30. Primer error fatal
Ella estaba allí, inmóvil, con su mirada lasciva sobre aquel pequeño y débil cuerpo, tan pálido, tan frío, lleno de heridas. Los paramédicos golpeaban rítmicamente el pecho del muchacho, pero él ni siquiera reaccionaba. Marianne observaba tranquila la escena, sentada justo frente a él, en su sofá favorito, su muerte solo aumentaba la inevitable realidad que implicaba el estar vivo, vivo en Un Mundo Libre.
Sus ojos de distinto color, verde y azul, brillaban como si estuviera dando su último respiro de vida, aunque Marianne esperaba de todo corazón que Liam ya no estuviera vivo. Lleno de heridas, lleno de marcas de abuso, lleno de miedo. Su instinto le decía que apartara a punta de gritos y golpes a las crueles personas que tan insistentes intentaban traerlo de vuelta, pero su juicio le decía que se quedara quieta, deleitándose con la imagen de su esposo rogando los dioses por la vida de su hijo, a la vez que le gritaba al personal médico por alguna clase de resultado. Pesé a todo lograron estabilizarlo y esperanzas de Marianne murieron a la vez que Liam volvía a la vida.
Edgar apretaba la mano de su hijo, sentía su calor debajo de los dedos enyesados, podía ver su pecho bajar y subir debajo de las gasas, vendas y tubos que lo mantenían con vida. Estaba vivo, pero no estaba allí. Marianne miró a su esposo con incredulidad, ¿qué esperaba? ¿Qué Liam soportara magistralmente una orgía de tal magnitud sin terminar al borde de la muerte? Que tontería, ella supo desde el momento en que Edgar la mando ir en su búsqueda que el muchacho de ojos de distinto color estaba condenado a la muerte, nadie, sin importar que tan fuerte o saludable fuera podría salir de semejante violación grupal impune. La joven mujer regreso su vista a la camilla, camilla en donde Liam permanecía inmóvil, a penas respirando, Marianne alargo su mano y tomó la de Liam, apretandola, "Por favor, muérete" pensó la mujer.
Era lo mejor, lo más humano y lo más misericordioso que podría pasarle, si Liam moría estaría libre de los maltratos de Edgar y por consecuencia ella también podría salvarse de las maldades de su marido, Marianne sabía que Edgar nunca se perdonaría si Liam moría, menos si era su culpa, la mujer esperaba ansiosa que el monitor cardiaco dejara de pitar y aquellas líneas que subían, y bajaban se quedaran quietas en una constante línea roja, eso sería un indicativo definitivo de que el chico ya no estaba vivo.
Los ojos azules de Marianne viajaron hacía la puerta, donde una de las criadas tiraba del borde de la incubadora en donde Heaven también luchaba por su vida, la sirvienta dejo al niño al lado de la camilla de Liam, con todo y aparatos, con aquellos tubos que solo prolongaban su agonía.
— Liam, cariño — susurro Edgar, todavía tomando la mano de su moribundo hijo —, mirá quien vino a verte, Heaven te extraña mucho, quiere que su papá lo abracé, lo alimente y lo malcrie como siempre — Edgar se enderezó en su asiento y se acercó hacía el rostro cubierto por una mascara de oxigeno del angelical muchacho —, Heaven te necesita, Ally también...yo te necesito — el hombre tomó con delicadeza los dedos de su hijo entre sus manos, besando cada uno de ellos con ternura, incluso los fracturados —. Te prometo que si luchas, hijo, que si despiertas de esto, traeré a Ally de vuelta, anularé su matrimonio con Jonathan y volveremos a ser una familia, ya no habrán juegos de rol, ya no habrá sexo violento, ya no habrán juguetes dolorosos e incómodos, lo haré lento y agradable, tal y como te gusta, nunca más permitiré que alguien más te toque, solo...— incapaz de contener las lágrimas Edgar oculto su rostro entre los dedos vendados del muchacho — solo tienes que despertar, solo despierta por favor.
Marianne puso los ojos en blanco a la vez que soltaba la mano de Liam, a veces Edgar le resultaba tan descarado que le entraban ganas de abofetearlo. Heaven ya había recuperado un poco el peso y estaba más saludable, Liam, por el contrario, estaba tan enfermizamente pálido que sus venas se traslucían con la intensidad de un semáforo bajo su piel. Era como ver a un príncipe invernal, con la piel hecha de copos de nieve, Marianne extendió sus manos y acaricio las cicatrices irregulares en la piel del muchacho, imagino que cada una de esas líneas gruesas era el diseño de un copo de nieve en la piel del príncipe condenando al sueño eterno por un oscuro rey a la espera de que una princesa (o una reina) lo salvará del sueño de muerte que lo agobiaba.
