31. Después del error


Newfane puede parecer un hermoso lugar para vivir, con bosques a su alrededor y una comunidad bastante acogedora, cualquiera vería ese tranquilo lugar como un pequeño paraíso, desde antes de ser un pueblo Newfane ya tenía su fama de ser un paraíso en la tierra: en las décadas anteriores era un enorme parque de diversiones, lleno de alegría y hermosos recuerdos para todos, lamentablemente las conquistas del imperio Varela provocó una crisis económica en el país, tanto así que se tuvo que cerrar el parque y un grupo de casas se construyó sobre el, todo con tal de no desperdiciar el terreno. Y así nació Newfane.

Un lugar perfecto, con personas perfectas, un lugar donde Edgar era el rey.

Un rey con una serie de bastardos a los cuales llamaba hijos, pero sin duda alguna su peor enemigo siempre serían aquellos vástagos, en especial Ariam y el otro, tanto era la peligrosidad de sus niños que había tenido que entregar a Ariam a dos de sus colegas y fieles amigos que se encargarían de ella, dejándola encerrada en el baúl de un auto abandonado en la quinta porra con la esperanza de que muriera por inanición, pero aún tenía a un problema:  el otro Liam.
Constantemente pensaba en él, en qué uso darle, pensaba en usarlo como testigo, quizás, como Lala, también como productor como Ariam, pero era demasiado peligroso, incluso considero utilizarlo para deshacerse de Lorie, pero al final de cuentas decidió darle un mejor uso, uno incluso mejor que Grimore podía darle, justo debajo del pueblo. Tener a Liam dormido lo destruía y los cambios de personalidad del otro Liam lo volvían loco, prefería al Liam dulce e indefenso, completamente débil ante sus deseos, pero al parecer el Liam fuerte y sádico era la personalidad predominante en aquellos tiempos. A veces se preguntaba si ese chico había sido honesto con él alguna vez o siempre estuvo fingiendo.

Así que sin más opción y con la creciente posibilidad de acabar por morir en manos de su propio hijo decidió enviarlo a un manicomio en el momento en que su verdadera locura salió a la luz, siempre lo mantuvo lejos de sus hermanos, en un departamento en una ciudad a unos cuantos días de distancia, todo para poder disfrutar del sadismo que ambos compartían, pero con el tiempo diversos factores se juntaron y acabaron por provocar la inminente rebeldía de su hijo, negándose a obedecerlo ciegamente como cualquier hijo debería hacerlo. Por eso el manicomio era muchísimo mejor. Edgar sabía que sus métodos de crianza eran espantosos, pero siempre disfruto demasiado de jugar con sus vástagos, a veces de formas demasiado retorcidas, pero debía admitir que amaba a esos chicos con cada maldita célula de su cuerpo, tanto que esperaba poder mantenerlos por siempre a su lado, aunque a veces pareciera malo, ciertamente haría arder en fuego a cualquiera que le hiciera daño a sus pequeños bastardos, incluso si significaba hacer a sus bastardos arder con tal de mantener a su dulce ángel durmiente a salvo.

Edgar se retorció en su cama, con un vaso de whisky en sus manos, mientras leía con súbita atención el diario biodegradable en sus manos, otra persona desaparecida en el pueblo, Edgar sonrió, el negocio seguía prosperando. En momentos así Edgar extrañaba la calidez del cuerpo de Marianne a su lado, pero ahora estaba solo, sumido en sus pensamientos, en aquel momento de forma involuntaria empezó a pensar en Liam, no sabía el porqué pero estaba pensando mucho en él, lo cual inevitablemente lo hacía pensar en el otro, quizás debería traerlo de vuelta del manicomio, sí, quizás era eso, lo extrañaba. Pese a sus malos tratos hacia el chico, Edgar lo adoraba, tanto que mataría por él, de hecho, Edgar ya había matado por él; sucedió un sábado por la noche, justo antes del partido de béisbol del día siguiente, el otro se acercó a su habitación, luciendo pálido y asustado, para ese entonces ni tendría más de 5 años.

