| 01. EL MALDITO CRISTAL

UN MES Y
DIECISÉIS DÍAS

SÁBADO, 15:22 pm

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—NO PUEDES PASAR, ¿Qué parte no entiendes, niña?—suspiró el oficial— Me lo prohibieron desde que golpeaste en las bolas a uno de mis compañeros porque te excediste de tiempo. La inspectora ya te ha dicho que sólo tienes una visita por semana.

—A la mierda lo que diga la inspectora—masculló Ariela Doro tras sacar un gran fajo de billetes de su sostén— ¿Con esto cerraras la boca, a qué no?

El policía hizo bailar su bigote en un gesto, tomó el dinero con una mano y con la otra giró el pomo abriéndole paso a la deprimente habitación.

Y ahí estaba él, un cristal dividiéndolo de ella como sucedió ayer y sucedería mañana. Pero sonriente, fingiendo no estar tomando antidepresivos cuando se iba o dejándose golpear por sus compañeros al ya no tener ni fuerzas de soltar un puño al aire. Resistiendo...¿O sobreviviendo? Quién sabía cómo poner en palabras el sufrimiento de él.

—Hola, amor—cerró sus ojos Nano y estiró sus comisuras mientras su rostro se sostenía de su mano—¿Le diste en las bolas a otro para pasar?

—No hizo falta—suspiró cayendo sobre la silla de enfrente y sonriendo, o al igual que él fingiendo también— ¿Cómo estás?

Ariela quiso golpearse en la frente ¿Qué disparate se le cruzó por la cabeza? ¿Qué iba responder 'Aquí, feliz de estar pudriéndome en ese puto lugar por algo que no hice'?

—Bien, supongo—le mintió—¿Y tú?

—Bien—mintió también—, supongo.

Se miraron y ella ya no pudo, los ojos se le empañaron. Con sólo mirarlo, mirar todo.

Y no, no podía ser fuerte. Y no, no podía fingir, mentirle cuando en realidad sabía que una esfera de vulnerabilidad los seguía, los acechaba. Los consumía poco a poco.

—El cabrón de Samuel, toda la culpa la tiene él, si tan sólo...—se detuvo para gruñir y desquitar su furia lanzando lejos sus llaves—¡Joder!

     Nano la miró apenado mientras sollozaba con ambas manos en su sien, angustiada al saber que la esperanza se le estaba escapando de las manos día a día con cada segundo lejos de él.

        —Samu va a pensar algo Ari, me va a sacar de aquí, eso fue lo que te prometió.

       —Sí, como Christian también prometió ser nuestro amigo ¿No?—habló entre dientes sacando a la luz la pulla que aún no podía decirle a quien creía que era una de sus amistades— Los dos son la misma mierda, se van con los pijitos por uno, dos polvos y luego son igual; mienten como ellos. Se vuelven parte de la MISMA mierda.

       —¡No hables así de mi hermano!—gritó ofendido su novio, haciéndola brincar del susto por su tono y el golpe que dió a la mesa—¡Siempre igual, joder! Me lo dices que si no me hubiese enterado de nada, Ariela ¡Que ya lo sé, hostia!

       —¿Sí?—se mofó y levantó de su asiento igual que él—¿Y si tan bien lo sabes porque le crees? ¡Tu hermano estaba enfermo de celos! ¡Por su puta culpa estás aquí!

       —¡Por culpa de todos ellos!

       —¡No!—chilló pateando la silla hasta tirarla—¡Por él principalmente! ¿Y ahora te quiere ayudar, verdad? Luego de cagarte la vida, ¡Cagárnosla!

       —Seguro, tú vida es una mierda allí afuera...—bufó— No me jodas.

       —¡Sí, es una puta mierda!—gritó en respuesta—¡Paso cada hora contando los segundos para venir aquí, para hablarte de lo que me pasa en el puto día como si todo fuera fácil y no! ¡No lo es, Nano!—suspiró sosteniendo su peso con ambas manos sobre la mesa— No lo es.

      Estaban rotos ¿Y cómo no estarlo? Sólo tres veces habían podido besarse desde que Nano fue encerrado y por favor, nunca les bastaría una hora de visita. Ariela se moría y Nano también se moría. Extrañaban los labios del otro sobre los suyos. Se extrañaban y una injusta pared de cristal irrompible los separaba ¿Con qué cara hablar de un futuro?

     —No quise gritarte, Ari—soltó una bocanada de aire y talló sus ojos—. Lo lamento, es que...

     —Está bien...Entiendo—murmuró en respuesta—. Será mejor que me vaya.

Tomó sus llaves del suelo y las guardó en el bolsillo de su abrigo, aguantándose el llanto que se resistía cada hora al día que pasaba en esa habitación. Pero de todas formas ya tenía algo en mente y era algo que podría cambiar el rumbo de todo. Absolutamente todo.

Sólo que a Nano no le agradaría.

—No te vayas—musitó él, antes de que pudiera acercarse al pomo—, por favor.

Ni siquiera él supo si estaba diciéndole de que no se fuera de allí, en ese momento, o si literalmente le pedía que no se fuera nunca. Que no lo dejara frente al desamparo que a duras penas se curaba con su sonrisa.

Ariela no rechistó, volvió a su asiento en silencio y dándole a entender que no; que nunca lo haría. Nunca se iría.

—¿Cómo están tus padres?—intentó remontar la charla su novio.

Bien—sonrió de lado y se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja—, viven con el calendario en mano tachando los días para la próxima ecografía. Ya hasta me hacen soñar con el bebé a mí.

