Capítulo 5
Capítulo 5: Adiós, Emma. Hola, Emmanuel
Emma se encontraba a un paso de entrar al Machazo. Ella estaba tan emocionada y nerviosa a la vez, que no podía dejar de sonreír cómo tonta al imaginarse cuál sería el tema de su próxima novela. ¿Acaso trataría de una mafia mexicana en Nueva York? ¿El Amor de un Mariachi y una mesera? ¿O tal vez meseros strippers? Tantas ideas se le venían a la mente con solo leer el letrero del restaurante.
Pero todo tenía un precio. ¿Una mujer con una figura delgada y delicada podría llegar a convertirse en todo un"macho"?
— ¡Bienvenida, Emma! ¡Qué bien que haya llegado temprano! —se acercó el dueño del local a saludarla.
—Buenos Días, señor Vargas.
—Acompáñeme a mi oficina para hablar sobre su contrato y trasformación.
—Cierto, mi trasformación.
Dentro de la oficina, los dos se encontraban sentados en sus respectivos asientos. Luego de explicarle sobre los horarios y la paga, el señor Vargas sacó una libreta y empezó a presentárle en que consistía su "capacitación".
—Bueno, lo estuve pensando toda la noche. Hasta escribí algunas cosas que podría necesitar para su cambio. Viendo de que usted está muy comprometida en esto. Su transformación solo me tomará tres días, no más.
—¡¿Solo tres días?! ¡Entonces empecemos ya!— exclamó Emma saltando de un brinco de su asiento.
—Tranquila—rió el señor—.Primero, déjeme presentárle a sus compañeros de trabajo.
Salieron de la oficina y el señor Vargas llamó a toda la familia del Machazo a que se acercaran a ellos. Los empleados formaron dos columnas de inmediato. Una de mujeres y otra de varones.
—Aquí todos somos una gran familia—señalaba el jefe—. Así que cualquier duda que tengas puedes recurrir a cualquiera de tus compañeros y a mi esposa. Le presentaré primero a las damas. Mi lindísima mujer Romina, quien es la animadora en nuestros shows. Y nuestras meseras, Paloma, Jacqueline y Rubí.
—Mucho gusto—saludó Emma a las mujeres.
—Entre los varones esta nuestro chef Mauricio y los meseros, Javier, Roberto y el más pedido por las clientas, Paolo.
—Mucho gusto, chicos.
—Paolo es mi mano derecha, así que él me ayudará a convertirla en uno de mis meseros. Tendrá que hacerle caso a todo lo que te indique, ¿está bien?
—¡Sí, señor!— respondió Emma.
—Bueno, muchachos sigan ordenando el lugar. Mujeres ayuden a acomodar las mesas, y Paolo encárgate de traer los costales de arroz a la cocina. Emma, usted deberá ayudarlo. Allí empezará su primera lección.
Los empleados se acercaron a darle la bienvenida a la nueva, y se retiraron hacia sus respectivos deberes.
—Sígueme—indicó Paolo a Emma.
Ambos bajaron hacia la bodega del local. Allí se encontraban los costales de arroz y demás cosas.
—Bueno, tenemos que llevar dos costales cada uno, toma—le hace entrega.
—¡Uhm!¡P-Pesan mucho!—exclamó Emma tambaleándose al recibirlos.
—Así no se deben cargar. Así te haces daño a la cadera. Mírame, te agachas y colocas los costales en tu espalda, te levantas y luego los llevas a la cocina. ¿Entendiste?
—Sí, señor.
—Demuéstralo.
Emma trató de colocarlos en su espalda, pero ella rápidamente caía al suelo por el peso.
—¡No puedo! ¡Pesa mucho!—exclamó ella sobándose el omóplato—¿Me puedes ayudar a sostener un extremo y yo el otro, por favor?
