| 02. COMPLEJO KILL BILL

TRES MESES

VIERNES, 02:34 am

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        —EN CINCO MINUTOS sales, Ariela—le informó su jefa luego de azotar la puerta para despertarla de un susto—No te tardes.

       Ariela gruñó y levantando su cabeza del tocador se miró al espejo. Rodó los ojos viendo lo notables que estaban sus pómulos y lo resecos que estaban sus labios pintados de un color malva horroroso. Y ni hablar sus ojos llenos de sombra negra y pestañas postizas que llegaban incluso a pesarle.

      Era otra persona, una que cada día pesaba menos y que se comprobaba al ver lo marcadas que estaban sus clavículas.

     Nadie sabía cómo seguía de pie cargando con ese cuerpo tan delgado, ni cómo hacía para no desmayarse en todo el día si lo único que desayunaba eran tres cigarrillos y con suerte alguna fruta. Podía decirse que se mantenía "sana" cuando en la casa de sus padres se veía obligada a comer para que no sospechasen.

     Y no, no tenía ningún trastorno alimenticio, en realidad nunca tenía apetito de nada y vivía cansada, pues se acostaba a dormir a las cuatro de la mañana, si tenía suerte y no la atrapaba el insomnio, para al otro día despertarse a las doce e ir a trabajar al Bar Venecia y luego de cenar allí ir corriendo a donde se encontraba; el "club nocturno" Eider. Donde "trabajaba" bailando para otros hombres casi desnuda, a veces drogada o borracha.

    Su vida se había vuelto la definición de desgracia. Había dado el peor giro de todos y cuando quería rendirse, alzaba la vista a la foto que colgaba en el espejo; las cinco fotos que tenía con Nano escritas a mano con una frase que odiaba. Pero que eran un bello recuerdo de él antes de que mataran a Marina y a él lo encerraran injustamente.

    Quizás él, «el imán de su mano», era quien la hacía seguir de pie.

      —Está aquí, Ari—volvieron a informarle pero esta vez su–ahora–compañera de trabajo, Malvina—. Vino con su suegrito y todo, eh.

       —Vendido—masculló bajándose sus jeans para quedar vestida sólo con medias de red, un corset negro y tacones del mismo color—. Menudo show vino a ver.

    Se miró al espejo una última vez mientras se colocaba una colonia fuerte que estaba obligada a usar, como también las joyas de oro falso y algún que otro tatuaje falso en su piel. Según su jefa Mirna, debía lucir como una "chica mala" pues eso era lo que seducía a los hombres del lugar.

    —¿Están pasando una buena noche?—preguntó la designada anfitriona, Malvina, que recibió exclamaciones de parte de los invitados— Es un placer teneros a todos aquí, pero...¿No sienten que hace falta un poco de...? ¿Fuego?

   Tiró su abrigo de piel al suelo y empezaron a alabarla, entre aplausos de aliento.

    —Oh, pero a mí no me aplaudan amores—rió—. Hoy tenemos a una jovencita que estoy ansiosa porque conozcan, con casi veinte añitos; ella vino a por todo caballeros—sonrió en grande—. A complaceros con un sensual baile y...Poca ropa—hizo que aplaudan—. Démosle la bienvenida a...¡La asombrosa y bellísima...Ari!

   Christian no escuchaba ese nombre hace meses y al sentir las palmadas en el hombro de parte de su suegro Teo Rosón se vió obligado a alzar la vista.

   La melodía lenta de un bajo sonando desde el escenario y un cuerpo a espaldas hizo que los hombres de allí silbaran. Hizo que le silbaran a ella, a quien era su amiga.

  Sin mirarlos, Ariela chasqueó sus dedos al ritmo de la música y con su mano libre sostuvo un antifaz blanco a la altura de sus ojos. Movió sus caderas con lentitud, alzó sus brazos bailándolos y con el antifaz puesto estiró una mano hasta el caño que tenía al lado; haciendo que los hombres victorearan y gritaran obsenidades.

