28. Juguemos en el bosque (¡No puedo jugar con el estómago vacío!)
La desorientada chica apretó sus pies contra su estómago colocándose en posición fetal, el hambre la estaba matando, la agonía de estar viva con un vientre vacío era una tortura brutal. Ariam parpadeo un poco tratando de adaptar sus ojos a la oscuridad del baúl, su cabello estaba áspero, húmedo y quebradizo, lleno de polvo, lagrimas, sangre seca, sudor y posiblemente ya era de noche, pero estaba tan cansada que no le importaba saberlo, sus manos se aferraron a sus rodillas heridas, luego descendieron hasta su muslo masacrado, las puntas de sus dedos sin uñas recorrieron su cuerpo con lentitud, como si tratara de recordar cada fragmento de su propia piel, grabarlo en su memoria, debatiéndose qué parte morder y comer, hasta finalmente llegar a su vientre, su vientre vacío. Sus manos acunaron su estómago y su boca se hizo agua de tan solo imaginar a un feto gestándose en su interior, obviamente no era un feto de Liam, esa clase de fetos eran tan perfectos como para pensar en comerlos, pero fantaseaba con ser violada por algún degenerado enfermo amigo de su padre, uno el cual la embarazará, otra vez, y así tendría algo que comer, sería pequeño, pero lleno de proteínas y sabor, jugoso y redondo, carnoso y sabroso, sobre todo sabroso. Como madre de un par de niños pequeños Ariam entendía que no existía peor sensación que la producida por un estómago vacío, un estómago vacío podía tener múltiples significados e interpretaciones, pero para ella solo significaba un par de cosas: tenía hambre y no tenía con que alimentarse; agradecía inmensamente a su padre por no haberla "liberado" junto a Ally o Heaven, no sabría cuantas partes de su cuerpo tendría que arrancar para alimentarlos, tampoco sabría cuánto tiempo podría soportar el hambre sin devorarlos.
Ahora que Ariam estaba sola con sus pensamientos, se daba cuenta que era la primera vez en muchos años que su estómago estaba vacío, seco, marchito, como una flor sin pétalos u olor, inservible.
Ariam recordaba con claridad la primera vez que sintió su estómago vacío, genuinamente vacío.
Hasta el momento ella nunca había sentido algo similar, no tenía amor, no tenía un padre o madre que la quisiera, ni siquiera era cercana a sus hermanos, los amigos no eran una prioridad, pero tenía algo que muchos adultos jamás tendrían en su vida: estabilidad económica; no era tan consentida como Lala, no tenía que chasquear los dedos para obtener lo que deseaba, pero jamás padecio necesidad alguna, tenía lo que necesitaba, tenía lo suficiente para vivir, para sobrevivir, vivir un día más en UML era un logro, una hazaña que Ariam cumplio con gracia y belleza por casi 13 años, al menos hasta que la verdad de su acomodada vida se decidió manifestar.
Durante esa época había estado leyendo un libro de medicinas alternativas propias de su comunidad, entre ellas había un párrafo con ilustraciones que le llamaron muchísimo la atención:
<<Los pecadores necesitan purificar su alma, deshacerse del mal, pero el mal está grabado con sangre en su piel y carne, sólo destruyendo de raíz el mal el pecador podrá sanar.
Aunque, en contadas ocasiones, los hijos de los dioses se ven afectados por dicho mal, es por ello que deben acabar con el pecado con sus propias manos.
Para ello se debe identificar al pecador: reza a los dioses para que te revelen quién te ha causado tal daño y cuando duermas, corta un pedazo de tú carne, colócala bajo la almohada y el último rostro que veas en tú sueño antes de despertar es la identidad de aquél pecador que tú vida arruinó.
Para purificar tú alma, deberás seguir el ejemplo de nuestros dioses, en específico del Excelso; come el pecado y así, podrás purificar tú alma, haz que confiese su maldad y luego hazlo pagar>>
La divinidad femenina principal, la Benevolente, era la protectora de todas las mujeres y de aquellos que no tenían una madre, fue por eso que Ariam no dudo ni un segundo que aquel sueño fuera una revelación divina, en ningún momento se detuvo a pensar que quizás su sueño, más que una revelación, era en realidad, producto de un deseo inconsciente de sanar su propio dolor. En ningún momento pensó que su constante dolor en el estómago se debía a una alergia a los mariscos, solo confió, porque la duda es pecado y el precio del pecado es la condenación absoluta.
