| 02. LOS PREJUICIOS DEL NIÑO

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        AL DÍA SIGUIENTE la puesta de largo de Marina fue el tema del día, en cada rincón de Las Encinas se pasaba de boca en boca las expectativas sobre esa celebración. Que hasta incluso parecía ser que todos estaban emocionados, a excepción de la anfitriona; que se mantenía reacia a organizar esa noche que para todos sería "inolvidable".

Toda la ceremonia había comenzado extraña y no era muy difícil notar que el hermano de la homenajeada estaba totalmente disconforme con la presencia de los becados. Los cuales por el momento comenzaban a ganar un poco de reconocimiento, que más tarde se saldría del control.

Cuando la fiesta estaba cerca de terminar, Nano debió encargarse de recoger a su hermano luego de pasar por su mejor amiga.

—¿Has escuchado a Christian?—le preguntó Ariela mientras estaban en el auto—. No para de hablar de todos los de allí, pero qué pesado.

Nano sonrió de lado y le dió una calada a su cigarrillo mientras se detenían ante un semáforo.

—Que le gustan las pijas al pringado—respondió—, déjalo disfrutar.

—Y a Samu también—agregó—. Esa Marina lo tiene loco, se nota.

—Vaya decepción mi hermanito.

—¿Y eso por qué?

El conductor tiró su cigarrillo por la ventana y miró a su amiga con obviedad.

—Que son todas iguales, Ari—explicó—. Cuanto más dinero tienen, más pillas son.

Ariela apartó su mano de la suya y miró la radio del auto con la vista pérdida, pensando en su punto de vista.

—¿Qué más pueden aprender? ¿Humildad? ¡Qué va!—se mofó—. Si se crían con rufianes, van a terminar siendo la misma mierda.

Una vez que llegaron a la casa de Marina, ella se desabrochó el cinturón con el rostro serio.

—¿Y qué tan diferente eres tú?—cuestionó cabreada—. Hablando de esa forma, con prejuicios, te conviertes en uno de ellos.

       Ariela salió del auto humeando furia y con el portazo que dió, le terminó por dar a entender a Nano de que la conversación había tomado un giro inesperado que no le había agradado en lo más mínimo.

Mientras ella se mantenía de pie con sus brazos cruzados, su acompañante se le acercó inseguro y a la vez confundido.

—Ari ¿Qué he dicho?

        Ella estaba por ignorar la pregunta, pero en cuanto vió que de la casa salía un joven con braveza y dirigiéndose hacía el indefenso de Samuel quiso intervenir.

         —¡Tú!—lo llamó el chico—. Te dan una beca y así lo agradeces, ¿Destrozando la propiedad ajena?

         Ariela y Nano se miraron entre sí y como si estuvieran sincronizados se apresuraron a meterse entre ese chico alto y de traje costoso y Samuel.

          —Me das asco—siguió el chico.

        Una vez que los dos estuvieron a una distancia prudente, Ariela deseó nunca haberse acercado. A más de uno reconoció en esa fiesta. Y más de uno la había reconocido a ella.

       —¿Qué está pasando aquí?—preguntó Nano, pasando la vista de su hermano al rival de éste.

Ariela se colocó a espaldas de su mejor amigo y agachó su cabeza al sentirse observada por un par de adolescentes adinerados.

—¿Y tú quién eres?—soltó Guzmán sin dejar de ver por sobre el hombro de él a Ariela—. Joder, la de chusma que se esta colando en esta fiesta.

Nano sonrió de lado con ironía.

—¿Me lo tomo como un piropo o te doy una hostia?

—Tómatelo como quieras.

       Samuel, preocupado por el desenlace de esta discusión, intentó apartar a su hermano pero éste se negó rotundamente.

         —No dejaré que este pijo se meta con nosotros—sentenció.

         Ariela siguió cabizbaja antes de sentir dos toques en su hombro derecho.

           —¿Y qué haces aquí?

      La voz dulce pero llena de maldad no era de nadie menos que la millonaria de Lucrecia Montesinos Hendrich, con su característica tonada mexicana y su rostro lleno de superioridad. Exactamente como Ariela la recordaba.

Ante la pregunta de ella y por la fuerza de su voz todos de percataron de la joven.

—No quiero problemas—susurró ella muy bajo—. ¿Vale?

—Eso es imposible, bonita—respondió con una sonrisa desafiante—. Si los problemas a ti te persiguen.

       Tiempo después la castaña se encontró en una sala gris donde el único ruido que podía presenciarse era el tintineo de la cuchara de la inspectora, que mezclaba su café sin dejar de observar a Ariela.

        —Así que no piensas responder—murmuró—. No sabes cuán mal se ve aquello.

       La interrogada suspiró, cargando todo el peso de su cara en su mano.

         —Si piensas dejarlo así me veré obligada a dar por finalizado este interrogatorio, lo cual no te convertirá en ninguna inocente.

        En respuesta guardó silencio.

     —Tienes el derecho de llamar a tu abogado si ya no piensas responder.

    La inspectora mordió el interior de su mejilla al saber que el interrogatorio estaba estancado.  Le molestaba no recibir respuesta alguna que la ayudara con su investigación, y más si aún quedaban sospechosos.

   Con impaciencia dejó su cuchara a un lado, y se levantó para recorrer el espacio sin mirarla más.

        —¿Puede hacerme otra pregunta?

    Sorprendida por la cooperación repentina volvió a su asiento asintiendo poco a poco.