—Espero que la mini Ari no sea igual de enojona que su hermana—se rió—¿Ves? Ya me hiciste esa hermosa expresión de "quiero rebanarte las pelotas con una katana".

Rieron juntos y Ariela suspiró.

—Las cartas tenían razón al final—sonrió—. Enhorabuena, hermanito en camino.

—Hermanite—corrigió Nano haciéndola reír—¿De qué te ríes? Aquí dentro una tía nos da charlas usando lenguaje inclusivo, ya soy todo un feministo eh.

    —Feministo—repitió con burla la chica.

    Nano se unió a su risa, embobado ante lo bello que era así de despreocupada y risueña.

     —¿Cómo haces?

     —¿Cómo hago qué?

      —Verte cada día mas bella, Ari.

     Ariela se sonrojó y rió un poco más para disimular el rojo carmesí.

      —¿Qué?

      —No me digas eso—dijo—, vas a hacerme romper el puto cristal.

Y ya lo habrían roto hace tiempo. Lo odiaban, era el "pero" que habían tenido tiempo atrás hecho trasparente e impenetrable. Era el motivo de sus caras largas, de su mal genio, de ese poco rastro de felicidad que se les iba día a día hasta dejarlos como estaban; desilusionados. Lenta y paulatinamente el objetivo de la meta se les alejaba cada vez más ¿Qué podían esperar? Si hasta el tarro de euros que Ariela juntaba para pagar la fianza o un buen abogado jamás podría llenarse a ese paso.

Ni con horas extra en trabajo, ni con la miseria que ganaba Samuel, ni con nada. No iban a poder con todo en contra.

   No querían pero...¿Y si debían desistir?

Ariela se sobresaltó ante el chirrido de la puerta del baño por lo que rápidamente intentó limpiar el rimel corrido.

—Pero si es mi viuda preferida—bromearon sus espaldas—¿Qué tal mi niña?

Alzó su vista encontrándose con el reflejo de la morocha, ahora con trenzas africanas cubriéndole el cabello, pero fuera de eso igual que siempre; ropa corta y oscura, botas altas, piercing en la lengua y sorprendentemente sin ningún tatuaje en algún lugar visible de su cuerpo. Según Ariela, un estereotipo de "chula" a medias.

     —Venga tía, es de mala educación no saludar eh—se acercó a lavarse las manos— ¿Tú y tu cariñito siguen hablando del clima o ya seguiste mi consejo?

     Guardó silencio y sin que Malvina la viera arrugó la nariz, despreciando esa idea.

       —¿Qué pasa?—le pilló el gesto— A mi no me jodas, hay cosas peores Ari; como...¡Lamer los pies!—logró hacer reír a la cabizbaja Doro—Es que es de los peores errores de los hombres en el sexo.

       —O cuando no te quieren besar porque le acabas de hacer una mamada.

       —¡Es cierto, joder!—rieron— Una se mata ahí haciendo el trabajo y estos idiotas ni el clítoris encuentran—suspiró—. Pero bueno, yo agradezco que hasta el momento Javier no me haya decepcionado como los otros con los que follé ¿Y tu novio?

        —Tampoco—sonrió de lado—, aunque a penas cinco veces follamos.

        —¿¡Cinco!?—preguntó sorprendida— Y yo me quejo de mi vida, pero si estás en la mierda tía. Con razón esa cara.

    Ariela la miró mal.

       —Bueno ya, ¿Y por qué no sigues mi consejo tonta?—insistió— Que ya te lo explique, si no te pasas de la horita los polis nunca te van a abrir la puerta—comenzó a enumerar—. Vas, le hablas coqueto, le muestras las chichis, le pides que te muestre el paquete y listo; comienza el juego. Easy.

       —Ya, pero me da...

       —¿Vergüenza? Agh, no me jodas.

       —¿Y si él no quiere?

       —Es hombre, Ariela, se les para el amiguito con cualquier cosa—metió una mano en su bolso buscando algún labial—. Si sigues así y pasa el juicio, va a ser más difícil Ariela—tomó el rostro de la joven y comenzó a pintar sus labios de un tono bordó—. Con suerte, vas a tener dos visitas al mes de tres horas y ambas sabemos que ni con cuatro horas nos van a hacer menos miserables.

La castaña asintió con tristeza. Nadie mejor que Malvina entendía su situación.

—Ninguno de estos putos encuentros van a quitarnos esta depresión de mierda, así que o sigues como hasta ahora o vas por todo tía—le dió una sonrisa con lástima luego de dejar de pintar sus labios—. No te gustaría pasar el resto de tu vida sentada y hablando de estupideces con una sonrisa falsa, esperando algún...¿Milagro, no?—miró el reflejo de ambas a través del espejo—Tienes mi número si te piensas mi propuesta para ganar la pasta—le recordó—. Si es que quieres ser feliz y que no te dividan unas rejas de por medio de tu novio...Deberías pensártelo linda.

Malvina guardó el cosmético y sacó del bolsillo de su chaqueta, como por tercera vez en el mes, una tarjeta azul petróleo que a Ariela no le hizo falta leer para reconocerla.

—Todo amor tiene un costo, Ari—citó su  frase preferida de uno de los grafittis de su barrio—. Somos muy jóvenes para sufrir.

Deslizó el cierre de su cartera y le dió otra sonrisa a modo de saludo, pero con cinco pasos lejos, tuvo que detenerse ante la voz dulce de su compañera de desgracias.

—Dime cuándo empiezo.

   Hay quienes dicen que con pocas palabras se puede hacer un desastre absoluto.
¿Pero y si ese desastre es para llegar a lo que inútilmente uno cree que es la felicidad?

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