20. Tú culpa

Si Liam tuviera otra hija jamás la llamaría Allyra.

A la primera Allyra siempre la quiso llamar Naomi, que significaba...Liam no lo recordaba, pero sabía que era un significado bonito, le encantaba ese nombre por la cantante Naomi Striemer, cuyos discos hacían de los días de Liam más felices. Podía pasar horas escuchando su melodiosa voz y ser feliz deslizándose en medias por su habitación al ritmo de la melodía. Para su segunda hija siempre pensó en el nombre Nergisşah, Ally era tan hermosa como un narciso, merecía un nombre tan hermoso como ella.

Las personas suelen decir que un bebé siempre es una bendición, pero para Liam no era así, no sólo porque significaba que para concebir dicha criatura tendrían que violarlo, sino por el hecho de que un nuevo bebé significaba atrasar aún más la fecha de su muerte.

Él estaba seguro de querer morir y lo haría en cuanto los niños ya no fueran tan dependientes de él, otra hija serían más años de agonía, porque ¿Cómo podría vivir después de todo eso? No sabía leer, no sabía escribir, tampoco era brillante, no era nadie a quien se pudiera desear en el mundo. No sabía vivir sin dolor, no sabía vivir sin obedecer.

¿Por qué hizo eso? Como esclavo tenía todo lo que podría desear y necesitar, solo debía pedirlo y lo tendría. Liam nunca se detuvo a pensar en las consecuencias y ahora, en esa vacía y frívola habitación, sin saber dónde o cómo estaban sus hijos — o al menos si estaban vivos — y hermanas se sentía el ser humano más egoísta y estúpido del mundo.

¿Fue egoísta querer una vida mejor? ¿Lejos del maltrato disfrazado de amor? ¿Lejos de la amenaza de violencia, infantilización, de la tristeza y dolor? De haber sabido Liam que perdería a las personas que amaba por sus deseos egoístas de libertad jamás habría considerado escapar, ni siquiera se acercaría a la puerta sin tener a su padre y dueño a su lado.

Todo era gris. La habitación era gris, las paredes eran de un blanco desgastado, con grandes trozos de pintura agrietados que dejaban ver el cemento gris debajo de ella. Las tablas eran de un horrible color marrón desgastado y rechinaban cual almas en pena. No había armarios, no había mesas, ni siquiera un cuadro insípido y feo que ni siquiera alguien con muy mal gusto podría llamar "arte". No había nada más en esa habitación que la enorme cama matrimonial.
La ventana estaba sellada, la puerta no se podía abrir desde adentro, a Liam solo le basto unos cuantos segundos debajo de las sábanas para entender que esa habitación fue hecha para él, para que no pudiera escapar. Una auténtica prisión, ahora realmente estaba en una jaula.

— Quizás siempre supo que lo iba a traicionar.

El chico se cubrió con las sábanas de pies a cabeza y enterró su rostro en la suave almohada blanca, no quería llorar, no lo merecía, él mismo se había buscado aquella situación, si tan solo hubiera aceptado las cosas como estaban nadie estaría sufriendo, al menos no por su culpa. Ni siquiera había un baño a la vista.

Ahora sí se sentía como un prisionero. Su jaula de oro era ahora una celda de concreto, cuatro paredes desgastadas por la humedad, una gran cama y una ventana del tamaño de un balón de baloncesto. Ese era todo su mundo ahora.
Era una especie de reflexión personal. Algo construido minuciosamente para ser todo lo opuesto a lo conocido anteriormente para dar paso a la comparación y por ende a la reflexión. Liam no supo apreciar cuando estuvo lleno de lujos, ahora su padre le daría lo necesario o menos, le enseñaría a ser agradecido por las buenas o por las malas. Adiós al "amor dulce", hola al amor duro.

