| 04. SENTIMIENTOS EN JUEGO
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EN CUANTO ARIELA bajó del irreconocible coche rojo de su amigo, sintió la brisa feroz de la noche helarle el rostro. Y no estuvo segura si fue por el clima o por el miedo que tendría de la charla que se le aproximaba.
Se cubrió del frío con su chaqueta azul petróleo y mientras escuchaba el ruido de los grillos de la noche subió las escaleras.
Al entrar a la gran casa escuchó a lo lejos a su madre y a su nana reír, pero en cuanto cerró la puerta detrás suyo se quedaron en silencio. Por lo menos hasta escuchar el taconeo de ambas venir a ella.
—Ari—dijo su madre, luego de plantarle un beso en la mejilla, estaba sorprendida y feliz por verla otra vez—. ¿Cómo te ha ido?
—Fue un día loco—soltó una risita que le hizo recordar a las mujeres cuando era pequeña y nunca dejaba de hacerlo—, nada raro del bar.
—Ven a contarnos—pidió la adulta mientras iban al comedor—, hemos preparado pasta, como a ti te gusta.
—Se siente—respondió a gusto con el aroma.
Ariela observó todo con rareza, aunque cada rincón seguía igual de limpio y con aires de lujosidad no le parecía una casa en la que alguna vez vivió. Ella estaba acostumbrada su normal y aburrido hogar celeste, del cual se entraba por una escalera y que estaba arriba del de sus vecinos.
Las tres mujeres se detuvieron ante el comedor marfil, que estaba decorado de un candelabro de luces tenues y sillas a juego de las paredes. Todo lo de allí parecía verse tan frágil, debido a los innumerables cristales, y eso le resultaba algo peligroso a la hija de los propietarios ya que solía tener manos torpes; o como les decía su nana "manos de manteca".
—Iré por tu plato—anunció la madre de Ariela.
—Yo puedo encargarme, Nuria—se negó Clara aunque la adulta había salido disparada de allí—. Está emocionada—le dijo a Ariela cuando estuvieron solas—, desde que se despertó que no deja de pensar en ti.
—Ya veo—contestó la joven al tomar asiento, sin esperarse que su comentario sonara borde.
Clara negó un tanto decepcionada. Apenas, y con mucho esfuerzo, podía recordar las veces en las que Ariela estaba tan unida a su madre. Solían hacer muchas cosas juntas, organizaban una tarde de cine en su propia casa, cocinaban pasteles, plantaban girasoles en el gran parque de la mansión; buscaban cualquier forma de hacer todo pero juntas. Todo eso había durado hasta la preadolescencia de Ariela, período en el cual comenzó a alejarse de sus padres y a interesarse por ser una más de las tantas niñas de Las Encinas.
—Creí que ya habíamos superado este tipo de Ariela—murmuró—, espero que se dé cuenta que su madre la ama mucho y que está dispuesta a hacer lo que sea para que no se distancien más.
—Nana...—la llamó apenada, aunque ella ya se estaba yendo a su habitación.
Ariela trataba de encontrarse con su madre, tenía millones de recuerdos y valores buenos de ella pero le era difícil buscar una conexión. Y eso siempre había sido su principal preocupación y tristeza, lo que más la hacía sentirse impotente.
En cuanto volvió a la realidad escuchó el tintineo de los cubiertos ser colocados a los lados de su plato lleno de pasta, acciones que luego agradeció en voz baja.
—¿Estás bien?—preguntó su madre mientras tomaba asiento en la punta de la mesa.
—Sí, estaba pensando en...Mi padre—mintió —. ¿Dónde está?
—Trabajando en un nuevo proyecto—contestó—. Desde el accidente en el instituto San Esteban su equipo se puso en busca de alternativas, ya que la agencia de Nunier no ha dado noticias sobre qué harán con el espacio destruido.
—¿Accidente dijiste?—río irónica—. Nunier es un ladrón, por su culpa pudieron haber muerto varios.
—Por suerte eso no pasó, Ari.
—No le quita la culpa—negó con la cabeza—. Igual que a la gente que se vuelve cómplice.