— Lo siento, señor Al Bhatt — dijo el doctor Horowitz terminando de verificar el estado de la incubadora de Heaven y analizando el comportamiento de los signos vitales de Liam —, no sé si puedo hacer algo por el chico.
— ¿De qué habla? — cuestiono Edgar alterado dejando a un lado la mano de Liam, recostándola con delicadeza en el colchón.
El canoso hombre retrocedió temeroso de lo que la inestabilidad de Edgar podría provocar.
— El muchacho tiene fracturada la cadera, tomando en cuenta las fracturas anteriores es posible que no vuelva a caminar — comenzó a explicar —, tiene cuatro dedos rotos en la mano izquierda y tres en la derecha, múltiples contusiones, un desgarre anal y...debido a que el collar está hecho de diamantes...la presión cortó el cuello de su hijo...
— Vaya al punto — ordenó Edgar acariciando con la punta de sus dedos las largas pestañas de su hijo.
— Su hijo está parcialmente decapitado, señor, no creo que sobreviva la semana.
Aquellas palabras hicieron a Edgar vomitar. "Parcialmente decapitado" rápidamente retiró sus dedos de las pestañas negras de su hijo y cayó al suelo en una sonata de llantos, y arcadas.
— Señor Al Bhatt — el doctor Horowitz intentó acercarse para brindarle auxilio al agonizante hombre, pero Marianne levantó una mano en señal de que el doctor se quedara quieto en su lugar.
— ¿Está seguro de que Liam morirá? — solo un rotundo "Sí", eso era lo que Marianne quería.
— Tomando en cuenta el extenso historial de fracturas, contusiones y heridas que ha sufrido Liam durante toda su vida...lo más probable es que muera, señora Al Bhatt, ciertamente no hay forma de saberlo con exactitud pero no existe mucho que yo pueda hacer más allá de administrarle medicamentos y monitorear su estado — el doctor Horowitz rebusco algo en su maletín y de ahí sacó unos documentos —, a no ser que ustedes como sus padres decidan acabar con esto — Marianne tomó los documentos que el doctor le ofrecía, los examinó con cuidado, fingiendo que sabía de que se trataban, echó una rápida mirada a su esposo que seguía retorciéndose en el suelo y asintió en dirección al doctor, recordando los dibujos que Analeigh le había enseñado, una forma de reconocer de lo que estaban hablando.
— ¿Está seguro que funcionará?
— Claro que sí, señora Al Bhatt, una sobredosis de morfina y el chico ya no sufrirá jamás.
Al oír esas palabras el esposo de Marianne, Edgar, levanto la mirada intrigado, sus ojos marrones brillaron con intensidad, su esposa casi empieza a reír, a lo mejor y pensaba que algún tratamiento milagroso podría salvar al agónico chico.
— ¿De qué habla? — sin mirarlo Marianne le entregó los documentos.
— De una forma de salvar a nuestro hijo del dolor innecesario.
Edgar leyó con rapidez los documentos y al instante los destrozó con sus manos, claramente enojado.
— ¿Me está sugiriendo que mate a mi propio hijo?
— La eutanasia hace décadas que dejó de ser ilegal, señor Al Bhatt, el pobre chico no va a sobrevivir, al menos sus posibilidades son muy limitadas, lo más humano y misericordioso sería ponerlo a dormir por la eternidad — explicó el doctor, sudando por el temor que Edgar podía provocar en él, su miedo aumentó cuando de la funda de su cinturón Edgar liberó el arma.
— Agradezca que usted ha sido el doctor de la familia por años, entonces — Edgar cargó su arma y le apuntó al hombre —, le daré una oportunidad.
— Señor Al Bhatt...
— Contaré hasta diez y más le vale que antes de que llegue al cinco no existan vestigios de su presencia en este lugar — Edgar acarició la pierna de Liam y con voz fría comenzó a contar — 1, 2, 3...— justo en ese momento el doctor Horowitz salió corriendo, Marianne pensó que su marido lo perseguiría para matarlo, pero cuanta fue su impresión al ver a Edgar dejar caer el arma a un lado y sentarse junto a Liam, tomando las manos del chico entre las suyas —. Nunca te dejaré morir — susurro, besando las enyesadas manos del muchacho —, ¿cómo podría quitarle la vida a algo tan hermoso como tú? — Edgar se recostó sobre Liam y deposito un beso en su frente.