Liam ya no estaba en su linda habitación con las paredes pintadas como un bosque, el cielo y el firmamento nocturno. Extrañaba su antigua habitación: los dibujos en las paredes, las hermosas pinturas en el suelo, su cálida cama, su alfombra suave de piel de oso, su tocador, su amada flor de narciso, sus catálogos de viajes y sus juguetes, realmente extrañaba todo de su habitación. Allí, en esa habitación de paredes desnudas y tablas rechinantes no había nada en que ocupar la mente, el muchacho sabía que debía mantenerla ocupada, sino rompería en pánico gritando a todo pulmón que le devolvieran a sus dos bebés, pero lastimosamente había perdido el favor de su padre, no debía provocarlo o hacer algo imprudente, al menos no hasta volver a hallar gracia ante su frívolo amo. Si Liam estuviera en su habitación haría cualquier cosa para mantenerse ocupado, no pensar en su dolorosa situación, estaría repasando por enésima vez sus catálogos de viaje, contando los pétalos de sus flores o mirando los dibujos en su habitación, imaginando que eran reales y podía caminar por el bosque, nadar en las aguas o tocar las nubes, quizás incluso estaría jugando con sus muñecas; un hermoso set de muñecas personalizadas de vinilo y madera, con lindos rostros de acuarela y preciosos vestidos de ceda; eran ocho pequeñas figuras de madera del tamaño de su mano; una mamá con un delantal y las manos llenas de harina, dos niñitas con sus muchos vestidos y sus propias muñecas ("las muñecas tienen sus propias muñecas, ¿Qué eso no es esclavitud? ¡Que disparate!" pensaba Liam, decidió guardas aquellas minúsculas figuras de madera del tamaño de su uña en un baúl pero un día simplemente las perdió), un niño con un par de hoyuelos y ojos de distinto color, dos bebés del tamaño del dedo índice de Liam y un papá con su traje impecable de Señor importante, también habían otras figuras con los rostros más simples y con a penas detalles, como los empleados domésticos y los guardias apostados en la puerta con sus armas de juguete para que nadie pudiera entrar y hacerles daño, cuando recién le regalaron los muñecos también había una figura idéntica a la del niño, solo que este tenía ambos ojos azules, Liam encerró esa figura en el cobertizo de la casa de muñecas y nunca más la saco de allí. Liam no jugaba como los demás niños. Él apenas hablaba, pero se paseaba mucho por la habitación imaginando que todos esos dibujos eran realmente la naturaleza y él era un explorador listo para viajar a aquellos lugares que sus catálogos le indicaban, a veces hablaba con su flor o simplemente miraba el cielo por horas y horas. La vida de un esclavo sexual no era muy entretenida. Al joven le encantaban esas muñecas, podía pasar horas y horas jugando con ellas pero Liam no jugaba como los niños normales, no los movía ni hacía voces raras cuando jugaba, Liam solo les cambiaba de ropa, los colocaba en cierta posición en específico y así jugaba, se sentaba frente a ellos y los miraba por varios minutos, en su mente aquellos juguetes cobraban vida y se movían por si solos. El muchacho veía al papá persiguiendo al hijo, la mamá en el sótano reprendiendo a la criada, las niñas peleando entre si y el perro de pelaje castaño de la familia durmiendo en el sofá. A veces tomaba la figura del hijo y lo colocaba a las afueras de la casa, imaginaba al pequeño muñeco escapar por detrás de la casa con su fiel mascota siguiéndolo de cerca, otras veces tomaba la figura del papá y lo metía en el sótano, imaginaba la diminuta figura golpeando la puerta intentando salir, lo imaginaba gritando y rogando ser liberado, todo mientras la figurita del hijo tomaba una taza de leche con galletas en la cocina, justo arriba del sótano, ignorando los ruegos de su padre, luego, al no ser rescatado el papá se dejaba caer sobre las escaleras y lloraba, le prometía a su hijo de madera y vinilo nunca más lastimarlo, que todo sería diferente. Liam no soportaba ver al papá de madera llorar, la figurita del hijo tampoco, por eso a penas comenzaba a llorar en el sótano el hijo de madera dejaba todo y liberaba a su padre del sótano.

Al menos eso hacía cuando estaba jugando con compañía. En algunas ocasiones su padre se sentaba en el borde de su cama y lo miraba, simplemente lo miraba, no decía nada ni lo tocaba, sus ojos oscuros vigilaban al pequeño niño y se maravillaba con la imaginación infantil. Casi nunca se quedaba por mucho tiempo, quizás una hora o dos como máximo, su padre tenía trabajo que hacer en esa oficina secreta, misma que en una versión miniatura se encontraba en su casa de muñecas. Liam odiaba esa mini oficina. Sabía que Edgar hacía un trabaja importante en esa oficina, pero a él nunca lo llamaban para hacer cosas importantes, su padre solo lo llamaba a la oficina para meter su cosa viscosa en alguno de sus tantos agujeros o frotar su cuerpo contra el suyo. Liam se obligaba así mismo a jugar cuando su padre entraba en su habitación, así él no lo tocaría, Edgar consideraba como intocable el tiempo de juego, de la misma forma en la que nadie interrumpía sus sesiones de juego él no interrumpía las de Liam.

