Capítulo 4
Capítulo 4: "El MACHAZO"
Semanas atrás.
Emma llegó a su apartamento luego de su triste reunión con el señor Gallagher.
—¿Y qué tal?—se acercó Gigi a ella—¿Publicarán tu nueva novela?
—No. ¡Y no sé que hacer, Gigi!
— Ya, ya no te pongas así—intentó la rubia consolar a su amiga—Tomemos asiento, y cuéntame con calma lo que te dijo tu jefe.
—Dijo que mi historia era aburrida y que debía hacer otra más original. Dentro de tres meses. ¿Quién podría escribir una novela en tan corto tiempo? Ni siquiera tengo inspiración para crear una nueva trama.
—No sé qué decirte, Emma. Aunque, la verdad no entiendo por qué no haces una historia sobre mí. Tengo una vida muy interesante, hasta tengo el nombre perfecto. "Gigi, princesa americana".
Emma solo sonreía por las ocurrencias de su amiga. Sin embargo, la locura de la chica le había dado una gran idea. Emma no quería seguir el consejo del Señor Gallagher. ¿Por qué necesitar otra vez a un extraño como musa, si ella podía ser su propia inspiración?
De repente, Emma se levantó de su asiento y se dirigió a buscar el periódico del domingo pasado.
—¿Qué estás sacando de allí?—preguntó Eugenie confundida al ver a su amiga sacando la guía de empleos de la semana.
—Necesito tu ayuda para buscar un nuevo empleo—respondió Emma mientras colocaba las hojas en la mesa de café.
—¡Emma, no renuncies a tu sueño!
—Descuida. No lo haré. Solo quiero buscar nuevas experiencias o ideas para crear una nueva novela. Tal vez pueda ser ayudante de zoológico o trabajar como cocinera en un cuartel del ejercito. No lo sé, pero debe ser algo diferente.
—Amiga, no creo que encuentres esos tipos de empleos en un periódico local como este. Pero descuida, debe haber uno ideal para ti por aquí. Veamos—Gigi cogió un lapicero y empezó a a leer los puestos disponibles—Niñera para gemelos de siete años. ¡Oh, la paga es buena!
—Gigi, tú muy bien sabes que los niños me producen urticaria.
—Cierto... ¿Y qué tal secretaria de un salón de belleza?
—No lo creo. El olor a tinte de cabello me da migraña.
—Ay, esto será más difícil de lo que pensé...
Luego de varios minutos tachando oficios del periódico, Gigi encontró al parecer algo interesante entre las hojas—Mira esta imagen, Emma. ¡Es muy graciosa! Se parece al Zorro, como el de la película con Antonio Banderas.
—¿Un qué? Déjame ver.
El anuncio tenia la sombra de un jinete con su caballo, rodeado de estrellas amarillas y un atardecer en el fondo. No obstante lo que llamó más su atención era el texto bajo esa imagen.
—"EL MACHAZO" restaurant-bar mexicano, donde "El macho se respeta". Se necesita mesero/a, con experiencia, de preferencia latinos. Interesados contactarnos al...".
—¿El Machazo? ¿Eso qué quiere decir?— preguntó Eugenie aturdida.
—Es como un hombre fuerte y varonil.
—Ah...Como mi Pete pero con cincuenta kilos más de peso—bromeó.
— Creo que voy a ir a ese lugar, Gigi. Algo me dice que "El Machazo" pueda que me dé la inspiración que necesito. Ese lugar debe ser una especie de cantina donde van personas con pasados oscuros y con problemas. Tal vez hasta pueda crear mi primera novela de misterio y crimen.
—Suena peligroso, Emma.
—Lo sé... ¿Quieres ir conmigo?
—¡Por supuesto!
***
— ¿Segura, qué este es el lugar?— preguntó Eugenie mirando al local.
— Si, segura.
— No luce como me lo describías. ¿Dónde está lo sucio y peligroso?
—No lo sé. Tal vez adentro.
Al oír sobre el restaurante "El Machazo", mucha gente piensa que se trataría de esas cantinas con poca higiene, donde gente con negocios sucios se refugiaría, pero no. Era totalmente diferente a la imaginación de ambas muchachas.
El Machazo, era conocido en el Boulebard por su infraestructura similar a una hacienda mexicana. Era de dos pisos, las paredes estaban pintadas de color hueso y una diversidad de flores con arbustos colgaban de las ventanas de arriba para que pareciera que el verano seguía en Nueva York.
Emma y Gigi entraron al local y quedaron maravilladas por como lucía. Era como un lugar listo para un carnaval. Tenía de todo. La decoración era perfecta, había un escenario enorme frente a las mesas y el segundo piso estaba lleno de butacas con vista a todo el restaurante. Definitivamente este local era mucho mejor que la cantina imaginaria de Emma y su amiga.
—¡Wooh! Este lugar es muy... ¿Cómo vosotros lo llaman? ¿Colorido?—intentó Gigi imitar la voz de Penélope Cruz.
—¿Por qué el acento español? Estamos en un bar mexicano—corrigió Emma.
—¡¿Entonces por qué colocan a el Zorro en su anuncio?! ¡Pos hombre!
—El Zorro es mexicano.
—¿Pero Antonio Banderas no es español?
—No sigamos hablando de esto, por favor—suplicó entre risas mientras estampaba su mano en su frente—Sabes, Gigi... ¿Puedes creer que me siento en casa en este lugar?
—¿No eras peruana?
—Sí, sí lo soy. Pero los latinos somos muy parecidos en tradiciones, en especial Perú con México.