Marianne recostó su cabeza sobre su hombro, se cruzo de brazos y de un salto se puso de pie, caminó hasta los pies de la camilla, miró a su esposo con molestia, ya estaba cansada de esa vida, necesitaba terminar ese ciclo o el ciclo de maltrato terminaria con ella.
— ¿Qué vida, Edgar? — el hombre se erizó ante tales palabras —. Tú le quitaste la vida a Liam, se la arrebataste desde antes de nacer.
Edgar se enderezo, aún sin soltar la mano lastimada de su muchacho.
— ¿De qué hablas, Marianne?
— Tú mejor que nadie sabe de lo que hablo. Liam nunca fue feliz, esto no es vida para él, si tan solo lo amas le permitirás tener una muerte digna, el pobre no podrá soportarlo m...— un puñetazo la hizo caer.
— Silencio, no quiero hacerte daño, no mientras Liam se encuentre en este estado.
Marianne se sobo la mejilla, pese a los múltiples golpes durante todo su "matrimonio" nunca había terminado de acostumbrarse por completo al maltrato. Marianne llego a Edgar gracias a Grimore, al igual que muchas niñas nacidas en UML fue vendida por su familia, Un Mundo Libre considera que sin importar tu género, color de piel u origen si los dioses te eligen como un "Preferiti" automáticamente eres mejor al resto, eres superior, porque eres un favorito de los dioses y todos deben complacerte, aún así el hecho de que el primer Preferiti fuera un hombre y nunca haya logrado a ascender al rango de señor debido a su prematura muerte trazó una preferencia hacia los varones en UML, nadie, en especial ahora con La Benevolente como diosa se atrevía a decir que las mujeres son menos deseadas que los hombres, pero por siglos fue así, no se consideraba una línea sucesoria sin un hombre y una mujer no era considerada digna si su primer bebé era niña. Nadie en Un Mundo Libre diría que la razón por la cual accedieron a vender a sus propios vástagos a una casa de prostitución y reproducción forzada era por no haber nacido con el genero deseado. Siempre había una excusa válida, "problemas de dinero" aunque fuera millonarios, "enfermedades raras" aunque eran perfectamente sanos, la única otra opción real para vender a un hijo al servicio de Grimore era por subir de estatus, escalar la inalcanzable cima de la grandeza.
Marianne no fue una excepción, a ella no la vendieron para subir de rango, su familia de sangre, los Vodja eran de las principales familias de UML, fuertes, poderosos y superiores, podían decir con orgullo que su antepasado fue el primer Preferiti en ascender como señor. Cuando Marianne nació las cosas estaban cambiando, hacía pocos años el rango de "señora" fue finalmente aceptado y ya era visto como normal, incluso deseable que su primer bebé fuera una niña, pero Marianne, quien no nació con las características físicas de los Vodja fue odiada desde el momento en que nació, los Vodja tenían un dicho "los hijos son para el mundo y las hijas son del padre" haciendo alusión al incesto en la familia, todo para mantener el linaje puro. Ella fue una abominación, no era una Vodja de sangre pura, su madre, Whitney la tuvo con otro hombre que no era su padre, así que fue vendida, una forma ética de deshacerse de la pequeña bastarda. Sus primeros años los paso en la casa Nugas, una casa de placer donde fue educada para convertirse en un juguete que nadie podría poseer, pero que con los que todos podrían jugar, a los quince años fue vendida a Grimore, no generaba tantos clientes y ya había pasado el limite de edad para seguir ahí, la casa Nugas no podía hacerse cargo de tantas muchachas.
Fue allí donde lo conoció. Marianne recordaba estar en fila, en una fila interminable junto con otras chicas, frente a otra fila de chicos, todos en ropa interior, los diferentes representantes de distintos Grimores escogían a quienes querían para sus granjas, una chica intentó escapar, le dispararon sin pensarlo. Los examinaban como si fueran animales, los tocaban, pellizcaban y tiraban con violencia hacia los camiones, cuando llegó el turno de Marianne para ser revisada un par de ojos oscuros cayeron sobre ella, Edgar se levantó entre los demás demonios representantes de los infiernos conocidos como Grimore, la analizo bien, la miro bien, la toco bien y al finalizar ordenó que la llevaran hacia un auto en la entrada.
