Turtles & Bee

El día había amanecido fresco y despejado, las abejas zumbaban a lo lejos buscando flores silvestres que polinizar, mientras la suave brisa peinaba la hierba verde de todo el campo. Todo estaba de maravilla. Y, para nuestro Jooheon quien no podía sólo quedarse en casa a jugar videojuegos, era un día perfecto para ir en busca de aventuras. Una tal vez no tan peligrosa. Sí, señor. Su única preocupación sería el divertirse en grande.

Ojalá Hyungwon estuviese igual de emocionado.

–¡Apúrate, Hyung! – exclamó el pelirrojo, aferrándose a los barrotes de la pequeña escalera y mirando hacia arriba. La cama del mayor era una especie de litera, pues debajo de la misma no dormía nadie. Jooheon temía que esta fuese a caerse mientras durmiera, por lo que su propia cama estaba a una distancia considerable. El aludido sólo respondió en un murmullo –. ¿No te has levantado todavía?, ¡Caramba!

Hyungwon asomó la cabeza por el borde para ver al contrario desde arriba. No obstante, no podría decirse que viera completamente. Sus ojos adormilados parecían no haberse abierto, y Jooheon se cuestionaba si su amigo era un sonámbulo o no. Sus cabellos castaños que todos amaban, estaban revueltos y el resto de su cuerpo permanecía cubierto por las grandes mantas de algodón.

–¿Hmm? – volvió a murmurar.

Jooheon estaba indignado, iba a perder la paciencia un día de estos. Para él, dormir siete u ocho horas era lo máximo, al instante ya estaba levantado y queriendo hacer algo para entretenerse. Era como un niño, uno grande. Hyungwon en cambio, podría dormir toda una primavera si se lo permitiesen. Nada lo haría despertarse por su propia cuenta y tampoco importaba el lugar. Si el consideraba que necesitaba una siesta en medio de lo que fuese, llámese: una multitud en discusión, un tronco vacío, etcétera, él se dormiría como un bebé.

El menor tenía demasiada energía, el día estaba perfecto. ¿Por qué quedarse en casa a dormir?. Sería un desperdicio, para eso estaban las noches: para dormir. De lo contrario, empezaría a oír cosas en la oscuridad. Cruzó los brazos sobre su pecho, obstinado como nadie más. No lo dejaría durmiendo. Y abriendo un poco las piernas, se plantó firme sobre el suelo sin intenciones de moverse, de lo contrario, Hyungwon volvería a dormirse. Pudo apreciar como el otro restregaba sus ojos y se deshacía de las sábanas, por lo menos, ya lo había levantado. Sin embargo, no festejó todavía, pues sus movimientos eran muy lentos y adormilados.

Jooheon torció los ojos con fastidio cuando Hyungwon pisó el tercer escalón. ¡Era demasiado lento!. Muy bien le quedaba el título de Príncipe tortuga, era su mejor representación.

–Todavía no me acostumbro a que estamos en primavera – dijo pausadamente, entonces dio un gran bostezo de pereza que provocó que sus ojos se aguaran. Jooheon apretó los labios para no contagiarse.

–Eres así en invierno, verano, otoño y primavera – se quejó el pelirrojo, de todas formas, ya se había adaptado a tratar con un somnoliento hyung.

–Oh – Sí, Oh. Hyungwon se rascó la cabeza sin inmutarse, luego de mirar a otro lado, alzó las cejas con sorpresa –. Wonho.

–¿Wonho? – repitió Jooheon confundido, y, tras copiar las acciones del mayor, encontró a Wonho, el apuesto, musculoso y carismático Príncipe de los Conejos, aplastado contra su ventana.

...

–¿Qué hacías pegado como un moco en la ventana? – preguntó Jooheon frunciendo el ceño con desconcierto después de sentarse en el sillón frente al príncipe. Se alegraba de verle, pero había sido muy extraño para empezar. Ambos estaban en la sala de estar mientras Hyungwon se terminaba de cambiar, siempre pendiente de la conversación de los otros, era demasiado curioso.

A Wonho lo conocían desde hace mucho tiempo, era uno de sus mejores amigos y le tenían una gran confianza, debido a esto podían hablar más casualmente, en vez de usar molestos formalismos.