       —Puedo hacerla—afirmó—. Pero me gustaría que luego me respondieras la anterior.

     Ariela miró su regazo y asintió, cual niña pequeña siendo regañada.

     —¿Habías tenido alguna discusión con un compañero cuando eras estudiante en Las Encinas?

      —.

      —¿Con quién?—volvió a preguntar—. O a lo mejor...¿Con quiénes?

    —Sólo dije que me hiciera una pregunta.

       —Ariela, por favor—sobó su cien—. Estas haciendo de esto una pérdida de tiempo.

        —Esa pregunta no la ayudará en nada—respondió—. Estamos hablando de Marina, no de mi pasado en esa mierda de instituto.

  —Tienes razón—aseguró—. Pero no eres más que una desconocida ante mis ojos, no sé de qué eres capaz—siguió—. Tampoco sé si estarías dispuesta a vengarte de Guzmán asesinando a su hermana.

    Ariela soltó una risa corta y silenciosa.

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       La vuelta a casa fue un total silencio, los dos hermanos estaban igual de encabronados, Samuel guardaba silencio porque a la vez estaba muerto de nervios por su futuro en el instituto. En cambio Nano pensaba en las miles de palizas que sería capaz de darle a Guzmán. No le bastaba con una. Creía que ese "pijo" merecía muchas más. Y ni hablar de su padre, ese merecía el doble e incluso más.

      El odio que el hermano mayor les tenía a esa gente llena de poder logró aumentar mucho más a partir de esa fiesta. No soportaba la idea de que su hermanito estuviera en ese entorno malévolo y que tal vez llegara a convertirse en otra copia.

        Nano subió la radio hasta el tope, golpeando el volante al ritmo de la música una vez que estuvieron detenidos ante un semáforo.

Ariela notó su estado ni bien se despidió de toda esa gentuza con un cálido "meteos vuestro dinero por el culo", así que para calmarlo se le ocurrió acariciar el lóbulo de su oreja con suavidad hasta llegar a su mejilla y hacer que la miré.

—Deja de pensar en eso.

Nano apretó su mandíbula y miró por el espejo retrovisor a su hermano, que observaba la ventana con lágrimas de enojo.

—Y una mierda—musitó—. Son todos unos cabrones, no se merecen a Samu.

         —Lo sé—susurró ella—. Pero no gastes tiempo pensando en ellos, no lo vale.

       Su amigo asintió, mirando directamente a sus ojos cuando la luz cambiaba a verde. Y así fue como tomó la misma mano con la que lo había acariciado y le plantó un beso justo allí; ignorando por completo las incesantes bocinas de atrás.
Y ella sonrió, mucho antes de que arrancarán el coche nuevamente para dejarlo a Samuel.

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Ariela supo muy bien cómo bajarle la tensión a las emociones negativas de su amigo, pero en cuanto Samuel dió un portazo que la hizo brincar; toda la rabia volvió por arte de magia.

Incluso ella intentó sostener la chaqueta del mayor al ver que se bajaría del auto para discutir, pero fue en vano; porque él se safó de su agarre y salió a escuchar el punto de vista de su hermano.

Por segunda vez en la noche veía a Nano pelear a puro grito y reproche, pero ambos hermanos eran tan tercos que se mantenían fieles a sus opiniones lo cual no permitiría que se hallara una solución.

—¿Y bien?—le preguntó ella luego de que Nano volviera a su asiento—. ¿Sirvió de algo?

Nano metió la llave del auto con toda la fuerza que su cuerpo le permitía y mordió su lengua.

—Si es un puto crío—masculló—. No se entera de nada Ari, que no lo hace.

—Está asustado, Nano.

—Y ciego también—rechistó—. Esa lacra de gente ya le lavó el cerebro entero.

El conductor giró la llave, haciendo que los motores vibren a nada de arrancar.

—No me lleves a casa—ordenó Ariela—. Llévame hasta Avenida Vicentini.

—¿Estas de coña?—preguntó confundido, una vez arrancaron—. Ahí viven los putos reyes.

—Voy de visita...A la casa de una tía.

Nano asintió con su ceño fruncido y al cabo del tiempo llegó a esa calle donde, cómo dijo él, se hospedaban familias con bastante dinerito de sobra.

Ariela lo miró un segundo antes de desabrochar su cinturón y señalar una de las principales fachadas; y quizás la más lujosa de todas las que se encontraban en ese barrio de "putos reyes". Era una casa de dos pisos, moderna y a la vista enorme; con grandes ventanales y un extenso patio lleno de luces amarillentas y un verde intenso.

—Joder...¿Esa es la casa de tu tía?

La castaña mordió su labio y negó.

—Es mi casa, Nano—contestó—. Vivo allí desde que tengo memoria, sé que no debí mentirte, pero depende de ti abandonar tus prejuicios si es que me consideras una amiga.

Él la miró en silencio, sin creerse los que decía.

—Puedo explicarte todo si eso quieres—aclaró—. Me cansé de mentirte, porque hoy te escuché hablar tan mal de ellos que me resultó imposible no pensar en que tal vez me hubieras odiado desde el principio si es que hubieras sabido sobre mi situación económica.

Ella alzó sus cejas esperando una respuesta.

—¿Eres...una pija como ellos?

—Soy igual que tú—corrigió—. Ya deberías saber qué clase de persona soy.

Y así, por tercera vez en el día le daban un portazo a la puerta del auto. Y una tercera más acababa ofendida con Nano.

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