Sonaba incluso romántico: la bestia salva a la bella de un destino cruel y la lleva a su castillo donde nadie más podría dañarla, lastima que no fue así; los primeros días no vio a Edgar, fue el doctor Horowitz quien la instruyó en lo que debía hacer; ser una buena esposa; tenía una habitación propia llena de vestidos y joyas, podía comer cosas deliciosas, la casa era enorme y un día, mientras exploraba la propiedad encontró una habitación con todo lo necesario para criar a un bebé; cunas, juguetes, biberones, pañales y todo lo necesario, supuso que eso era lo que él quería, no sonaba nada mal darle hijos a un desconocido con tal de vivir tan bien; pero para su sorpresa un par de días después Edgar la invitó a cenar y sin mediar palabras le entregó a una recién nacida, recién nacida que no dejaba de llorar como poseída, en el momento no lo comprendió pero sí lo hizo después; la bestia no la escogió porque sintiera algo, ni siquiera lastima, la bestia escogió a la bella porque la bella era parecida a los bebés que planeaba traer. <<Sin duda alguna salió a la madre, ¡Son tan parecidos a ella!>> es lo que dirían las personas al verla junto a los niños.
Mirar a esos niños era similar mirarse en cuatro espejos distintos, nadie podría pensar que Marianne no era su madre y eso era justo lo que Edgar buscaba: una mujer similar a los padres de los niños que tanto ansiaba robar; una especie de estimuló a su fetiche de ser padre, algo que por culpa de infertilidad jamás podría cumplir, al menos no biológicamente.
Marianne se incorporó, miró con lástima al niño inconsciente, tratando de sobrevivir, ¿Por qué Liam no aceptaba la muerte? Todo sería más fácil si tan solo dejará de respirar, a lo mejor y necesitaba ayuda, Liam siempre fue alguien incapaz, alguien dependiente de su entorno, sí, eso era, necesitaba ayuda y en el mayor acto de amor maternal que Marianne podría otorgar decidió ayudarlo. La mujer sintió un impulso y obedeciéndolo corrió hacía el manojo de cables a los que su pequeño hijo estaba conectado, tirando con sus manos con la esperanza de desconectarlo al soporte que lo mantenía con vida y liberarlo de su agónica existencia.
— ¿Qué haces? — Edgar no daba crédito a lo que veía, pero para su consternación Marianne realmente estaba tirando de los cables, incluso con sus dientes para poder acabar con la agonía del chico.
Edgar clavó sus dedos en la nuca de su esposa y la lanzó hacía atrás, con desespero inspeccionó la máquina, notando para su alivio que todo seguía en orden, Liam seguía vivo, todo gracias a su rápido reaccionar para detener a su desquiciada mujer.
— ¡ESTAS ENFERMO! — gritó Marianne lanzando un florero a la cabeza de Edgar, mismo que Edgar esquivo fácilmente, las flores de Narciso en el florero se pegaron pesadamente a la pared como si fueran de goma y algunos cristales de mármol del florero cayeron sobre Liam, a la vez que varias flores se deslizaban sobre la pared hasta caer encima del chico junto con el agua del florero.
— ¡Para! — ordenó Edgar, removiendo con sus dedos los cristales y las flores, usando una toalla para secar la humedad del cuerpo de su hijo.
— ¡ERES UN DESQUICIADO ENFERMO! — volvió a gritar Marianne jalandose del cabello en desesperación, al otro lado de la habitación.
— ¿Enfermo? — Edgar se rió amargamente, manteniendo la distancia entre su psicótica esposa y su desvanecido hijo — ¡Gracias a este enfermo no estas produciendo en Grimore! — ataco Edgar tomando a Marianne del cabello y estampando su rostro contra la pared — ¿O acaso debo recordártelo, perra? — Marianne lo empujó y logró liberarse del agarre de su esposo.
— ¡Es tu hijo! — chilló la mujer — ¡Deberías querer cuidarlo! ¡No hacerle esto!
— Hijo adoptivo — corrigió Edgar sujetando a Marianne de las mejillas —. Y si sabes que es lo mejor para ti querida...— Edgar tiro a Marianne al suelo y la pateo con tanta fuerza en el estómago que se le entumecieron los dedos del pie — ¡CERRARAS TU PUTA BOCA Y NO DIRAS NADA MAS! ¡LIAM ME AMA! ¡YO LO AMO! FIN DE LA DISCUSIÓN.