–Pensé que no había nadie, y es muy difícil ver hacia dentro. Tuve que pegar mi rostro contra el cristal – había hablado como si no hubiese tenido otra opción. A Jooheon le gustaba que, a pesar de que fuera de la realeza, fuera risueño y atontado. Su personalidad iba muy bien con su apariencia: su cabello negro con destellos turquesas hacían resaltar las orejas blancas de conejo.

–Pudiste tocar.

–Ah.

–¿Qué te trae por aquí? – intervino Hyungwon a la vez que hacía su aparición, se había formado un silencio extraño entre sus amigos que debía arreglar. Su cabello estaba peinado hacia un lado dejando a la vista parte de su frente y, junto a su camisa cuello de tortuga, gritaba elegancia y buen porte. Ya no se veía tan somnoliento –. No sueles salir de tu casa.

–No lo digas de esa forma – exclamó Wonho con voz quejumbrosa, herido quien sabe por qué, mientras veía al contrario sentarse tranquilamente en el otro extremo del mueble de tres plazas.

Jooheon estaba acostumbrado a que sus amigos fueran totalmente diferentes. Eran como la liebre y la tortuga..., literalmente. Wonho era musculoso a pesar de su dulce rostro, también cargaba una corona rosada de cinco puntas, llena de escarcha y con detalles en negro. Hyungwon, por otra parte, era alto y delgado, su piel era ligeramente verdosa y sus labios gruesos pronunciaban su alta clase, más no llevaba ninguna corona consigo ni sobre su cabeza.

–¿Y bien? – insistió Hyungwon, para sorpresa del lector que no conozca al personaje, el más diplomático de los tres.

Wonho se removió nervioso, se mordió el labio inferior y suspiró derrotado.

–Tengo un problema en casa – confesó por fin –. Necesito su ayuda.

–¿Problema? – repitieron al unísono Jooheon y Hyungwon, intercambiando miradas.

–Con plagas, es decir, hay algo que zumba e irrumpe en los canales de la madriguera – dijo con voz insegura –; lleva una semana así.

–¿Abejas? – concluyó Jooheon con una sonrisa. Adoraba las abejas, se llevaba muy bien con ellas.

–Umm, probablemente.

Hyungwon apretó el ceño con desconfianza. No era que dudara del problema de Wonho, pero no le dejaba tranquilo su explicación. ¿Seguro eran abejas?

Jooheon ya se había ilusionado con los pequeños insectos de intenso color amarillo y negro, eran realmente lindos, no entendía como los demás se perturbaban con su presencia. Iría allí, las encontraría y, después de hablar con ellas, les pediría amablemente que se fueran a otra parte, y que él mismo las ayudaría a encontrar un nuevo hogar. Era perfecto, justo la aventura que necesitaba ese día.

–Espera – dijo Hyungwon al ver a Jooheon ponerse de pie –. ¿Abejas bajo tierra?

–Sí, no serían las primeras en hacerlo – habló el pelirrojo con sus hoyuelos resaltando en sus mejillas. Hyungwon no se lo creía –. Así huyen de los osos.

–¿Las sacarás por mí? – exclamó el otro príncipe con una gran sonrisa, aliviado de ver el final de su sufrimiento.

–Déjalo en mis manos – en su voz se desbordaba la confianza y seguridad de un conocedor en la materia. Era el chico abeja después de todo.

El delgado no pudo cuestionar más al respecto, los ojitos de Jooheon eran una fina línea de felicidad, y, aunque fuera característico en él tener ojos chiquititos, hacía mucho que no trabajaba con tales insectos. Eran cada vez menos.

El más alto regresó al dormitorio y tomó un bolso que colocó en su espalda. Tenía la forma de un caparazón de tortuga verde, como la mayoría de sus cosas, aparte era mágico y nunca salía sin él.

Sin más, salieron de la casa siguiendo a Wonho. Y, ahora que lo pensaba, preferiría mil veces vivir dentro del Caparazón de Tortuga, seguro, cálido y cómodo junto a Hyungwon, en vez de una madriguera bajo tierra. Era muy loco e impensable para empezar, pero cada quién vivía en donde más le gustase. Ellos, por ejemplo, vivían dentro de un caparazón gigante en medio de un campo, con una chimenea sobresaliente y al costado de un arrollo.

