5-X
El grupo de seis, liderado por Junior y Jesús, llegó al punto de acceso que sus camaradas militares habían desplegado en la otra entrada del pueblo. A pesar de que se habían despegado de la masa de muertos que les perseguía gracias a los disparos de ambos militares, sabían que los tenían casi encima y que sería sólo cuestión de tiempo para que llegaran a ellos.
Al llegar, lejos de encontrar ayuda, se toparon con más de aquellos seres merodeando por todos lados. Para su sorpresa, los militares también formaban parte de la masa de cuerpos errantes. El Chevrolet azul que habían perseguido hasta allí, se hallaba abandonado en aquella desolada carretera. Su carrocería poseía tanta sangre e impactos de bala que daba la impresión de haber sido un auto sacado de la segunda guerra mundial.
—¡No puede ser! ¡Mierda, no puede ser! —protestó Junior deteniendo su carrera.
Los muertos detectaron inmediatamente la presencia del nuevo grupo de presas y, con un alarido en conjunto, se lanzaron a la carrera hacia sus nuevos objetivos.
—¡Corran, corran! —ordenó a toda voz Junior al tiempo que disparaba contra la masa dispersa de muertos.
—¡No me queda munición! —alertó Jesús echando a correr.
—¡Atravesemos por el monte! —propuso Tomás, aunque el tono de su voz salió con carácter imperativo.
Alejando y María comenzaron a correr siguiendo a Jesús, corrían agarrados de la mano. Él, tras perder el porta suero al quedarse atascado en el cráneo de uno de los zombis cuando aún se encontraban en el pueblo, se dedicó a ayudar estrictamente a María. Pues ella desde hacía un tiempo había comenzado a rezagarse respecto al grupo, siendo Alejandro el que trataba de mantenerla con el ritmo que imponían los militares.
Marcos tardó unos segundos para recuperar el aliento antes de salir corriendo en la dirección que había sugerido Tomás. Se sentía sofocado, cada paso estaba siendo un suplicio para sus pulmones. Nunca en su vida había corrido tanto, pues debido a su asma no practicaba mucho deporte. Pero el estar bajo una amenaza de muerte constante le hacía llevar su cuerpo al extremo para sobrevivir.
Atravesaron una pradera de unos casi cincuenta metros para llegar a una cerca rudimentaria. La misma consistía en unos palos incrustados en la tierra a una distancia de metro y medio uno de otro y unidos entre sí por tres hileras de alambres púas a una separación de apenas treinta centímetros. La cerca limitaba todo el perímetro de una finca con una vasta extensión de tierras. Del otro lado de ella un rebaño de casi veinte vacas pastaba al libre albedrío cerca de una plantación de mango, en donde se encontraba un campesino recostado a uno de los árboles dormitando.
—¡Vamos por allí! —gritó Junior-.—¡Crucemos esa cerca!
Alicia y Alejandro fueron los primeros en llegar. Ella, se agachó para cruzarla mientras él distendía con sus manos el espacio entre un alambre y el otro para evitar que se enredara con la ropa. Una vez estuvo del otro lado, Alejandro cruzó tan rápido como pudo. Sin embargo, su cuerpo no era tan delgado como el de Alicia y se llevó un buen arañazo con una de las púas en la espalda, lo que provocó que diera un grito de dolor.
—¿Estás bien? —inquirió la joven-. ¡Estás sangrando!
—No te preocupes por mí, estoy bien, sólo fue un rasguño —dijo restando importancia a la situación—. Tenemos que seguir.
En lo que ellos emprendían carrera llegaron al unísono Marcos, Tomás, Junior y Jesús. Los muertos estaban a punto de darles alcance, estaba a menos de cinco metros cuando ellos comenzaron a cruzar la cerca.
Marcos cruzó rápido y sin problemas, pero al intentar salir corriendo encorvado perdió el equilibrio y cayó de bruces al suelo, la herida de su frente comenzó a sangrar nuevamente con el golpe, devolviéndole un dolor que ya había olvidado. Sin embargo, se levantó como si nada hubiera pasado y salió desprendido.