Marianne se contorsiono en el suelo del dolor, apretando su estómago, la mujer miró furiosa a Edgar, su esposo regresó toda su atención a su hijo, terminando de limpiarlo. Ya estaba harta, ella también quería vivir. Obviamente Marianne no dejo que ese fuera el fin de la discusión, ¿Cómo podría? Liam era su adoración, su amor, su hijito, su eterno bebé, aunque lo había criado al igual que a sus otros hijos, Liam era el favorito, el príncipe, ella tenía tan solo 18 años cuando tomó el rol de madre de Liam, en esa época Ariam y Lala ya estaban en la familia quienes en ese entonces eran unos bebés, luego estaban Heaven, y Ally, los niños de la casa. La mujer siempre creyó que podría protegerlos, ahora no, pronto ella ya no estaría y no habría nadie para velar por la seguridad de su mayor adoración que se había vuelto su vida entera.
— No soportas que él te deje, ¿sabes qué? ¡También te voy a dejar junto con Liam! — murmuró la mujer exaltada, con los brillando por la rabia —. A ti no te duele que Liam vaya a morir, a ti lo que te duele es que ya no vas a poder violarlo.
No todas las personas se detienen a pensar en la forma en la que van a morir, Marianne siempre supuso que moriría cuando ya no fuera útil, cuando ya no fuera útil para su marido o para UML en general, siempre pensó que Edgar la mataría en el momento en que Liam cumpliera 21 y pudiera dar el "Sí, acepto" aunque fuera en contra de su voluntad pero en ese momento en que vio los ojos de su esposo supo que su fin estaba demasiado cerca, quizás al final de las escaleras. Hubo un tiempo, cuando Ariam aún era una bebé que Marianne creyó que Edgar la amaba y ella lo amo, lo veía como un salvavidas en todo ese océano de dolor, pero allí, en el suelo, gateando para incorporarse, recibiendo golpes con la correa de su esposo, Marianne deseo que la hubieran dejado producir en Grimore, al menos así nunca hubiera existido esa falsa promesa del amor y felicidad que Edgar le otorgó. Edgar estaba descontrolado, disparaba en todas direcciones y gritaba como un ente demoniaco, iba a matarla, sin duda Edgar iba a matarla.
— ¡No, por favor! — suplico Marianne, logrando ponerse de pie y corriendo hacía las escaleras, pero un fuerte golpe en la espalda la hizo rodar por las mismas.
Caer por las escaleras nunca es divertido, no solo por el vació que genera la falta de suelo en las entrañas, tampoco por las puntas filosas que se clavan en el estómago y columna vertebral, el verdadero problema es el final: el cuerpo es lanzando a gran velocidad hacía una superficie de baldosa hecha de roca, con el rostro cayendo de lleno sobre el suelo, la linda nariz destrozándose por el impacto, la peor parte es el rebote; uno, ¡crack!, dos ¡crack! tres y felicidades, oficialmente tienes el cerebro licuado. Pero en esa situación el menor problema de Marianne era su cerebro. Se llevó las manos a su entrepierna y con horror presenció la tonelada de sangre que surgía por su vagina, desesperada se sacó los pantalones soltando quejidos de dolor y crujir de sus huesos, el dolor era tanto que la mujer sentía náuseas y debilidad, pero aún así se abrió de piernas e introdujo sus dedos en su interior, tratando de frenar la intensidad de la sangre.
— ¿¡Pero qué has hecho!? — gritó alterada ejerciendo presión en su entrepierna — ¿¡QUÉ DEMONIOS HAS HECHO!? — Edgar termino de bajar las escaleras luciendo confundido, en especial por el extraño bulto rojizo que salía de la entrepierna de su esposa.
El ruido que lo sacó de ese profundo sueño llegó justo después de las 4 de la mañana, según su despertador. Para cuando la conciencia se retomo su cuerpo, el sonido había muerto tan rápido como llegó. Se puso de pie reflexivamente y examinó la cama con los ojos apenas despiertos, incluso para esa simple tarea. Finalmente, determinando que el lado de Marianne estaba vacío, Edgar salió arrastrando los pies por la puerta del dormitorio y bajó las escaleras para determinar qué causó el repentino clamor.
No necesitaba llegar al pie de la escalera, ni permitir que sus ojos se ajustaran más, para saber que ella había decidido dejarlo después de todo. Una mirada a la sala de estar despejó cualquier duda sobre ese tema. No había maletas abultadas ni miradas arrogantes, solo un gabinete de armas abierto, una salpicadura carmesí en la pared y un goteo constante del mismo rebordear al costado de una silla que comenzaba a agruparse en el piso junto a él.
