1-IX
Marcos logró girar en el último momento, cayó de espaldas contra el techo de un Lada. Un sonido metálico adornó el impacto y el techo se abolló haciendo que el parabrisas estallara en pedazos.
Se retorció del dolor, una sensación de corriente le recorrió toda la espalda, pero no cambió su mirada del zombi que lo retuvo en el aire cuya boca y manos se abrían y cerraban insaciablemente tratando de agarrarlo. No comprendía cómo aún podía estar vivo, llevaba serias heridas en el cuerpo y su cabeza colgaba flácida producto a las lesiones en las vértebras cervicales.
Impulsado por la adrenalina, se incorporó en el techo del carro sin quitarle ojo al monstruo de la ventana. Sintió una pequeña molestia a modo de punzada en la región lumbar, pero que no le imposibilitaba para nada la marcha. Se frotó la zona con la palma de la mano mientras organizaba sus ideas.
De inmediato alcanzó a ver la pistola sobre el capó. Pasó a este desde el techo con cuidado de no cortarse con los cristales que aún quedaban como dientes de perro incrustados en el marco. Recogió el arma y comenzó a buscar desesperado el fusil, no le encontraba por ningún sitio así que bajó del Lada y lo encontró por la parte trasera de este a varios pasos de distancia. Con la caída había rebotado par de veces hasta terminar un poco distante del automóvil.
Un sonido nuevo se instalaba en su oído, lo escuchaba incluso por encima de la alarma. Era un motor, estaba seguro de ello, parecía ganar fuerza a cada segundo. Echó una nueva mirada al zombi de la ventana varios metros arriba para cerciorarse de que todo estuviese bien y para su tranquilidad, ahí seguía este, con la cabeza colgando y los brazos extendidos hacia él, haciendo estúpidos movimientos con el fin de agarrarle.
—¡Hey por aquí! —Gritó Marcos—. ¡Estoy aquí ayuda! —Decía desesperado.
Sus gritos alertaron a los zombis que estaban en la entrada del edificio, los cuales se redireccionaron hacia el lugar de donde provenía la voz. Cuando doblaron por la esquina de la edificación se encontraron con Marcos a varios metros de distancia. Uno de ellos sacudió la cabeza haciendo que de su boca cayera una sustancia de color oscuro y lanzó un sonido gutural desde lo más profundo de su garganta.
—¡Carajo! —Chilló Marcos al escuchar el sonido, su corazón se desbocó y sintió un escalofrío que lo sacudió de repente.
Se volteó de inmediato y pudo observar como una gran masa de zombis corría en su dirección. Sin pensarlo, subió al techo del carro y comenzó a disparar contra ellos. Lo hacía a la cabeza, pero ningún disparo alcanzaba su objetivo en el primer intento y en raras ocasiones lo hacían en el segundo.
Al mismo tiempo, el Jeep que conducía el Dr. Méndez apareció en su campo visual. Sabía que no esperarían por él, temía que se fueran y lo dejasen ahí, tirado con todas esas bestias inhumanas en busca de su vida. Sin embargo, no pudo hacer más que seguir disparando.
—Acelera, date prisa, tenemos que ayudarle, los tiene casi encima —alentaba José al doctor.
—Son muchos, no lo lograremos —dijo seriamente Méndez—. Si paramos nos van a encerrar con los que nos están cayendo atrás, si hacemos una pausa nos cogen.
—No podemos dejarlo ahí, nos dará tiempo. —Las palabras de Tomás denotaron seguridad.
Marcos desde el techo del Lada comenzaba a presentar problemas, su puntería no era la mejor y los primeros zombis comenzaron a llegar. Algunos intentaban subir por encima del capó y eran devueltos hacia atrás por una bala certera en el medio de la cabeza. Otros eran solo retrasados un poco al intentar bordear el auto, pues los disparos no alcanzaban más que su hombro o su cuello, caían al suelo por la cercanía el impacto para luego levantarse sin más.
Sin que él se diera cuenta y casi sin poder evitarlo, los muertos lo fueron rodeando. Se podían contar al menos una docena amontonándose en el frente del carro e intentando subirse torpemente a este. Accionó el gatillo del AK-47 y un nuevo disparo destrozó en mil pedazos la cara de uno de los zombis que intentaba subirse al capó, esparciendo sangre y materia cerebral por todos lados. Detrás del cual subió otro, Marcos solo se limitó a semi apuntar y disparar, un sonoro ¨Click¨ le anunció a mal momento que las municiones del fusil se habían agotado.
Volvió a presionar el gatillo nerviosamente, pero ya no salían disparos, el cargador había llegado a su final. No le dio tiempo a reaccionar, el zombi se le lanzó encima y lo derribó. Rodaron en una maraña de brazos y piernas por el estrecho maletero del auto hasta caer al suelo. Marcos cayó encima del muerto, lo que le permitió darle un puñetazo en la cara con todas sus fuerzas y con sus manos apretó el cuello del muerto en un intento vano de asfixiarlo, pero, por el contrario, este se encontraba cada vez más furioso, pataleaba y daba fuertes golpes con sus manos.
Levantó la mirada para ver el Jeep detenerse varios metros en frente, sabía que no esperarían por él, así que hizo lo único que podía hacer. Zafó una de sus manos del cuello del zombi y sacó una de las Makarov de su espalda. Un solo disparo a boca jarro en la sien paralizó al instante al muerto.