Ambas se quedaron en silencio, en cuanto Ariela se iba a disculpar fue interrumpida.
—Supongo que ya no hablamos del San Esteban—carraspeo—. ¿Quieres...?
—No, no quiero hablar de eso.
—¿Segura?—preguntó seria—. Porque parece que quieres meter eso en cualquier oportunidad que se te presente, Ariela.
—¿Sabes qué? Mejor hacerlo a tu manera mamá—masculló—. Hagamos como si nada hubiera pasado, como si todo fuera perfecto ¿No?—soltó sus cubiertos—. Me voy a la cama.
Nuria se quedó junto a su orgullo, aquel suficiente como para no responder nada. Y aquel suficiente como para dejar a su hija con un gusto amargo que no la dejó dormir bien. Y días más tarde ambas mujeres fueron a sus respectivos trabajos, casi sin cruzar palabra más que para decirse "hola" y "voy al trabajo".
Ariela sintió que ya no podía hacer nada más en esa casa, lo había intentado; pero estaba por dejar absolutamente todo atrás.
Amaba a su padre, amaba a su nana. Y sí, le quería a su madre; pero no de esa forma, no cuándo debía fingir que las decisiones de ella no la habían afectado. Eso no era amor, y ella lo sabía muy bien. Pero le era imposible no estar triste cuando recordaba que era ella quien más hizo llorar a su madre en toda su existencia.
Y por eso, Ariela pensó que Nuria no merecía ser infeliz, que no se merecía ese trato luego de las tantas cosas que hizo por ella.
Creyó que era la propia carga de su familia, por lo que se marchó. De nuevo.
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Sala gris nuevamente, luz blanca insoportable y un pequeño avance que para la inspectora era un pequeño gran milagro. Ariela dejaba de complicarlo todo y se abría ante ella.
—¿Qué hay de tus padres, Ariela?—interrogó—. ¿Viven juntos o...?
—No—jugó con uno de sus brazaletes—. Me fui de casa a los diecisiete.
—¿Por qué tan joven?
La interrogada se limitó a sonreír de lado.
—Eso ya lo sabe—murmuró—. Todo el mundo lo sabe gracias a los medios de comunicación.
—¿Podrías recordármelo?—consultó—. O mejor...Contarme cómo viviste aquello.
Antes de poder hablar, tomó de su vaso de agua. Un inevitable nudo se presentaba para no dejarla relatar tranquilamente.
—Mi madre y yo discutíamos, mucho—sintió en su cabeza el recuerdo de los gritos de ambas—, nunca hice algo bueno por ella. Nunca...—soltó sus lágrimas—. Yo sólo...
La inspectora colocó su mano en su brazo, quería demostrarle que tenía su apoyo, y que podía ser más fuerte que sus penas pasadas.
—Yo creí que por fin sería feliz si me largaba de su vida—balbuceó—. Cogí mi ropa, espere a la noche y lo hice...Me fui con gente que al final no eran amigos míos, que a la semana me dejaron tirada...Así sin más—se encogió de hombros—. Todos decían que me había ido con algún crío de la calle, que sólo había escapado para llamar la atención o a lo mejor para acostarme con quien quisiera. Y lo más gracioso es que cuando uno del grupo intentó manosearme, yo no le dejé.
Cada episodio se repitió en la cabeza de Ariela hasta poder hacerla quebrar en llanto y más llanto.
—¿Qué pasó cuando la policía te encontró?
—No quise volver—frunció sus labios—. Me sentía avergonzada, tan avergonzada que me llevaron como pudieron —sorbió su nariz— . Y yo sólo pensaba en qué cara pondría mi madre cuando viera a la mierda de hija que tenía.
—¿Qué pasó cuando se reencontraron?
La joven se quedó muda mientras luchaba porque su voz saliera normal, aunque era imposible que no se quebrara en mil pedazos.
—Me dijo que me quería—sollozó—. Que aunque todos le dijeran que se rindiera, ella nunca lo habría hecho.
