3-II

Julio y Roger se colaron a la carrera por la puerta del bar Lazo de Oro. No se detuvieron, sabían que los tenían encima. Siguieron su carrera dirigiéndose hacia la puerta que daba acceso al local que cada noche se atiborraba de personas deseosas de diversión. Los muertos irrumpieron en el salón de recibimiento destruyendo la puerta de cristal. Esta se quebró en miles de pequeños pedazos de vidrio que se esparcieron por todo el suelo.

Verónica y Pedro, desde la barra, miraron extrañados a los recién llegados. Por su parte, Alicia, Sofía y Dairon, se pegaron un tremendo susto cuando irrumpieron en la tranquilidad del local.

-¿Qué hacen aquí? ¿Acaso no vieron el cartel de cerrado en la entrada? -Preguntó molesta Verónica.

-Dairon, ¡encárgate! -Ordenó Pedro restándole importancia al asunto y devolviendo su concentración hacia las cuentas que sacaba.

Dairon soltó con desdén lo que hacía y se dirigió hacia los intrusos con el rostro torcido. Tenía sueño y estaba cansado de la faena de la noche anterior. Roger y Julio hicieron caso nulo a las personas del local, simplemente se dedicaron a apilar las primeras mesas contra la puerta. Un intento vano por contener una multitud considerable de zombis que luchaban por entrar. Los primeros golpes se sintieron en la puerta y esta amenazó con venirse abajo, incluso logró desplazar unos centímetros las mesas.

Dairon dudó ante lo que estaba viendo. Sabía que le sería fácil sacar a aquellos dos del lugar, incluso si para lograrlo tuviera que usar la fuerza bruta. No sería la primera vez que tendría que hacerse cargo de una situación similar, a fin de cuentas, era el agente de seguridad del local y cuando en su turno coincidía con alguno pasado de tragos y problemático tenía que sacarlo. Sin embargo, ver la puerta sacudirse tan bruscamente le hizo reflexionar.

-Un poco de ayuda no estarían mal -chilló Roger.

Todos interrumpieron su quehacer, las dos muchachas que limpiaban se quedaron mirando la escena confundidas, en sus manos las escobas cesaron sus movimientos. Verónica y Pedro, soltaron sus bolígrafos y pusieron toda su atención en lo que acontecía. El ambiente se tensó tanto que podría cortarse con un cuchillo.

Roger y Julio seguían apilando las mesas y sillas tan rápido como podían. No fue suficiente. La presión ejercida desde fuera era tanta que la cerradura salió disparada. La puerta se entreabrió dejando ver el rostro sin nariz de uno de los zombis, la piel y parte de los músculos que recubrían sus pómulos también estaba ausente a causa de las disímiles mordeduras que sufrió cuando aún estaba en vida. Sus ojos tan blanco como el Plenilunio solo reflejaban la muerte. Tras de él, había un promedio de quince más, con mutilaciones semejantes o peores, era un número que iba en ascenso, pues seguían entrando.

Todos en el local quedaron perplejos. Dairon dio unos pasos dubitativos hacia atrás, no sabía qué hacer. Alicia y Sofía palidecieron, aunque fue menos perceptible en Sofía por ser afrodescendiente. Sus piernas se aflojaron y sintieron como el miedo las abrazaba, les apretaba tanto que les resultó imposible gesticular media palabra.

Pedro, apenas captó en sus pupilas las primeras imágenes de aquel desfigurado hombre, se apresuró en recoger la recaudación y salió corriendo en dirección a la puerta del baño. El hecho de haber visto a aquella persona desfigurada embestir la puerta y, a base de golpes, destruir la cerradura como si nada, le hizo sentir que el lugar no era seguro y que, tarde o temprano, lograrían entrar. No sabía qué sucedía con exactitud, pero estaba más que seguro de que algo bueno no era.