Edgar lo observó indiferente, mientras se dedicaba a pulir su arma, el niño se acercó a él y colocando su cabeza en las piernas de Edgar empezó a sollozar, "¿Sucede algo?" Pregunto Edgar sin prestarle atención demás, lo que pasó a continuación fue algo que le hizo a Edgar jurar que ninguno de sus hijos sería una oveja, una que sería devorada por lobos, no, está vez las ovejas comerían a los lobos. Aunque debía admitir que se estaba impacientando, incluso algo decepcionado, el otro nunca despertó demasiado interés en él, no como Liam, el otro era un +1 no deseado, podría vivir fácilmente sin él, no podía esperar para que cumpliera 21 y sacarlo de su casa, pero Edgar aprendió a tolerarlo, todo por el bien de Liam.

<<— ¡Pero papá él... él!

— ¿"Él" qué? Habla de una vez, sabes que odió los balbuceos.

—  Él me tocó.

Lo siguiente que sucedió fue algo que marcó para siempre la vida de Liam, le dió una lección muy importante: jamás esperes que alguien luche tus guerras, porque nunca sabes si realmente está de tú lado.

— Debiste haberlo provocado, con esa carita de perra que tienes.>>

Edgar fue el día siguiente al partido de aquel entrenado y sin pensarlo dos veces le lleno la cabeza de balas, enfrente de una multitud que no pudo hacer nada y jamás olvidarían lo que sucedió, niños incluidos, pero como siempre guardaron el secreto, habían aprendido por las malas a callar. Ahora Edgar vivía con la pesadilla de retomar aquella libertad y con pensamientos nada buenos al respecto de su hermoso hijo dormido, un psicólogo le había dicho que posiblemente se debía a la increíble similitud mental entre Liam  y Marianne, que tal vez su cerebro únicamente estuviera buscando consuelo en aquella persona más similar a su difunta esposa, pesé a que pronto debía reemplazar la figura femenina de Marianne no era tan fácil como lo hubiera pensado. Las noches eran interminables y ahora debía hacer unos cuantos planes, para mantener el equilibrio de su familia y comunidad, para su fortuna un policía corrupto, acusado de abuso infantil acababa de llegar a Newfane, por ello tendría un nuevo empleado pronto.

Edgar ya había considerado la idea de convertir a Analeigh en su segunda esposa, claro que ella nunca lo aceptaría, igual que Liam, todos los días Edgar iba a la habitación del chico y lo miraba por horas, esperando a que despertara, Edgar se lo había prometido, si despertaba no lo maltrataría más, pero enserio deseaba convertirlo en su esposo apenas despertara de ese sueño eterno. Necesitaba a una figura femenina que lo controlara, alguien que lo ayudara a cumplir su promesa, al menos hasta que Liam se rindiera y lo aceptara como pareja.

Tenía todo el tiempo del mundo, podría disfrutar de su libertad poco a poco, por ahora podía divertirse un poco con sus hijos, con Liam dormido y con Lauren en la casa, encerrada, pero estaba en la casa. Sin esperar más hizo una llamada al manicomio, pero rápidamente perdió el interés, ya tenía al Liam que quería en la mansión y no necesitaba de nadie más, de ningún otro Liam. Para alivio y gusto de Edgar la salud de Liam comenzaba a mejorar, parecía ser que en cualquier momento su adorado niño estaría de vuelta, sinceramente eso le alegró e hizo que su intimidad se pusiera dura. 

Edgar se sentó en su oficina, pensando en el cargamento que estaba por entregar la semana siguiente, en la sombría oficina Edgar se dio cuenta por primera vez de la forma de un hombre parado justo afuera del umbral de la puerta abierta de su oficina cuando miró el reloj para determinar exactamente qué tan avanzada la noche se había perdido en los juegos familiares y en las diversas órdenes de matanzas preparadas. El día había sido la típica tarifa de un líder de UML, en especial cuando era el rey de dicha dinastía el cual estaba desconsolado: tópicos sin sentido y simpatía ingravidez, palabras vacías de los corazones vacíos de las personas pagadas lo suficiente para fingir que les importaba, pero no lo suficiente para hacerlo de manera convincente. No se sabía exactamente cuánto tiempo había permanecido el hombre en silencio en la oscuridad del pasillo, pero Edgar recordó la primera sensación vaga de ser observado unos minutos antes. Todos menos el guardia de seguridad del turno de noche que se habían ido hacía horas, dándole un respiro en el que concentrarse y ponerse al día con el trabajo perdido, aunque su comité de seguridad seguía rodeando la mansión por lo tanto no debería haber podido entrar nadie a no ser que fuera uno de sus hijos.

