5-XI


Cuatro camiones cargados de militares hasta más no poder llegaron al campamento improvisado que habían formado Alfonso y sus hombres. Rápidamente se bajaron y formaron un pelotón, no llevaban sus trajes oficiales, sino que iban vestido con unos trajes especiales para evitar ser infectados. Uno de ellos, un hombre alto, rubio y musculoso, avanzó hacia donde estaba Alfonso que ya los estaba esperando.

—Usted debe de ser el teniente coronel Alfonso si no me equivoco —dijo en tono serio, Alfonso sólo se limitó a asentir—. Yo soy el teniente Jonhson, su sustituto, a partir de este preciso momento usted y sus hombres están bajo mi mando, ¿entendido?

Alfonso se le quedó mirando desconcertado, como dudando en si debería responder o no. Su rostro era una mezcla de frustración e ira a la vez, nunca había pasado por una situación como la que estaba ocurriendo, por lo general, a él se le otorgaban misiones difíciles y siempre las lograba resolver, pero esta era contra un enemigo sobrenatural contra el cual tenían poco o nada que hacer.

—¿Ha quedado claro? —insistió Johnson.

—Sí teniente, fuerte y claro.

—Bien, prepare a los hombres que le queden, entrarán junto a nosotros en cinco minutos, recuperaremos el Guatao a como dé lugar.

4 años atrás

La puerta se abrió de repente dejando entrar la luz del exterior a la oscuridad impenetrable de la celda. La silueta de un hombre vestido con un blazer negro se posicionó en el umbral de la puerta y con un chasquido de dedos las potentes luces blancas de la celda se encendieron de golpe, dejando ver a una persona encorvada en una de las esquinas. Esta dejó escapar un gemido de dolor, como si la simple luz le provocara quemaduras, vestía una camisa sucia y un pantalón de mezclilla que se encontraba hecho harapos, emanaba un olor desagradable que se había impregnado en las paredes del local dificultando la respiración del recién llegado.

—¿Quién lo diría? —dijo el recién llegado—. El prestigioso científico Radamel Méndez en persona, si me lo hubieran dicho años atrás les hubiera dicho que estaban locos.

El hombre del blazer negro se acercó a Méndez con cautela analizando todo a su alrededor, observando lo delgado y desmejorado que estaba después de seis largos meses de encierro en las tinieblas bajo condiciones inhumanas. Méndez intentaba adaptar sus ojos a la luz, pero había estado tanto tiempo viviendo en la oscuridad que le resultaba prácticamente imposible, sentía cómo sus ojos le dolían con cada haz de luz que se colaba entre sus palpados al intentar abrirlos.

—Te haré una única pregunta, espero que hayas meditado bien lo que te dijo mi colega hace una semana —dijo el hombre dando vueltas por la celda—. Pero vamos, quiero que me mires a la cara, quiero que veas mis ojos y que me dejes ver esa arrogancia que siempre te caracterizó.

Méndez estaba seguro de conocer la voz que le hablaba, sin embargo, no lograba asociarla a nadie. Tardó unos instantes en lograr abrir los ojos y enfocar sin que la luz le molestara. Lo primero que vio fue a aquel hombre enfrente de él con ambas manos cruzadas al pecho. Una sensación de escalofrío le recorrió el cuerpo de manera súbita al descubrir de quién se trataba.

—¿Teniente coronel Adolfo, usted…? —balbuceó Méndez confundido.

—Este mundo es un pañuelo, ¿verdad? —dijo Adolfo a modo de burla—. ¿Quién te iba a decir que ibas a lograr salir de Cuba para irte a vivir a España con tus familiares así sin más? Además, cómo ibas a imaginar que el Teniente Coronel al mando de la unidad militar más secreta de Cuba, es un agente infiltrado de la CIA.

—¿Cómo saben lo de España? —preguntó Méndez desconcertado.

—¿Cuándo comprenderás que nosotros lo sabemos todo de todos?

—Yo no… —balbuceó una vez más Méndez, pero fue interrumpido por Adolfo.

—¡Tú no, nada! —gritó haciendo que Méndez temblara de miedo—. ¿Pensaste que podías irte así sin más? Una persona con el conocimiento que posees no puede abandonar a la CIA así porque sí, sabes que eso tiene sus consecuencias.

