4. La boca

La boca.

Liam casi siempre estaba en silencio, prefería callar y aceptar, en vez de hablar y luchar. Era más fácil, siempre lo es, es más fácil someterse que luchar, aceptar una nueva realidad que llegó de golpe — como un toro cuyos ojos son llenados de vaselina y su intimidad lastimada con agujas, desconcertado y listo para morir, y matar todo lo que se interponga en su camino — y adaptarse a la misma.

Cada vez que Liam abría la boca lo hacía por una sencilla razón: ya había analizado y sobre analizado cada sílaba que saldría de su hermosa, y rosada boca en forma de corazón — con un beso oculto en las comisuras —, todo, Liam lo pensaba todo; qué tono de voz usaría, qué diría primero, las posibles reacciones ante lo que dijera y demás; aquello era estresante, por eso Liam prefería la seguridad del silencio. Desde niño Liam siempre había sido comparado con una pieza de arte invaluable, quizás alguna pieza de cerámica o un muñeco de porcelana, el punto es que Liam solo debía imitar el propósito de dichos objetos; ser hermoso, nada más; una pieza decorativa que solo se queda en el medio de la habitación, con la cabeza gacha, ojos llenos de amor e inocencia juvenil y una sonrisa tímida en sus perfectos labios. A nadie le interesa saber qué piensa aquella obra de arte, solo la miran y admiran, aprecian su belleza y eso es suficiente. Liam era eso, solo una pieza decorativa, algo sin personalidad o mente propia para opinar, solo debe sonreír y asentir cuando se lo piden.

Una hermosa pieza decorativa hueca.

A veces Liam deseaba ser como esos chicos que salen en las revistas de Lauren o la televisión, esos chicos, "Los chicos cool" o "Los Alfas Dominantes", las mujeres siempre usan ese término como máximo ejemplo de perfección masculina: los chicos "Alfas Dominantes" son dioses en el sexo, tremendamente apuestos y con la polla del tamaño de una olla, capaz de dejar en silla de ruedas a su dama si lo desea; los chicos "Alfas Dominantes" son perfectos, ignoran a su chica con cierta frecuencia para mantener viva la braza del romance, son dominantes, celosos y posesivos en todo el sentido de la palabra; se lanzan a los golpes hacía cualquier otro individuo masculino por solo respirar el mismo aire que su amada, al principio la tratan como la mayor escoria del universo, pero como tiene un pasado que lo justifica ella solo tiene que entenderlo y aceptarlo, luego él será todo lo que una mujer sueña. Un chico "Alfa Dominante" es millonario o como mínimo tiene cientos de miles en su cuenta bancaria e invierte millones o billones en complacer a su pareja, quizás ropa de marca y joyas costosas, tal vez viajes a lugares exóticos como alguna isla paradisíaca o Narnia, el chico perfecto es musculoso, con el cuerpo tallado por los ángeles, generalmente tiene tatuajes y una o más perforaciones, pero sobre todo; un chico "Alfa Dominante" sabe perfectamente qué decir para tener a su mujer a sus pies. Con solo un beso la puede derretir y cada vez que abre la boca es para bendecir a la humanidad con sus ocurrencias. El hombre perfecto.

Liam no abría la boca más allá para ofrecer sexo oral con cierta frecuencia o para gemir el nombre que le pidieran gemir. Callado, sumiso, sumiso, callado. Así debía hacer, así siempre fue y así siempre sería. Liam ya lo había aceptado, entonces...¿Por qué no lo haces tú también?
Los únicos sonidos que Liam podía emitir sin tener que sobreanalizar las cosas o temer por su vida o reacción de las personas a su alrededor eran los gemidos que religiosamente debía emitir incluso tres veces al día. Incluso sino sentía placer debía fingir que sí y gemir.

