejor amiga-. ¿Qué hacías conmigo en la cama, Scamander?
Lorcan se volvió a tirar en el colchón. Los restos del alcohol en su sistema ya comenzaban a traducirse en los efectos de una buena resaca. Se sentía mareado, pero nunca amilanado.
-Si quieres te lo explico, pero es una historia larga -Sonrió, sin dejar de mirar como la rubia se vestía-. Verás, a los niños no los trae la cigüeña desde París...
-¡No me mires! -Ella le lanzó un cojín a la cara.
-No voy a ver nada que no haya visto anoche -Él se encogió de hombros divertido.
Zoey bufó. Los recuerdos de la fiesta ya comenzaban a volverse nítidos. En algún momento después de la actuación de Liber y las inglesas, ella y Lorcan habían vuelto a encontrarse y, esa vez, Emma no había estado cerca para evitar que la capitana de las animadoras y el gemelo, ambos sometidos a una considerable embriaguez, diesen rienda suelta a su mutua "no atracción" en uno de los dormitorios de la casa.
-¡Qué haces ahí tirado!, tienes que irte -Zoey le dedicó una mirada de aprehensión al chico. No sabía si Ryan o alguno de los invitados seguían por la casa. Emma y Peter le guardarían el secreto, pero si cualquier otro alumno del ECA veía a Lorcan entre sus sábanas el rumor no tardaría en difundirse...
-Oh vamos, no me digas que no lo pasaste bien anoche.
-Igual de bien que lo habría pasado con cualquier otro -La rubia se encogió de hombros, se agachó y le lanzó al inglés su pantalón-. Vístete.
Lorcan puso los ojos en blanco, pero hizo caso a la chica.
Apenas se acababa de pasar la camiseta por la cabeza cuando la puerta se abrió de golpe, dando paso a Peter Delaney, quien los miró a los dos con cara de resignación:
-Tus zapatos estaban en el pasillo, Zy -El chico los dejó junto a su amiga sin estirar en ningún momento la expresión arrugada de su frente. Se giró luego hacia el inglés-. Sobra decir que lo que ha pasado aquí no sale de estás cuatro paredes, ¿estamos?
Lorcan alzó las manos al frente en señal de paz. Tampoco a él le interesaba airear todavía su primer devaneo en Malibú. Peter asintió satisfecho.
-Te veo en el entrenamiento del lunes entonces.
-Hasta el lunes, supongo -respondió Lorcan-. Nos vemos, Queen -se despidió con una sonrisa divertida antes de cerrar la puerta tras de sí.
Peter no esperó a que el chico desapareciese para encarar a su amiga. No tuvo que decir nada, Zoey conocía de sobra su mirada de reprimenda.
-No es para tanto -se excusó la chica acercándose al espejo para empezar a recogerse el pelo en una coleta alta.
-Me he pasado la mitad de la noche distrayendo a Ryan para que no se le ocurriera subir -Peter se dejó caer en la cama, exasperado-. Emma ha terminado llevándoselo a casa con la excusa de que no se encontraba bien...
-Yo no os he pedido que vengáis a rescatarme -Zoey se dio la vuelta de golpe-. Puedo arreglármelas sola.
-No seas egoísta, Zy, no solo te afecta a ti -Peter rodó los ojos acostumbrado a la actitud caprichosa de su mejor amiga.
-Claro que sí. Es mi problema con quién me acuesto. Además, Ryan tampoco es un santo, sé perfectamente cómo se las gasta cuando sale de Malibú.
Peter dejó escapar un suspiro. No tenía sentido discutir con Zoey.
-Intenta pensar en los demás solo un poco. No me gustaría tener que elegir entre mis mejores amigos -Se encaminó hacia la puerta-. Te espero en el coche, tus padres nos han invitado a comer, les he dicho que estabas en mi casa. No tardes.
La puerta se cerró al tiempo que Zoey soltaba un resoplido. Odiaba no tener la razón.
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-¿Quién te crees que eres? -Kendall Dawson arrancó el libro de las manos de su hermana menor.
Marlene pegó un pequeño sobresalto. Estaba acostumbrada a los arrebatos de Kendall, pero esta vez la había cogido completamente por sorpresa.
-¿Perdona? -Alzó la mirada desde el sofá del salón hasta la imponente figura de su hermana, quien todavía vestía el modelito de la noche anterior. No quiso ni preguntarse que pobre chico habría sido su víctima esa vez, ¿Derek Peterson?, ¿Nicholas Gallaher?... Realmente nunca le había interesado la vida sexual de su hermana mayor, aunque ella no desaprovechaba ocasión para recordársela.
Kendall enarcó una ceja:
-¡Cómo se te ocurre presentarte en la fiesta de Beverly!, ¿de repente te crees popular? Me has dejado en ridículo delante de mis amigas, ya es bastante agotador tener que fingir que no existes en el ECA.
La menor de las Dawson suspiró.