   Con una mano sosteniéndose dió una vuelta lenta, como le indicaban que hiciera todo; pues a esa velocidad los ojos ajenos observarían atentos todo lo que podían de su cuerpo.

   Aún sostenida del caño bajó meneando su trasero haciendo que, como de costumbre, le dieran azotes los de la mesa más cercana. Justamente, y como lo había planeado, la mesa de acompañantes de Rosón.

—¿Niño bonito te olvidaste el látigo en casa o qué?—se acercó a preguntar Malvina, haciendo que todos miraran y se burlaran de Christian— Ari, mi niña, ven a hacerlo entrar en confianza.

—No, yo...

—Venga Christian—lo animó su suegro—. No te invite a que sólo mires, anda ya...¿Es por mi hija? Carla no tiene porqué enterarse.

Ariela bajó del escenario con los ojos de todos puestos en ella, algunos labios fueron mordidos al hacer un recorrido desde sus piernas hasta su trasero o al encontrarse con sus apretados pechos bajo ese corset. Pero ese día, Christian la tuvo cerca, más precisamente en su regazo con una sonrisa y sin quitarse el accesorio que cubría sus ojos.

El suegro de Christian, al tenerla tan cerca, tomó su brazo y le besó la mano, causándole una sonrisa en la bailarina que ocultaba en el fondo un profundo asco.

Mirando a quien en algún momento fue su amigo, Ariela se inclinó a besarle el cuello para con suaves movimientos bailar sobre él pero obteniendo todo menos excitación. Christian estaba incómodo.

—Vamos Ari, no parece estar divirtiéndose.

Los demás lo abuchearon, y ella, tirándolo de su corbata, atrapó sus labios en un beso desesperado. Nunca antes se sintió tan forzada a hacerlo, tan mal por besar a otro hombre que no fuera Nano. Obviamente, se odió al haber besado al chico que más rencor le guardaba, pero que esa cercanía era una pieza fundamental para su plan.

Christian se separó antes de llegar a los seis segundos y su vista cayó en el lugar indicado, atando cabos al instante reconoció el tatuaje de su amiga. Uno que le había elegido Nano, el de una mujer-calavera.

—Ari...—murmuró sorprendido, con los ojos en grande.

—¿Y pues quién más, mi niño?—le susurró al oído en respuesta.

—¿¡Vieron eso!?—siguió hablando a través del micrófono la anfitriona— Me parece que nuestra chica traviesa se lo quiere llevar a otro lado.

Christian negó pero Ariela, quitándose el antifaz y levantándose, volvió a tomarlo de la corbata viéndose casi obligado a ceder entre el aliento de algunos y la insistencia de ella.

—¡No se me pongan tristes, mis niños!—se rió Malvina al verlos quejarse a todos— Hay más chicas para alegraros la noche.

Ariela lo guió por un pasillo hasta llegar a la salida de emergencia, pero antes de salir y mezclarse con el frío de la madrugada tomó su abrigo de un perchero.

—¿Qué coño haces un puto bagdad, Ariela?—preguntó enfadado Christian.

La castaña prendió un cigarrillo y se encogió de hombros.

—Algunos lo llaman trabajar—respondió—, yo lo llamo ganar la pasta para la fianza de mi novio preso—pausó para darle una calada a su camel—. No todos tenemos una marquesita que nos pague los relojes, los viajes, los pelucos...

El chico lo miró al borde del lagrimón.

—Mira si te falta dinero, hablo con Carla y...

—No—se negó—, antes muerta que pedirle algo a esa imbécil o a su familia.

Se sentó en los escalones de la salida y empezó husmear en la caja de cigarrillos, con portada de camello, sin siquiera haberse terminado el que estaba entre sus labios.

—Ari, yo no sé cómo ayudarte.

—No tienes porqué—se encogió de hombros—. Hubo un tiempo en que necesité un amigo, ahora no espero una mierda de las personas—sentenció para luego hacerlo llorar—; Nano y yo no te necesitamos, Christian.