Caminaron hasta llegar a las praderas. La primavera se notaba hasta más allá del horizonte. La hierba larga alcanzaba sus tobillos y estaba adornada con chiquitas florecillas de colores. Todo era muy agradable para sus sentidos influenciados por la crianza de las abejas.

En cierto momento, Wonho se detuvo y se agachó frente a una puerta de tamaño mediano que había en el suelo, firmemente cerrada y oculta a simple vista. Tocó dos veces y, en seguida, un par de conejos musculosos la abrió.

Jooheon nunca dejaba de sorprenderse, no importaba que ya hubiese ido un par de veces al Reino Subterráneo. ¿Cómo le hacían esos conejos para tener los bíceps, tríceps y abdomen tan desarrollados?. Él, mientras tanto, tenía una pancita lisa.

Algo saltó en la distancia. El pelirrojo fue el único en percatarse, logrando ver a lo lejos lo que parecía ser una flor gigante de color rojo anaranjado dando saltos en su andar. Sonrió satisfecho, ha de ser un buen tipo, pensó.

–Ustedes primero – señaló Wonho captando su atención.

Hyungwon entró entonces de un salto, ni siquiera se había molestado en usar las escaleras. Jooheon fue tras él, imitándole en casi todo, menos con respecto al exagerado impulso con los pies que utilizó en un comienzo. Miró a su alrededor y observó con detalle el túnel al que estaba familiarizado, incluso para alguien con claustrofobia sería posible adentrarse en el. El túnel era lo suficientemente grande como para no sentirse asfixiado, tenía una gran iluminación gracias a los bombillos de luciérnagas y el suelo, al igual que las paredes y el techo, estaba recubierto con alguna clase de piedra ligera para que no hubiese contacto directo con la tierra y el agua de lluvia no se filtrara.

Wonho, a diferencia de los otros, había entrado por las escaleras, saltándose los últimos peldaños al final. Era un poco más delicado que los aventureros, pero sólo un poco.

Los tres caminaron hasta llegar a una especie de gran madriguera, varios conejos de tonalidades rosadas y verdosas se les acercaron y saludaron al príncipe con devoción. La madriguera era como una mini ciudad, una de las tantas que existían, todas conectadas a través de túneles y canales, similares a las calles de cualquier otra nación. El Reino Subterráneo era increíblemente extenso, pues al estar bajo tierra, no había quien les evitase ampliar su laberinto.

–¿Estamos lejos de tu castillo? – preguntó Hyungwon.

–Bastante – dijo Wonho apretando los labios. Era el único que sabía dónde quedaba cada cosa allá abajo –. Las abejas aparecieron aquí la última vez.

Jooheon apretó el entrecejo. Miró las casitas de paja y notó enseguida que algunas estaban destruidas.

–Vienen y se comen nuestras casas – Wonho continuó. Hyungwon lo miró confundido.

–No hay señales de abejas – explicó el pelirrojo a la vez que pegaba su oreja de la pared, a lo mejor oiría algún zumbido.

–¿Las llegaste a ver siquiera? – cuestionó entonces Hyungwon –, ¿un panal o algo?.

–Emmm... – Wonho se miró las manos –. No puedo estar en todos lados.

Jooheon prestó toda su atención a sus oídos, intentando ignorar sus temblorosas piernas. Las abejas no comían paja, sólo funcionaban con polen y miel.

De la nada, todo a su alrededor tembló o mejor dicho, recibió una gran sacudida. Nuestros aventureros se estremecieron en alerta. Los conejos, por su parte, entraron en pánico.

–¡Ya viene! – gritaron con pavor.

Jooheon sintió la pared agitarse de manera constante bajo sus palmas, cada vez y cada vez con más fuerza. Algo se acercaba.

–... Hyungwon – susurró a su amigo, iba a sugerirle huir lejos.

Y sin darle ningún chance, una cosa atravesó la pared en donde el estaba recostado, tan sólo a centímetros más arriba de su cabeza, provocando que se fuera hacia atrás y cayera de espaldas de manera brusca. Al subir la mirada, el menor palideció. Un ciempiés colosal le veía desde arriba moviendo sus antenas.

–¡Esas no son abejas!

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