—No te puedo ayudar, Emma. Esa es tu primera lección:"Macho que se respeta, es por su fuerza". El señor Vargas me obligo a decir eso, así que no me preguntes que significa. Solo demuestra que eres lo suficientemente fuerte para poder cargar esos costales tú sola. Trata de llevar por lo menos, uno por uno. Yo iré a llevar los otros a la cocina. Veamos si me alcanzas.
«¿Cargar estos costales? Bueno, debo demostrar que las mujeres también somos fuertes» pensó Emma mientras veía a Paolo cargando con un brazo dos costales de arroz.
Decidida se agachó para poder colocarse el costal en su espalda. Se levantó y fue caminando lentamente hacia la cocina.
—¡Me está matando la espalda! ¿Cuánto pesará esto, 30 kilos? Tanto arroz comen en un día...
Cuando llegó por fin a la cocina, dejó el costal en su sitio y regresó por el último.
Nuevamente en la bodega, repitió la misma rutina.
—¡Lo hice!—exclamó Emma al terminar su tarea.
—Muy bien. ¿Te fue difícil?—preguntó Paolo.
—¡Sí qué lo fue! Tuve que cargarlos, subir las escaleras y llegar a la cocina. Por cierto, ¿cuántos kilos, contiene cada bolsa?
—20 kilos. No es mucho.
—Parecían como treinta kilos...Bueno, solo tenemos que hacer esto una vez por semana, ¿cierto?
—Sí, pero también debemos sacar cada día barriles de vino, cerveza, verduras y otras cosas.
—Oh, está bien..—respondió cabizbaja.
—No te desanimes, Emma. Lo estás haciendo bien.
—¿En serio?
—Para ser chica... eres fuerte.
—Gracias, eso creo.
Llegada la hora de abrir el local, el señor Vargas se acercó a la puerta principal para poder colocar el letrero de abierto.
—¿Todos están listos para comenzar el día?— preguntó él a sus empleados.
—¡Sí, señor!—respondieron todos ya uniformados.
—Bien.
Después de haber cambiado el letrero de cerrado a abierto, la gente comenzó a entrar. Ellos se acomodaban y eran atendidos por los meseros.
"Bienvenidos a El Machazo, donde aquí el macho se respeta. ¿En qué les puedo servir?" Era la frase celebre del Machazo que todo mesero debía decir antes de entregarles el menú a los clientes. Emma observaba detenidamente desde la caja registradora a sus compañeros trabajando. Aunque también ayudaba en algunas cosas como pasar los pedidos y botar la basura, Emma no se olvidaba de realizar su tarea más importante. Dedicarse a su novela.
***
*Segundo día de trabajo y de entrenamiento para ser un macho.*
El señor Vargas se acercó a Emma y le comentó sobre su segunda lección.
—"Macho que se respeta es por su valentía". ¿Ve a ese sujeto mareado en la mesa?—Emma asintió—Dígale que es hora de irse a casa.
Emma temerosa aceptó la orden y se acercó lentamente al borracho.
—Disculpe señor, pero es hora de que vaya a descansar. Llamaré un taxi a que lo recoja.
—¡U-Usted no me puede botar de acá! ¿Acaso usted es mesera? ¡N-No le veo con el uniforme!— respondió balbuceando el hombre.
—Soy aprendiz y muy pronto llevaré el uniforme.
—¡Igual no me molestes, mujer! ¡Déjame seguir bebiendo mi cerveza!
—Lo siento, señor. Pero el Machazo se preocupa por su salud. Es mejor que vaya a casa. Aún tiene que ir a trabajar mañana, ¿no?
—¡A usted que le interesa!
—Señor, pero-
—¡Ya cállate!—se levantó el hombre de su asiento.—¡Vete, que no querrás problemas!
Paolo escuchando al hombre decir eso, se acercó a la mesa de Emma—Yo me encargo del señor— le susurra a su compañera mientras se remangaba la camisa.
—¡No, no te preocupes! Yo puedo arreglarlo sin llegar a los golpes.