Como el veneno de una víbora, la culpa se encargaba de engullir al pobre chico. El plan de ella salía a la perfección.

—Mira, lo siento ¿Está bien?—se agachó a la altura de ella poniéndose enfrente— Sé que fui un amigo de mierda, Ari, pero no dejaré que sigas trabajando de prostituta para pagar la puta fianza.

—¿Y qué más puedo hacer?—lo miró entre lágrimas— Si tengo que acostarme con uno, dos o tres tíos para sacar a Nano voy a hacerlo. Y ni tú, ni nadie, va a detenerme.

—Tú no eres esto, Ariela.

—Tú tampoco eras un pijo y mírate—rió cínicamente—; con relojes caros, ropa de diseñador, fingiendo ser algo que no eres para pertenecer a la mierda de personas que son los millonarios—sacudió su cabeza—. Y yo que creía que mi amigo no tenía ningún precio, pero si ya me lo compraron entero.

Eran las dos de la madrugada y los dos lloraban. Eran las dos de la madrugada y Christian, abrazado a sus piernas, pedía perdón entre sollozos. Pero sobretodo, eran las dos de la madrugada y Ariela iba a hacerlo hablar. Pues como Samuel se lo dijo, él ya no era el mismo. Y según Ariela, si te vendías al entorno pijo era porque algún secreto les habías jurado esconder.

—Christian tú no tienes la culpa de nada—lo tomó de la mano fingiendo compasión—. Sé cómo es ese mundo, cómo es esa gente. Yo...—tragó saliva, estaba mintiendo—Te perdono.

Christian abrió sus ojos en grande y ella le sonrió, inclinándose a besar su mejilla y que en consecuencia él la atrapara en un abrazo.

—Soy tu amiga, siempre lo seré—le susurró al oído con una expresión llena de odio que él no pudo ver—. Puedes contarme lo que sea, Chris, t-tú...Sabes algo ¿Verdad?

Deslizó su mano hasta el bolsillo de su saco y se colocó–siendo precavida de que él no la viera– la nudillera de metal entre sus fríos dedos.

—No puedo decirte.

—Sí, puedes—murmuró dejando un beso corto en el lóbulo de su oreja—. Somos casi familia, Chris, lo que sea que te haya pasado necesito saberlo.

Christian guardó silencio todavía abrazándola, algo andaba mal y lo sospechaba.

—Hazlo por Nano—se separó a mirarlo—. Hazlo por mí—rogó—. O sólo, hazlo por Marina y su corta e injusta vida.

Lo convenció, iba a decírselo.

Hasta que no.

La puerta de salida se abrió de repente haciendo un estruendoso ruido que los hizo asustar. De ella salió el padre de Carla mirándolos con una sonrisa y llevando aprisionado entre los dientes un habano.

—No cojais frío—le lanzó el saco de Christian—. El resto de putas son gordas, nos vamos a otro lugar Chris—le echó una mirada a Ariela—; uno menos cutre.

Salió con lentitud, haciendo impacientar a Ariela entre que buscaba una forma desesperada de tomar su arma sin que Christian la viera. Sin embargo, no obtuvo el resultado que esperaba.

—¿Qué es eso?

Ariela tomó el objeto con rapidez y se levantó, enfrentándolo cara a cara. Mostrando ese desprecio que hace un rato estaba ocultándole.

—¿Qué coño ibas a hacer?

—¿Tú qué crees, gilipollas?—se acercó peligrosamente— Quería mandarle un mensajito a tu familia marquesa.

—¿¡Qué mierda tienes en la cabeza!?

—¡A Nano!—lo estampó contra la pared del club con su arma en alza—¡Y a lo que TU puta gente nos hizo! ¿Es que no te enteras, Christian? Me das asco, siempre fuiste el mismo egoísta de mierda—bajó el arma sonriendo con amargura—. Por un polvo dejaste que metieran a tu amigo en la cárcel porque que sabes algo—hizo el intento de soltar un puño con la nudillera pero se contuvo y sólo le escupió—. Ojalá, por el resto de tu asquerosa vida, todos te escupan. Es lo mínimo que merecen las mierdas como tú. Quisiera perderte de vista pero sabes qué, tengo claro que muy pronto todos ustedes vais a caer. Yo los haré caer aún así me juegue la puta vida.

