5-VIII
-¿Dónde está el militar? -preguntó Alicia confundida.
Todos en la sala de la casa observaban a Méndez de distintas formas. Algunos, como Roger y Julio, le dedicaban miradas de desprecio; el rostro de Alicia denotaba cierto grado de confusión, en su mente se fomentaba una batalla de pensamientos contradictorios entre los recientes acontecimientos, las imágenes de aquel hombre ayudándolos a seguir con vida y las historias contadas por los dos hombres que se habían logrado refugiar con ella en la cocina del bar. Por otro lado, Reina se encontraba en shock, incapaz de procesar cualquier información, paralizada por el miedo que aún le asfixiaba desde lo más interno de su alma.
-No lo logró -dijo con pesadumbre Méndez tras un breve silencio-. Le dieron alcance y lo derribaron, por más que disparé no fue suficiente.
-Eso es una patraña tuya -refutó Roger con tono amenazante y acortando la distancia entre ambos hasta quedar uno frente al otro.
El ambiente se tornó tenso dentro de la sala y se intensificó aún más cuando comenzaron a llegar los golpes en la puerta y los alaridos de los muertos. Méndez y Roger se miraban desafiantes. El chofer de la ruta ciento noventa y dos moría de deseos de darle unos buenos trompones en la cara a Méndez por haberlo dejado fuera de la iglesia.
-No hagas nada de lo que después te puedas arrepentir -susurró Méndez acariciando el gatillo de la pistola.
-Basta ya ustedes dos -intervino Alicia dándole a Roger un pequeño tirón por el brazo.
El chofer intentó liberarse del agarre, pero Julio le colocó la mano en el hombro y negó con la cabeza, lo cual hizo que Roger se calmara un poco y que dejara el asunto a un lado.
Los golpes en la puerta eran cada vez más y más violentos, resonando como tambores de guerra entre la sala de la vivienda. Esta, contaba con poca iluminación, ventanas pequeñas que dejaban filtrar muy poco la luz del día, la principal fuente de luz, era una pequeña lámpara con dos tubos de luz fría que sólo contaba con uno de ellos en buen estado. Las paredes, pintadas de tonos verdes oscuros estaban algo desgastadas por el devenir de los años. Algunas grietas se asomaban caprichosamente con líneas irregulares en las paredes.
Dentro de la sala se encontraba un pequeño sofá desgastado que había sido monopolizado por Reina desde que entró. Permanecía inmutable a la tensión que la rodeaba, con la mirada distante en el suelo que a juzgar por la suciedad hacía tiempo no era limpiado.
La sala tenía dos accesos. El primero, a la izquierda, daba paso a una pequeñísima cocina, en ella cerca de una docena de cazuelas mugrientas estaban dispuestas sin orden aparente. Un refrigerador, con la puerta oxidada en patrones desiguales parecía ser el mandamás del estrecho local. El segundo acceso estaba cerrado por una puerta, la cual Julio no tardó en abrir para descubrir un pequeño cuarto con apenas una cama que impresionaba de todo menos algo cómodo para descansar y un escaparate de madera que pedía a gritos una restauración.
Desde el cuarto, se podía llegar al baño de la casa. Este, emanaba un olor a amoniaco que se impregnaba en las fosas nasales hasta el punto de ser agobiante. En los azulejos de las paredes resaltaba un moho negro que se apoderaba de casi toda la estructuración, llegando incluso a abarcar la taza de baño.
-Tenemos que reforzar esta puerta o no aguantará lo suficiente -alertó Méndez echándole una mirada al local.
-¿Qué propones? -dijo la enfermera que hasta ahora había estado callada.
-Pongamos algo pesado en frente de ella, así aguantará la presión ejercida desde afuera -propuso Julio recordando lo sucedido en el bar donde se había refugiado-. Aunque puede que no sea una solución definitiva -añadió.
-Podemos utilizar este sofá -dijo Reina poniéndose en pie y arrastrándolo hacia Méndez.
Roger y Julio intentaron trasladar el escaparate del cuarto, pero desistieron cuando, al primer empujón, se le cayó la puerta. Entonces optaron por mover la cama hasta la puerta sirviendo de apoyo al deteriorado sofá. Con ambos muebles formando una especie de barricada improvisada llegó la calma a los corazones de todos los presentes, pudiendo por fin descansar un momento.
El grupo de cinco integrantes, a pesar de estar juntos, estaba dividido. Por una parte, estaba Reina sentada en el suelo en una esquina de la sala, sus manos en su pelo desaliñado le daban un cierto aire reflexivo. Roger y Julio se habían dedicado a comprobar las ventanas y a clausurarlas en caso de que fuese necesario. La verdad era que Roger había empezado a sentir cierto grado de empatía con aquel churroso borracho que recogía casi a diario en su guagua, después que le salvara la vida no una, sino en dos ocasiones.
Alicia se había ido a la cocina, necesitaba estar sola, las fuertes emociones que había experimentado en aquella mañana, ligado al hecho de haber visto primero morir a Dayron y luego a este mismo hecho una fiera reclamando su vida le agobiaba a niveles inimaginables.