—Ya veo.
—¡Me alegro que se sienta en casa!—interrumpió una voz masculina su conversación. Ambas chicas saltaron sorprendidas.—Bienvenidas señoritas a "El Machazo", donde el macho se respeta. ¿En qué les puedo servir?
—Azúcar...—susurró "Gigi Cruz" al sentirse acalorada por la presencia del apuesto moreno.
—Quisiera ver a su jefe, si no es mucha molestia—indicó Emma nerviosa al tratar de evitar mirar el pecho del hombre el cual se encontraba descubierto por tres botos.
—¿Vienen por el anuncio?
Ambas señoritas asintieron.
—Le avisaré. Esperen un momento acá, por favor.
Dicho esto, el mesero se marchó.
—¿Viste esos músculos?— preguntó Gigi a su amiga—¡Wooh! No sabía que así eran los latinos. ¿Debería salir con uno?
—¡Hey! ¡Te recuerdo que estás saliendo con Pete!
—Cierto... ¡Rayos!
Emma riéndose de la respuesta de Eugenie, volteó a ver al mesero regresando, esta vez acompañado de su jefe. El sujeto era un hombre grande, maduro y con barba canosa. Las chicas se asustaron un poco al verlo. Al fin habían encontrado a un personaje perfecto para su cantina imaginaria.
— ¿Así se ponen los latinos, cuándo envejecen?—preguntó Gigi a su amiga mientras miraba el gran bigote del hombre.
—Solo algunos... Eso creo.
—No me tengan miedo, señoritas— rió el señor al notar las expresiones de las chicas—¿Qué tal? Soy el señor Vargas. Mi muchacho me dice que una de ustedes desea trabajar con nosotros.
Las chicas asintieron.
El señor las examinó un momento y se acercó a Eugenie.—¿Has tenido experiencia como mesera antes?
—Bueno, Emma y yo trabajamos por un tiempo en una pastelería cuando estudiábamos. Supongo que sí.
—¡Perfecto! Le daremos tiempo para que se aprenda el menú y cómo tomar las ordenes de nuestros clientes. Además, aquí las mujeres usan un vestido con corset, estoy seguro que tenemos uno de su talla. ¿Así que por qué no vuelve mañana para hablar sobre el contrato?
—¡Oh, gracias! Pero yo no soy la que vino por el empleo.
—¿Ah, no? ¿Entonces es ella?—señaló a Emma.
El mesero y Eugenie asintieron con la cabeza.
—¡Oh! ¡Perdóneme! ¡Mucho gusto! ¿Cómo se llama usted?
—Mi nombre es Emma Rodríguez, señor. Soy de Perú y me gustaría trabajar aquí por tres meses.
—¡Oh, Perú! Muchos de nuestros clientes son de allá. Son cómo de la familia.
—Gracias, me alegro saber eso—sonrió ella creyendo que obtener el empleo era pan comido— Entonces, señor Vargas, ¿volvería mañana para hablar sobre el contrato?
—Bueno, señorita Rodríguez. No lo tomé a mal, pero creo que no tenemos uniforme para usted.
—Pero acaba de ofrecerle uno a Gigi.
—Lo sé. Ay, no se como decirle esto. No lo tome a mal, usted es una chica muy linda y seguro proactiva, sin embargo su contextura es muy delgada como para que le quede uno de nuestros vestuarios. Tendríamos que invertir para que le diseñen uno nuevo que solo usaría por tres meses. Y no queremos hacer gastos innecesarios.
—Ya veo...
Emma entendía el mensaje. No era que le hayan discriminado por ser muy delgada. Si le preguntan a un neoyorquino, a un europeo o a un asiático cómo se imaginan a una mujer latina. Ellos responderían, una mujer alegre, fogosa y sensual, de caderas anchas y de busto grande. No obstante, no todas las latinas tenían esa descripción, y Emma era un ejemplo perfecto de eso.
El señor Vargas observó a Emma perdida en sus pensamientos. Pensó que sus palabras tal vez la habría herido a la muchacha, que intentó darle una oferta improvisada.
—Si deseas trabajar aquí, tengo una idea que tal vez le suene extraña.
—¿Extraña?
—Vera, no solo las mujeres tienen un código de vestimenta. Mis muchachos también deben usar su uniforme. La primavera pasada un chico de Miami trabajó con nosotros. Él era de estatura baja y creo que usted podría usar su ropa sin problemas.
—¿Me esta diciendo que voy a tener que usar ropa de hombre?
—No, señorita Rodríguez. Le estoy diciendo que va a ser uno de mis muchachos. Usted decide.
— Bueno yo...— Emma dudaba.
Sin embargo, ella no debía olvidar por qué había venido a este lugar. Había una razón. Conseguir una buena inspiración para su siguiente novela. Emma sabía que si se vestía de hombre, no podría haber ningún Plan B, donde incluía salir con chicos para conseguir algún nuevo adonis. Esta podría ser su oportunidad donde ella sería su propia protagonista, pero era un gran riesgo que correr. ¿Acaso trabajando en el Machazo le ayudaría a vencer a su primer libro? ¿Qué mujer se vestiría de hombre para una hazaña así?
—¿Tendría alguna preparación? —preguntó la escritora para ver si arriesgarse valía la pena.
—¡Por supuesto! ¡La convertiré en todo un macho!—rió el dueño del local sin saber que le había dado a Emma un buen argumento para su nueva novela.—¿Entonces la veré mañana, señorita Rodríguez?
—¡Cuente conmigo!
***
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