Después de un momento de parálisis conmocionada, Edgar se abalanzó hacia el teléfono de la casa con pasos enormes y desesperados. La rapidez no fue por el bien de Marianne, cuya sangre escapa cuales ratas del titanic a través de la herida en su pecho, entre sus costillas, no, aquella rapidez fue por el bien de su hijo, la necesitaba con vida porque sin Marianne no habría nadie que lo detuviera, nadie que parará aquellos sentimientos retorcidos hacía su niño, hacía su inocente niño, por un momento Edgar pensó en dejarla morir, así los años de retener sus sentimientos iban a desaparecer, pero la necesitaba, le había jurado a su amado desvanecido que si luchaba por su vida nunca más iba a abusar de él, necesitaba de Marianne para que lo ayudara a cumplir su promesa. Aún respiraba cuando los paramédicos llegaron e hicieron todo lo necesario, pero era demasiado tarde, Marianne fue declarada muerta a las 5:44 de la mañana.
Pero lo peor estaba por comenzar.
Luego vino el arrepentimiento, no por ayudarla, no, sino porque después, cuando llegaron los exámenes forenses descubrió que Marianne estaba embarazada.
Marianne jamás había estado con otro hombre tras ser desechada de la casa Nugas, literalmente Edgar la tenía desde los 15 años bajo su poder, pero Edgar era estéril. "Bebé milagro" lo llamó el doctor, aparentemente Edgar no era del todo infértil, la mayoría de sus espermatozoides estaban muertos, sí, pero aún había algunos con vida nadando entre sus fluidos y fue uno de ellos que hacía tan solo tres semanas se había instalado en el vientre de la joven.
Pero Edgar lo mató, mató a su único hijo biológico.
Al final Marianne había cumplido su palabra, se fue, pero no de la forma en que Edgar esperaba, no, lo hizo de una forma muchísimo peor. Se fue y se llevó a su bebé también.
Las horas pasaron pero el sonido fantasmal de la bala aún seguía impregnado en el ambiente, las gotas de sangre se esparcía por todo el suelo de granito, dándole un poco de color a toda aquella blancura, los paramédicos recogieron el cuerpo sin vida de Marianne para colocarlo en una bolsa médica y llevarlo a la morgue. Edgar nunca entendió porque Marianne hizo eso, porque se suicidó, fue un disparo certero en la cabeza, ¿tanto la había maltratado? ¿Tan mal esposo fue que ella prefirió la muerte? Él no lo sabía, pero si de algo estaba seguro Edgar Al Bhatt era que nunca había visto a Marianne más serena que aquél día, sus ojos azules miraban a la nada y sus labios incoloros estaban tenuemente abiertos, dándole una expresión de tranquilidad pura, si no fuera por el enorme agujero en su pecho y la explosión carmesí en su cuerpo cualquiera pensaría que aquella musa acababa de despertar de un plácido y bello sueño.
Tal vez aquella pacífica expresión se debía a que ahora era libre.
Libre de él.
De su crueldad.
Edgar vacío el contenido de una de sus botellas de licor más caras en menos de un minuto, al contrario de lo que cualquiera esperaría de un hombre que acababa de perder a su esposa embarazada, él se mantenía sereno, tenía la clase de expresión amarga y tranquila que se obtiene después de llorar durante horas hasta por fin desahogarse. Las sirvientas y las mucamas movían todo a su alrededor, limpiando los rastros de sangre, llevándose los muebles tirados, limpiando la tierra y las macetas rotas, todos se movían y cumplían su deber con sumo afán y eficiencia, sabiendo que estaban encubriendo la escena de un crimen. En pocos minutos la sala antiguamente llena de escombros de las macetas y obras de arte rotas estaba como nueva, como si ningún crimen atroz acabará de suceder, los muebles rotos y manchados de sangre fueron reemplazados por una edición limitada de Arturo Velasquez, las pinturas invaluables fueron destruidas y reemplazadas por otras de igual o más valor.
Todo era reemplazable.
Todo menos ella.
No.
Incluso ella era reemplazable.
Edgar tomó la tercera botella de vino, una edición limitada del 84, valorada en más de 48 millones y sin piedad bebió de ella hasta que no pudiera más. Edgar pudo jurar que vio la figura de Lauren, su segunda hija, tras uno de los pilares griegos de la mansión, podía sentir su mirada llena de odio, con sus ojos verde agua asesinando a cualquiera con la mirada, casi pudo sentir como Lauren clavaba sus uñas en el yeso del pilar y como apretaba con impotencia de aquel material mientras veía cómo se llevaban el cuerpo de su madre.