Edgar se emocionó al pensar que era Jonathan quien traía a Ally para visitarlo, pero rápidamente esa idea se esfumó, ya que Jonathan no era tan alto y corpulento como la silueta lo mostraba.

— ¿Hola? — Edgar saludó vacilante al intruso, temiendo el inevitable enfrentamiento que iba a suceder, pero no temía por él, temía por Liam y por el bebé que permanecían dormidos, y conectados a cientos de tubos a unas cuantas habitaciones de distancia. Edgar sujeto el mango de una pistola que siempre estaba en el cajón derecho de su escritorio.

—  Buenas noches, señor — llegó la respuesta, fría y distante.

Con sus ojos aún intentando adaptarse al cambio drástico del brillo de su oficina al pasillo iluminado solo por la luz ambiental de la luna que se filtraba por ventanas colocadas esporádicamente, Edgar juzgó por la voz que era Liam, pero su hijo nunca hablaba de una forma tan fría, no estaba ese acento de melancolía que siempre tenía, además Liam yacía inconsciente en una cama, ¿acaso...acaso habría despertado? No, Liam no era tan alto, ni fornido. 

—  Entra — dictó Edgar apretando la pistola entre sus dedos, intentando saber quién era el dueño de aquella voz tan familiar — , he estado asegurándome de que el cargamento llegue sano y salvo, no puedo ver nada por ahí, así que vas a tener que entrar.

— Realmente no puedo quedarme — entonó la voz prácticamente haciendo un ronroneo con su gruesa voz ronca —, simplemente estoy de paso...

Edgar apretó el arma, ¿Desde cuanto la voz de Liam era tan gruesa? Definitivamente no era su hijo.

—  ¿Está aquí por las desapariciones?

Esa era una posibilidad. A lo mejor era un reportero ansioso por saber la verdad tras la serie de brutales asesinatos que habían azotado Newfane, de alguna forma ellos lo habían catalogado como el ataque de un animal grande, un coyote tal vez, pues las marcas de mordidas y la ausencia de algunos órganos o extremidades respaldaban aquella teoría.

Los ojos de Edgar habían comenzado a ajustarse y se puso incómodo. El desconocido todavía estaba oscuro y borroso, pero claramente llevaba un traje oscuro de calidad indeterminada. Otro minuto y estaría claro si se trataba de algún tipo de colega u otro detective husmeando después de la muerte de Marianne. Quienquiera que fuera, el traje lo traicionó por un extraño. El hombre no mostraba signos de irse, solo se mantuvo al lado de la puerta, entre la oscuridad, por lo que Edgar hizo de la siguiente misión de sus ojos determinar si tenía o no una de esas cintas de acceso  que todos debían que usar alrededor de la mansión, pero en ningún momento apartó el dedo del gatillo revelando las emociones de peligro que lo abarcaban.

— Soy un mensajero. Estoy aquí para entregar un paquete, uno que usted ha estado esperando por mucho tiempo, señor.

Edgar ladeó la cabeza, dudoso. ¿Un mensajero con un traje de tres piezas? Sus hombres deberían de traerle todo lo que se debía a correspondencia, Edgar no soportaba a los servidores públicos, además de que seguía sin entender cómo ese sujeto había llegado hasta él con un montón de hombres expertos en el arte de matar. El sujeto no llevaba ninguna insignia. Edgar no respondió, esperando que el extraño (¿Servidor de Grimore? ¿Testigo de Jehová?) Declarara sus asuntos y siguiera adelante antes de que le clavara un balazo en la frente.

—  Trabaja tantas horas. ¿No extraña a su familia, señor?