Verónica asustada se pegó a la pared de atrás y unas lágrimas salieron precipitadamente de sus ojos. Su respiración se entrecortó y una sensación de muerte inminente se apoderó de ella por primer vez en su vida.

-¡No te quedes ahí, cojones! ¡Ayúdanos! -Replicó Roger mientras, ayudado por Julio, colocaban otra mesa con el fin de poner más resistencia y evitar que entraran.

Dairon estaba totalmente paralizado, si bien lidiaba con personas rudas casi todos los días, el ver a alguien que parecía muerto tratar de entrar por la puerta con intenciones no muy precisas, era, para él, una amenaza importante. Su cerebro no sabía cómo reaccionar ante esa situación.

La fuerza ejercida desde afuera logró vencer la resistencia ofrecida por las mesas. Los zombis entraron en el local con un ansia sangre voraz. Aquí ocurrieron varias cosas a la vez. Por su parte, Roger cayó al suelo dándose un duro golpe en la espalda. No tardó en levantarse apremiado por la paranoia que comenzaba a surgir en él. Salió despedido hacia una de las puertas traseras del local. En su andar tropezó de frente con un Dairon que estaba paralizado y ambos cayeron al suelo.

Mientras tanto Sofía seguía en trance. Los muertos hacia donde primero se lanzaron fue a la posición de ella y Alicia. Esta última, salió corriendo hacia la barra y saltó por encima de esta, llegando a la posición de Verónica, la cual, estaba rígida por lo que estaba presenciando.

Julio, por su parte, retrocedió un poco, al principio lo hizo lento, tratando de no hacer ruido para pasar desapercibido. Pudo ver que los muertos repararon en ellos por el estruendo provocado por Roger y el seguridad del local, lo que propició que saliera corriendo en dirección contraria.

Dos de los zombis alcanzaron a Sofía, arremetieron contra ella clavando sus dientes en su piel, reclamando carne como si se tratara de animales salvajes devorando a su presa. Todo el suelo que tanto se habían esmerado en limpiar quedó salpicado por la sangre. Los gritos de dolor de la joven se alzaron por encima de los alaridos de los zombis y retumbaron en el salón para mezclarse con los gritos de las otras dos mujeres.

Roger no vio el comienzo de la escena, pero en su mente la imagen de la joven Fátima siendo devorada en vida por aquellos seres frente a la guagua le heló la sangre. Así que se levantó tan rápido como pudo y se mandó a correr.

El local ya era un caos total, los gritos de desesperación daban a la escena una sensación acústica escalofriante. Dairon, confundido aún por lo que sucedía, intentó incorporarse, pero dos de los zombis le saltaron encima.

Uno dio una mordida en su mano arrancando de cuajo dos dedos, la sangre salpicada manchó todo a su alrededor. Un dolor indescriptible se clavó en su extremidad. Con la otra mano dio dos buenos trompones a aquel horrendo ser. Sin embargo, a pesar de haber empleado toda su fuerza, el muerto ni se inmutó. Siguió mordiendo.

El segundo zombi le atrapó por los pies y le mordió en la canilla. Este haciendo acopio de todas sus fuerzas pataleó y se sacudió. Para entonces, ya tenía un tercer muerto encima que luchaba por alcanzarle y devorarlo vivo.

Verónica y Alicia se sintieron acorraladas. Por la entrada principal arribaban cada vez más hombres desfigurados y con serias heridas en el cuerpo. No era un atraco, lo único que buscaban era acabar con sus miserables vidas.

Prácticamente en frente de ellas devoraban a Sofía. El único lado que tenían libre estaba obstruido por una batalla campal entre Dairon y al menos cuatro de los muertos vivientes. Estaban en aprietos, a pesar de que se habían mantenido quietas, prácticamente sin menearse, los zombis empezaron a fijarse en ellas dos. Ellos incapaces de pensar de alguna manera, por encima de la tarima extendían sus brazos con un abre y cierra intermitente tanto de sus manos como de sus bocas.