Tomás, con el pensamiento fijo en su pequeño hijo y en sus ansias de lograr escapar de las garras de la muerte y poder estar junto a él para abrazarlo, logró cruzar sin contratiempos a pesar de que el golpe que había recibido en las costillas, con el movimiento del cruce, le informó con un leve destello de dolor que aún estaba ahí. Su fornido cuerpo no fue un impedimento para él, pues cruzar este tipo de cerca era algo que había aprendido muy bien desde niño. En su infancia había vivido en una finca en el interior del país y juguetear en el campo y escaparse cruzando cercas de alambre púa era algo que realizaba casi a diario. Tras penetrar en las tierras de la finca emprendió carrera siguiendo a los demás.
Junior, nervioso por haberse quedado sin munición y víctima de una desesperación sin igual, pasó arrastrándose por la tierra. Fue a emprender carrera como todos los demás, pero se percató de que Jesús estaba forcejeando con la cerca, debido a que tenía enganchado la camisa en ella. Los muertos estaban empezando a llegar y se lanzaban a por su camarada.
Junior estampó la culata del fusil contra el cráneo del primero de los zombis en llegar, un sonido acuoso fue desprendido con golpe. El muerto, víctima del impulso con el que venía, cayó de espalda y se perdió entre la hierba. Un segundo muerto llegó y fue nuevamente repelido por Junior al abanicar el fusil como un bate de baseball. Junior comenzó a tirar golpes a trocha y mocha a todos los que se acercaban, mientras Jesús intentaba desengancharse de la cerca.
—¡Vamos apúrate! No sé hasta cuando podré seguir resistiendo —informó Junior, sus brazos comenzaban a cansarse de tantos golpes que estaba dando.
Los muertos que caían, volvían a levantarse para seguir buscando a sus presas. Uno que otro recibía golpes tan fuertes en la cabeza que su cráneo crujía y se abollaba de tal manera que ya no volvían a levantarse. Junior los había logrado mantener, a duras penas, a raya con sus golpes, pero las alas de la esperanza se le derrumbaron cuando un grito desgarrador provino de su amigo, justo cuando había logrado cruzar la cerca.
—¡Nooooo! —gritó Junior con cierto grado de frustración.
Jesús pataleaba para librarse de uno de los muertos que se había arrastrado por la tierra sin ser visto y encajaba sus dientes en la pierna del soldado.
Junior, descargando toda su furia contenida por la pérdida de todos los hombres de su escuadrón, dio repetidos golpes en la cabeza del zombi hasta que su cráneo estalló y su masa cerebral quedó salpicada por todos los alrededores.
—¡Vamos, aún podemos salvarte! —le gritó a Jesús.
—No, no hay tiempo, están llegando más —informó Jesús desde el suelo retorciéndose de dolor, su pantalón militar estaba humedecido y más oscuro de lo normal por la sangre que brotaba de la herida—. No me dará tiempo y sólo te retrasaré.
—No te dejaré aquí.
—Mi teniente, tiene que hacerlo —dijo Jesús con lágrimas en los ojos.
—Me niego a perderte a ti también. ¡Cojones! —gritó mientras de sus ojos también emergían lágrimas.
Uno de los zombis arremetió contra la cerca y esta amenazó con ceder lo cual hizo que los dos militares se sobresaltaran y vieran a la muerte cara a cara una vez más. El muerto extendió sus brazos hacia ellos en un intento torpe por agarrarlos al tiempo que daba pasos en el lugar. Las dentelladas lanzadas al aire resonaban de manera escalofriante. Cada una era un claro reclamo de vida.
Al primer zombi se le sumó otro que llegó a una velocidad considerable y su impacto hizo que la cerca temblara y cediera un poco. Las púas se estaban encajando en la piel de ambos, pero esto no era algo que les molestase en lo absoluto.
—Vete antes de que sea demasiado tarde, yo los detendré —dijo Jesús con un tono de voz que denotaba una total seguridad.
—¡Me niego a abandonarte!