Al finalizar ese tiempo en el que Edgar lo observaba corría hacia el niño y lo abrazaba dándole besos, y diciendo lo mucho que lo quería. En la casa de muñecas también habían varios Novios y Novias, esclavos sexuales, Edgar le había dicho a Liam que él no los necesitaba porque lo tenía a él y él era más que suficiente, podía ser avaricioso y tener más de un amor (como Edgar los llamaba) pero con Liam era suficiente. Así que Edgar y Liam tomaron esos muñecos, y los envolvieron en papel periódico, guardándolos en un baúl, cuando terminaron de guardar esos muñecos Edgar tomó la barbilla de su hijo y le dio un beso, diciéndole que él era único y más que suficiente, nadie podría reemplazarlo, jamás. Una vez Liam sacó a los muñecos y guardo el muñeco del hijo en el baúl, su padre tardó un día en notarlo y cuando lo hizo le dio una charla sobre ser agradecido y sobre ser feliz cuando tiene alguien que lo ama tanto.

Deberías apreciar todo el amor que se te da — Edgar desenvolvió al muñeco del hijo y lo colocó sobre el las piernas de madera del muñeco del padre, regresando las figuras de los otros esclavos al baúl —. Tantos niños deseando recibir el amor que tú tienes, aunque sea una pizca de amor, pero tú tienes de sobra y no lo valoras — ese día Liam prometió intentar apreciar el amor que recibía, pero la tarea era sumamente difícil.

<<Amar>>, se supone que el amor es algo bonito, algo que no debe doler, algo que debe sentirse bien. Liam no entendía la razón por la cual el amor dolia y lo ponía tan triste, debería ser todo lo contrario. El amor debía ser hermoso, no forzoso. Liam sabía y entendía que no todo era miel sobre hojuelas en una relación, claro que siempre habría algún problema y disgustos de vez en cuando, pero tampoco al punto de tener perder la vida a manos de aquél que supuestamente lo ama. El amor no tiene porque doler.

Cuando Liam se quedaba jugando solo solía encerrar al papá en el sótano, pero esta vez no lo sacaba, ni siquiera cuando el papá lloraba, sabía que no estaba bien por su parte ser tan cruel. El papá aporreaba la puerta del sótano, gritando <<¡Déjame salir! ¡Por favor! ¡Déjame salir! ¡Cariño, ven aquí y déjame salir>>, pero las muñecas de las niñas y el niño que habrían podido ayudarlo no prestaban atención, y a veces se reían.

El muchacho no se enorgullecía de su crueldad, aunque fuese sólo una crueldad hacia un muñeco de madera y vinilo. Es una cara vengativa de su naturaleza que lamentaba no haber sabido someter por completo. Liam quería ser bondadoso y gentil, una buena persona y para serlo no había espacio para la crueldad, ni siquiera con un muñeco. Pero a veces le resultaba increíblemente difícil dejar atrás esos pensamientos.

En esa habitación — que parecía más una prisión que habitación — no había mucho que hacer y Liam ya no tenía más lágrimas que derramar. Sus ojos estaban hinchados y ni siquiera podía abrirlos por completo, su garganta estaba seca y en general se sentía muy mal, demasiado, su cabeza retumbaba con furia y le parecía que un par de manos invisibles le cubrían la nariz, forzandolo a respirar por la boca. Las sábanas y mantas estaban cubiertas de mucosidad, y lágrimas. Liam solo quería dormir y jamás despertar.

Fue cuando el sueño lo estaba alcanzando que el sonido inconfundible de llaves abriendo la cerradura lo hizo despertar. El joven apretó los dientes y una gruesa lágrima cayó de su ojo verde.

"Otra vez" pensó acariciando la mancha de sangre en las blancas y pegajosas sábanas. Él no merecía gentileza, no después de haber traicionado a su amo y señor.

Liam espero. Insultos, golpes, que le dijera que era una perra como la última vez, en su lugar escucho el sonido de tacones sobre la vieja madera.