-Tenemos que irnos -susurró Verónica sujetando una botella de Habana Club por el cuello.

-Sí, pero, ¿cómo? -Inquirió Alicia temblorosa.

-No lo sé.

Uno de los zombis logró pasar por encima del amasijo de manos y piernas que eran Dairon y los zombis que tenía encima. El cual, a pesar de tener serias heridas se revolvía como un toro de feria dando puñetazos y patadas con todas sus fuerzas.

El zombi las encaró, su cuello estaba totalmente destrozado en el lado derecho dejando ver las estructuras dentro del él. Se podía apreciar incluso el músculo esternocleidomastoideo desgarrado a la mitad. Soltó un alarido que parecía más un grito de guerra que otra cosa. De su boca resbaló una secreción negra y viscosa que manchó el suelo.

Verónica reaccionó rápido y estampó la botella en el rostro del muerto, la misma se quebró en mil pedazos y la bebida se esparció por toda la piel y ropa del zombi, el olor a ron inundó el local.

Para su sorpresa aquel ser no se revolvió de dolor, incluso la herida que le abrió en la cabeza no soltó gota de sangre. Por el contrario, el muerto la atacó y le mordió en el brazo derecho. Verónica chilló de dolor, aquel engendro de la naturaleza le estaba haciendo lo mismo que a los demás en la sala, se la comía viva.

Batallaron unos segundos en un forcejeo donde la ventaja la tenía el soldado de la muerte. Este logró atrabancarla contra la barra, le proporcionó una nueva mordida a nivel del seno, Verónica pataleó y chilló incapaz de hacer algo más.

Alicia, por su parte, daba constantes golpes con el palo de escoba al zombi con el fin de separarlo de su amiga, pero cuando estos se precipitaron contra la barra ella la dio por perdida. Así que, haciendo de tripas corazón, decidió echar a correr por la brecha que le habían dejado.

Tuvo que dar un giro a su derecha para evadir a otro de los muertos, dedicó una rápida mirada a Dairon y se percató de que este ya no se movía. Un sentimiento de tristeza la acogió, dentro del lugar era con quien mejor se llevaba pese a la gran diferencia de edades. Su pensamiento fue interrumpido por un zombi que se lanzó sobre ella. Lo pudo evadir apenas por milésimas de milímetros, se echó a un lado y le dio un palazo con la escoba en el cuello. El golpe no fue tan fuerte como esperaba, ella era relativamente pequeña y algo delgada por lo que no poseía gran fuerza. Sin embargo, sirvió para desestabilizar al muerto y este cayó de bruces contra el suelo sin ofrecer resistencia.

Desde su izquierda venían dos más hacia ella, así que corrió tan rápido como pudo, en su camino tumbó varias sillas para entorpecer a sus contrincantes, pero nada los frenaba. Corrían frenéticamente hacia ella, hacia la vida humana. Subió al escenario donde la noche anterior había dado su show uno de los humoristas de un pueblo cercano.

Ahí encima el zombi le logró dar alcance, la sujetó por el pelo y tiró de ella. Una sensación de dolor en su cuero cabelludo la sobrecogió, el desasosiego le sobrevino y las lágrimas brotaron, no por el dolor, sino por el hecho de saber que la hora de su muerte había llegado. Se dejó caer.

El muerto que la sujetaba salió desprendido hacia atrás luego de un fuerte estruendo encima de Alicia. Una mano la sujetó por la blusa antes de que llegara a caer al suelo y tiró de ella contrarrestando el impulso que llevaba hacia el suelo. Le habían salvado la vida, no sabía quién, pero lo habían hecho con uno de los taburetes del local.

Se vio abrazada por un hombre mal oliente que daba la impresión de no haber tocado una ducha en su vida. Julio no perdió tiempo y le señaló por donde ir mientras volvía a abanicar el taburete contra otro de los muertos. Haciendo que su arma improvisada se rompiera tras un crujir de huesos. Le había asestado en la cabeza con la fuerza suficiente para que su cráneo se hundiera, el frenesí insaciable del zombi terminó repentinamente, quedó inmóvil en el suelo. Los demás zombis ya se aproximaban corriendo hacia él.

