2-IV
Méndez y Tomás se alejaron cuanto pudieron del que una vez fue Richard. Avanzaron hacia el autobús del que ya comenzaban a salir las personas con la ayuda de Marcos y compañía. Tenían una esperanza de vida al estar en un grupo mayor; sabían que, tarde o temprano, el zombi se arrastraría hacia ellos y les daría alcance; pero quizás, ya para ese entonces, estarían llegando las autoridades o como mínimo, ellos estarían camino al pueblo.
—Hay algo que me preocupa —dijo con voz entrecortada el cocinero.
—¿Qué cosa?
—¿Dónde está José? —Inquirió haciendo un esfuerzo sobrehumano pues el fugas dolor que expulsaba su costado le oprimía el pecho y le dificultaba la respiración.
—No lo sé. —El doctor se dio la vuelta para mirar a su alrededor, el miedo se asomó en su rostro una vez más en aquella madrugada.
¿Cómo no se le había ocurrido antes? Era una amenaza importante en medio de aquella oscuridad. Sabía que, en algún momento, se despertaría de la muerte para devolverlos al calvario del que hacía poco tiempo habían salido. Estaba consciente de que José, sí podía caminar y correr a su máxima capacidad, no como el otro que, debido a sus lesiones, no podía levantarse y se arrastraba muy lentamente.
Llegaron tan rápido como pudieron al autobús, las primeras imágenes que observaron fue la cara de la enfermera Reina iluminada por la tenue luz que proyectaba la pantalla del celular. Ella había acabado de examinar a Miguel y volvía a intentar comunicarse con alguien para avisar de lo sucedido. De inmediato Méndez fue a su encuentro, no sin antes dejar a Tomás recostado al techo volcado de la guagua, justo al lado de Miguel.
—Necesito de su teléfono, tengo que hacer una llamada urgente. —El tono del doctor era imperativo.
Reina le dedicó una mirada confusa y a la vez de disgusto, no entendía lo que aquel sujeto le estaba diciendo. Así que, sin más, aguantó con fuerzas su móvil entre sus manos.
—¡Acaso no entiende! —Insistía el doctor—. ¡Necesito de su puñetero teléfono! Es una cuestión de vida o muerte, tengo que avisar al gobierno de lo que viene en camino.
Reina no entendía ni media palabra de lo que estaba hablando aquel hombre. Solo estaba segura de algo, que no le daría por nada del mundo su teléfono a un completo desconocido.
—No sé de qué habla, pero déjeme en paz. Si le sirve de algo, las comunicaciones están cortadas, estoy intentando comunicarme con los números de emergencia, pero la operadora de la empresa de telecomunicaciones me sale diciendo que no está disponible.
Las palabras de aquella enfermera tomaron de sorpresa al doctor. Solo había una explicación lógica para lo que acababa de escuchar. Sabía de sobra como actuaban los dirigentes de su país, al mínimo de protestas o de intentos de huelgas, cortaban toda comunicación posible para evitar que se divulgara y se incrementara la revuelta.
Recordaba a la perfección que estando aún en la unidad militar, en pleno cruce de la plazoleta hacia el garaje, las alarmas comenzaron a sonar. Quizás alguien de los de allí se había tomado la tarea de alertar al gobierno de lo que sucedía.
Méndez se formulaba cientos de preguntas en su cabeza mientras miraba los ojos confusos de Reina. De ser su teoría cierta, ¿hasta qué punto habían informado? ¿Qué tanto sabía el gobierno de lo que había ocurrido? ¿Por qué cortarían las comunicaciones si era lo principal que necesitaban en estos momentos? Eran preguntas que asomaban a su desarrollado cerebro para las cuales ella, evidentemente, no tenía respuesta, sobre todo porque se encontraba totalmente ajena al problema.
—Entiendo, pero quisiera intentarlo por mí mismo —insistió.
—Oye, te dije que no te daré mi teléfono y punto, además...
Sus palabras fueron interrumpidas por un desgarrador grito que estremeció a todos alrededor del autobús dejándolos paralizados.
José se había levantado de la muerte. Guiaba su andar al bullicio de los pasajeros que se recuperaban del accidente y que estaban totalmente ignorantes al peligro que les rodeaba.
Al acercarse al accidentado autobús se topó con Margarita. Ella, luego de ser sacada de la guagua se encontraba aún confundida, el golpe en la cabeza la había desorientado por completo. Reina había dado instrucciones a Jeffrey cuando aún se encontraban dentro del bus para que ayudara a la señora a ponerse un pañuelo en la frente y que presionara para favorecer la coagulación.