—Ya no quiero formar parte de esta barbaridad que están intentando hacer.

—Méndez, sabes que eso no es posible, así como también sabes que la respuesta que me des hoy le puede costar la vida a tu hijo. —Los ojos de Méndez se abrieron tanto que parecían querer salirse de sus órbitas—. En estos momentos tenemos posicionado un francotirador en la escuela donde se encuentra tu muchacho, bastará solo una llamada y acabará con la vida de tu hijo.

—No puedo volver —dijo Méndez con lágrimas en los ojos—. Salí de Cuba para Miami de manera ilegal como un emigrante y de aquí tenía pasaje para Madrid.

—Primero que todo, no estamos en Miami, sino en Yucatán, cuando te detuvimos en el mar, en aquel cuchitril de barza en la que viajabas, te trajimos aquí por cuestiones de seguridad y tranquilo, no hay nada que yo no pueda hacer, te volveremos a entrar al país sin que seas descubierto, en los registros aparecerá que emigraste, pero realmente estarás ahí, trabajando en el proyecto Macrófago.

—¡No lo haré! —dijo Méndez sobresaltando su voz.

—Muy bien —Adolfo sacó un celular de su bolsillo, marcó un número y esperó a que contestaran—. Puedes ejecu…

—¡¡¡Nooooo!!! —Méndez no lo dejó terminar de hablar, Adolfo simplemente cortó sus palabras y le miró con cierta curiosidad—. Colaboraré, lo haré, lo prometo, seguiré en el proyecto Macrófago.

—Muy bien doctor, ya me dará las gracias cuando haya dado con la cura del cáncer.

Unos disparos desde el exterior sacaron a Méndez de sus recuerdos. Todos en la casas se pusieron en alerta y trataban de observar qué sucedía a través de las pequeñas ventanas. Méndez, volviendo a la realidad en la que se encontraba agarró el fusil y salió del cuarto para ver qué sucedía.

—¿Qué pasa allá afuera? —preguntó Roger que no lograba ver nada por la ventana.

—No estoy seguro —dijo Julio pensativo—, lo único que alcanzo a ver son más de esos zombis corriendo de un lado a otro.

—Deben de haber venido a por nosotros —comentó Méndez acercándose a ellos.

—Eso espero —comentó Reina desde su rincón, ella había permanecido inmutable ante los disparos.

Alicia se encontraba en el límite de la cocina con la sala, tenía las manos entrecruzadas a la altura de la boca y rezaba con fuerzas, aferrándose a sus creencias religiosas.

Los alaridos de los muertos fueron disminuyendo a medida que los disparos se acentuaban. Tras un breve período de tiempo los disparos cesaron y el sonido de pasos fuertes alrededor de la vivienda pusieron nerviosos al grupo de sobrevivientes. Alicia se agachó y continuó rezando, Roger y Julio intercambiaban miradas entre las ventanas cerradas al tiempo que cruzaban los dedos. Reina se levantó y se acercó a Méndez en busca de protección, este sujetó el fusil con ambas manos y apuntó a la puerta de entrada previendo lo peor.

—¿Hay alguien dentro? —dijo dando tres golpes en la puerta—. Soy el teniente Johnson yo y mi equipo hemos venido a rescatar a los ciudadanos que aún estén vivos.

La palabras del militar llenaron de regocijo al grupo de cinco dentro del hogar. Roger y Julio saltaban abrazados de la emoción, Alicia estalló en llanto al saber que todo había acabado. Reina inconscientemente abrazó a Méndez por la espalda mientras este bajaba su fusil.

—Sí aquí dentro estamos cinco sobrevivientes —dijo Méndez con voz firme—. Ninguno de los presente se encuentra herido, puedo garantizarlo. Quitaremos la barricada que hemos puesto para que puedan entrar.

Julio, Roger y Méndez se pusieron a mover los muebles que habían apilado en frente de la puerta. Les costó más tiempo el retirarlos que lo que les llevó ponerlos, pero ahora no había apuros, se sentían a salvo o al menos era lo que esperaban la mayoría. Una vez retirada la barricada, la puerta se abrió y tres soldados con trajes impermeables y máscaras antigás entraron a la sala. Tras ellos entró Johnson, quien al entrar se retiró la máscara.

—Usted debe de ser el Dr. Radamel Méndez si no me equivoco, ¿no? —dijo Johnson dirigiéndose al único que iba armado.