Fue por eso que cuando se fue a dormir después de cortar un trozo de la piel de su hombro y soñó con su único amigo de la escuela, no dudo en ningún momento que debía matarlo, por el contrario, se sentía aliviada de que fuera él, una presa relativamente fácil.
Las instrucciones eran claras:
<<Para empezar el ritual de limpieza física y espiritual, a los dioses debes rezar, sus cantos entonar, llevar al pecador al bosque, allí, haz que confiese y se arrepienta de su mal, después de escuchar su perdón e implorar compasión, mátalo, con una roca puntiaguda rompe su cabeza: debes golpear hasta que el cráneo se rompa, después de ello abrirás su cabeza y tomarás en tus propias manos lo que en su interior se encuentra.
Para ser totalmente purificado y salvo de toda maldad, toma su propia sangre de pecador y escribe en su frente el conjuro "sordidum" de esta forma ni en el fuego solar podrá descansar.
Y comelo.
Arrancale los dedos, con ellos cometió pecado, come su cerebro, pues que su mente se entregó a la mentira, con su mente dudo, arrancale los pies, pues se alejó del camino de la verdad, abre dos agujeros en la espalda de quien ha pecado, como símbolo de las alas que ha perdido al pecar, introduce los pies en el interior de las heridas. Y una vez que ejecutemos el pecado todos sabrán que seremos los únicos que tengamos la verdad, la única y eterna verdad>>
Ariam tampoco dudo de las voces que escuchaba, las oía tan claras. Solo los dioses podrían hacer eso, ¿Verdad? Hablar con ella de tal manera. Jamás imaginó que era la soledad jugándole una mala pasada, el aislamiento emocional nunca es bueno, menos en niños como Ariam, niños que eran candidatos perfectos para convertirse en genuinas pesadillas.
Así fue como Ariam lo llevó a las profundidades del bosque.
En sí, ella sólo estaba buscando una excusa para deshacerse de él, ya le estaba causando problemas y el bastardo le había dicho a Edgar algunas cosas que Ariam había hecho, cosas que nadie debería saber, mucho menos Edgar y gracias a su indiscreción había recibido un castigo más que injusto.
— ¿Qué hacemos aquí, Ariam? Tengo hambre.
Estando allí, en medio de la oscuridad del bosque, Ariam se acobardó, no podría hacerlo, pero a su mente vinieron todos los castigos que por culpa de ese "amigo" había sufrido, él la traicionó sin titubear, ¿por qué no pagarle con la misma moneda? Analizó la entonces niña, mientras rompía el cráneo de su amigo.
¿Lo ves?
Ariam observó el cuerpo con atención.
Míralo con atención mientras puedas.
Ariam introdujo sus dedos entre el cráneo desecho del niño, apartando trozos de piel, carne y hueso.
— Vaya...¿Entonces si tienes cerebro? ¡Debiste usarlo!
La niña se tomó su tiempo para separar las partes del cuerpo, incluso limpió algunas de ellas. Estaba fascinada y asombrada por lo que sus ojos veían, todo era tan...viscoso, suave, como tocar una gelatina y Ariam amaba la gelatina. Tan absorta estaba la pequeña en su juego de saber qué tanto se puede separar el cuerpo humano que no se percató cuando el cielo se oscureció y cuando cayó la noche el hambre la invadió, ella no quería admitirlo, pero estaba perdida
Ariam no tenía miedo que la descubrieran, porque en ese entonces, incluso ahora, podría jugar a la "Niña dulce e inocente", solo tendría que poner cara de perro regañado y fingir demencia, actuar como si fuera incapaz de romper un plato y culpar a algún animal salvaje o algo, después de todo nadie pensaría que esa dulce chiquilla con listones en el cabello y vestidos de princesa sería capaz de cometer semejante atrocidad, por eso que decidió esperar hasta que la encontrarán.