— ¿Te duele mucho? — hubiera deseado poder girarse rápidamente para recibir a tan ansiada visita, pero su cuerpo y cabeza le dolían a mares —. Es mucha sangre — la voz de  Analeigh era un susurro cantarin, como si quisiera guardar un secreto pero a la vez ser escuchada, su voz viajo desde la puerta, entrando lentamente a la habitación cual riachuelo. Ella también ingreso en el dormitorio con lentitud, sin intención de espantar al desdichado muchacho, aunque para él la visita de Analeigh era comparable a la de un ángel —. Te desgarro por completo — Liam agachó la cabeza y miró las sábanas, una enorme mancha roja se extendía debajo de él, se asusto, no sabía que había sangrado tanto —, ni siquiera las chicas en su menstruación sangran así — Analeigh llegó a su lado y se sentó sobre la cama, mirando la mancha con tristeza, pero sin darle demasiada importancia. La mujer alzó la mano y Liam por instinto retrocedió un poco, le habían dado demasiadas cachetadas en las últimas horas como para no temer, pero los suaves dedos de Analeigh se enrrollaron en su cabello y lo atrajeron a ella, depositando un beso en su frente —. Desgarro tu interior, ¿Verdad? — Liam no dijo nada ni hizo nada, a lo mejor y Analeigh quería creer que esas heridas no eran producto de la brutal violación que su amigo de toda la vida le había hecho al pobre chico —, la penetración debió ser demasiado, ¿Cómo estás despierto? — Liam forzó una sonrisa.

— Me desmaye tres veces — el muchacho descubrió su brazo izquierdo, revelando las claras heridas punzantes de una aguja — me trajo de vuelta con la adrenalina.

Analeigh paso sus manos por sus pantalones, notandose algo nerviosa.

— Eso es nuevo, solía abusar de ti incluso cuando estabas dormido. Tengo un vídeo de cuando tenías tres años, estabas completamente dormido, incluso babeabas un poco, pero eso no lo detuvo de quitarte tu pañal y violarte.

Liam se sonrojo un poco.

— Sí...tarde un tiempo en aprender a usar el baño.

— Según tú padre aún de vez en cuando tienes accidentes nocturnos — aunque fuera difícil de creer Liam se puso aún más rojo.

— Intento evitarlo, pero no sé cómo.

Analeigh lo tomó de la mano con dulzura. Ella era la madre que Liam siempre quiso, no tan cariñosa y femenina como la imagino, pero si protectora y Liam quería ser protegido a toda costa.

— Eso normal en los niños abusados, no tienes porqué avergonzarte — Analeigh se apartó de Liam, sus ojos inspeccionaron la deprimente alcoba y toda la amabilidad, y compasión desaparecio del hermoso rostro de la mujer, ahora una mueca inexpresiva adornaba su faz. La imponente mujer se puso de pie y miró a Liam como un amo mira a su esclavo, el chico no pudo evitar temblar —. Haces bien en tener miedo. Te puedo ayudar, Liam, puedo hacer que tu lamentará existencia sirva de algo, pero si me delatas con tu padre no volverás a ver a tus hermanas o a tus bastardos — Analeigh se inclinó sobre Liam y lo apretó del mentón, el chico se asustó, era como ver a su padre versión mujer. Analeigh sonrió con dulzura antes de estampar sus labios carmesí sobre los rosados del niño, Liam no entendió lo que pasaba —. Sé un niño bueno y guarda silencio.

Analeigh se enderezó y limpio sus labios, dándole una radiante sonrisa a Liam antes de salir del dormitorio, justo cuando Marianne llegaba, al ver a Analeigh la mujer quedó paralizada a pocos centímetros de la entrada, ni siquiera se movió, solo bajo la cabeza y apretó las manos. Analeigh la miró de pies a cabeza y colocó suavemente una de sus manos en el vientre de la mujer, aquello hizo que la sonrisa de Analeigh aumentará.

— Debes cuidarte mejor, ¿Estas comiendo bien?

— Sí señora Keller.

— ¿Cuál "señora"? Dime "señorita" que por algo no estoy casada — dijo Analeigh claramente enfadada.

— Perdón...— pero antes de que pudiera seguir Analeigh clavo sus largas uñas rojas en las mejillas de Marianne.

— ¿"Perdón" qué...?

— Perdón señorita Keller — respondió Marianne en un susurro.

— Así me gusta, obediente — Analeigh empujó a Marianne un lado y desapareció, dejando solos a ambos pobres asustadizos.

Marianne respiro profundo, tragándose las lágrimas y miró a Liam desde la puerta, con una gran sonrisa, esas sonrisas que solo los Al Bhatt sabían dar.

— Cariño — Marianne entro por completo a la habitación y se sentó en el borde de la cama, con el tacón de sus botas haciendo lamentar aún más a las tablas —. Tú padre quiere desayunar contigo — la mujer se puso de pie y le extendió la mano, con esa sonrisa de boca cerrada que a Liam tanto calmaba —. Ven, no querrás hacerlo esperar, ¿Verdad? — Marianne lo tomó de la mano y con la punta de la falda de su vestido azul, y un poco de saliva limpió los restos de labial carmín en los labios del pequeño —. Vamos — la mujer lo jalo de la mano y comenzó a caminar, pero se tuvo que detener, Liam no se movía — ¿qué pasa?