Luego de ser parcialmente socorrida todos se desentendieron de ella. Ahora vagaba por los alrededores con la mano sujetándose con ligera fuerza la herida. Caminaba de un lado a otro sin sentido alguno. Sin ser percibida por ninguno de los presentes, dobló por la parte trasera de la guagua sin saber a dónde se dirigía, lo que favoreció que José se topara con ella de primero.
Margarita no supo qué le sucedió. Recibió un fuerte golpe en la espalda que la precipitó con brusquedad al suelo. La ansiedad de sangre de José arremetió contra la pobre anciana como un tren a un automóvil. El impacto en el rostro al caer al suelo fue aparatoso, el cual, junto a una mordedura en la nuca le hicieron sentir un dolor indescriptible.
La frágil señora que rozaba los setenta años de edad lo único que logró hacer fue emitir un grito desde el fondo de sus entrañas. El mismo grito que puso sobre alerta a todos, en especial a los sobrevivientes de la unidad militar. Margarita, perdió la consciencia al instante, José hizo estragos en su espalda entre mordeduras y arañazos. No tuvo piedad. La anciana murió oculta de la vista de sus compañeros de viaje por las penumbras de la noche.
Todos se encontraban confusos. No entendían qué podía estar pasando. ¿Quién había proporcionado semejante grito de dolor entremezclado con desesperación? María sujetó fuertemente la mano de su pequeño y aunque no conocía, ni tan siquiera el nombre de aquel joven a su lado, se apegó a él. Por alguna extraña razón, a su lado se sentía segura.
—¿Qué pasó?
—No sé, el grito pareció venir de allá, pero no logro ver nada. —Alejandro entrecerraba los ojos como tratando de agudizar su visión.
Fátima luego de ser sacada a la fuerza y en contra de su voluntad de la guagua, se encontraba en estado de shock. Poseía la mirada perdida en algún punto de la oscura carretera. Las imágenes del cuello de su pareja atravesado por un cristal, se mantenían fijas en su mente. Era demasiado reciente para que intentara superarlo.
A su lado habían colocado a Miguel, el cual se encontraba inconsciente aún y ni siquiera se había dado cuenta de que lo habían hecho. Tampoco había visto llegar al Dr. Méndez y a Tomás, estando este último al lado del joven estudiante. El grito de la señora la sacó de su ensimismamiento. Reparó por primera vez en Tomás que pese a las muecas que hacía de dolor se encontraba hipervigilante, como queriendo captar todo lo que sucedía a su alrededor.
—¿Estás bien?
—Sí —respondió el chef sin dedicarle una mirada—. Ha sido un pequeño golpe que me dejó sin aliento, estaré bien. —Podían escuchar los gritos de la señora y los gruñidos de José, pero no podían verlos.
—¿Qué son esos gritos? ¿Han encontrado más muertos?
«¿Más muertos?» Las palabras de la joven hicieron que Tomás le dedicara una mirada por primera vez.
Sabía que Richard no era el único muerto. Conocía que ahí estaba José, el presunto culpable de los gritos que se escuchaban a escasos metros y que todos trataban de localizar. Pero también estaba consciente de que no eran los únicos. No se refería al cadáver que se encontraba aún caliente en el interior del transporte público, de su existencia no poseía la más mínima idea. Se refería a los cientos de muertos vivientes que marchaban por la carretera justo a su dirección. Sin embargo, estaba más que seguro de que ella no podía referirse a ellos, no tenía forma.
—Ayúdame a pararme, tenemos que salir de aquí antes de que sea demasiado tarde.
—No entiendo lo que quieres decir —dijo la joven confundida.
A Tomás no le dio tiempo a explicar nada, por el borde de la guagua ella vio doblar a la carrera al que una vez fue José. Desde luego, no sabía de qué se trataba, ni por qué aquella persona se acercaba corriendo de una manera inusual.
La escena fue adornada por dos explosiones consecutivas a las que le secundaron dos pequeños destellos luminosos casi imperceptible que estremecieron a la joven. La persona que corría hacia ellos se sacudió sobre sí mismo y cayó hacia atrás.
Marcos desde arriba de la guagua, justo encima de ellos, había disparado dos veces. Los proyectiles no alcanzaron su objetivo a la totalidad. El primero impactó en el hombro del zombi lo que provocó un retroceso brusco del mismo desestabilizándolo y haciéndolo caer momentáneamente. El otro proyectil se perdió en el vacío penetrando en el asfalto de la carretera.
El tiempo que el zombi perdió en levantarse, fue más que suficiente para que Tomás, suprimiendo todo dolor, se incorporara y agarrara a la chica por el brazo para echar a correr.
—¡Suéltame descarado! —Quitó su mano con brusquedad de la del chef, el escote en su blusa amenazó con descubrir uno de sus pechos.
Un tercer disparo resonó en el aire. Esta vez sí logró su objetivo, perforó limpiamente la cabeza de José que comenzaba a levantarse. Lo dejó inerte en el suelo de donde no se levantaría jamás.