Un tercer muerto se sumó a la tarea de derribar la valla, luego del cual comenzaron a llegar más y más. Junior echó una rápida mirada a la carretera por la cual habían accedido y observó cómo la masa de muertos iba en ascenso y se dirigían hasta ellos. La muerte los estaba rodeando una vez más, y en esta ocasión, sin armas para defenderse, daba la impresión de ser la última vez que se lograban escapar.
—¡¡¡Que te vayas, carajo!!! —gritó Jesús—. Mi teniente, usted tiene que salvar a los demás —dijo mirándole a los ojos abnegados en lágrimas—. Yo soy un puto daño colateral de esta maldita misión, pero tú tienes que salvarlos, es su obligación.
La cerca terminó de ceder ante la masa de muertos que ejercía presión dejando caer a los primero para que los de la segunda fila les pasaran por encima aplastándolos. Los zombis se abalanzaron como una ola hacia los dos militares, Junior comenzó a correr en el momento justo dejando a su subordinado a merced de los soldados de Macrófago vitae. Los gritos de Jesús se clavaron como dagas en el pecho de Junior, pero este no miró atrás, simplemente corrió por su vida mientras los zombis le perseguían.
El campesino que estaba dormitando se despertó de sopetón al sentir el trajín de personas corriendo y gritando por igual. A primera vista le pareció estar viendo una película de terror, pero al ver a dos jóvenes pasar corriendo a su lado gritándole que corriera por su vida, le hizo darse cuenta que lo que estaba sucediendo era real.
Confundido, observó como una masa grande de personas derribaba la valla que limitaba los confines de su finca para comerse a mordidas a un militar en el suelo, al mismo tiempo parte de ese grupo estaba persiguiendo a otro militar que se dirigía justo a donde él se encontraba. Las alarmas en su cabeza le provocaron una descarga de adrenalina y el miedo se apoderó de su ser haciendo que corriera tan rápido como le daban sus pies hacia su casa. No sabía qué sucedía, o si seguía dormido, pero no se quedaría a averiguarlo.
Los zombis empezaron a devorar a las vacas, estas mugían y luchaban como fieras: daban patadas, arremetían contra los muertos embistiéndolos con sus tarros. Otras, ante la amenaza simplemente salieron corriendo.
Cerca de la plantación de mangos, se erguía una solitaria vivienda de mampostería, sus paredes blancas resaltaban desde lo lejos y fue el atrayente perfecto para los sobrevivientes. La misma se encontraba herméticamente cerrada, sus ventanas de cristal, estaban protegidas por una reja de hierro para impedir el acceso a la casa. Poseía un portal que también estaba enrejado, la puerta de la reja poseía un candado gigantesco que sujetaba una cadena de eslabones oxidados. A solo par de metros, una preciosa puerta de cristal monocromático daba acceso al interior de la vivienda.
El campesino en su carrera fue superando a todos los demás para posicionarse en la punta de la carrera. El hecho de no estar agotado como el resto, le ayudó a sacar ventaja para llegar de primero a su vivienda. Metiendo la mano derecha en el bolsillo de su pantalón, sacó a toda prisa las llaves de su casa. Sin titubear retiró el candado mientras observaba como las personas de las que estaban huyendo los que habían ingresado a su finca llevaban heridas atroces en sus cuerpos y, a pesar de ello, seguían corriendo hacia ellos para devorarlos como aquel soldado que había visto morir a manos de aquellas fieras.
—¡¡¡Vamos, rápido, por aquí!!! —alentó el campesino entrando al portal de la casas.
Los primeros en llegar fueron María y Alejandro, los cuales se colaron como flechas por la puerta de hierro que el campesino mantenía abierta. Tomás llegó un par de segundos después, estaba sofocado de tanto correr por lo que se encorvó, colocando las manos en sus rodillas para recuperar el aliento.
—Muchacho —dijo el campesino dirigiéndose a Alejandro al tiempo que le ofrecía su llavero, este lo miró al instante—, toma las llaves y abre la puerta, es la única niquelada que hay, se gira a la izquierda para abrir.