—¿Qué? ¿Ese joven quiere pelear?—preguntó el cliente enfadado—Pues, pelea tendrá. ¡Ven acá muchachito!—exclamó golpeando la mesa.
—Señor, tranquilo. Tome asiento y dígame por qué esta bebiendo mucho. Beber en exceso le hace daño a su organismo.
—¡Que te importa, chiquilla!
—El Machazo aparte de servir bien a nuestros clientes, también tratamos de que salgan contentos de este lugar. Señor tome asiento y cuénteme qué le ha estado pasando.
El hombre se sentó e intentó calmarse tomando el último sorbo de su vaso de cerveza— Bueno, la verdad es que tengo problemas con mi mujer. Cada día que salgo de trabajar, prefiero almorzar y cenar acá que discutir con ella en casa. Sin embargo, últimamente estoy que bebo cerveza más de la cuenta y empeora más la situación con mi mujer. Llego a casa mareado y siempre me amenaza con divorciarse de mi. Y yo no quiero que eso pasé.
—¡Bien! Acaba de admitir que tiene un problema con el alcohol. Eso es bueno. Le recomiendo que hable de este tema con su esposa, para que así puedan reconstruir sus vidas.
—Tienes razón, niña...
De repente apareció Paolo trayendo una taza de té a la mesa.
—La casa invita— dijo al servirle—Con esto se tranquilizará.
—Gracias.
—Lo dejaré por un instante para que se relaje, ¿ok?
—Gracias, jovencita.
—Me llamo Emma.
—Gracias, Emma. ¡Así! Tome mi tarjeta y cóbrese. Y por cierto, dígame señor Martínez.
—Entendido, señor Martínez.
Cinco minutos después...
—Aquí le traigo su vuelto, Señor Martínez. ¿Señor?—se acercó al hombre tirado en la mesa.— ¡Se quedó dormido! ¿Tan rápido? Debe estar cansado. Lo llevaré a su casa, pero necesito su dirección. ¿Dónde estará su identificación?—se preguntó mientras buscaba una billetera entre sus bolsillos.—¡Ajá! Lo encontré. Avenida Shelter, cuadra 1... ¡OK!—regresó su identificación y colocó su vuelto a la billetera—¡Señor, despierte! Déjeme ayudarlo a tomar un taxi.
—Graciasss... ¡Buenas nochesss!
Emma se agachó, coloco los brazos del hombre sobre sus hombros y con su espalda cargó todo el peso del hombre, hasta llegar a la puerta principal del restaurante.
—¡Taxi! ¡Taxi! —Ningún carro paraba. Emma tuvo que sacar su brazo que sostenía parte del cuerpo del hombre para silbar—¡Ahora sí!—exclamó aliviada al ver que un taxi paró frente a ella.
Dejó al hombre dentro del taxi y regresó al Machazo.
—¿No hubo problema afuera?preguntóPaolo al verla entrar al local.
—Ninguno.
El señor Vargas también se acercó a ella.
—¡Muy bien, Emma! Observé todos sus pasos. Excelente actitud. Aparte de ser valiente en esa situación, pudo controlarlo sin llegar a golpes. Eso demuestra tu caballerosidad.
—¿Caballerosidad? Pero soy mujer, señor Vargas.
—Sí, pero no en mi local. ¡Ya no más! Aquí eres un hombre en construcción.
—Cierto...
***
*Tercer día de trabajo y último de preparación*
En el tocador de las chicas.
—Emma, ahora tu tercera y última lección es, "Macho que se respeta es por su apariencia"—indicaba Rubí, una de las meseras—Hoy Paloma, Jacqueline y yo te haremos un cambio de look. ¿Estás lista?
—Un poco.
—Primero, te cortaré el cabello. ¿Qué tipo de corte te gustaría? ¿Al estilo Ricky Martin o Juanes?—preguntó Paloma.
—Bueno, me gustaría uno sencillo. No sé que corte sería ese.
—¿Qué tal un corte como el de Chayanne?