Fátima quedó paralizada, en su corta vida nunca había sentido un disparo. En su país las armas de fuego no están a disposición de la mayoría de los ciudadanos o al menos, no de forma legal. Solo las autoridades las poseen, aunque la mayoría de las veces no las utilizan.
—¿Qué coño haces? ¡¡¡Lo mataste!!! —Gritó azorado Jeffrey.
—¿Acaso estás loco? —Preguntó Roger que recién había logrado salir con gran esfuerzo del interior del bus que normalmente conducía.
—Alguien ayude al joven —gritó Alejandro mientras cargaba nuevamente al pequeño Yerandy que comenzaba a llorar.
María había quedado totalmente paralizada por la escena. Lo que estaba aconteciendo era un acto de suma violencia tanto para ella, como para su hijo.
—¿Qué has hecho niño? —La voz de Julio sonaba desconcertada. No entendía lo que estaba sucediendo. Estaba seguro de que no era producto del alcohol, los eventos ocurridos eran reales.
—Era él o nosotros.
Marcos con su vista saltaba de una persona a otra expectante de que alguno de aquellos hombres saltara a por él para intentar quitarle el arma. Estaba más que convencido de que alguien intentaría algo si se descuidaba un instante. Tenía toda la atención en él, lo sabía, así que no dejó de acariciar el gatillo de la Makarov ni un segundo. Estaba dispuesto a todo por permanecer con la seguridad que le proporcionaba el arma, incluso sería capaz de pegarle un tiro a alguno de aquellos sin importar las consecuencias.
—Creo que nos estamos poniendo un poco nerviosos. Baja el arma muchacho. —Continuaba Julio con voz persuasiva y dando pasos ligeramente suaves hacia Marcos -. Todo tiene solución.
Tomás alternaba la mirada entre Marcos y la muchacha que tenía justo a su lado, la cual, se había quedado en shock nuevamente. Era el segundo muerto que veía en menos de media hora, el primero era su novio y el segundo había sido asesinado a sangre fría justo enfrente de ella.
Desde la posición que se encontraba Tomás, no lograba ver a los tres hombres que estaban encima junto a Marcos, pero sí podía escuchar sus voces y por los años que tenía de experiencia en la vida militar, sabía que las cosas estaban por descomponerse en cualquier instante.
—No des ni medio paso más o juro por mi madre que te meto un tiro. —Le apuntó justo al pecho. Él carecía de buena puntería, pero a tan corta distancia le sería imposible de fallar.
—Tranquilo, tranquilo —dijo Julio, hizo una pausa para pensar las palabras—. Solo queremos ayudarte.
—Para atrás te dije. —Amenazaba con disparar el arma.
—Marcos tranquilizante, ya todo está bajo control —expresó Tomás desde abajo.
—Sabes que no del todo.
—No sé de qué hablan, pero tienes que calmarte, acabas de matar a una persona, estás alterado —dijo Julio acercándose nuevamente, más lento aún.
—Él ya estaba muerto antes de que yo le disparara.
—No parecía muy muerto que digamos. —Intervino Jeffrey desde su posición.
—Marcos, ¡mírame! —Ordenó Tomás-. Ambos sabemos que hiciste lo correcto, de hecho, nos acabas de salvar la vida ahora mismo a todos, pero necesitamos que bajes el arma para poder explicar lo que sucede. -Las palabras de Tomás desconcertaron aún más a los que estaban presenciando la escena.
—Ni una mierda. —Colocó su otra mano en la culata de la pistola buscando apoyo y volvió a amenazar al hombre que se le acercaba.
Julio pese a que en los últimos años de su vida no había hecho más que beber, endrogarse y seguir bebiendo, era un hombre que, antaño, había practicado lucha libre, incluso lo había ejercido de manera profesional. Hasta que una lesión acabó con su carrera y la depresión lo llevó a la vida que llevaba.
A pesar de estar medio embriagado aún, estaba consciente de lo que hacía, si alguien en aquel lugar podía reducirlo era, sin duda alguna, él. Estaba preparado para enfrentarse a situaciones como esas. Sin embargo, sabía hasta dónde podía llegar; la voz de aquel joven vestido como militar delante de él, sonaba segura. Así que no le quedó de otra y retrocedió unos pasos.
—Está bien, tú ganas, pero baja el arma, estás asustando al niño.
No se habían percatado, pero el llanto desconsolado del menor no había cesado desde que los disparos retumbaron en la noche. Alejandro lo mantenía en brazos. Yerandy, sin importarle que aquel hombre fuera un completo extraño para él, se encontraba enganchado a su cuello. María, por su parte, estaba tan aterrada que tenía su cabeza pegada por completo en el pecho de Alejandro y las lágrimas salían sin freno de sus ojos.
