1-VII

Al mismo tiempo que el Dr. Méndez buscaba un vehículo en el cual transportarse, José, Tomás y Richard corrían por salvar sus vidas; este último, como bien había advertido el doctor, les estaba retrasando la marcha y los muertos vivientes que corrían tras ellos ganaban cada vez más metros acortando peligrosamente su distancia.

—Tienen que dejarme, los estoy retrasando —dijo el joven de la herida, sentía que ya su cuerpo no daba más, a pesar del poco esfuerzo que estaba realizando se sentía fatigado, estaba convencido de que en cualquier momento se desmayaría.

—Ni hablar —dijo Tomás con la voz entrecortada por el peso del joven encima de él—. No hemos nadado tanto para morir en la orilla.

—Ya los tenemos casi encima, no vamos a lograrlo a este paso. —Se apresuró a decir José—. Aunque logremos llegar, no nos dará tiempo a cerrar la puerta.

—Por eso, déjenme aquí. —Richard hizo un gesto para soltarse, pero las fuertes manos de Tomás lo devolvieron sin esfuerzo a su estado anterior.

—He dicho que no —le dijo el chef mirándolo directamente a los ojos—. Chico, ¿crees que puedas con él tú solo? Voy a hacerles frente para darles una oportunidad —dijo sin quitar la vista de los ojos de Richard.

—No, ni hablar —dijo confuso José.

—Sí, ustedes son jóvenes, están aquí en contra de su voluntad. Tienen familiares afuera esperando por ustedes, yo en cambio también tengo familia, pero estoy aquí por voluntad propia.

—Intentémoslo juntos, si nos esforzamos podremos llegar —dijo José jadeando por el esfuerzo de correr con Richard acuestas.

—¿Puedes o no? —insistió el chef, en su voz se notaba cierto tono de convicción.

—Creo que sí —dijo al fin José.

Richard se había dedicado a escuchar y a tratar de seguir el ritmo que le habían impuesto, cosa que le resultaba del todo imposible.

—Sólo lleguen a ese maldito garaje y vengan en un puto carro, resistiré, o al menos eso espero. —Soltó a Richard, este se desbalanceó un instante, pero José se las arregló para sostenerle y seguir corriendo.

Tomás se detuvo, recuperó un momento el aliento y volteó para hacerle frente a sus perseguidores. Quedó sorprendido al ver que estaban más cerca de lo que se había imaginado. Sólo unos diez metros lo separaban de una veintena de zombis, eran tantos que dudó por un momento en si había hecho lo correcto. Realizó un movimiento circular de hombros, ladeó la cabeza hacia ambos lados en forma de calentamiento y echó a correr hacia su izquierda haciendo el mayor ruido posible, para tratar de atraer la atención de ellos.  Los zombis respondieron de inmediato a la voz de él, muchos lanzaron gritos desgarradores y para sorpresa de Tomás, apretaron su paso.

«Mierda, no contaba con eso» pensó con los nervios de puntas mientras corría, pero al menos su plan había resultado.

No todos repararon en él, sólo los primeros del tumulto, el resto siguió su andar en dirección al garaje, pero al menos les había dado un pequeño pero preciado tiempo a los jóvenes.

En el momento exacto en el que el Jeep arrancó, entraron al garaje José y Richard. El doctor los observó y no pudo evitar preguntarse en su interior dónde estaba el cocinero, pero no dijo nada, no quería llevar grabadas más escenas de tragedias que las que había vivido en carne propia dentro del Sector Nueve. José llevó a Richard al coche, en su camino tropezaron con una columna de neumáticos escondida por la oscuridad, los cuales cayeron al suelo esparciéndose por doquier, Richard y José se llevaron menudo susto con el estruendo. Siguió su camino acortando la distancia hasta el Jeep y con la ayuda del doctor lograron subirlo en la parte trasera del carro, donde lo dejaron recostado al asiento de copiloto.

—Hay que ir a por Tomás —dijo pausadamente el joven, estaba encorvado respirando profundamente y las gotas de sudor, desde su frente, caían al suelo dejando círculos pequeños con un sinfín de ramificaciones.

—¿Qué sucedió allá afuera? —inquirió el doctor obviando sus pensamientos anteriores, por más que no quisiera, necesitaba saber.