Esa mentira Ariam había tenido que repetirla tantas veces que hasta ella misma empezaba a creer que era real. A veces se miraba al espejo, miraba su vestido y los listones de colores en su cabello, aunque ya fuera una adolescente Ariam se vestía como toda una damita, las medias, los zapatos de charol y los elegantes vestidos eran sus mejores amigos, una auténtica princesa, la cual ya tenía en su mente al príncipe azul que la salvaría del feroz dragón. Esa noche Ariam estreno el par de dientes que su padre le había colocado después de casi matarla y cuando por fin fue encontrada corrió hacía los brazos de su progenitor llorando, temblando y dando la mejor actuación de su corta vida, aunque ella en el fondo supo que nunca le creyó.
Lo notaba por la forma en la que su padre la miraba, la forma en la que el hombre apretaba su cuerpo contra el de la niña mientras la cargaba, como si quisiera romperle los huesos, la apretaba, ejerciendo especial presión en su cabeza y cuello, a lo mejor quería romperlos, como la ignoraba, también lo supo por las extrañas llamadas de teléfono que hacía a altas horas de la noche, hablaba sobre un tal Grimore, algo que Ariam no entendió, no en ese momento.
Aún así nadie nunca se espera despertar y encontrarse desorientada, vendada y amordazada en medio de la nada, a sabiendas que fue tu progenitor quien te puso ahí.
Edgar siempre había tenido esa fascinación enfermiza por tener juegos retorcidos con sus hijos y Ariam no era la excepción. En ese entonces no tenía idea del porqué su padre le había hecho aquello, pero ahora, ya como una adulta, creía firmemente que lo hizo debido a la cercanía de Ariam con Liam, ella no iba a negarlo, amaba al chico, aunque fueran hermanos, Ariam anhelaba fervientemente que no fueran hermanos biológicos, porque sentía que Liam, con su dulzura e inocencia podía salvarla de todo mal, del monstruo sediento de carne en su interior.
Aunque él se negará a reconocerlo Edgar fue causante directo del canibalismo de Ariam. Jamás admitiría que él mismo creo a un monstruo capaz de acabarlo.
Fue un viernes por la noche cuando Ariam se escabulló a la habitación de su hermano menor, Liam, para hablar un rato: ambos se acostaron en la cama y mientras miraban al techo de con el cielo pintado en el, imaginaban sus vidas perfectas; Liam deseaba viajar por el mundo, conocer nuevos lugares, personas y distintas clases de comidas, no quería casarse, aún estaba muy pequeño para pensar en eso, pero sí quería enamorarse, experimentar el amor y el romance que conlleva, incluso le entusiasmaba la idea de sentir el dolor de un corazón roto.
En medio de aquella charla, Ariam no pudo evitar observar detenidamente a su hermano; aunque ambos sólo fueran unos niños, ella de trece y él de diez, Ariam ya podía apreciar lo que en algún momento sería un hombre atractivo; las pecas de Liam parecían besos de ángel y sus ojos bicolor le encantaban, en especial el verde agua que era su ojo derecho, fue entonces cuando Ariam cometió un error.
Ella lo besó.
Ciertamente era muy joven para saber que conlleva esa clase de acción, pero sabía a ciencia cierta que aquello era una muestra de afecto: no fue un beso en los labios, sólo uno en la mejilla; Liam, como el niño dulce que siempre había sido aceptó dicho besó con muchísima vergüenza, pero con genuina alegría; al ver la reacción tan hermosa de Liam, Ariam procedió a llenarle de besos el rostro, haciendo a Liam reír a carcajadas.
Pero ninguno de los dos sabía que alguien los observaba a la distancia y no lo hacía con buenas intenciones, al contrario, estaba enojado.
Cuando Ariam se fue a dormir, Edgar le dió un vaso de chocolate caliente con unas cuantas tabletas de somníferos diluidos. Tomó a la niña y junto con el hijo de uno de los encargados de la limpieza, que tuvo el infortunio de ver cómo Edgar drogaba a su hija, además de haberlo encontrado en más de una ocasión jugando con Liam, cuando claramente ningún hombre aparte de Edgar debía tocarlo, no sin permiso, y aunque poco o nada le importaba lo que ese niño dijera, Edgar quería hacer del juego algo más divertido. Le compró al niño a sus padres a cambio de unos cientos de miles, diciéndoles a los padres que su intención era dárselo a una familia rica, claro que él no iba a revelar sus verdaderas intenciones para con el pequeño, aunque a juzgar por la desnutrición y descuidada figura del niño supuso que a sus padres en realidad les valía un bledo lo que le sucediera al pequeño. Lo drogo y junto a Ariam lo dejó en el bosque, con ambos atados de brazos y piernas, con la esperanza de que un lobo la comiera y deshacerse de ella, y que el otro ni siquiera sobreviviera, pero, para ser un poco más justo, decidió dejar una navaja a pocos metros de ellos, lo suficientemente cerca como para que ambos mocosos la vieran, pero no lo suficiente como para que la tomarán sin arrastrarse por ella.