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Cerca de las once de la noche Ariela y Katia se encargaron de limpiar las mesas del bar. Habían tenido un día largo, sobretodo Katia que debía encargarse de la caja al ser asignada en ese cargo luego del incidente con el hombre.
Las dos habían creado un vínculo fuerte, pero como toda amistad requería tiempo el conocerse.
—Volviendo al tema...¿Qué piensas hacer? ¿Piensas volver con tus padres?
Katia había notado el estado de su amiga en cuanto llegó al trabajo, tanta curiosidad tuvo que acabó enterándose de lo que había pasado entre ella y sus padres.
—Aún no lo sé—suspiró—. No quiero ni pensarlo, sólo...Despejarme.
La morocha sonrió de lado y al encender la pantalla del celular de la otra encontró la respuesta.
—¿Fiestuki?—le enseñó el celular entre risas—. Un tal Samuel te invito a una fiestuki.
—¿Samuel?—se acercó a leer la notificación—. ¿Una fiesta?
—Ahí está tu solución niña.
Las dos chicas miraron el alrededor ya limpio, tomaron sus mochilas y cerraron el lugar con la llave de Katia; mucho antes de que esta última ayude a Ariela a ajustarse el casco de su motocicleta en la cabeza.
—¿Te llevó a tu casa o...?—le consultó la conductora al encender el motor.
—A la Cabaña—contestó—. Veré a unos colegas allí.
Katia susurró un "vale", mientras que su acompañante tomaba su cintura para no caerse del vehículo en el que se abrieron paso. La noche, la brisa, sus risas, todo parecía la calma de una playa cuando ambas estaban juntas; y eso ayudaba a Ariela con todos los problemas con los que lidiaba.
—Ven a la fiesta conmigo—sugirió ella, una vez llegadas al restaurante—, venga que la pasaremos bien.
Katia sonrió aún con el casco tapándole la boca.
—Me mola, pero no conoz...
—¡Sin peros!—la interrumpió—. Vienes como mi acompañante, a Samu no le molestará.
—Vale tía, te veo allí entonces.
Ariela sonrió satisfecha y saludó con su mano cuando la otra se alejó, casi sin darse cuenta que dos hombres que acosaban a Nano por dinero la observaban desde atrás ¿La razón? Esos tipos sabían todo sobre la vida de quien debían perseguir, y Ariela era parte de la vida de Nano.
Adentro de la cabaña Nano sentía un sudor frío que lo mantenía inquieto, sus piernas temblaban e incluso podía sentir su estómago revuelto. Tenía miedo y ocultarlo no era tarea fácil.
Christian notaba su estado y se sentía inútil al no poder conseguirle una solución. Todo estaba mal y ellos lo sabían, como también sabían que el tiempo corría y corría cada vez más rápido.
—¿La Ari viene?—preguntó Christian con el cigarrillo en la mano, ella era lo único que se le ocurrió para sacarlo de su ansiedad.
—Sí, la jefa la invitó a cenar—miró el reloj de la pared—. En un rato estará aquí.
—¿Y eso? ¿Ya me estás echando tío?—preguntó el otro con una falsa indignación—. Que la quieres solo pa ti, eh.
—Qué va.
—No lo sé—dijo Christian—. Que no le quitas el ojo nunca, y ahora menos.
—¿Por qué "ahora menos"?
—Estuviste en la trena por un tiempo, andas buscando una presita por ahí ¿A qué no?—se rió—. Y hombre que la Ari no es una mala opción ¿Viste ese cuerpito? Sí que lo tenía escondido eh.
Nano le dió un golpe en la cabeza al escucharlo terminar.
—Que la Ari pasaría de tu puta cara sin dudarselo—masculló—. Es tu amiga tío, casi como una hermana.
—Una hermana bien buenorra—volvió a reír y a ser golpeado—. Ya, ya, pero que ahí está el problema; que no la sacas del personaje de la amiguita y eso está mal.
Nano frunció su ceño al no entenderle.