No perdió tiempo, salió disparado corriendo a gatas hacia el Jeep. Los hombres dentro le miraban expectantes y con cara de desesperación más que de sorpresa; por un lado, los muertos se acercaban peligrosamente al joven recluta y por el otro lado los zombis a los que habían logrado dejar rezagados, se acercaban a la carrera.
Dos zombis se le lanzaron encima, pero solo alcanzaron a agarrarlo por las botas. Se giró sobre su cuerpo y realizó tres disparos. El primero falló su objetivo; sin embargo, destrozó la rodilla de uno de los muertos que seguían a los dos que tenía encima haciendo que este cayera irremediablemente al suelo, lo que provocó la caída de los que venían detrás de él al chocar con el cuerpo del suelo, dándole a su favor unos segundos vitales. Los otros dos sí penetraron la cabeza de sus opresores dejándolos flácidos al instante.
Marcos se levantó y salió corriendo, esta vez, erguido, pero los muertos eran más rápidos y a diferencia de él, no aquejaban cansancio. A pocos metros del automóvil uno de ellos le dio alcance, lo empujó por el hombro con una mano que solo poseía los dedos anular y meñique. Salió proyectado hacia adelante, dio varios pasos imprecisos para mantener el equilibrio, pero la velocidad jugó en su contra y cayó irremediablemente.
El zombis se le lanzó encima a horcajadas sobre la espalda, sintió como su cuerpo fue aplastado dejándolo inmóvil, tenía la muerte encima y lo sabía. No pudo hacer nada, se encontraba inmovilizado. Una mirada a su izquierda le quebró sus últimas esperanzas, su fusil se encontraba distante de él, se le resbaló de las manos en algún momento de la caída y ahora yacía ahí, en el medio de la nada bajo la luz de la Luna Llena. Si bien ya no tenía munición, le hubiera ayudado a golpear.
Estaba listo para el momento, había estado esquivando la guadaña de la muerte durante toda la noche y por fin lo había alcanzado. Solo esperaba que fuera rápido y que no doliera como prometía ser, cerró los ojos y se dejó llevar.
Sintió un golpe a escasos centímetros de su cabeza y al instante una sensación de alivio sobre su espalda. Una mano se aferró al cuello de su camisa y lo levantó en peso hasta ponerlo en pie. Un rostro no muy familiar lo recibió, sabía que lo conocía de algún sitio, pero no sabía de dónde.
Era Tomás, que al ver lo que sucedía saltó del asiento del copiloto y corrió en su ayuda. Al llegar abanicó su arma rudimentaria como si fuera un palo de golf, estampándola justo a tiempo en la cabeza del zombi. El clavo penetró limpiamente por la frente del muerto dejándolo inerte al momento.
—¡Vamos, vamos! —Chilló Tomás repeliendo a otro de los zombis y empujando a Marcos hacia el Jeep.
Ambos montaron en el auto casi al unísono, Marcos lo hizo por la parte trasera y Tomás se volvió a posicionar al lado del conductor. El Dr. Méndez aceleró tanto como pudo y el carro salió chillando gomas del lugar, alejándose de los zombis y del fusil. Para entonces la masa andante de muertos tras de sí, era ya bastante considerable como para pensar en volver para recuperar el arma.
—¿Estás bien? —Inquirió José.
—Eso creo —dijo Marcos tras una breve pausa, aún estaba confundido por los últimos acontecimientos y respiraba forzadamente, se frotaba su mandíbula por el impacto que recibió al caer al suelo empujado por el zombi.
—Regresaremos al edificio central, tenemos que alertar al gobierno —informó insistente el doctor.
—Ni lo sueñes, yo ahí no vuelvo —replicó Marcos—. Eso está minado de esas cosas. Será imposible llegar allí y menos a los pisos superiores.
—Tenemos que hacerlo, hay que...
—Hay que nada. —Le interrumpió molesto Tomás—. Saldremos de aquí, llegaremos al primer pueblo y llamarás a donde carajos quieras, pero no nos meteremos en la maldita boca del lobo.
—Pero...—Intentó decir el doctor.
—Pero nada. —Le espetó el chef con rabia en la mirada—. Es tan imprescindible avisar como mantenernos a salvo a nosotros, en especial a usted, que es el único que puede detener esta locura.
Méndez soltó un bufido y negó con la cabeza, una lágrima se apresuró por su mejilla, sabía que las palabras del cocinero eran ciertas. Él y su equipo habían provocado la existencia del virus más mortífero del que la humanidad tenía registro y solo quedaba él para frenarlo, quién mejor que él mismo, al fin y al cabo, sabía, o creía saber, a lo que se estaba enfrentando.
Redireccionó el Jeep hacia la puerta de la unidad, los guardias en ella habían desaparecido, se había sumado a la fila de los muertos vivientes. Cuando comenzaron los disparos salieron hacia su dirección y se toparon con un gran número de muertos que los recibieron con una violencia desmedida, por lo que nadie levantó la barrera para control vehicular y fue destrozada sin dificultad por el Jeep.
Eran las cinco y media de la mañana cuando lograron salir aquellas cinco personas de la unidad militar que había sido arrasada por la acción de los zombis. En su interior figuraban, ya un poco más calmados por creerse a salvo, el Dr. Méndez, el cocinero Tomás y los tres reclutas Marcos, José y Richard, el cual se encontraba para entonces tan inconsciente que apenas su respiración era perceptible.
Se alejaban del lugar perseguidos por una horda de muertos vivientes, aunque el carro los mantenía bastante distante de ellos.
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