Méndez entró al cuarto para estar a solas tras haber terminado de bloquear la entrada. Una vez allí y viendo que nadie lo estaba observando, guardó la pistola en la parte trasera de su cinturón y recostó el fusil a la pared para sacar de abajo de su camisa el boquitoqui que le había quitado al soldado, acto seguido comenzó a hablar accionando el botón.
-Habla Radamel Méndez, ¿alguien puede oírme? Cambio. -Esperó unos segundos para ver si el aparato emitía algún sonido.
-Soy Radamel Méndez, ¿alguien puede escucharme? Cambio -dijo nuevamente con el boquitoqui pegado a la boca.
-Habla el Coronel Alfonso del escuadrón de los Boinas Rojas. -Una voz gruesa se dejó escuchar en el boquitoqui haciendo que una sonrisa sutil se dibujara en el rostro de Méndez-. ¿Quién habla por allá y cómo dio con esta señal?
-Soy Radamel Méndez, científico militar de la base militar cercana, usted debe de ser el coronel al mando de la misión BMS9.
-¿Cómo sabe el nombre de la misión secreta?
-Sé mucho más de lo que pueda saber usted -dijo Méndez con cierto grado de superioridad-. Pero eso ahora no viene al caso. Soy el único sobreviviente de los científicos del Sector Nueve y estoy atrapado en una casa en el pueblo junto a cuatro civiles. Sus hombres, por como pintan las cosas, están todos muertos.
-¿Qué es el Sector Nueve? -inquirió confuso Alfonso.
-Por lo visto usted no sabe nada de nada. -La frustración que estaba experimentando Méndez se hacía sentir en su voz.
-¿Qué está sucediendo exactamente en ese pueblo? -preguntó confuso Alfonso-. ¿Cuál es el riesgo biológico al que nos estamos enfrentando? -Sus últimas palabras fueron muy arrastradas como si le costase pronunciarlas.
-Se trata de un virus nunca antes visto por la humanidad -informó el doctor-. Capaz de regenerar la vida después de la muerte, convirtiendo a cada infectado en un zombi. La velocidad de propagación es demasiado rápida y su índice de letalidad es del cien por ciento.
-¿Usted ha dicho zombi? ¿Qué clase de broma es esta? -interrumpió el Coronel.
-No es una broma, deberían devolver las comunicaciones e informar a la población de lo que está aconteciendo. No debe dejar salir a nadie del pueblo o el virus se logrará extender por toda la provincia en menos de una semana. Los infectados son en extremo agresivos y no se detienen a menos que le dañes el cerebro.
»Se necesita de la colaboración de todo el ejército si es necesario para sacarme de aquí, soy el único que puede parar esta catástrofe -advirtió Méndez un poco más pausado-. Insisto en que es imprescindible que no deje salir a nadie del pueblo sin revisar que esté herido.
El aparato que Méndez sostenía en la mano emitió un último pitido y se apagó. Las cuatro personas que se encontraban en la vivienda con él se habían posicionado en el umbral de la habitación mirándolo con rostros confundidos. El doctor les dedicó una mirada y dejó escapar un suspiro como quien se despoja de un peso enorme.
-Pues nada -dijo con pesadumbre-. Ya saben de qué se trata todo esto, la enfermera ya estaba al tanto, pero sé que para ustedes tres esta información es tan nueva como abrumadora.
Roger, Alicia y Julio comenzaron a comérselo a preguntas que iban desde cómo era posible que fuera real lo que estaban viviendo, de cómo se había originado y hasta cómo hacer para detener la infección. Méndez, con voz calmada y serena, daba las explicaciones que él creía conveniente y contaba la historia de cómo había logrado sobrevivir a su favor, de forma que él quedara como una víctima y no como lo que realmente era, el causante de toda aquella tragedia.
-Hay algo que no me encaja -dijo Reina interrumpiendo la explicación de Méndez.
Todos dejaron de prestar atención para centrarse en lo que la enfermera preguntaría. Méndez, extrañado, hizo ademán con su mano derecha dándole a entender que preguntara.
-Cuando estabas hablando con ese militar, le mencionaste el nombre de una misión secreta y este quedó impactado al saber que usted sabía de la misión. ¿Cómo es eso posible?
-Sencillo, la misión Base Militar del Sector Nueve o BMS9 por sus siglas, es una misión que sólo se ejecutaría ante una situación excepcional con nuestro equipo de trabajo. Fue creada por mi departamento y propuesta al presidente, el cual terminó aprobándola.
-¿Tienes alguna idea de cómo podemos salir de aquí? -Inquirió Alicia casi en susurros temiendo lo peor.
-La verdad es que estamos atrapados en una madriguera para ratas -informó Méndez analizando las posibilidades reales que tenían-. Me temo que sólo podemos esperar a que venga el ejército y nos saque de aquí.
Sus palabras cayeron como un balde de agua fría en pleno invierno sobre los integrantes del grupo, sabían que aquel doctor era una pieza clave para poder frenar toda aquella locura y estando ahí atrapados no era mucho lo que él podría hacer por salvar a la humanidad.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top