Liam se cubrió la cara, aguantando las lágrimas, ¿De dónde salían tantas lágrimas? Cada vez que pensaba que no podía llorar él mismo rompía su récord personal, además de que no había comido o bebido nada más que el semen de su padre en 48 horas. No tenía sentido seguir teniendo lágrimas que derramar.

— No puedo...no puedo caminar...me duele mucho...mucho...

Marianne no había notado la sangre en la cama y cuando lo hizo de un solo salto retrocedió, mucho rojo y tan poco blanco.

— ¿Qué...? Pero Liam...— dijo la mujer con lástima — ¿qué hiciste para provocarlo así? — "Yo no hice nada" quiso decir Liam, pero fue incapaz de formular palabra —, algo debiste hacer para provocarlo, él nunca es así, no contigo.

Liam solo pudo hundir aún más su cabeza en sus manos, ahogando sus sollozos.
Marianne no lo podía dejar así, temia demasiado a lo que pasaría si llegaba a la cocina sin Liam, por eso lo sujeto de su diminuta cintura y aferrándose a la pared, y con Liam cojeando torpemente a su lado llegaron a la cocina. Edgar estaba sentado en la silla principal, con las demás sillas —  incluida la mesita para bebés de Heaven — vacías.

— ¡Vaya! ¡Por fin su alteza Liam se digna a honrarnos con su presencia! — dijo Edgar enojado, Liam ni siquiera levantó la mirada del suelo. El hombre se levantó de golpe y se acercó a su esposa e hijo —, gracias Marianne, puedes retirarte — Edgar colocó sus manos en la cadera del muchacho y de un solo tirón lo hizo caer contra su pecho, Liam colocó sus manos en el pecho de su padre y se quedó paralizado, el miedo lo carcomia. Marianne asintió y se fue, Liam la vio irse por el rabillo del ojo, "Por favor, no te vayas, no me dejes con él" se supone que las madres tienen un instinto que les hace saber cuándo sus hijos están molestos o tristes, lástima que el instinto maternal de Marianne estaba más muerto que las ganas de vivir de Liam —. Bien — Edgar enrolló su brazo alrededor del estómago del pequeño y lo alzó cual muñeco de trapo, colocándolo en una silla a su lado —, te diré lo que va a pasar. A partir de ahora muchas cosas van a cambiar, ¿Entendido? — Liam jugueteó nervioso con sus dedos sin levantar la vista — ¿¡ENTENDIDO!? — gritó Edgar dándole una palmada a la mesa.

— ¡S... sí! Amo — respondió Liam en un susurro.

— Perfecto. A partir de ahora no voy a consetirte, tu mismo vas a ganarte las cosas. Si quieres una flor tendrás que ganarla, si quieres un catálago de viajes tendrás que ganarlo, si quieres sábanas limpias y almohadas que huelen bien te las vas a ganar. Lo único que te daré sin excepción, sin importar lo mocoso, malagradecido, hipócrita, manipulador, desobediente o mentiroso que seas es la comida — Edgar hizo una pausa, calmando su rabia — y mi amor, nada más. A partir de ahora tendrás que ganarte tus propios privilegios — Liam asintió preguntándose qué tantas veces se la tendría que chupar para tener alguna revista que mirar —. No quiero hacer esto, sabes bien que lo único que deseo es amarte y verte feliz, te daría el mundo Liam — Edgar tomó la pequeña mano de su hijo y la apretó contra su pecho —, si tan solo me dejarás amarte y te entregaras a mi yo cumpliría todos tus deseos — Liam miró a los ojos a su padre, generalmente una mirada bastaba para tenerlo a sus pies, pero esa vez no, esa no. Edgar soltó la mano de Liam y le dio una breve bofetada, haciendo que el joven volviera a centrar su mirada en sus manos temblantes —. Pero no, eres un mocoso malcriado. Un malagradecido que cree que puede jugar con los sentimientos ajenos — Edgar se puso de pie y colocó un plato de exquisiteces frente a Liam, pero lo hizo de tal manera que la comida salpicó el rostro del chico. Ni siquiera a los perros de caza los trataba tan mal — y ya basta con esa mierda de <<no tengo hambre>> sabes que amo tu gran trasero y tus enormes muslos, si sigues adelgazando así no habrá nada que apretar — esas palabras confirmaron las sospechas de Liam: él solo era un cuerpo que debía complacer, ni siquiera era considerado una persona; Edgar no lo amaba — además...— Edgar hizo una pausa, sentándose al lado del chico — no quiero que te enfermes — si no quería que se enfermara era porque le preocupaba su salud, al estar enfermo se sentiría mal. Si padre no quería que se enfermara a lo mejor no quería que sufriera, por ende podría realmente amarlo ¿por qué Liam se aferraba tanto a la idea del amor? Sí realmente su padre lo amaba tarde o temprano lo perdonaría y si lo hacía eso significaba recuperar a sus hijos, si eso pasaba Liam dedicaría en resto de sus días a ser la mejor pareja posible para su propio padre, haría todo lo que él quisiera y nunca más lo desobedeceria. Él conocía muy bien a su padre, si bien fue un mal padre para Ariam y Lauren fue un padre más que decente para Ally y Heaven.