Pero a volver a mirar Edgar no vio nada, su hija ni siquiera estaba en la misma casa.
Con pesadez y con el vino haciendo efecto se levantó del sofá, el cual inmediatamente fue tomado por dos empleados y reemplazado por otro de diseño similar. Edgar arrastró los pies por el suelo, dando sorbos a la botella de vino, al llegar al comedor se encontró con sus otros dos hijos, Allyra y Ariam lloraban desconsoladas, Ally se aferraba al cuerpo de Ariam y a su vez, la joven chica abrazaba desesperada a la pequeña niña. Los rostros de ambas estaban rojos, húmedos y algo hinchados por sus horas de llanto, los cuales no parecían querer detenerse, cuando las dos se percataron de la presencia de su padre, trataron de contener su llanto, sabían que él lo vería como una marca de debilidad, cosa que les otorgaba un castigo cruel asegurado. Ariam apretó a su hija contra el pecho, cubriendola con su cuerpo en el caso de que Edgar se pusiera violento.
Ariam contuvo las ganas de abalanzarse contra su padre y golpearlo hasta el cansancio, Ally por otro lado se sumergió aún más en su dolor. Ambos se tensaron cuando su padre se acercó, Edgar le dio unas palmaditas en la espalda a Ariam y siguió su camino, camino que era musicalizado por los gemidos tristes de sus hijos.
Casi había llegado a la cima de las escaleras cuando Edgar dejó caer la botella medio llena de vino al primer piso, casi incluso antes de que el vidrio impactará con el suelo ya una sirvienta había llegado a limpiarlo, Edgar se sujetó de las paredes color crema mientras intentaba llegar a su destino.
Edgar se detuvo y recostó su cabeza contra la puerta de madera, escuchado la melodiosa voz de su hijo más pequeño, Edgar acarició la puerta y por primera vez en toda la madrugada se dio el lujo de llorar, apretó sus puños con impotencia de solo pensar que aquél inocente ser fue el primero en encontrar el cuerpo sin vida de su madre, justo después de recobrar la conciencia tras haber sobrevivido a la brutal violación colectiva que sufrió. Edgar abrió la puerta y se encontró con su bello hijo observando fijamente la cuna en donde un pequeño bebé estaba jugando con unos peluches, su hijo estaba de rodillas en la alfombra de su alcoba. Edgar se agachó y en cuatro patas se arrastró hacía su hijo, abrazándolo por la parte de atrás, el hombre colocó su cabeza en el hombro de su hijo, acariciando su cabello y besando la piel de su cuello, misma que estaba vendada y cubierta por el collar de diamantes, eso era raro, ¿no debería estar cubierto con un cuello ortopédico por su casi decapitación?
— ¡Basta, papá! Me haces cosquillas.
La risa de Liam lo hizo enternecer.
Aunque su edad ameritaba cierto comportamiento Liam seguía siendo muy inocente e infantil, casi como un niño. Por otra parte el pequeño que jugaba en la cuna siempre sería eso, un niño. Un retraso intelectual, le había dicho el doctor Horowitz. Lastimosamente desde ese día había aborrecido al niño que con tanto esfuerzo cuidaba su joven y bello hijo como nunca antes, aunque él no lo notará.
— Padre...— Heaven le sonrió desde la cuna, con ese ojo azul hielo y gris llenos de alegría e inocencia infinita, Liam cerró los ojos abrazando el cuello a su dueño, porque era más un dueño que un padre, sin querer oír la respuesta a su pregunta — ¿Cuándo volverá mí mamá? La extraño mucho. Heaven también la extraña — dijo Liam sin querer saber la respuesta.
El corazón de Edgar se estrujó, de tan solo ver a su hijo tan inocente y vulnerable se le rompía el corazón, claro, seguía siendo el mismo hijo que tanto había maltratado y abusado, pero ahora era el único que le daba consuelo ante su pérdida. Pesé a ser físicamente totalmente diferentes seguían siendo padre e hijo, amo y esclavo, marido y esposo, su lazo era más fuerte que la sangre, Edgar se propuso a evitar tener pensamientos indebidos hacía su propio hijo: Liam era de cabello negro, una palidez nata, una cintura increíblemente marcada y unos ojos distintos; tanta belleza incitaba a cientos de morbosos deseos que Edgar se contenía por cumplir. Se lo había prometido, si Liam luchaba por su vida nunca más volvería tocarlo, no sin que él se lo pidiera. Edgar tomó la mano de Liam y la apretó suavemente sin saber que decir, era obvio que la mente de Liam simplemente había eliminado y reemplazado dicho recuerdo.