—¿A ti te parece normal que tu madre la invite a una cena? Que a mí no me invita ni un café, tronco—explicó—. Siempre os veo muy pegaditos y que no está mal, que existe la amistad entre mujer y hombre, pero que yo no los veo como amigos.
—Solo somos eso, Christian.
Ambos dejaron de hablar cuando escucharon unos pasos venir a ellos, y en cuestión de segundos la chica de la que estaban hablando entró a la cocina mirando todo.
—Pero que pedazo de cocina, eh—halagó—. ¿De qué hablaban que se quedaron bien muditos?
—Cosas de...chicos—contestó Christian, cogiendo su casco y dándole un buen beso en la mejilla—. Nos vemos mañana, muñeca.
Ariela lo siguió con la mirada hasta perderlo de vista, y luego se colocó frente a Nano.
—Qué cara larga—se burló—. ¿Qué pasa?
Nano tomó una bocanada de aire y negó con la cabeza quitándole importancia.
—Día largo—bajó de la mesada en la que estaba sentado y la tomó de la cintura mientras se iban del restaurante—. ¿Irás a la fiesta?
—Pues claro—afirmó—. La primer fiesta del Samu ¿Cómo voy a perdérmela?
La cena fue sumamente tranquila, el único que no participó de la charla fue Nano y de eso se percató su amiga al instante. Sabía que él no era tan unido a su madre pero esa noche era extraño que se lo viera tan callado.
El encuentro terminó cuando la madre de los chicos salió de la casa con su valija en mano, según entendió Ariela iba de visita a la casa de una amiga. Y supuso que esa era la razón por la que Samuel se había empeñado tanto en organizar una fiesta.
El sábado por el mediodía se comenzó con los preparativos. Cada uno estaba concentrado en sus tareas, aunque mucho les costaba a los hermanos con los nervios que manejaban. Y es que los dos tenían algo en común, Marina. La conquista que le pertenecería a solo uno esa noche.
Ariela se acercó a los cuatro chicos, recién despertada ya que tenía la vieja costumbre de dormir hasta tarde y perderse el desayuno los fines de semana.
—Hostia, pero si es la bella durmiente—se burló Christian mientras preparaba el ponche.
Una vez que saludó a todos con un beso en la mejilla, se quedó al lado de Nano observando las canciones que pensaba reproducir por la noche.
—Así que pinchadiscos, eh—murmuró cansada—. Me flipan esos temas.
Nano la miró detenidamente, más de lo que haría normalmente con cualquier chica, ella estaba de perfil por lo que apenas podía notarlo. Casi toda la noche había hecho lo mismo mientras la veía dormir, quizás Christian lo había hecho dudar.
Luego de echarle un vistazo a toda la lista de temas, ella lo miró; llegando a sentir su respiración a tal distancia. Nano inclinó su cabeza y estuvo dispuesto a acercarse mucho más si es que su hermano no lo sacaba de su trance.
—¿Qué le digo? "Marina me molas, tronca"—dudó—. Tronca con "K".
Ariela estaba muy incómoda, pero más que nada confundida por lo que había pasado. Y aquello había invadido su cabeza casi toda la noche.
—¿Qué pasa, tía?—se rió Katia—. ¿Te quedarás así de quieta toda la noche?
Su amiga venía con todos los ánimos de fiesta, llevaba una chaqueta de lentejuelas que la hacía relucir en el lugar, junto a una remera blanca y simple y unos shorts oscuros. Algo totalmente diferente a las prendas de Ariela que solo eran negras, a salvo de las letras blancas de su remera.
—Ari que me hubieras dicho que traías amigas—las interrumpió Christian—. ¿Cómo te llamas, bonita?
—Cuidado, Chris—palmeó su hombro su amiga—. Que le rompió la nariz a un cachondo como tú, así que no te pases de listo eh.
El chico abrió los ojos platos haciéndola reír a Katia, en cambio Ariela sólo se alejó de ambos para que se presentaran entre sí.