Cabello negro, un ojo azul, un ojo verde, piel sonrosada que se vuelve blanquecina en invierno, mejillas rosadas, un cuerpo bien dotado y entrenado, unos labios más que besables y una mirada de inocencia. En apariencia Liam SÍ era el hombre perfecto, pero mentalmente...Liam se imaginaba que ninguna mujer podría amarlo, después de todo ¿Quién amaría a alguien como él? Por eso el atormentado joven se resignaba, permanecía callado debajo del telón, en el foco de los espectadores, como una atracción principal, una obra de arte sin mente o personalidad cuya única existencia se resumía en su belleza, belleza que claramente no sería eterna y cuando el tiempo besara su piel sería simplemente reemplazado con alguien más joven, hermoso, sumiso y callado, él no era una obra de arte, aunque no lo trataran como tal era una persona, el arte es eterno, él no y deseaba pronto ser consumido por las insulsas llamas de la vejez para ser desechado, y poder descansar del tormentoso silencio que vigorosamente debía mantener. El silencio podía llegar a ser un gran amigo y eso Liam lo aprendió, y comprendió hace mucho, muchísimo tiempo.

Liam miró el reloj colgando sobre el espejo de cuerpo completo de marco dorado y flores plateadas, no sabía leer las manecillas, ni siquiera sabía qué significaban esos extraños símbolos que eran señalados por delgadas y tambaleantes flechas, pero a juzgar por el tono celeste que el cielo comenzaba a tomar faltaba una hora para el amanecer. Rendido se lanzó a la cama, no planeaba dormir, ya había perdido demasiado tiempo de sueño y una hora de descanso no valía la pena, al menos no para él. Liam acarició el suave cobertor de lana en su cama, el muchacho no quería pensar, solo esperar a que la ciudad diurna despertara, por eso se dedicó a distraerse mirando el cielo pintado en el techo de su habitación, su madre, Marianne lo mandó a pintar especialmente para él, toda su habitación era así: las paredes simulaban el bosque, el suelo el mar y el techo el cielo, cuya mitad era de un brillante y claro día, mientras que la otra mitad reflejaba el firmamento chispeado de luces brillantes y satélites naturales. 

Cualquiera pensaría que era un adorable regalo de una madre para su hijo, pero Liam sabía la verdad, lo supo desde el momento en el que se dio cuenta de que las inmaculadas paredes blancas de las habitaciones de sus hermanas no fueron pintadas, lo supo desde ese momento. Fue...casi como un pensamiento espontaneó, algo que él sabía, lo sabía bien pero el mero hecho de saberlo era tan devastador que prefirió ocultar dicho conocimiento en lo profundo de su mente, en una caja fuerte con seguro y luego la lanzó a las profundidades del mar de la memoria.

— Liam es hora de levantarse...¡Oh! ¡Ya estás despierto! — Marianne entro por completo en la habitación luciendo su pijama de seda blanca —. Mi niño obediente, me alegra que estés tan entusiasmado por el partido de tu hermana — Liam se enderezo sorprendido.

— ¿Qué acabas de decir?

— Sí, imagino que debes estar emocionado por salir después de tantos meses aquí solo, ¿Verdad? — Marianne tomó la mano de Liam y jugó con las puntas rojas de los dedos del muchacho —. Hable con tu padre y aceptó dejarte salir por hoy, ¡Pero sólo después del partido de Ariam! — Liam dio un salto de alegría y corrió a su armario, buscando algunas prendas cálidas para alistarse e irse, extrañaba salir sin tener a los hombres de su amo respirándole en la nuca.

— ¡Gracias, madre, gracias! — Liam dejó caer las chaquetas que tenía en brazos para besar las manos de Marianne.

— Cualquier cosa por mi Príncipe — Marianne le dio un beso en la frente a Liam y se alejó lentamente —. Estaremos listos en 20 minutos, te esperamos en el auto.

Marianne salió de la habitación. Liam dio varios saltos de felicidad y volvió a buscar alguna prenda para poder salir, quería lucir bien, hermoso, perfecto, más de lo normal. Quería dar una buena impresión. 