Un nudo se materializó en la garganta de Edgar, y él se sentó de golpe en su silla. Después de que la conmoción inicial desapareció, Edgar suavizó su postura, convenciéndose rápidamente de la naturaleza inocua de la pregunta. Aunque el extraño seguía en la oscuridad Edgar pudo sentir la sonrisa mórbida del hombre.

—  A mí pequeño hijo, Liam, sí, esta dormido y no despierta, pero dudo que Ariam, Lauren o Ally me extrañen, creo que harían una fiesta si algo me llegase a pasar. Acabo de pasar un tiempo de calidad con Lauren, pero...no parecía muy contenta, al contrario, parecía querer matarme — dijo Edgar recordando como gritaba su hija mientras la inseminaba. 

— Oh. Siento escuchar eso. Pero ...— el extraño se giró levemente como para irse, se detuvo y asomó la cabeza por primera vez dentro de la oficina — sus hijos ciertamente lo extrañan.

Las palabras rasparon como carámbanos a lo largo de la columna de Edgar, agarrando su cráneo con zarcillos tan fríos como la tumba. La cara desapareció de la vista tan rápido como apareció, la forma del hombre también, pero el rostro permaneció quemado en el cerebro de Edgar, y en los recovecos de su mente estaba muy consciente de que quedaría grabado allí hasta su muerte: Los ojos eran de un azul lechoso tan pálido. El resto de la cara era tan conocida que Edgar la reconocería entre miles de caras; la palidez nata que tenía desde su tierna infancia, el cabello negro atado en una coleta corta tras su cabeza, esa sonrisa perversa y la curvatura de las cejas que demostraban una malicia innegable, solo faltaban sus ojos...si fueran de distinto color Edgar se habría levantado y besado ese rostro hasta la saciedad, aún así había algo desagradablemente familiar en ellos, algo horrible que se vio incapaz de nombrar o explicar. La sangre se le heló en las venas al darse cuenta de tan mórbida verdad.

—  ¿Li...Liam?

Se preguntó aturdido al darse cuenta de que por alguna razón el manicomio había liberado a su hijo menos querido.



Los cristales de las luces traseras del auto finalmente colapsaron bajo las patadas de Ariam, la chica dejo caer sus piernas, con las palmas de sus pies llenos de cortes y con trozos del plástico que recubría el cristal, la chica jadeó adolorida sintiendo la sangre de sus pies filtrarse por el suelo del baúl, no sabía cuánto tiempo llevaba atrapada en dicho baúl, para ella parecían minutos, incluso segundos, todo era tan borroso y pesado. Estaba claro que su padre quería matarla, ¿por qué otro motivo la encerraría en uno de sus autos blindados, sin comida, agua y con una potente dosis de Valium para dejarla fuera de combate? Ni siquiera sentía el dolor de sus heridas con claridad, todavía estaba demasiado drogada, era como si estuviera ciega pero a la vez pudiera ver, sus ojos veían las imágenes frente a ella pero su cerebro no podía procesarlas. Estaba hambrienta y sedienta, la chica estilo sus brazos, tratando de incorporarse lo mejor que pudiera en el estrecho baúl, miró con atención sus extremidades, pero en realidad su mente no procesaba que aquello frente a sus ojos eran sus brazos, ella solo veía comida y bebida. Lentamente acercó su brazo izquierdo a su boca, cerca, más cerca, tan cerca que el embriagante olor de la sangre seca de sus dedos golpeo su rostro con la pasión de una bomba atómica, Ariam abrió su boca, las comisuras de sus mejillas crujieron debido a la resequedad que inundaba su cuerpo.

Lamer, desgarrar.

Desgarrar, lamer.