Edgar estuvo cerca de los niños todo el tiempo, quería saber con claridad que iba a pasar. Era su derecho, durante tanto tiempo crío a ese lobo vestido de cordero que sin duda se había ganado un asiento en primera fila para contemplar la muerte de la criatura de listones rosas y zapatos rojos.
Ariam recordaba haberse despertado inmersa en la oscuridad. Murmullos inentendibles era lo único que escuchaba, luego una voz, una de un niño captó su atención.
— ¿Hola? ¿Hay alguien aquí?
La niña se congelo, cientos de imágenes en bucle se abrieron paso por su mente. Su primer instinto es que fuera Liam quien estaba con ella, pero la voz no era la misma, por eso más calmada alzó sus manos atadas hasta las vendas que cubrían sus ojos y boca, al principio cerró los ojos debido a la luz repentina, pero luego, tras una serie de parpadeos pudo ver sin problemas y frente a ella vió...a un completo desconocido.
La confusión y agitación pronto la llenaron, pero se forzó a mantenerse lo más serena posible. La niña observó a su alrededor, buscando alguna señal de vida más allá de aquél niño que no paraba de llorar, implorando por su mamá o papá, vió una navaja a unos cuantos metros de ella, Ariam se arrastró hasta tomar la navaja y una vez libre se acercó al niño con desconfianza.
Sin más opción lo desató, aquél llorón no parecía representar ningún peligro.
— Gracias.
Susurró genuinamente asustado.
— ¿Quién eres? — pregunto Ariam tratando de reconocerlo y así entender el motivo por el cual estaban en tal situación.
El niño se encogió de hombros, ignorando la pregunta.
— ¿Dónde estamos?
— En una especie de bosque — respondió Ariam como si fuera lo más obvio del mundo.
Y así inició la tortura.
La primera noche la temperatura descendió tanto que Ariam pensó que se congelaría, el niño por otra parte no dejo de llorar. Al día siguiente intentaron caminar en línea recta para llegar a algún lugar. Árboles. Sin importar a donde miraran eso era todo lo que encontraban, árboles y más árboles, el par de niños comenzaba a cansarse de ese infierno verde.
— ¿Por qué crees que estemos aquí? — preguntó el niño, caminando cada vez más lento, llevaban horas caminando y no parecían llegar a algún lado, todos los árboles se veían iguales para él.
— No lo sé, ¿Tienes alguna clase de enemigo o algo? — el niño se encogió de hombros.
— No que yo sepa..¿Y tú?
Ariam ya tenía sus sospechas, pero se negaba a creerlo, ¿Cómo un padre le haría tal cosa a su hija?
— No, pero quizás todo esto sea una lección, una de papá.
— ¿Quién es tu papá?
— Edgar, Edgar Al Bhatt.
De repente, el pequeño de ojos azules grisáceos pareció emocionado.
— ¡Vaya! ¡Mis padres trabajan para el tuyo! Debes conocer a Liam, ¡Somos buenos amigos! — la niña detuvo su caminar y miró consternada al pequeño a pocos metros detrás de ella, Liam, ¿con amigos? No, Liam no necesitaba amigos si la tenía a ella, se desharía de él más tarde, por ahora no le emocionaba la idea de sobrevivir en el bosque sola, necesitaba la compañía de alguien, así fuera una auténtica molestia como aquél mocoso de ojos azules grisáceos que tanto asco le daban.
— ¿Enserio? ¿Cómo te llamas?
El niño hizo un puchero, algo molesto.
— No me gusta mí nombre — Ariam lo observó atenta.
— ¿Porqué?
— Porque cuando me adoptaron mis padres creyeron que iba a ser una niña.
— ¿Entonces tú nombre es de niña?
El niño asintió, agachando la cabeza, bastante avergonzado.
— Sí...
— ¿Y cuál es?
— Primrose, pero ahora me llaman Primore.
— Mí nombre es Ariam y todos me llaman Ariam.