Recordaba la primera vez que Ally se enfermó, Liam ya estaba rendido, no sabía cómo ayudarla y creía que iba a perder a otra bebé, su padre lo mando a dormir y él se quedó toda la noche cuidando de la bebé hasta que estuvo mejor. Edgar suplia cada necesidad de los niños e incluso los caprichos, le compraba juguetes a Ally, peluches a Heaven, llevaba a la pequeña al cine cada fin de semana y nunca se perdía un recital o evento de la guardería, eran pocos los eventos escolares a los que Liam tuvo permitido asistir, pero su padre nunca faltaba y siempre regresaba con cientos de fotos, y vídeos que inmortalizaron aquellos momentos. Era un buen padre para sus hijos.
Edgar regreso a su asiento y bebió una copa con vino tinto, le dio un sorbo y le hizo una seña a Liam para que comiera.

Él obedeció, no tenía hambre, al contrario, estaba asqueado por todo lo que su padre le había hecho durante horas, pero era mejor comer ahora y vomitar después que no comer y ser castigado.
Tomó un bocado con el tenedor y lo llevo lentamente a su boca, olía bien, pero el asco no lo dejaba disfrutar el aroma.

— Liam, ¡No! — exclamó alarmada Marianne llegado a la mesa con una bandeja en las manos.

Edgar se puso de pie de un solo movimiento y se clavó de forma amenazante frente a su mujer, Marianne se encogió temerosa, un solo golpe de un hombre tan grande como Edgar era capaz de mandar a dormir por la eternidad a cualquiera, en especial a una mujer tan delgada y pequeña como ella.

— ¿Qué haces aquí? ¿Quién te dio permiso de entrar?

— Lo siento, cariño, pero...es que...Liam puede morir — la rabia se dreno del rostro de Edgar y el pánico tomo su lugar, el hombre regreso a la mesa y envolvió al niño en sus brazos, Liam era tan pequeño que ni siquiera tocaba el suelo y en los brazos de su padre se veía aún más pequeño, pero extrañamente no sentía miedo, estaba confundido por la forma en la que su padre lo abrazaba y temblaba, completamente aterrado.

— ¿Qué...? ¿por qué...? ¿Qué te pasa, hijo? ¿Qué te duele? ¿Qué sientes, tesoro? — el hombre sujetaba al pequeño adolescente como si se fuera a desvanecer entre sus brazos — ¿Qué haces ahí parada? ¡Llama al doctor!

— Oh, no, querido, me haz malinterpretado, el puede morir por comer.

Edgar liberó a Liam de su abrazo de anaconda, parecía como si su mujer le acabará de insultar.

— ¿Qué?

Marianne dejó una bandeja con un baso de cristal lleno de un líquido dulce frente a Liam y tomó el plato con comida, dejándolo sobre la bandeja.

— Bebe esto, es un batido lleno de proteínas, será mejor que tomes esto antes de empezar a comer o podrías morir por el subidón de calorías — Liam palideció, las mismas palabras de mamá Binta — o eso leí en un reportaje del holocausto — respondió Marianne, como si quisiera calmar las cosas, pero sobretodo a Liam —, no me hagan caso.

La mujer se fue antes de que Edgar terminará por matarla a golpes. El hombre suspiro y se dejó caer de nuevo en su asiento.

— Entonces toma eso — ordenó Edgar y Liam, como casi siempre, lo hizo.

Liam intento tragar, realmente lo intento, pero el viscoso liquido lo hizo recordar a los fluidos de su padre e inevitablemente termino por vomitar, asqueado.