Ella no sentía nada, ni dolor, ni placer, solo sentía un hambre voraz que debía saciar, La punta de su lengua se clavó en la carne como una lombriz en la tierra, serpenteando a través de las venas y arterias, atrayendo cual tentáculo pequeños trozos de carne y piel. Sin saber por qué, Ariam se desplomó sobre el suelo del baúl, todo estaba demasiado rojo, rojo y extraño, aquella sensación era similar a que su cerebro estuviera siendo lavado con lejía a la vez que clavaban trozos de algodón entre sus aberturas, con sus ojos siendo cubiertos por cinta adhesiva, era como si no existiera, lo cual resultaba irónico ya que lo más probable es que ella no existiera realmente, al menos desde el punto de vista legal, sabía que su padre nunca había registrado a Liam, técnicamente Liam no existía, ¿por qué habría de ser diferente con ella?  Para Edgar no eran hijos, solo eran accesorios, algo que se esperaba de él, a veces Ariam se preguntaba si Edgar realmente deseaba ser padre o solo los tuvo para tachar un pendiente más de su lista.

— ¿No te parece extraño? — dijo una voz amortiguada, una voz que se escuchaba a la distancia.

Ariam abrió los ojos, escuchó con atención, intentando entender lo que pasaba.

— Sí, parece un auto caro, ya lleva aquí, ¿qué? ¿Unos dos días? ¿Tres tal vez? — hablo una segunda voz, esta vez más nítida y audible.

—  Sí, recuerda que cuando viajamos al doctor el auto ya estaba estacionado aquí, ¿habrá sucedido un accidente? — cuestionó una voz femenina. 

— Lo dudó,  el dueño de este auto debe tener mucho dinero, vamos Chris, ¡Con lo que valen estos autos podrías alimentar a un país en desarrollo!

— ¿Qué crees que haya pasado?

—  No sé, llamaré a la policía.

Usando todas las fuerzas que tenía Ariam estampo sus cortados pies contra el baúl en un sonora patada que provocó que el plástico terminara por atravesar su carne.

— ¿Qué ha sido eso? 

—  ¡Jackson, mirá! ¡La luz trasera esta rota y hay sangre!

— Llamaré a la policía de inmediato — la chica escuchó los sonidos de pisadas, antes de sentir unos dedos tocando su pie.

Ariam apartó sus pies y tomando toda la fuerza que su breve merienda le había proporcionado comenzó a girar sobre si misma, hasta dejarse caer pesadamente sobre el baúl, frente a la luz trasera rota.

— ¡Parece que es una niña! —  dijo la voz femenina —  ¡Jackson! ¡Se mueve! ¡Está viva! — la chica intentó retroceder en el momento en que la dueña de la voz metió su mano dentro del baúl, pero estaba tan débil que nada pudo hacer, para su desconcierto la mano de la mujer inspeccionó su mejilla, Ariam estuvo tentada a morderla, pero no quería que la abandonaran ahí para morir —. Tranquila, niña, ya va a venir la policía, estarás bien, ¿cual es tu nombre?

¿Nombre? ¿Qué era eso? ¿Acaso se comía? 

— No-nombre —  repitió Ariam sin entender qué significaba esa palabra.

—  Sí, tu nombre, ¿cuál es, princesa? 

— ¡Christine! ¡Aléjate de ahí! — dijo la voz masculina con un claro tono alterado — ¡Puede ser peligrosa!

— ¡Solo es una niña, Jackson! — los dedos de Christine se deslizaron por la piel húmeda y desgarrada de la muchacha, a través del hueco pudo notar que la chica tenía los ojos entrecerrados y llena de sangre, era claro que la pobre estaba muriendo —. Tranquila, princesa, todo va a estar bien.

Los dedos de Christine sobre su piel eran similares a pequeñas descargas eléctricas, la mujer acariciaba la mejilla de la chica, intentando mantenerla consciente, si ella cerraba los ojos era posible que nunca más los volviera a abrir.

— Mantén los ojos abiertos, niña, mantenlos abiertos — susurraba Christine, sus dedos bajaron hasta la boca de la chica, notando que seguía respirando, pero para su sorpresa la punta de su dedo corazón quedó atrapado entre los cristales blancos de calcio que eran los dientes de la chica — ¡Jackson, se está muriendo! — gritó aterrada, intentando disimular el dolor que la pérdida de la punta de su dedo le causaba, con disimulo ocultó su mano detrás de su vestido, haciendo presión en su herida, sabía que su marido era capaz de dejar a la niña ahí para morir, pero Christine pensaba que la chica solo intentaba defenderse, solo Dios sabía quién era el causante de sus brutales heridas, a lo mejor y la pequeña solo la mordió intentando defenderse, aunque cuando bajó su cabeza para mirarla a través del agujero notó que la punta de su dedo no estaba por ninguna parte.