Ariam quiso reír, pero el dolor en su estómago no se lo permitió.
Al tercer día ambos tenían ojeras profundas y los labios agrietados, habían logrado encontrar un pequeño río, allí al menos pudieron saciar su sed.
— ¿Cómo es tú familia, Prim?
El niño sonrió, complacido por tal apodo.
— Mamá y papá trabajan siempre, nunca tienen tiempo para jugar, pero me gusta mucho acompañarlos al trabajo, puedo jugar con Liam cuando estoy ahí. Aunque casi nunca puedo hacerlo.
— De todas formas es lo correcto — dijo la niña, juntando sus manos y alzando la barbilla, él era un esclavo domestico, ella no, ella era libre e hija primogénita de un Señor, ella importaba, Prim no —, Liam es un príncipe, tú un esclavo, no es apropiado que jueguen juntos, son de mundos diferentes — Prim bajo la mirada asustado y triste, Ariam no era tan agradable como lo era Liam. La niña examinó al esclavo que valía menos que una lata de refresco, sentía curiosidad por saber qué lo hizo alejarse de su dulce hermanito, si sus sospechas eran ciertas aquél motivo tenía nombre y apellido, y sí así era se resolvería el misterio del porqué estaban allí — ¿Por qué ya no juegas con mi hermanito, Primore? — el niño inflo sus mejillas disgustado al oír su nombre en el tono tan desagradable de la niña.
— Porque mamá dice que la distraigo y por eso me encierra en una caja — Ariam arrugó las cejas confundida.
— ¿En una caja?
— Sí, también lo hacen cuando me porto mal. Es una caja de madera, ni siquiera puedo respirar, cuando era más pequeño podía entrar con facilidad y a veces, contaba las tablas o jugaba con las sombras de mis dedos, pero ahora que soy grande me duele estar ahí, porque me toca encorvarme y me duele...me apretá el cuerpo, mucho y me duele, a veces lloró por eso — Prim se rasco la cabeza, como si recordará algo —, podía entrar cuando era más pequeño, pero ahora ya no es tan fácil.
Ariam por un momento se sintió estúpida por quejarse de su vida, cuando muchos niños pasaban por cosas iguales o peores, ella era una hija de un señor muy importante, era obvio que Prim era peor tratado que un esclavo y a juzgar su nivel de desnutrición era evidente que era un doméstico, algo que valía menos que la basura. Prim parecía ser más pequeño de lo que debería, pesé a ser un año mayor que Ariam ella era más alta, con la piel más colorida y sin duda alguna no era tan delgada. Prim tenía unos ojos azules grisáceos apagados, su piel era enfermizamente pálida y era más delgado de lo que un niño debía ser. Pronto toda la compasión que sintió la chica desapareció al recordar que aquél debilucho había tenido la osadía de acercarse a su dulce hermano, asimismo algo debió haber hecho ese mocoso en su otra vida para ganarse una vida tan mala, un castigo divino, pensaba ella.
— Tengo hambre...— se lamentó Ariam no pudiendo aguantar el dolor de su estómago vacío — ¿Tú no tienes hambre, Prim?
— ¿Eh? No, no ya estoy acostumbrado a que me duela la pancita.
Dijo Prim frotándose el estómago, que era lo único en su cuerpo tenuemente inflamado, pero de seguro no era por comida, sino por la falta de ella y quizás las colonias de parásitos intestinales que prosperaban en alguien con claramente poca higiene como lo era Prim, sólo por esas palabras Ariam dedujo que Prim soportaba mucho la falta de comida, pero le sorprendía que estuviera tan tranquilo y pacífico.
Al menos así fue hasta la tarde.
— ¿Y si no volvemos? ¡Tengo miedo, Ariam!
Ariam no sabía cómo calmarlo, porque apenas sí podía mantenerse calmada ella misma.
La voz de Marianne llegó a su mente y supo lo que debía hacer: cada vez que Edgar la golpeaba o violaba a su esposa, para no asustar a sus hijos Marianne fingía que todo era un juego, decía que los moretones eran por haber paseado en la jungla del Amazonas, decía que lloraba de emoción porque había conocido a una celebridad y decía que su sangrado vaginal, y que no pudiera caminar bien era porque se había lastimado jugando.
— ¿Y por qué no jugamos a algo?