— Oh — Edgar se levantó y busco algo para limpiar el vomito —, si pudieras embarazarte estaría saltando de alegría cada vez que vomitas, lástima que no es así — le largo una servilleta al niño y con otras cinco limpió el líquido sobre la mesa, porque eso vomitó, agua, solo agua. El imponente hombre sacó un cigarrillo de su abrigo y se paro al lado de Liam, haciendo que el niño recostara su cabeza en su estómago —. Estoy empezando a sospechar que tienes bulimia, será mejor que dejes esos transtornos alimenticios a no ser que quieras que te alimente con una sonda, porque tú no te vas a morir — Edgar le dio una calada a su cigarro, acariciando el cabello ondulado del muchacho—, no mientras yo viva.

— ¿Dónde está mi bebé? — pregunto Liam en un jadeo limpiándose la boca y apartándose del lado de su padre.

Podía creer con facilidad que hubiera casado a su pequeña hija aunque fuera solo una niña, después de todo Edgar lo abusaba desde pequeño, Ally ya tenía la edad suficiente según Edgar, 6 ya era mucho mayor para él. Pero Liam sabía — o esperaba — que su padre no dañará a un bebé y eso era Heaven, un bebecito indefenso, una pequeña criatura tan regordeta que su cuello ni siquiera se notaba. Heaven era un bebé y Edgar jamás dañaría a un bebé.
El perturbado padre se detuvo un segundo y miró a la nada pensativo.

— Vamos a dar un paseo, mi querido niño — respondió por fin.

Caminar era un martirio, no tanto como lo fueron las horas anteriores, pero si doloroso, Liam se aferraba a la mano de su dueño para dar cortos pasos, pasos que eran similares a la sensación de caminar sobre cuchillas.

— Te daría una silla de ruedas — dijo Edgar continuando con su labor de erradicar la existencia del cigarrillo en sus manos —, pero a decir verdad quiero que te duela, que sufras un poco, mereces sufrir por hacerme sufrir a mí.

Él asintió, sabía que era su culpa.
Lo llevo a un bosque, el chico supuso que querría algo de sexo en la naturaleza, siempre y cuando ninguna alimaña lo pícara o lo hiciera desnudarse en la nieve todo estaría bien bien. Pero justo cuando creyó que sería recostado sobre el pasto y tomado allí mismo Edgar se detuvo.

— Que hermosa vista, ¿No crees, Liam? — el muchacho asintió sin dejar de mirar el suelo —. Mira el cielo y los verdes árboles, ¿No son hermosos? — Liam volvió a asentir, Edgar lo apretó de la mano, haciendo al niño temer el haber hecho algo incorrecto —. Mira el paisaje, Liam — ordenó.

Vio el césped húmedo y cubierto de nieve que ya empezaba a derretirse, algunos troncos caídos y un par de cuerpos colgando de las ramas de un árbol.

Eran dos cuerpos. Flácidos, flacos, marchitos por el frío. Sus cuellos eran anormalmente largos, tanto que algunos huesos sobresalían debajo de la piel, una cuerda se enterraba mortalmente debajo de sus mandíbulas y sus cabezas estaban cubiertas por un par de sacos de avena. Parecía ser que en cualquier momento el peso del cuerpo sobre el estirado cuello haría que perdieran la cabeza, literalmente.
No era anormal que se encontrarán cuerpos alrededor de la ciudad, cuerpos encontrados en "extrañas" circunstancias, pero por alguna razón esos cuerpos le resultaban a Liam muy similar, era la sensación de ver a alguien conocido a través de una tela de humo. Lo puedes ver, está ahí, pero no lo puedes reconocer, no del todo.

El muchacho inspeccionó los cuerpos con la mirada, debía haber una razón en especial por la cual su padre queria que los viera, por algo lo llevo a ese lugar exacto, ¿Esclavos que intentaron escapar? ¿Tal vez Novios y Novias atrapados en plena huida?  Un par de copos de nieve cayeron sobre sus ojos, Liam los limpió y al recuperar la vista, y ver con mayor claridad los cuerpos se desvaneció. Sus ya débiles piernas cedieron, antes de  tocar el suelo aquellos brazos que tanto lo habían lastimado lo sujetaron, aplastando sus órganos en un mortífero abrazo. Reconocería ese vestido floreado donde sea, de la misma forma en la que reconocería esos pantalones desgastados y grises.

— No...