Alejandro no tardó en tomarlas y abrir la puerta, acto seguido entraron a la vivienda él, María y Tomás. Una sala amplia les recibió, en ella un juego de sala color rojo resaltaba en un piso de mármol negro, frente a este había posicionado una mesa con un televisor panda en ella. Las paredes, tan blancas como el coco, cargaban cuadros de pinturas y fotos de familiares. A primera vista, la sala parecía un paraíso ante unos ojos que lo único que habían visto en las últimas horas era sangre y muerte.
Marcos llegó al portal apenas sin fuerzas, se encontraba boqueando por oxígeno, casi incapaz de respirar. El campesino le ayudó a entrar a la seguridad que proporcionaba la casa, Marcos, sin importarle ya nada que no fuera tratar de respirar, se tiró al suelo y con la vista fija en la lámpara del techo intentaba recobrar el control de su respiración.
Junior corría por su vida perseguido por más de una docena de muertos. Las manos del primero de ellos lograban rozarlo, mas no le restaban velocidad ni lograban aferrarse a él. El teniente sólo tenía una idea fija en su cabeza, llegar a la casa donde aquel hombre de aspecto fornido le alentaba para que se esforzase un poco más.
Uno de los zombis le logró sujetar del brazo, pero con una buena sacudida y un golpe con la culata del fusil se libró de aquellas garras iracundas que le impedían avanzar. Otro de los muertos se le abalanzó encima y logró derribarlo, rodaron por la tierra en un forcejeo sobrenatural, el muerto daba fuertes golpes con sus brazos y piernas al tiempo que le intentaba desgarrar el rostro con sus dientes. Junior, haciendo acopio de todas sus fuerzas le dio dos buenos golpes en las costillas, sin embargo, no fueron suficientes para que el zombi cediera sus ataques.
Junior tanteó con su mano el suelo en busca de un objeto que lograra separarlo de aquel espectro, pero otro de los muertos se le lanzó encima y le mordió en el antebrazo desgarrándole la piel entre sus fauces. Un dolor intenso se apoderó del brazo del militar recorriendo todos su brazo para llegar a la columna y ascender hasta el cerebro, un grito estridente reflejó el dolor y el desasosiego que sintió al instante, sus fuerzas cedieron y el zombi que tenía encima ganó la pelea al morderlo de a lleno en el cuello.
El campesino quedó petrificado ante tales sucesos que ocurrían a escasos metros de él. El grito de Junior pidiendo ayuda, ligado a tener que ver cómo estaba siendo devorado en vida generaron en él un estado de shock que lo paralizó. Los muertos se empezaron a aglutinar junto al cuerpo del militar que batallaba en el suelo víctima de un dolor inimaginable y un sufrimiento incalculable. Siguieron llegando zombis de aquella dirección, de la que habían provenido, algunos pasaron de largo al forcejeo que tenía lugar en el suelo con Junior y siguieron corriendo hacia la casa.
Los constante gritos de auxilio que daba Junior hicieron que Tomás se asomara a ver lo que sucedía. Al llegar junto al campesino observó a dos cadáveres saltar hacia ellos, así que no pudo hacer más que empujar hacia adentro al hombre que les había dado el acceso a su casa y cerrar la reja con un tirón. El campesino trastabilló hacia adentro y tropezó con los pies de Marcos haciéndole perder el equilibrio y cayendo encima del joven. Los dos muertos estamparon su cara contra la reja provocando un sonido metálico seco que retumbó en el lugar.
Tomás retrocedió par de pasos, su respiración se había tornado irregular y los latidos de su corazón eran perceptibles en su garganta. Los muertos extendían sus brazos por los orificios del diseño de la reja y con un tórpido abrir y cerrar de mano intentaban darle alcance a sus presas. Poco a poco fueron llegando más a la entrada, cubriendo cada espacio de la reja hasta no dejar ver mucho más allá de ellos.
—Mejor entremos y cerremos la puerta —dijo Tomás con la vista fija en los zombis.
-—Sí...Será lo mejor —balbuceó el dueño de la casa.