— ¿A qué?
— ¡Yo soy una exploradora y tú un biólogo que buscan una especie nueva! — Ariam observó a todas partes, en busca de algún animal, a la distancia vio a un ciervo, en una hoja a una mariposa y a su mente vino la imagen de una morsa —. Estamos buscando al...¡Morsamariballo! Una criatura nunca antes vista: con alas de mariposa, cuernos de ciervo, cuerpo de morsa, ojos y patas de caballo.
Prim pareció gustarle la idea y el resto del día jugaron a que eran exploradores en busca del mayor descubrimiento de sus jóvenes vidas.
Y por un momento volvieron a ser niños.
Sólo eso, dos pequeños niños que jugaban y reían, no dos pequeños niños que estaban asustados, perdidos y abandonados en un bosque. No dos niños cuyas vidas hasta el momento no eran nada a lo que se pudiera llamar infancia.
La cuarta noche fue la peor.
Ariam estaba durmiendo junto con Prim, con la intención de mantenerse calientes. En la madrugada, la niña se despertó de golpe al escuchar ruidos a su lado.
— ¡Ah! ¡No! ¡Ayuda!
Ariam se sentó rápidamente y el horror la hizo gritar asustada. Perros o lobos, ella no lo sabía, pero fuera lo que fuera estaban tirando a Prim de la pierna. El niño gritaba y suplicaba, rogándole ayuda a Ariam.
— ¡No!— Ariam intentó aferrarse a Prim, pero uno de los perros saltó hacia ella, asustandola y haciéndola correr atemorizada.
— ¡No me dejes, Ariam! ¡No, por favor!
Rogaba Prim intentando aferrarse a lo que fuera con tal de no ser llevado por los lobos.
Pero Ariam no se detuvo y corrió, y corrió.
Edgar vio escapar a su hija y cuando se aseguro que estaba demasiado lejos para verlo se acercó a Prim, y con solo un chasquido hizo que los perros que usaba en sus múltiples cacerías se sentarán, liberando al niño de sus filosos dientes. El niño sintió un breve alivió que fue reemplazado por temor cuando Edgar alzó una roca sobre la cabeza del pequeño.
— Descuida — susurró soltando la pesada roca en la cabeza del asustado niño — ¡Irás a la nebulosa ancestral!
Prim cayó al suelo inconsciente, con un gran charco de Sangre formándose a su alrededor. Edgar se dispuso a ir en busca de Ariam, ya se estaba aburriendo de dicho juego y ciertamente quería tener a la niña de vuelta, pero para su sorpresa ella sola volvió. Edgar se escondió, volviendo a su puesto de espectador, observando todo con deleite.
Ariam corrió hacía Prim y con las manos temblorosas, trató de volver a poner la piel donde estaba, las mordidas de su tobillo y espalda eran tan profundas que en su tobillo podía verse el hueso expuesto. Ariam se llenó de sangre pero no le importó.
— Despierta, Prim, ¡Despierta!
Suplicaba Ariam, pero Edgar dudaba que sobreviviera, las heridas eran muchas, tanto que un niño con sus falencias no podría soportar tales heridas.
La quinta noche fue toda una sorpresa. Ariam no se había separado ni un solo instante de Prim, mientras seguía lamentándose lo sucedido. Finalmente el hambre le pasó factura, lentamente Ariam empezó a lamerse los dedos llenos de sangre seca y Edgar maravillado observó cómo poco a poco Ariam se acercaba más y más al cuerpo de Prim, hasta que sin darse cuentas estaba tomando tiras de piel sueltas de la espalda del niño.
¿Lo peor?
Él seguía vivo.
Prim lloraba y suplicaba que parará, pero desde que despertó de la inconsciencia (justo cuando Ariam empezaba a lamer la sangre seca en sus dedos) ella se negó a detenerse. Era como un animal salvaje cegado por el instinto de supervivencia. No fue hasta que Prim logró juntar las pocas fuerzas que le quedaban para empujarla que ella pareció reaccionar, pero para ese entonces mucha piel de la espalda de Prim ya no estaba, dejando la carne expuesta, además de que ella lo había mordido en los hombros y cuello.
Edgar acabó por cansarse de ese juego, espero a que Ariam se quedará dormida y la tomó en sus brazos, dispuesto a regresarla a su hogar. Pero cuando estaba a punto de irse sintió una mano sujetando su tobillo.