          Y todos aprenderían una valiosa lección; nunca meterse en el camino de una Ariela Doro furiosa y decidida. 

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       La puerta de la habitación hizo el familiar chirrido para los oídos de Ariela que, asomando la cabeza, dejó de sonreír y frunció el ceño tras encontrarse con Christian en ese odioso lugar.

        —¿Qué coño haces aquí?—preguntó entre dientes, cerrando la puerta detrás de ella con sus ojos fijos en él.

        —Estábamos hablando, ya se iba—respondió Nano por él.

        —No, no me voy—sentenció—. Todavía no terminé de hablar contigo.

     Ariela se le rió en la cara mientras tomaba asiento unos pasos lejos de él.

        —Gastas tiempo y saliva, nadie quiere escucharte gigoló.

         —Él si va a querer hacerlo cuando le cuente en lo que andas metida—la amenazó,  recibiendo la peor mirada asesina que alguna vez pudo haberle visto.

        —¿Qué dices?—preguntó preocupado Nano, buscando la mirada de su novia con persistencia—¿De qué habla, Ari?

    Ariela siguió fulminando con la mirada a Christian, que se le rió en la cara como ella antes había hecho.

        —Resulta que tu noviecita se la anda dando de Kill Bill—contó con una sonrisa burlona—, se la pasa juntándose con gentuza y ayer por la noche intentó rajarme la cara con una nudillera.

    Y aunque lo disimuló, Ariela volvió a respirar al darse cuenta que no iba a contarle en lo que andaba metida por las noches.

       —¿Qué pretendes? ¿Que me regañé?—lo desafió—¿A eso viniste?

       —Todavía queda más por contar ¿Lo haces tú o lo hago yo, muñeca?

        —Cierra la puta boca.

        —No—habló Nano—, cuéntamelo.

     Ariela no pudo mirarlo a los ojos, no mientras buscaba una excusa para zafar de esa situación tensa.

  Pero en realidad la tenía y era una gran novedad para decirles, sólo que a ninguno les gustaría y ella no sabía si estaban preparados para escucharla. O si ella lo estaba para poder decirla.

        —Ariela...

  Y ya no encontró excusas.

        —Voy a entrar a Las Encinas—soltó de repente—, mi padre consiguió que entre para terminar mis estudios—explicó—. Ya saben lo que dicen...Siempre ten al enemigo cerca ¿No?—miró a Christian— Y a los que te apuñalan por la espalda más.

     Ninguno emitió ruido alguno, tan sólo atinaron a mirarla incrédulos, sin creerle ninguna palabra. Hasta que la seriedad con la que se mantuvo los hizo caer en cuenta que no estaba bromeando para nada.

       —Ni de coña, Ari—se negó Nano—. No vas a meterte entre esa gente de mierda ¿No te alcanza con la que me han liado, tía?

       —A ti te la han liado—respondió—. Si intentan liármela a mí, van a liársela ellos mismos—aseguró—. Yo no voy a echarme polvos con marquesas, ni a tomarme el té con ellos Nano—alzó una ceja por un segundo—. Voy a joderles la vida tal y como nos la jodieron a nosotros.

        —No te metas con esa gente, Ariela, te lo digo en serio. No lo hagas.

     Negó con la misma firmeza de sus palabras.

        —Ya lo tengo decidido—afirmó de brazos cruzados—. Porque si yo no lo hago, nadie va a sacarte de esa puta cárcel.

     Christian sacudió su cabeza levantándose de su asiento, pero antes de irse no se olvido de decir una frase que atormentaría a la chica hasta que fuera a dormirse.

       —Ojalá no hubieran matado a Marina—se giró a verlos— me hubiera gustado que terminarais juntos. Ella te merecía más que la idiota que tienes enfrente, Nano.

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