El ver el cuerpo de su madre desangrándose en el suelo.
Seguramente lo llevaría a terapia de ser necesario, haría lo que fuera con tal de que su hijo estuviera sano y salvo, Edgar siempre había tenido una especie de atracción hacía el chico, pero debido a que él desempeñaba un rol paternal se negaba a aceptarlo tan libremente, al menos ante la sociedad. En publico fingía que nada sucedía, simplemente lo ignoraba, aunque ahora él se hubiera vuelto su único pilar psicológico para mantenerlo cuerdo. En casa, a solas, cuando nadie miraba el infierno se desataba.
No es que quisiera acostarse con él (aunque las ganas no le faltaban de hacerlo de nuevo), lo que Edgar veía y tanto amaba (y odiaba) de Liam era su eterna inocencia, prácticamente podían estarlo secuestrando y el solito se amarraba, se colocaba la mordaza y se subía al auto con tal de evitarle la fatiga a sus secuestradores, pero sólo quería intentar comprenderlo, amarlo y protegerlo. Hacía tan solo un par de horas que aquella pesadilla había comenzado, hacía unas horas Edgar creyó que nunca más volvería a ver a Liam, al menos no consiente, hacía unas horas Edgar pensó jamás volver a ver esos ojos azul y verde, hacía unas horas Liam estaba entra la vida y la muerte.
Aunque algo bueno había salido de la brutal muerte de su esposa, porque sin Marianne podría dar rienda suelta a sus pasiones más perversas y a sus deseos más violentos, y oscuros. Podría volver a esa gloriosa era de la paternidad en la que Marianne no estaba, aquella época en que el sótano era su santuario. Edgar se apartó lentamente de Liam, sonriendo, besando suavemente su frente, debía contenerse, darle a todos esa falsa sensación de seguridad y luego darles a entender que no iba a esconderse más, a suprimir sus deseos, basta de hacer todo a escondidas, se casaría con Liam y lo presentaría ante el mundo como su exquisito conyugué, su esposo, solo suyo, le importaba un carajo que no fuera mayor de edad o mentalmente preparado para asumir un rol así, incluso si lo estuviera jamás aceptaría casarse con su propio padre, eso a Edgar no le importo. No más golpes, no más amenazas, no más castigos e insultos, sería un romántico de primera que llenaría de regalos a su sumiso esposo, como lo era antes de que Liam aprendiera que aquello que le hacía su padre no estaba bien, una época en donde Liam siempre obedeció, nunca protesto y ambos fueron felices, como siempre debió ser.
"¡Oh, Liam!" Pensó Edgar, sintiendo su intimidad estremecer "Es hora de volver a aquella época dorada de nuestras vidas".
Pero Liam no estaba ahí, Liam seguía conectado a una máquina, inconsciente sobre una camilla, Lauren en una habitación siendo embarazada, Ariam en el baúl de un auto en medio de la nada, Heaven estaba inconsciente en una incubadora y Ally siendo convertida en mujer por Jonathan, estaba solo, por primera vez en su vida Edgar estaba completamente solo y la sensación le resultaba asfixiante. Regresar a la realidad nunca le resultó tan deprimente como ahora. Su imaginación solía estar reservada únicamente para esa fantasía que jamás podría cumplir: tener a Liam feliz a su lado, pero ahora parecía estar sometido a únicamente encontrar la felicidad en su imaginación. Supo que se arrepentiría de esa decisión en el momento en que escuchó el timbre del teléfono, pero no pudo simplemente colgar, no pudo contenerse, no quería estar solo, Edgar se rehusaba a estar solo.
— ¿Señor Al Bhatt? — habló la voz al otro lado, posiblemente el encargado del psiquiátrico Schulz — ¿Está todo bien?
— Traigan a Liam de regreso, díganle que su padre lo perdona y lo espera con ansías de vuelta.
Edgar colgó el teléfono y miró la foto de su hijo favorito en su escritorio, mientras Liam estuviera dormido el otro Liam tendría que ocupar su lugar, incluso si en el proceso lo tuviera que destrozar, el otro Liam debía cumplir la razón de su supervivencia por tantos años: ser un reemplazo temporal; pero la razón triunfo contra la lujuria y la desesperación, marcó rápidamente los digitos del telefono y retiró la orden, el otro Liam nunca debía salir del psiquiátrico, en especial después de casi haberlo matado.
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