—Sí, soy yo —afirmó el doctor—. Yo fui quien se contactó con ustedes para decirles la situación real de lo que estaba pasando.

—No estuve en esa llamada de socorro, pero créame cuando le digo que estoy al tanto de toda la situación. Ahora entrégueme sus armas, no las necesitará.

Méndez tragó en seco, dudó un segundo, pero terminó entregando el fusil y la pistola al soldado que se le había acercado. Por su mente pasaron cientos de posibilidades en pocos segundos, pero sin duda la más importante de todas era: ¿hasta dónde sabía Johnson de quién era él y lo que estaba pasando?

—Bien, que entre el médico y que los revise a todos —ordenó mirando a Méndez a los ojos—. Si alguno presenta alguna mordedura y/o herida sugerente, péguenle un tiro en la cabeza. Al que se niegue también le disparan.

Julio, Alicia, Roger y Reina quedaron sorprendidos ante las palabras de aquel hombre, nunca pudieron haberse imaginado una orden tan cruel como la que acababan de escuchar. Méndez, sabía que toda esa parafernalia era necesaria, él sabía que si alguno de ellos estaba infectado sería cuestión de tiempo para que se terminara convirtiendo y si lo dejaban salir así, sería un foco infeccioso imposible de controlar.

Una vez el médico entró, Johnson salió junto a dos de los militares para guardar un poco de privacidad. Los sobrevivientes fueron examinados rigurosamente, para ello los desnudaban casi en su totalidad y el médico chequeaba cada parte de su cuerpo con una lupa buscando posibles fuentes de entrada. Cuando llegó el momento de las mujeres el soldado se dio la vuelta para que las mismas se sintieran más cómodas.

A medida que iban terminando, se vestían y salían de la casa. La vista que se podía observar del pueblo era totalmente desalentadora, las calles estaban repletas de cadáveres tirados por todas partes, los cuales daban un aroma al entorno difícil de respirar.
Los cinco sobrevivientes fueron montados en la batea de una camioneta. Johnson se acercó al chofer de la misma y le dio instrucciones, luego se acercó a los sobrevivientes dedicándoles una última mirada.

—Serán trasladados al Instituto Pedro Kuri, allí se les tomarán muestras de sangre y se les pondrá en aislamiento por un tiempo. Lo peor ya ha pasado. Ahora id a descansar.

—¡Teniente espere! —gritó un soldado que venía con una persona mayor caminando.

—¿Qué sucede? ¿Quién es él? —inquirió Johnson.

—Hemos encontrado otro sobreviviente, se llama Roberto, lo encontramos encerrado en la bodega del pueblo, dice ser el bodeguero.

—Bien, que el médico le examine, sobre todo esa nariz.

Roberto fue pasado al interior de la vivienda donde se había refugiado el grupo de Méndez. El médico lo examinó rigurosamente para determinar que la lesión de la nariz y los golpes en el cuerpo del señor no eran de relevancia. Una vez examinado fue montado en la camioneta junto a los demás.

La camioneta arrancó con rumbo al Pedro Kuri.

Los militares siguieron su tarea de peinado en el resto del pueblo, esta vez sí estaban realizando un trabajo digno de admirar, el hecho de ser más de cincuenta efectivos limpiando el pequeño pueblo plagado de zombis fue de gran ayuda. En menos de una hora cada zombi del pueblo había sido eliminado, cada rincón había sido revisado y la amenaza había sido erradicada en el Guatao.

Sin embargo, una vez asegurado el pueblo, los militares siguieron su ardua faena. Avanzaron por la Carretera del Guatao rumbo al segundo punto de acceso que se había instalado. Al llegar ahí, se toparon con la realidad de que el punto de control había sido destruido y traspasado por los muertos y que una parte de ellos merodeaba por los campos cerca de la carretera.

—Dividámonos —ordenó Johnson—, quiero treinta soldados conmigo para ir a esa finca de allá, el resto seguirá por la carretera y velará que todo esté en orden, no quiero fallas, a la primera duda disparen a la cabeza.

El grupo se dividió tal como ordenó Johnson y en un abrir y cerrar de ojos él y sus hombres seleccionados estaban atravesando la pradera para entrar a la finca.