Julio no lo pensó y echó a correr en la misma dirección que había mandado a la camarera, la cual lo esperaba en una puerta que daba acceso a unas escaleras que ascendían a la planta superior.

-¡Cierra rápido! -Exclamó apenas entró.

La joven cerró al momento exacto para evitar ser devorados por los muertos. La puerta abría hacia afuera, lo cual les dio la cobertura que cuando el primer muerto chocó contra ella. Lejos de ejercer fuerza para abrirla, ayudó de manera inconsciente a cerrarla. Alicia atrabancó la puerta de inmediato pasando la escoba por la manilla.

Esperaron par de segundos mientras recuperaban el aliento. Comprobaron que, pese a que los golpes eran insaciables y que cada vez eran con mayor intensidad haciendo un estruendo irresistible en las escaleras, la puerta no cedería, al menos, no por ahora.

-Creo que aguantará -dijo Alicia.

-Sí, al menos por un tiempo lo hará. Mejor salgamos de aquí, subamos.

-No puedes subir, allá arriba está prohibido para usted.

-Mira, no sé si te has detenido a ver la situación -dijo persuasivo Julio, aunque en su voz se notaba cierto tono de impotencia ante las palabras de la muchacha-. Pero por si no lo has notado, si nos quedamos aquí corremos el riesgo de que uno de esos locos psicópatas de mierda de allá afuera logre entrar y nos mate.

Alicia se quedó mirando al desconocido. Ahora que le tenía en frente pudo observar lo mugriento que estaba, su ropa eran harapos viejos y tanto la barba como su cabello estaban totalmente desaliñados. Percibió además el bajo maloliente que desprendía su ropa. Sin dudas, estaba enfrente de un vagabundo cualquiera. Ella nunca se hubiera acercado a una persona como él en condiciones normales, pero aquel hombre le había salvado la vida y ahora estaba en deuda con él.

-Está bien... -Hizo una pausa pequeña como rebuscando el nombre del desconocido en su cabeza.

-Julio, me llamo Julio Infante.

-Alicia Salazar.

-¿Subirás conmigo o simplemente te quedarás aquí?

-Subiré, subiré -afirmó la joven mientras se le adelantaba.

Ascendieron por las escaleras tan rápido como pudieron. Los golpes en la puerta eran imparables, resonaban a cada segundo y venían acompañados de los gruñidos de los muertos.

Al llegar arriba se encontraron la cocina del bar. Por falta de espacio en el piso inferior la habían colocado arriba. Era verdaderamente tedioso para las camareras tener que bajar todos aquellos peldaños con las manos atiborradas de platos o bandejas con vasos. Sin embargo, ahí estaba, a oscuras y tan limpia que parecía que nunca se hubiera estrenado, un gran trabajo de limpieza por parte del personal del local.

Alicia buscó de inmediato el interruptor y la luz parpadeó par de veces para luego quedar encendida. El local se iluminó por completo, un ruido de cazuelas a la izquierda les tomó de sorpresa, quedaron por poco más de tres segundo congelados en el tiempo.

-¿Quién está ahí? -inquirió con miedo Julio, temía que fuera alguno de aquellos seres que hubiera sido capaz de subir antes de ellos y que ahora los tuviera acorralados.

-Soy yo, Roger. -Salió este debajo de una mesa con un gran sartén en su mano y un pequeño cuchillo de cocina en la otra.

-Pensé que eras uno de esos bichos -dijo Julio más calmado.

-¿Qué son esas cosas? -preguntó la joven camarera. Su mente, ahora que se sentía a salvo, comenzaba a procesar todo cuanto había ocurrido en el piso inferior.