Tomás ayudó a Marcos a ponerse en pie y entraron al interior de la vivienda, tras ellos, la puerta de la entrada fue cerrada y los alaridos opacados ya que la casa estaba herméticamente cerrada. Alejandro y María se habían sentado en el sofá, uno al lado del otro. María había estallado en un llanto silencioso recostada al hombro de Alejandro, ahora que tenía unos instantes de paz, sentía que su pecho se desgarraba por dentro en mil pedazos ante el mazazo de la pérdida de su hijo. No había tenido tiempo de llorar su trágica muerte, había pasado todo tan rápido que había sido incapaz de asimilarlo.
—¡Alguien explíqueme qué carajos está sucediendo aquí! —expresó el campesino algo asustado y con la voz algo subida de tono—. ¿Qué coño pasa con to' esas gente? ¿Por qué vinieron a mi finca a matarme to' el ganado y sobre to', cómo pueden estar vivos con esas heridas de muerte?
—Primero que todo necesito que se calme señor... —dijo Tomás intentando saber el nombre del anfitrión.
—Me llamo Mario, diría que es un gusto, pero estaría mintiéndote —dijo secamente.
—Está bien Mario —dijo Tomás con un tono suave—. Trataré de explicar brevemente lo que está sucediendo.
Todos en la habitación prestaban atención a lo que Tomás empezaba a palabrear. Este, sin muchos rodeos expuso lo que sabía y por cuanto había pasado para salir de aquella unidad militar. Habló de cómo vio morir entre sus manos a buenos amigos, personas que consideraba familia. Comentó lo que Méndez les había dicho en la cocina donde trabajaba sobre la existencia de un nuevo virus letal capaz de general vida después de la muerte.
—Méndez es un monstruo sin corazón —dijo Alejandro al escuchar el nombre de aquel individuo.
Marcos, miró a un rincón al escuchar esas palabras, en su mente se recrearon la muerte de los que tuvo que matar para poder estar ahí. La mirada inexpresiva del informático de la unidad al ser alcanzado por las balas de su fusil, el crujir bajo sus botas del tabique del Cabo Juan; o la expresión y el grito de dolor que dio Jeffrey al recibir el disparo que le sentenciaría la vida. También a su mente se asomó la imagen de aquel bodeguero que dejó atrás abandonado a su suerte, reclamándole el haberlo dejado allí tirado. Eran fantasmas con los que cargaría por el restos de sus días, sin embargo, no se arrepentía de ninguno de sus actos.
María agachó la cabeza tapándose los oídos con ambas manos para no seguir escuchando. La imagen de Méndez cerrándole la puerta de las escaleras en la cara y luego su rostro con una sonrisa al ver cómo eran atacados por los zombis y sus palabras: "Veamos si el niño también se convierte", le atormentaban la existencia.
—No sé qué habrá pasado entre ustedes —dijo Tomás dirigiéndose a Alejandro—. Pero ese hombre es la clave de todo lo que está pasando, si alguien puede frenar toda esta locura, es uno de los que lo inició.
—¡Pues estamos en las manos de un puñetero asesino! —gritó María esforzando su voz al máximo, todos se le quedaron mirando sin saber qué hacer o decir—. Ese hombre es el causante de la muerte de mi pequeño Yerandy.
Tras sus palabras se instauró un silencio incómodo en la habitación. Las miradas de lástima la abrazaron en un sinfín de emociones encontradas.
Mario no hacía más que mirar y escuchar desconcertado toda la información, su falta de estudios y su bajo coeficiente intelectual le dejaba lagunas en la historia que Tomás contaba. Seguía sin comprender cómo un virus era capaz de devolver la vida después de la muerte de una manera tan aterradora.
—Bueno, me temo que ahora mismo no podemos hacer mucho —dijo al fin Mario quebrantando el silencio—. Iré a preparar algo de comer, pónganse cómodos y traten de descansar un poco, deben estar molidos de tanto huir -dijo dirigiéndose a la cocina de la casa mientras organizaba sus ideas.
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