Entre la cantidad de gente–que cada vez aumentaba más– y el ambiente oscuro que luchaba contra las pocas luces de navidad apenas era posible atisbar las bebidas, pero Ariela logró encontrar el ponche casi sin esforzarse, aunque alguien llegó a su lado para impedir que bebiera aquel líquido rojo que se veía tan inofensivo.
—Sabe a mierda—le dijo Nano al oído, para que lo escuchara bien a pesar de la música alta—, mejor tómate otra cosa.
Ella en respuesta sonrió ligeramente y miró sus botines negros, casi sintiéndose inútil a su lado.
—Te ves bien—admitió con una mano en su nuca.
—Tu igual—respondió ella con sus mejillas ardiendo—. Estás haciendo un buen trabajo, pinchadiscos.
Nano rió un poco y le tendió una de las botellas de cerveza que traía en mano para que ambos brindaran sin motivo alguno. Y esa escena fue la que Marina observó fijamente de lejos, sabía quién era la castaña y también sabía que Nano la hacía sentir algo más. Algo que sólo él debía sentir por ella y por nadie más.
Aún con la botella rozándole los labios, los que resultaban llamativos a los ojos de Nano, Ariela fue apartada por Christian hasta un circulo pequeño en el que jugaban "Beso, atrevimiento o verdad".
—Venga, un aplauso para la nueva jugadora—alentó su amigo—. Sale Omar, entra la Ari.
—No, no, que yo no...
Casi todos los jugadores la alentaron, claro que la excepción fue Marina; que no esbozó ni una mínima sonrisa al verla.
—¿Beso, atrevimiento o verdad?
Ella se pensó su respuesta al tiempo que rascaba su ceja y escuchaba los aplausos de los demás para que se arriesgara.
—Vale, atrevimiento.
Toda la atención se la ganó ella cuando fue obligada a sacarse su remera frente a todos, un momento que por más que haya pasado rápido no pudo ser sacado de la mente del pinchadiscos.
—¡Venga que sigo yo!—chillo con emoción Katia al girar la botella del centro y ser elegida—. ¡Beso, beso!
Christian sonrió maliciosamente pensando en elegirse a sí mismo, pero no creyó que ella se acordaría de él después de tantas copas; y realmente quería que lo hiciera.
—Con Ari—alentaron la decisión del chico.
Las mejillas de Ariela se tornaron rojas y al ver que su amiga se apartaba del regazo de Christian tomó un buen trago de su botella.
Katia sonrió al notar los nervios de la otra chica y en un movimiento lento le susurro al oído un "tranquila", antes de tomar su mentón con una mano. Las dos miraron los labios de la otra con curiosidad y sorprendentemente fue Ariela quien cortó la distancia y juntó ambos labios ya no curiosos. Los movimientos eran rápidos pero en ningún momento parecían haber sido torpes, y aquel beso terminó con Katia mordiendo el labio inferior de Ariela y con innumerables aplausos.
—Joder que me puse cachondo y todo—admitió Christian entre risas.
Nano fulminó con su mirada a Katia, podía haber sido un simple beso de un tonto juego pero él había notado lo mucho que ella había disfrutado el momento. Y tenía miedo que su amiga igual.
Luego de un par de rondas más la botella volvió a elegir a Ariela y fue Marina quien–con una cara de pocos amigos– decidió hablar.
—¿Qué eliges?
Ariela ladeó una sonrisa al notar que la chica guardaba un claro odio hacia ella.
—Verdad.
—¿Acaso alguien de aquí sabe quiénes son tus padres?—preguntó—. ¿O la mierda de persona que eres tú?
Todo el mundo se quedó callado y espero la respuesta de Ariela con impaciencia.
—La única mierda es tu padre—masculló ella en respuesta—, tu hermano, tu familia ¡Y toda esa puta gente como tú!
La pelirroja se levantó de su asiento desafiante y algunas de las chicas de la ronda se levantaron para defender a Ariela, pero fue ella quien negó y se colocó frente a su rival.
—¿A mí también me golpearás?
La castaña la siguió mirando con odio pero fue lo suficiente madura como para pasar por su lado, golpeando su hombro, e ignorarla.
Y eso no parecía haber quedado ahí.
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