-Estoy segura de que mi presencia no ha afectado a tu popularidad Kendall -comenzó-. El equipo de vóley estaba invitado, y mis amigos insistieron en que fuera...
―¡Tus amigos! ―Kendall soltó una carcajada―. No me hagas reír, Marls, tú no tienes amigos.
Marlene agachó la cabeza, no quería seguir escuchando.
»Todo el mundo sabe que estás loca. Puede que antes tuvieras cierta popularidad, pero desde que te metieron en esa clínica para depresivos... ―bufó la mayor.
―Déjalo, por favor.
―¿Te imaginas lo que es ir por el campus escuchando todo el rato cuchicheos sobre la estabilidad mental de tu hermana? ―continuó quejándose Kendall―. No es justo que tus problemas de cordura me fastidien a mí, ¡tengo una imagen que mantener, y no puedo ser popular si me relacionan con la "loca" del instituto!
―Kendall, por favor, cállate ya ―volvió a susurrar Marlene.
―Tu novio murió, vale, pero la vida sigue. Asúmelo Marlene...
―Petríficus totalus ―La menor de las Dawson no fue capaz de contenerse, si hubiese seguido escuchando a su hermana se habría quebrado de nuevo. Volvió a guardar la varita en el bolsillo de su short y, sin mirar atrás, salió corriendo de la casa. El hechizo se desharía pronto, y Kendall no dudaría en vengarse. Tenía que salir de ahí cuanto antes.
Todavía con lágrimas en los ojos cogió el coche y condujo hasta la casa de Mason. Al llegar no se molestó en timbrar, tan solo entró en la bonita mansión, y subió hasta el cuarto de su mejor amigo.
―¡Marls! ―El chico dejó el mando de su videojuego en el suelo y corrió hasta ella―. ¿Qué ha pasado? ―Acarició el rostro lloroso de la bruja―. ¿Kendall otra vez?
Marlene asintió, dejándose caer en la alfombra de la habitación.
―Se enfadó porque fui a la fiesta de las Matthews. Volvió a llamarme loca, y luego mencionó a Lucas... Le lancé un petrificus totales.
―¿Fuiste a la fiesta? ―Mason frunció el ceño, extrañado―. La última vez que hablamos dijiste que no te apetecía.
―No iba a ir, pero Violet insistió... ―explicó Marlene. Al ver la expresión disgustada de su amigo, reculó:― No te enfades, ella quería animarme.
―Presionándote para que vayas a un sitio al que no te apetecía ir. No veo cómo te iba a ayudar eso ―Mason negó con la cabeza―. Lo siento, sé que es tu amiga, pero es que a veces Violet me supera, no sabe ponerse en tu piel. Solo piensa en lo que a ella le gusta, y los dos sabemos que no se perdería una fiesta en la que puede conseguir noticias para el periódico.
―Violet ve las cosas de un modo distinto, solo intentaba que yo pasara un buen rato.
El chico dejó escapar un suspiro de aceptación.
―Supongo que tienes razón. En fin, puede que sea demasiado desconfiado, pero no termino de entenderla ―Mason sonrió y sacudió la cabeza apartando ese asunto. Su incomprensión hacia Violet era un tema secundario, su amiga tenía problemas más graves―. ¿Qué vas a hacer con Kendall?, ella sí que está loca. No deberías volver a tu casa mientras no estén Valentine o tus padres.
Marlene asintió. Kendall podía no ser la persona más inteligente del mundo, pero en hacerle la vida imposible a los demás era una experta, a fin de cuentas, llevaba años a la sombra de Zoey Queen y Beverly Matthews, había aprendido de las mejores.
―¿Puedo quedarme aquí hasta que Valentine vuelva de San Francisco? ―preguntó.
La mayor de sus hermanas, a pesar de ser bastante pacífica, era la única capaz de imponer algo de autoridad sobre Kendall, quien respetaba a Valentine incluso más que a sus padres, puesto que estos apenas paraban por Malibú un par de veces al mes.
―Sabes que no tienes que preguntarlo ―Mason se puso en pie, y extendió una mano hacia su amiga para levantarla de la alfombra―. ¿Te apetece volar un rato? Ayer nos trajeron un par de escobas nuevas, son increíbles, dejan a las Nimbus 2016 al nivel de una Barredora.
A Marlene se le iluminaron los ojos, le encantaba volar, y nadie en Emerald tenía mejores escobas que la familia Handel. La madre de Mason era una famosa ex jugadora de quidditch, y aunque en América no era ni por asomo tan popular como lo había sido en Gran Bretaña, Wanda Handel se las había ingeniado para montar un boyante negocio de clases de vuelo, hasta tenía algunos clientes muggles.
―¿Qué haría yo sin ti? ―Marlene agarró la mano que su amigo le ofrecía para impulsarse hacia arriba.
―Sobrevivirías, Marls ―Mason le dirigió una mirada profunda, de esas que solo él era capaz de expresar―. Eres más fuerte de lo que piensas.
Marlene deseó creerlo.
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