Los disparos empezaron a sonar nuevamente impregnando el aire puro del campo con el inconfundible aroma de la pólvora. Los militares avanzaron por la plantación de mango con suma destreza. Su avance resultó relativamente sencillo, ya que los zombis se encontraban dispersos en pequeños tumultos, devorando las reses que habían sucumbido ante los soldados de la muerte.

Siguieron avanzando y se encontraron una vivienda blanca en el medio de la nada, la misma estaba completamente rodeada de zombis que intentaban entrar a toda costa a esta.

—Ahí dentro debe de haber personas —dijo Johnson a sus hombres—. Tengan cuidado al disparar.

Tras sus palabras hincó su rodilla al suelo para tener una mayor precisión y abrió fuego, tras él sus hombres comenzaron a disparar contra la masa de zombis que asediaba la vivienda.

Dentro de la casa los integrantes comenzaron a sentir el tintinear de las balas impactando en las rejas que cubrían las ventanas, al inicio no entendían bien de qué se trataba, pero al romperse uno de los cristales en mil pedazos y escucharse los disparos con claridad entendieron lo que sucedía.

—¡¡¡Todos al suelo, rápido!!! —alertó Tomás tirándose al suelo.

Los vidrios de las demás ventanas comenzaron a quebrase, las balas surcaron los aires para colisionar en las paredes soltando pequeñas partículas de hormigón. María cayó al suelo con el empujón que le dio Alejandro al sentir la algarabía, este se le tiró encima y con su cuerpo la protegió de las balas. Mario, por el susto dejó caer al suelo dos platos de cristal con comida que traía en sus manos, los mismos se rompieron apenas tocar el piso haciendo un sonido aparatoso que retumbó en la sala. Él, retrocedió sus pasos a toda prisa para salir de la sala y colarse nuevamente en la cocina, una vez ahí se agachó y encogió en el suelo.

Marcos, quien estaba recostado a la pared justo al lado de una ventana, saltó al escuchar los vidrios quebrarse, sintió el corazón latirle mucho más rápido de lo normal al tiempo que se lanzó al suelo y se arrastró hacia donde estaba Tomás. Las balas volaban por encima de su cabeza, la sala se había convertido en toda una locura, había gritos de histeria, llantos desconsolados previendo lo peor, con cada bala que entraba se rompían adornos que daban vida al local y los cuadros de las paredes no dejaban de caer.

—¿Qué mierdas está pasando? —preguntó Marcos confundido.

—No lo sé —informó Tomás—. Quizás sea el ejército que ha venido a salvarnos el pellejo.

—¿Por qué nos disparan? —inquirió Mario.

—No creo que sea a nosotros, debe de ser a esas malditas aberraciones —concluyó Tomás.

Tras unos minutos los disparos cesaron y todo volvió a la tranquilidad. Poco a poco los sobrevivientes fueron incorporándose con temor hasta estar completamente seguros de que el fuego había terminado. Para entonces se percataron también que el alarido de los muertos también había desaparecido.

—¿Todos bien? ¿Alguien herido? —Quiso saber Tomás cerciorándose de que ni él ni Marcos tenían ningún rasguño.

—Estamos bien —informó Alejandro.

—Yo también estoy entero —dijo Mario asomando la cabeza a la sala.

—¿Hay alguien dentro? —preguntó un soldado desde el exterior de la casa.

Tomás se incorporó y se dejó ver por una de las ventanas, pudo observar cómo un soldado se encontraba apuntando a su dirección y dejó escapar un suspiro de alivio al sentirse a salvo.

—No dispare, no estamos infectados —dijo tan alto como sus cuerdas vocales se lo permitieron.

—¿Cuántos civiles hay dentro? —Quiso saber el soldado.

—Somos cinco, pero dos somos militares también. Yo y un muchacho pertenecemos a la Unidad Militar Sector Nueve, somos los únicos que hemos logrado salir con vida de ella —informó.

—¿Alguno de ustedes ha sido mordido?

—No, todos estamos bien.

—Abran la puerta y salgan de uno en uno, serán examinados y si todo está en orden serán llevados al Instituto Pedro Kuri donde permanecerán en vigilancia.

Tal como había ordenado el soldado, los integrantes de la casa fueron saliendo de uno en uno y revisados minuciosamente por un médico, luego de lo cual los subieron a una camioneta.