—Se quedó atrás retrasando a los zombis para darnos una oportunidad a nosotros.

Se escucharon, por encima de la alarma que no paraba de sonar, lo que parecieron ser varios disparos. Tanto José como el Dr. Méndez se quedaron petrificados en el lugar.

—¿Eso es lo que creo que es? —preguntó el doctor con todos sus sentidos en función de la audición.

—Estoy casi seguro de que fueron disparos. —Volvieron a escucharse, esta vez en ráfaga y no les quedó duda—. Sí, son disparos.

—Eso sólo puede significar una cosa, aún hay vida en el edificio, pero están teniendo problemas con esos engendros —afirmó el doctor.

—Movámonos. —La voz de José se escuchaba un poco más motivada, no tardó en ocupar el asiento del copiloto.

Para entonces, la puerta metálica había cesado de subir y el primero de los zombis entraba en el garaje, detrás de este, tres más estaban próximos a entrar a las penumbras del local, tras ellos se aproximaba casi una veintena. Méndez se percató al instante de la situación, así que de un salto subió por la parte trasera del Jeep y enganchándose en la barra superior, que pasa por encima de los respaldos de los asientos y que sirve de punto de apoyo para el techo de lona que no llevaba puesto, se balanceó para caer sentado en su asiento.

Las ruedas del carro chillaron y el olor a goma quemada por la fricción de los neumáticos con el suelo inundó el lugar. El vehículo salió como flecha y dio un rápido giro amenazador a la derecha, las gomas traseras patinaron, pero el conductor logró estabilizar el auto. Sin embargo, en la maniobra se llevó por delante a uno de los espectros, el impacto fue tal que lo lanzó varios metros atrás. En un reflejo involuntario el doctor accionó el freno deteniendo el carro en seco, lo que propició que José se diera un fuerte golpe en la cabeza que le dejó aturdido por varios segundos.

Los zombis no perdieron tiempo, se lanzaron hacia el carro, unos con más ímpetu que otros. Varios intentaron subirse por los guardafangos traseros que les permitía esa cobertura, pero cayeron al suelo con el nuevo acelerón del Jeep. Sin embargo, no fue suficiente y dos de los zombis quedaron aferrados con sus manos a la baranda de la parte posterior del vehículo.

Uno era un joven afrodescendiente, llevaba serias heridas en el cuello y cara que anunciaban el sufrimiento que le causó la muerte. El otro muerto era una muchacha mulata, que hasta el día de ayer gozaba de buenas virtudes femeninas, pero para entonces su rostro era irreconocible, de su boca caía una espuma negruzca que le embarraba toda la mandíbula. Por la velocidad que alcanzó el Jeep al salir del garaje, estos dos iban con los pies arrastrados por el pavimento, pero con su mente fija en una sola cosa, comer carne humana.

—Chico, ¿estás bien? —preguntó el doctor con la mirada clavada en el retrovisor, estaba observando como una de las mujeres comenzaba a meter cada vez más el cuerpo dentro del carro.

—Sí, eso creo.

—Necesito que vayas hacia atrás y te encargues de esos dos, a menos que quieras ser comida de zombi.

—¿Qué dos? —preguntó confuso José que no había estado al tanto de lo que sucedía, echó una ojeada hacia atrás siguiendo la señal que le hizo su compañero y comprendió de inmediato.

—¡Vamos, no tenemos toda la noche! —Lo apresuró.

—¿Qué se supone que haga? —inquirió dubitativo.

—No lo sé, solo túmbalos de ahí.

—Pero…—Intentó decir algo, pero la mirada del doctor lo fulminó al instante—. Trataré de hacerlo.

De un salto se pasó a la parte posterior del Jeep, se puso de pie aguantándose del mismo lugar donde lo había hecho el doctor antes de arrancar el carro, todo su cuerpo tiritaba del miedo. La mujer ya no arrastraba los pies, estaba con el torso totalmente dentro del carro, mientras que sus pies quedaban colgando. Se lanzó a por Richard que se encontraba inconsciente.

José le proporcionó una fuerte patada con sus botas en la cabeza, lo que le hizo perder varios dientes y lejos de detenerla, la puso más eufórica. Así que no le quedó de otra, cuando la mujer se lanzó encima de Richard, este aprovechó y de un empellón la sacó completamente del carro. Perdió un instante el equilibrio, pero logró estabilizarse sin problemas. Fue a voltearse para decir que todo estaba bien, pero el otro zombi le sujetó la pierna a lo que José respondió con varios golpes con el pie que tenía libre.