—¿Segura que estas son tus medidas, Emma?—interrumpió Jacqueline quién se encontraba cosiendo.
— Sí... ¿Por qué?
—Eres muy delgada. Ya veo por qué el jefe evitó que usaras nuestros uniformes. ¡Son muy escotados para ti, no los llenarías!—rio— Pero bueno, igual eres muy bonita. ¡Seguro que como chico serás todo un galán!
—Ojalá—sonrió Emma.
—Emma, quédate quieta, que empezaré a cortarte el pelo—indicó Paloma— ¡Ay! Pobre cabello, tan lindo que se ve...
Luego de veinte minutos sin parar de cortarle el cabello, logró terminar su trabajo.
—Mírate en el espejo, Emma.
—Wooh...Nunca había tenido el cabello tan corto.
—¡Mi turno, chicas!—terció Rubí— Párate, Emma. Ahora me toca hacer desaparecer las pocas boobies que tienes.
—Espero que no duela...
Mientras Emma se desvestía, Rubí le pasaba ropa interior de hombre. Después de colocárselos, Rubí empezó a enrollarle el pecho con una venda.
—Duele un poco...
—No te preocupes, Emma. Ya te acostumbrarás. ¡Listo! Ahora...—la mesera sacó un par de calcetines y los enrolló para colocarlos en la trusa de Emma—Lo esencial, querida.
—¡Se ven muy grandes!— comentó Paloma entre risas.
—¿Tú crees? Entonces solo colocaré uno.
Ya terminé de arreglar tu uniforme, Emma—comentó Jacqueline—¡Póntelo! Salgamos chicas, tenemos que ver los resultado con los demás.
Las demás asintieron y salieron del tocador.
Emma empezó a colocarse la camisa, luego los calcetines, el pantalón, sus zapatos, la correa y al final un corto mandil en la cadera.
Mientras ella se amarraba el mandil, Paolo tocó la puerta—¿Puedo pasar?—preguntó.
— Sí, adelante.
—¡¿Qué te pasó?! Bueno, luces muy bien... Espero que eso no haya sonado gay.
—No, para nada.
—Te traje mi loción favorita. Ojalá te guste. Échate un poco—sugirió el chico.
—Está bien—cogió el pomo y se roció un poco—.¡Huele muy fuerte!—exclamó tosiendo. ¿Cómo se llama la loción?
—¡El hombre!—respondió orgulloso.
—Tuve que suponerlo...
—Te lo regalo.
—¿En serio? ¡Pero es tuyo!
—Tengo otro en casa. Te lo doy como regalo de bienvenida.
—Muchas gracias. ¿Nos Vamos?
—Espera, te falta algo.
—¿Qué?
Paolo se acercó a ella y le desabotonó la camisa—Todos los meseros del Machazo, tenemos los primeros botones de la camisa abiertos. ¡Ahora sí, salgamos!
Emma junto a Paolo se encontraron con los demás trabajadores de la tienda en la sala principal del Machazo.
—¡Asuuu! ¡Qué guapote salió! ¡Luces como un modelo! ¡Creo que me he vuelto lesbiana!— gritaban sus compañeras de la emoción.
En cambio los hombres del local quedaron tan sorprendidos del cambio de imagen de Emma, que no entendían como pasó de una chica delicada a un joven atractivo.
—Falta un detalle más—indicó el señor Vargas acercándose a Emma.
Sacó de su bolsillo una placa con el nombre del restaurante y el nuevo nombre de Emma.
—Desde ahora dejas de ser una chica en mi local.
Le colocó la placa en su pecho y agregó—Este será tu nombre, Emmanuel Rodriguez. Chicos denle la bienvenida oficial a Emmanuel.
Los empleados aplaudieron y empezaron a celebrar la bienvenida con un poco champagne.
—Gracias, señor Vargas por permitirme ser parte de esta familia—comentó Emma abrazando a su jefe.
—Te lo ganaste, muchacho.
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