-Ni idea -dijo pensativo Roger, el cual, tras unos instantes a solas y viendo la situación tal cual estaba, le dejó de preocupar el accidente, cuando todo se resolviera le echaría las culpas a esas malditas aberraciones.

-No lo sabemos, la guagua en la que veníamos tuvo un accidente. Luego vimos como un joven vestido de militar le disparó a una persona. -Hizo una pausa como tratando de recordar lo sucedido, lo cual era muy confuso en su mente por los efectos del alcohol-. Resultó que era una de esas cosas de allá abajo y de repente aparecieron por el horizonte, corriendo como condenados. Mataron a una joven que venía en la guagua a mordida pura.

-Y creo que al estudiante de medicina también -añadió Roger.

-Tenemos que llamar a la policía -dijo la joven sacando su móvil.

-Creo que las líneas están cortadas o algo así -explicó el chofer.

La joven intentó llamar a las autoridades. Pero, al igual que a Reina, la contestadora de la empresa de comunicaciones informaba que había congestión en las líneas.

-Creo que deberíamos poner alguna mesa en la escalera, cosa que, si logran entrar, nos dé un margen a nosotros -dijo Julio.

-Sí, no es una mala idea, movámonos. -Apremió Roger soltando el sartén y el cuchillo.

Se disponían a mover la mesa del local cuando desde la calle llegaron gritos escalofriantes que les congelaron en el lugar tras el cual, el ruido de un motor de helicóptero se hizo sentir a lo lejos.

El grito había sido de Pedro. Este, una vez irrumpieron los muertos al local había escapado por el baño. Se había trancado en él mientras desde la escotilla de la puerta observaba con pavor lo que sucedía en el bar. Cuando el primer muerto alcanzó a morder a Sofía, fue más que suficiente para él, supo que tenía que poner tierra de por medio entre él y aquellos monstruos. Por lo que intentó salir por la ventana del baño.

Le resultó fácil, se subió encima de la tasa y lanzó la mochila donde había metido el dinero de la recaudación por la ventana. Con un pequeño esfuerzo y apremiado por el desespero de los zombis que habían reparado en él y comenzaban a dar manotazos en la puerta del baño, logró salir del lugar. Salió de la edificación por la parte trasera y una falsa seguridad le inundó. Recogió la mochila y corrió bordeando el edificio, pero al salir a una de las calles laterales del Guatao, se encontró de a lleno con el pueblo donde había nacido y criado envuelto en lo que parecía ser una guerra civil.

Había gente corriendo desesperados por doquier, perseguidos por aquellos seres. Manchas de sangre fresca a cada tramo del suelo y en las fachadas de algunas casas era lo que más sobresalía. Había personas en el piso, cadáveres sin duda.

Vio como en una casa cercana la puerta estaba abajo, los zombis la habían tirado y entrado en la tranquilidad del hogar para acabar con todo rastro de humanidad dentro de ella. La visión era tan poco alentadora que se vio sumergido en un sinfín de emociones, todas eran desmotivadoras.

Un alarido a su espalda le hizo voltearse. Justo a tiempo para darle el rostro a la muerte. La sentencia le vino nada más y nada menos que por parte de su mujer. Quedó sorprendido al encontrársela de la forma en que lo hacía. Ella tenía serias heridas, tanto en el cuello como en los brazos. Los músculos desgarrados se podían apreciar en las lesiones que afloraban a la vista.

El verla así le partió el corazón en mil pedazos. Dejó caer la mochila que traía en las manos y cerró los ojos, de ellos brotaron las lágrimas. La mujer que amaba había pasado sus últimos minutos de vida en un verdadero infierno. De manera irónica parecía que había venido a buscar venganza por no haber acudido a su llamado cuando empezaron a comérsela.

Con una mordida en la oreja comenzó la tortura que lo llevaría a la muerte. De su garganta salió un chillido de dolor tan agudo como escalofriante. A lo lejos, comenzaba a sentirse el sonido inconfundible de un helicóptero.

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