— Supongo yo que los recuerdas — comenzó Edgar — . Una pareja de traidores, Binta y Casimiro, un par de dulces ancianos, perdieron a su hija, Stella, fue raptada por un extranjero. Eso los llevo a la locura e hizo que secuestraran al inocente e indefenso niño pareja del líder de la ciudad. Estaban locos, ellos se lo llevaron lejos y le llenaron la cabeza de ideas locas. Afortunadamente su amorosa pareja lo logró rescatar y lo trajo de vuelta a casa, donde pertenece.

Liam retrocedió y se soltó de las manos de su padre, cayendo al suelo, llorando. Liam no podía respirar, imaginaba a ese dulce par de ancianitos siendo torturados, ese par de estrellas que desinteresadamente lo habían salvado y le habían brindado el amor, y la seguridad que tanto él había deseado. Los imagino luchando, con el par de escopetas disparando a diestra y siniestra, sus diminutos y delgaduchos cuerpos apuntando a cada guardia que llegaba a su morada, tratando de salvarse, imagino a los sanguinarios guardias desarmandolos, sin importar si rompían sus débiles huesos de cristal o no, los tiraban al suelo, los pateaban, ellos sangraban, pero no suplicaban, no lo hacían porque no hicieron nada malo, no se arrepentían de nada, de absolutamente nada o eso quería pensar Liam, quizás sí se arrepentían, quizás deseaban jamás haberlos conocido, nunca haber salvado a ese grupo de niños perturbados. No. Eso no. Ambos abuelitos se tomarían de la mano y pensarían en su amada Stella, en ellos y en sus nietos, en sus largas vidas, Liam no creía vivir tanto, sería un milagro llegar a los 25, una proeza llegar a los 30. Ambos, Binta y Casimiro pensarían que tuvieron una buena y larga vida, y que fueron felices, igual o más felices que lo fueron ellos durante esos escasos días de felicidad y seguridad. Y luego serían colgados hasta la muerte.

<<Stella>> sería su último pensamiento mientras la cuerda les desgarraba la garganta. Aquél par de ancianitos hicieron más feliz la miserable existencia de los niños Al Bhatt, ahora estaban muertos, secos, con la nieve aferrándose cuál cascarón en los marchitos cuerpos.

—No...no...no...¿Por qué? — pregunto Liam mirando a los ojos a su padre — ellos...eran inocentes...

— ¿Inocentes? ¡Son unos secuestradores! ¡Unos locos traidores! — Edgar tomó a Liam de los hombros y lo puso de pie, al instante volvió a caer, pero nuevamente Edgar lo tomó, alzandolo entre sus enormes y fuertes brazos, brazos capaz de abrazar, pero también de matar — ¿Sabes por qué Liam? ¿Sabes por qué estás personas están aquí? Por tu culpa Liam, por tu culpa están aquí — Edgar acarició las mejillas del niño y limpió sus lágrimas con sus dedos —. El Liam que yo conozco, el Liam del cual me enamoré fue secuestrado — Edgar hizo un gesto de desagrado —, yo no conozco a este Liam rebelde y grosero, y yo haré lo que sea para recuperar a Liam del cual me enamoré — Edgar inclinó la cabeza de Liam y le dio un beso en la frente, y lo abrazo de tal forma en que los pies colgantes de ambos mártires quedaron frente a ellos — y haré lo que sea para recuperar a ese Liam, al Liam obediente, al dulce niño incapaz de desobedecer a su padre. Lo recuperaré, sin importar qué — exclamó Edgar en un susurró, apretando en sus brazos a Liam —. Tú reinado del terror se acabó niño, ahora comienza mi reinado del amor. Ya no voy a permitir que te vuelvas a alejar de mí, pequeño manipulador infeliz — Edgar hizo que Liam mirará los cuerpos, él también los miró, pero lo hizo con felicidad, le encantaba saber que Liam entendía que era su culpa, él fue quien asesinó a ese par de abuelitos, fue Liam el asesino, no él, Edgar solo recupero lo que a sus ojos le pertenecía —. Ya estoy cansado, muy cansado Liam, estoy cansado de amar sin ser amado, de mendigar cariño, de hacer de todo solo por un beso. Ya me dí cuenta que nada de eso te importa, no importa cuántos regalos te dé o que tan cariñoso sea. Nunca es suficiente para ti. Eres como una sanguijuela, solo pides más y más, pero nunca das, me estás acabando la vida, Liam, no puedo seguir así, no puedo seguir dando sin recibir nada — Edgar comenzó a caminar de regreso a su casa, cargando a Liam, haciendo que él quedará mirando hacía atrás, que viera sus víctimas de su crímen el mayor tiempo posible —. Ahora solo tomaré lo que es mío.

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