El doctor que los revisó, se acercó al Teniente Johnson que se había quedado atrás dando órdenes a sus soldados.

—Teniente, necesito hablar con usted en privado —dijo el médico.

Johnson terminó de orientar a sus hombres y se apartó de los mismos para hablar a solas con el galeno.

—Usted dirá doctor, ¿qué le preocupa?

—Los civiles no parecen infectados, pero sugiero que pongan al más joven y al moreno fuerte en extrema vigilancia, ellos lograron salir con vida de la unidad militar y llevan demasiada sangre seca encima de ellos, sin contar que el más joven posee una herida en la frente que dice habérsela hecho con el suelo. Lo cierto es que no tiene indicios de estar enfermos, pero al estar presentes ante un virus nuevos no estoy seguro de su período de incubación, o si se logra transmitir por contacto directo de la sangre.

—¿No prefiere que los eliminemos por seguridad?

—No, si alguno de ellos está infectado podremos evaluar la evolución del agente patógeno en tiempo real.

—Entiendo, muchas gracias doctor, ha realizado un gran trabajo, el pueblo cubano está en deuda con usted.

Johnson observó que se acercaban un grupo de sus hombres. Traían a una persona esposada que caminaba con pesadumbre entre ellos, como si ya nada le importara, como si la vida para él ya no tuviese sentido.

—Han encontrado más sobrevivientes por lo que veo —dijo Johnson con cierto grado de satisfacción en su voz—. ¿Por qué está esposado?

—Lo encontramos dándole con la culata de esta escopeta a la cabeza de un adolescente —dijo uno de los soldados enseñando una escopeta de caza.

Johnson se detuvo a detallar a aquel hombre que tenía la mirada perdida en el suelo y sus ojos se encontraban cargados en lágrimas que no salían, su ropa y brazos estaban manchadas de sangre fresca, su rostro también poseía salpicaduras que dejaban entrever una pequeña zona de la cara ligeramente limpia, producto de haber llorado a cántaros.

—¿Qué sucedió? ¿Quién era el joven al que mataste? —preguntó Johnson temiendo lo peor.

El hombre dio un suspiro profundo y de dolor, una lágrima rodó por su mejilla para caer por la catapulta de su quijada. Sacudió su cabeza como queriendo despojarse de sus recuerdos. Johnson y los demás soldados se limitaban a observar.

—Me llamo Yanquiel, vivo en el Guatao, mi mujer falleció cuando los militares nos dispararon por intentar salir del pueblo, poco después mi hijo fue mordido y tuve que defenderme. —Hizo una pausa al sentir como un dolor indescriptible se clavaba en el medio de su pecho cortándole la respiración.

—Entiendo —dijo Johnson analizando la situación—. Lamento mucho lo de sus seres queridos. Quítenle las esposas y que el doctor lo revise, si todo está en orden llévenlo con los demás.

Yanquiel fue revisado y montado en la camioneta junto a los demás. Tomás al verle sintió como la sangre le hervía e intentó reclamarle, pero al ver la expresión de su rostro, comprendió que no era el momento para reclamarle el hecho de haberlo dejado atrás. Por lo visto la vida le había cobrado su mal actuar hacia su persona y de la peor manera posible.

Los militares siguieron limpiando las zonas cercanas durante toda la tarde, revisaron cada rincón e incluso buscaron posibles infectados en los pueblos aledaños. Todo cuidado era poco ante los acontecimientos que habían tenido lugar ese día. Al mismo tiempo, los doce sobrevivientes de aquella hecatombe fueron trasladados al Instituto Pedro Kuri para realizarles análisis y dejarlos en cuarentena.

Cuando las dos camionetas llegaron a su destino, los sobrevivientes fueron trasladados de inmediato a la sala del piso superior de la institución. Los distribuyeron entres grupos, en correspondencia a la disponibilidad de camas por habitación, siendo Méndez, Tomás y Marcos los últimos en ser acomodados de manera intencional y por tanto colocados en una sala donde sólo estaban ellos tres.

—Tenemos que salir de aquí a como dé lugar —dijo Méndez a sus dos acompañantes una vez se quedaron a solas—. Aquí no estamos a salvo —añadió.

Marcos y Tomás le dedicaron una mirada confusa, no entendían nada de lo que Méndez intentaba decirles, ahora que estaban a salvo, no entendían cómo podían estar en peligro.

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