Las sirenas policiacas, los aullidos de la ambulancia y el rugir de los motores del ejército hicieron a Christine retroceder hasta llegar al lado de su esposo, los militares tomaron a la pareja y la apartaron del auto, un uniformado se acercó con una sierra, misma con la que comenzó a cortar el baúl del auto.

— ¡Tengan cuidado! ¡Ella sigue viva! —  gritó Christine, retorciéndose del dolor que la ausencia de la punta de su dedo le provocaba. 

— ¿Qué te pasó? — Jackson levantó la mano de su esposa y ella comenzó a gritar a notar la gravedad de la herida.

La pareja se dirigió a la ambulancia y desde allí presenciaron cómo abrían el baúl cortado en dos, un mar de sangre, eso fue lo primero que vieron, luego el cuerpo de la carmesí venus recostada en el interior fue lo que llenó la vista de la multitud,  venus cuyo brazo izquierdo estaba gravemente mutilado. 

—  ¿Qué es? — preguntó un militar, apuntando al interior, asegurándose de que no hubieran explosivos o alguna clase de arma en su interior, nada más aparte de la masacrada chica.

—  ¿Está muerta? — cuestionó el Tédax que había acompañado al militar.

— ¡Paramédicos, rápido! 

—  Otra hija de UML —  murmuró un oficial llegando al lado de ambos especialistas, siendo seguido por un aprendiz de forense, el cual se desanimó al ver a la chica, la esperaba cortada en pedacitos, no así.

—  Diablos, ¿qué le hicieron? Mirala, está llena de mordidas, le falta la piel y la carne por todo el cuerpo, mira su brazo, ¡Dios, mío! ¿Ese es el hueso? — el aprendiz levantó su cámara forense a la vez que los paramédicos llegaban a la chica.

—  Ni siquiera tiene uñas en sus dedos.

— Esos monstruos, ¿cómo pudieron matarla? Parece ser una chica indefensa — el joven aprendiz se relamió los labios, incapaz de mantener la mirada sobre la masacrada muchacha — y bonita, ojos grandes, labios carnosos — el chico le devolvió la mirada a su jefe —  creí que ellos no suelen matar a chicas como ella, ¿para qué desperdiciar tanta belleza? ¿Para qué convertirla en un cadáver sin gracia? — como estudiante de medicina forense había tenido que ver las innumerables fotos de cadáveres de UML, los videos de las torturas públicas, las orgías, las ejecuciones, los asesinatos en masa, pero una cosa muy distinta era ver una fotografía o un video que tener a una víctima con el sello de UML frente a él.

—  Esta chica será muchas cosas, muchacho, pero no un cadáver, esta chica está más viva que tu y yo.

—  ¿Va a sobrevivir con todas esas heridas?

—  Esperemos que sí, odiaría tener que enterrar un rostro tan bonito en ese cementerio sin nombre de las víctimas de UML.

—  ¿Y si es un atentado? Ya sabes que UML a veces mandan a personas a inmolarse.

— Entonces también estaremos en un cementerio pronto. 

Los paramédicos la levantaron y la depositaron sobre la camilla, colocando una máscara de oxígeno sobre su rostro.

—  Hola, ¿me escuchas? Hola, ¿puedes decirme cuántos dedos tengo estirados? — cuestiono una paramedica, levantando dos dedos frente a los ojos en blanco de la chica.

—  ¿Tacuaron? — murmuró Ariam, intentando imitar las palabras que escuchaba. 

—  Está delirando, rápido, informa que preparen la sala de cirugías, quizás podamos salvar su brazo. 

En medio de la ambulancia Ariam se relamió los labios, viendo todas esas figuras amorfas, todo ese olor delicioso, la boca se le hizo agua, tenía tanta hambre. 

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