Marcos no cayó en la pequeña trampa que le había puesto el sujeto frente a él. A pesar de que le dedicó una mínima mirada al pequeño, no bajó el arma ni un instante, ni siquiera por su mente pasó el poder hacerlo.
—Marcos, aún sigues en el servicio militar, te habla un superior, ¡baja el arma!
Marcos se giró hacia Tomás con prepotencia, al hacerlo algo a las espaldas del cocinero le llamó más la atención. Para entonces, se había hecho más claro, los rayos solares comenzaban a despojar la oscuridad de la Tierra, aunque aún el astro rey no se había asomado en el horizonte. Apenas a unos escasos quinientos metros, se acercaban los muertos que habían dejado atrás en la unidad militar. Avanzaban con buen paso, corriendo, tal como los recordaba, pero ahora en un espacio mucho más abierto. Podía verlos, no lograba definirlos bien, pero sabía de qué se trataba.
Julio aprovechó la situación y se acercó suavemente a Marcos sin que este se diera cuenta. Cuando estuvo lo suficientemente cerca reparó en lo que el joven con uniforme de milicia estaba observando. No sabía de qué se trataba, pero a la distancia parecía ser un desfile de personas. Le trajo recuerdos de su niñez cuando en un 1ro de mayo, junto a compañeros de la escuela, fue a desfilar en la Plaza de la Revolución por el día de los trabajadores.
Sin embargo, había algo que no encajaba en la escena que veía, ¿qué hacían tantas personas a esa hora y por ese lugar tan poco transitado? Dejó de pensar en el joven de la pistola. Desvió su objetivo, ahora toda su atención estaba en aquella masa uniforme que avanzaba hacia ellos notando que los primeros estaban caminando de forma extraña.
Los gruñidos de los muertos se hicieron omnipresentes a lo lejos en el silencio de un campo que recién comenzaba su amanecer. Al hacerse sentir la horda de zombis, los que habían logrado sobrevivir a sus funestas garras, abrieron los ojos como platos. Sabían que era cuestión de tiempo que aquellos seres llegaran a aquel lugar. Pero nunca imaginaron que fuera a suceder tan rápido.
Creían que, por el hecho de haber escaparon en auto, habían logrado una gran distancia, pero el tiempo transcurrido desde que se accidentaron hasta ahora había sido poco más de una hora. Tiempo más que suficiente para que los soldados de la muerte les dieran alcance. El resto, por pura curiosidad se quedó expectante ante los alaridos de los muertos vivientes.
—¿Qué es eso? —Inquirió boquiabierto Jeffrey desde arriba del autobús.
Se había acercado también a Marcos para cualquier eventualidad que sucediera en el forcejeo que tendría lugar entre el militar y Julio.
Méndez sin decir nada a nadie y tratando de pasar desapercibido comenzó a alejarse lentamente. Conocía de sobra lo que se les avecinaba y no perdería ni un preciado segundo en intentar alertar a la gente. Sabía que no le entenderían y que cuando lograran hacerlo, ya sería demasiado tarde.
—¡Ahí vienen, tenemos que salir de aquí! —gritó Marcos a todo pulmón con el fin de que cada uno de los presente le escuchara.
Tomás se volteó para ver una gran horda de zombis, aún estaban a unos buenos quinientos metros de su posición. Sin embargo, sabía que no podría correr tanto. Su costado aún le daba fuertes punzadas dolorosas de manera intermitente y le costaba un poco llenar sus pulmones a plenitud de aire. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral haciendo que se estremeciera cada músculo del cuerpo, sentía que muerte estaba cerca.
—Tenemos que irnos. —Intentó jalar la mano de la joven que estaba en frente de él, esta le rechazó con la mano una vez más.
—¡Que no me toques animal! —Reclamó furiosa.
Tomás no entendía por qué la joven estaba tan arisca con él. Le dedicó una mirada confusa, trató de volver a mirar hacia Marcos en busca de su ayuda y que la hiciera entrar en razón. Se percató que ya el joven recluta no estaba ahí.
Le dedicó una rápida mirada al joven con bata de médico, estaba inconsciente en el suelo recostado al techo del autobús, tal como le habían dejado. Maldijo para dentro de sí, no quería dejarlo allí, pero estaba más que seguro de que no podía llevarlo con él y menos en su condición.
Se tomó par de segundos alternando la mirada entre la joven, el estudiante de medicina y la masa de zombis que venía en su dirección. Podía jurar que hasta habían apresurado el paso. Negó con su cabeza, la imagen de su pequeño se interpuso entre él y aquellas personas, así que, sin más, comenzó a trotar hacia el lado opuesto al que venían los zombis.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top