El muerto se aferraba al pie de José con extrema fuerza, pese a los constantes golpes, su mano no cedía. Alzó la cabeza y tomando impulso con la otra mano que estaba en la baranda tiró su cuerpo hacia adelante, sus dientes soltaron un sonido seco al chocar entre ellos a escasos centímetros del tobillo de José, el cual, fue a proporcionarle una nueva patada, pero perdió el equilibrio y cayó al suelo del carro debido a un brusco giro que tuvo que dar el doctor para evitar chocar contra un poste.

Al caer, lo hizo encima de Richard, el cual soltó un gemido lastimero por el impacto y volvió a callar como si nada hubiera sucedido. El zombi, por su parte, gracias al impulso que había cogido y que ya no tenía a José dándole constantes golpes para bajarlo, había logrado subirse por completo. Se encontraba apoyado en sus cuatro extremidades dando la impresión de un animal salvaje, que se preparaba para lanzarse a por su presa. A través de sus ojos blancos podía apreciarse la sed de sangre que sentía. Se lanzó hacia José sin dejarlo apenas reaccionar.

Pese a todo, José logró agarrarlo y lo hizo por el cuello, tal pareciera que lo estuviese ahorcando. Sus dedos se introdujeron en la herida que poseía a ese nivel, el tacto fue desagradable, estaba húmedo y reblandecido. El zombi ejercía presión, quería morderle la cara.

José empleando toda su fuerza lo mantenía alejado de su rostro a escasos centímetros. En cada dentellada que lanzaba, le caían gotas de saliva entremezcladas con sangre en el rostro y eso le provocaba náuseas, pero aun así aguantaba, no podía dejar de hacerlo, estaba consciente de que si flaqueaba moriría. Por otra parte, los brazos del occiso daban fuertes golpes tanto en José como en el suelo del Jeep lo que hacía que este cediera cada vez más.

El doctor se percató de la situación que se estaba desarrollando a sus espaldas, así que dio un nuevo giro intencionado que zarandeó a todos en el carro. Esto provocó que José tuviera un poco de cobertura para colocar sus piernas en el pecho del zombi e impulsarlo hacia atrás.

El muerto se dio un golpe en la espalda que resonó como si se hubiera fracturado más de una costilla, esto no impidió que se detuviera, pero justo en el momento que se disponía a lanzarse nuevamente al ataque José lo empujó por la borda haciendo acápite de todas sus fuerzas.

Cayó al pavimento y dio varias vueltas en él, se le produjeron múltiples fracturas en todo el cuerpo, pero ninguna mortal para el zombi. No se pudo volver a incorporar; sin embargo, desde el suelo, comenzó a arrastrarse en la dirección que se alejaba el carro.

José, en el Jeep, se encontraba mirando la escena jadeante. No se creía lo que había acabado de suceder, se había encontrado cara a cara con uno de ellos, más cerca de lo que le hubiera gustado. La adoración que una vez sintió por las series de televisión que trataban de esos seres, dejo de existir. Nunca se imaginó qué tan duro podría ser llegar a enfrentarse a ellos en la realidad, pero sin duda, la experiencia había superado con creces sus expectativas.

—¿Todo bien allá atrás?

—Sí, eso creo —dijo José limpiándose la mano en su uniforme militar.

—¿Ves a Tomás por algún lado? —inquirió el doctor volviendo a dar un giro pues los límites de la unidad se acercaban.

Traían una buena cantidad de zombis detrás, a una distancia prudencial, pero no se arriesgó a volver a pasar por una situación similar, así que giró hacia el lado contrario del edificio central. Daría un giro un poco más adelante y volvería cuando encontrara una brecha.

—La última vez que lo vi corría en dirección a la cocina nuevamente.

—¡Mierda! —exclamó el doctor—. Supongo que no queda de otra, giraré un poco más adelante y regresaremos a por él. —Hizo una pequeña pausa como buscando las palabras adecuada—. Espero que no sea demasiado tarde.

—Espero que no. —Un tono melancólico y un sentimiento de culpabilidad se reflejó en la voz del joven.

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