Liam sabía lo que pensaban las personas del pueblo de él: el misterioso hijo menor del gran Edgar Al Bhatt, el chico que solo dejaban salir tres veces al año o incluso menos, al chico de ojos distintos que solo lo veían en la clásica fiesta de navidad; era una ocasión importante, una que Liam no iba a desaprovechar. Bastante feliz se colocó un suéter de color azul marino de cuello de tortuga y cuyas mangas cubrían todo perfectamente, Liam no podía dejar que le vieran la piel, no los demás. Cuando ya había terminado de escoger el resto de su vestimenta — unos pantalones negros y unas botas militares — se dirigió a la puerta de su habitación, la cerró con seguro y colocó una silla trabando la puerta por dentro, luego entró en el baño, también puso seguro en la puerta del baño y la bloqueo con una silla, pero, justo cuando lo hizo se dio cuenta de que quizás eso sería un error, sin pensarlo mucho y anhelando salir al exterior Liam regresó por sus pasos, quitó las sillas y los cerrojos de ambas puertas, a pesar de que sabía que esos cerrojos eran mera decoración y no funcionaban para librarlo de las garras de su dueño el muchacho aún se aferraba a la idea de que realmente lo podían mantener a salvo, cuando terminó volvió al baño, se desnudo y entró bajo el agua tibia, casi al instante escuchó el sonido de la puerta abriéndose, Liam apretó los ojos y empezó a temblar, intento disimularlo tomando el jabón con olor a fresa que su padre le había regalado, pero no pudo evitar el llanto cuando escuchó la puerta del baño abrirse. Liam respiro hondo y dejo que el agua tibia se llevara sus lágrimas, no debía preocuparse, sin contenerse el joven efebo soltó una pequeña carcajada por sus burdas preocupaciones, aún asi no pudo evitar erizarse al sentir esas manos que conocía tan bien en su piel.

— ¿Te ayudo? — susurro esa gruesa voz en el oído de Liam.

Liam no dijo nada, solo cerro los ojos y dejo que él hiciera lo que quisiera. No es como si tuviera otra opción.

El muchacho había tenido la tonta ilusión de ser el primero en llegar al auto, por eso su madre dijo que lo esperaba, ella sabía que eso iba a suceder. Al salir del baño cojeando Liam tuvo que tomarse un momento para respirar y limpiarse las lágrimas, se envolvió en la cálida bata de baño blanca y se dejó caer de espaldas a la cama, a pesar de acabar de bañarse se sentía sucio, inmundo, su amo solo termino de vestirse y le dio un breve beso en el muslo derecho, y se fue sin decir nada. Liam respiro, solo respiro, pero sentía que el aire no le llegaba a los pulmones, se sentía ahogado, asfixiado, no podía respirar, una carcajada muy sonora se emitió de la boca de Liam, no lo medito, no lo pensó, solo salió, Liam no pensó en las consecuencias, ¿Cómo podía pensarlo cuando el dolor de sus caderas era tan grande que apenas podía respirar? Con mucha dificultad Liam se puso de pie y se vistió, lo hizo con cuidado, lentamente, le dolía el cuerpo, mucho, tanto que considero seriamente no ir y quedarse en cama descansando. Un segundo...¿Para eso lo había hecho? ¿Para que él no saliera? Usualmente su amo no era tan brusco, entonces, ¿Por qué...? 

Pronto termino de colocarse el suéter y una chaqueta, no importaba el dolor, Liam sentía que tenía que salir. Cojeando bajo las escaleras y subió al auto, para su sorpresa no era el último como lo había pensado, su padre lo miró y negó con la cabeza cubriéndose la boca, Marianne estaba concentrada en colocar a Heaven y Allyra en sus asientos de bebé, aunque la pequeña niña no dejaba de dar patadas al mejor estilo de un ninja, pero no había rastros de Lauren.

— ¡No quiero! — gritó Ally dándole una patada en la quijada a Marianne.

— ¡Ya no más! — Marianne se dejó caer en el asiento al lado de la niña y le dedicó a Liam una mirada de suplica —. Por favor...

Liam no dejó a su madre terminará la frase cuando sus manos estaban ajustando los cinturones del asiento de Ally, para el disgusto de Marianne la niña se quedó quieta y empezó a jugar con el cabello de Liam, Ally no puso resistencia, ni siquiera grito o lloró, solo se limitó a tomar entre sus pequeñas manos los cabellos ondulados del muchacho, con una sorprendente delicadeza para su edad. Cuando Liam termino de ajustarle los cinturones se enderezó y peino el cabello rubio de la pequeña con sus manos.

— ¡Beso! ¡Beso! — pidió Ally alzando sus regordetas manos. 

Liam le dio un pequeño beso en cada mejilla y en la frente, luego hizo lo mismo con Heaven, pero el pequeño bebé estaba en el quinto sueño del día.
Unos minutos más tarde Edgar que ya parecía muy enojado tocó la bocina tres veces.