— Por favor...— Edgar se sorprendió que el niño siguiera vivo — no me dejé, ayúdeme, por favor...
Edgar lo ignoró y apartó su mano de una sola patada.
— ¡Ariam! ¡Por favor, ayúdame! ¡Por favor! ¡No quiero morir! ¡No quiero! ¡Quiero vivir! Por favor, ¡Tengo miedo!
Pero ni Ariam despertó, ni Edgar miró hacía atrás.
A veces Ariam pasaba horas y horas observando el bosque por la ventana, se preguntaba si él habría sobrevivido, sí estaría a salvo, sí por algún motivo no habría sufrido al llegar a su final.
En momentos así Ariam no podía respirar.
Porque sentía que cada respiró era robado de aquél pequeño niño.
Ariam se odiaba tanto por haberlo hecho, por haberlo dejado.
Ella deseaba la muerte más que nada, pero era lo suficientemente cobarde como para no hacerlo, además de que sin ella Liam, Lauren y los niños estarían solos, solos con ese monstruo.
Pero entre más tiempo pasaba más se alegraba ella de que Primore no estuviera allí, no solo por que así no sufriría los horrores que solo UML puede ofrecer, también porque de haber sobrevivido tarde o temprano ella lo habría matado, era algo predecible, Ariam deseaba ser la única causante de alegría en la vida de Liam, no había espacio para ese niño de ojos azules grisáceos en el mundo.
Desde entonces Ariam no había parado de consumir carne humana, lo hacía como un constante recordatorio de que debía estar dispuesta a todo con tal de sobrevivir, sabía que haciendo aquello Edgar le tendría miedo y no podría hacerle daño. Fue por eso que acabó por comerse o dañar lo suficiente a los hijos de su vientre, a los niños que concibió en sus años en cautiverio en Grimore, solo Heaven sobrevivió, sólo porque era el hijo de Liam ella no lo asesino o daño. Era preferible ver a sus recién nacidos morir que verlos crecer y posteriormente ser traídos de nuevo a Grimore o ser vendidos como esclavos sexuales, Un Mundo Libre no era el lugar para ningún niño. Fue por eso que comió y comió, generalmente sólo la tomaba, se lanzaba hacia sus amigos y los mordía, siempre arrancando partes con carne, aunque luego eso no fue suficiente y tuvo que empezar a matar para comer. El sabor era exquisito, inexplicable, matar se convirtio en sinonimo de placer, Ariam sentía placer cada vez que su boca era deleitada con tan magnífico e inigualable sabor.
Pero ni una vez, a Edgar desobedeció, porque sabía que con él no se podía jugar, cada día en esa casa era una lucha por la supervivencia.
O te sometes.
O mueres.
Por mero instinto de supervivencia Ariam se sometió a todo aquello que Edgar decía, en escasas ocasiones desobedeció y todas las pagó muy caro. Recordando así, que Edgar sólo era un monstruo al que llamaba padre.
Fue por eso que se sorprendió al despertar en medio de la oscuridad, con el calor agobiante del mediodía empezando a cocinarla viva, su confusión aumentó al darse cuenta que estaba en una especie de baúl, con muchas maletas llenas de dinero en la parte delantera del auto.
Ariam no entendía nada.
Pero de algo estaba segura: si Edgar la había mantenido con vida todo ese tiempo no fue porque la quisiera.
Era porque le temía.
Porque sabía que Ariam podría comérselo.
Porque sabía la clase de monstruo que él mismo había creado. Y Ariam sabía que está vez debía volver, no dejaría que Liam sufriera lo que Prim alguna vez sufrió. Porque, después de todo, solo los monstruos son capaces de acabar con sus creadores.
Y ese creador era Edgar.
Es sorprendente como un padre puede arruinarle la vida a sus hijos, pero Edgar no era un padre, era un monstruo con niños inocentes bajo su poder, niños que corrompió y destruyó.
Ariam tardó unos minutos en recordar su situación y cuando lo hizo clavó sus dedos sin uñas en las paredes del baúl, con sus pies comenzó a patear las luces traseras del auto, estaba decidida a salir y regresar por el amor de su mísera existencia, por el padre de sus hijos, por su hermano y por su comida favorita. Necesitaba llenar su estómago vacío lo antes posible.
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