— ¡Lauren Ayse Al Bhatt! ¡O VIENES AHORA O TE QUEDAS! — segundos después Lauren apareció por la puerta principal, con un gesto de asco impreso en su rostro.

Liam sintió un vuelco en el pecho cuando vio el abrigo de piel de conejo que Lauren llevaba. Sabía que su hermana era extravagante, por algo siempre llevaba esos audífonos de diadema plateados con púas y orejas de gato, pero nunca pensó verla portando la piel de unos inocentes animales. De repente los deseos de vomitar abarcaron la totalidad de su pequeño y maltratado cuerpo, el muchacho se cubrió la boca y cerró los ojos conteniendo las arcadas, al abrirlos el abrigo esponjoso y extravagante de piel de conejo ahora era un abrigo de piel humana, Liam volvió a parpadear y nuevamente era el esponjoso pelaje lo que cubría la piel de Lauren. La muchacha caminó con su bolso de marca en alto y entró en el auto, cruzando sus piernas una sobre otra. Liam se aseguró en poner distancia entre él y el abrigo de su hermana, pensaba que si lo rozaba el abrigo le absorbería la piel y lo dejaría despellejado, con la carne expuesta.

— ¿Enserio vas a salir así? — Lauren alzó una ceja a penas si perceptible en medio de su flequillo, el cual era igual al de su madre, Marianne.

— Tengo el abrigo, es suficiente.

Edgar refunfuñó algo sobre "la juventud de hoy en día" y volvió su vista al frente, comenzando a conducir.

— Bien.

Lauren llevaba una camisa negra de manga larga y hombros descubiertos, con un corset apretando peligrosamente sus costillas, un short de jean que le llegaba más arriba de los muslos, unas pantimedias negras y unas botas de tacón. Lo único medianamente abrigador que la chica llevaba era el abrigo de piel.

Al llegar el partido ya había comenzado y la familia se había perdido los primeros 30 minutos, aún asi intentaron disimular su llegada, pero al ser personas tan importantes y tener sus asientos reservados en una zona especial todos los observaron, en especial después de que el narrador del partido les diera la bienvenida.

— Y un especial saludo a la familia Al Bhatt, sobre todo al señor Edgar quien es nuestro patrocinador este año — Edgar le dedicó una mirada asesina al narrador y salto en su asiento.

Lauren se dedico a escuchar música en sus audífonos y Marianne trataba de calmar a ambos bebés que lloraban o gritaban por cualquier sonido, y al estar en un estadio que estaba lleno por todo el pueblo el sonido era demasiado fuerte.

Ariam se deslizaba con suma facilidad sobre el hielo, en momentos dando movimientos suaves y ligeros, casi parecía que estuviera en una competencia de patinaje artístico, pero toda su delicadeza desaparecía cuando veía el disco, Ariam clavaba con fuerza su palo de hockey contra el hielo, su rudeza y salvajismo asustaban a sus rivales que lejos de intentar quitarle el disco le cedían el paso, a lo mejor dicho comportamiento se debía a que en el último partido Ariam le había roto la pierna a una chica del equipo rival cuando intentó quitarle el disco.

— ¡Esa es mi hija! ¡Mi hija es una campeona! — gritaba Edgar orgulloso con cada gol que anotaba Ariam, al tercer gol Edgar se quitó la chaqueta revelando una camiseta que decía "Ariam, La Fiera Sobre Hielo" — ¡Esa es mi hija, malditos, esa es mi hija! ¡El equipo es dinamita gracias a mi hija! ¡Esa es mi niña!

Liam aplaudía feliz, pero notaba que Ariam no lo estaba, la veía apretar los dientes y maldecir cada vez que ninguna chica intentaba detenerla, y apretaba el palo con tanta fuerza que parecía que lo iba a destrozar.
Los ojos de Liam se apartaron de Ariam cuando vio una delgada figura pelirroja sentarse unos puestos debajo de él, supo que era del internado de La Benevolente por el uniforme: un overol de falda gris y una camisa verde; junto a ella estaban más chicas con el mismo uniforme, pero Liam no podía apartar los ojos de tan bella joven y cuando lo hizo — producto de los gritos de miedo de la multitud — se encontró con la mirada furiosa de Ariam que sostenía la mitad rota de su palo de hockey, la otra mitad estaba rota sobre la cabeza a una compañera de equipo, la cual estaba en el suelo, inconsciente.

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