Todo lo que hago lo hago por ti


Vivirás en mis sueños
Como tinta indeleble
Como mancha de acero
No se olvida el idioma
Cuando dos hacen amor

Me tosté en tus mejillas
Como el sol en la tarde
Se desgarra mi cuerpo
Y no vivo un segundo
Para decirte que sin ti muero

Estrellitas y duendes, Juan Luis Guerra.



El Príncipe Heredero estaba extasiado, todo le pareció brillante y lleno de vida en los siguientes días luego de aquella muestra de afecto y entrega por parte de su futuro Omega. Jacaerys todavía se preguntaba si no estaba viviendo una suerte de hechizo porque le parecía increíble que Aemond confiara así en él, por supuesto que ahora tenía el deber de corresponder en la misma medida, pues una demostración de sumisión tan sincera demandaba una devoción con el mismo fervor. Para nada usaría eso en contra de su prometido, que el Extraño demandara su vida si acaso hacía semejante bajeza, debía comportarse a la altura, siendo el Alfa que su pareja necesitaba.

Sus muestras de afecto también aumentaron, el joven príncipe ya no encontró titubeos ni recelos en las maneras de Aemond, notándolo alegre al buscar sus brazos, entrelazar sus manos, acurrucarse por las noches u obsequiarle besos simplemente por el gusto de hacerlo, notándosele feliz de tomar la iniciativa. Era un sueño, claro, uno vívido con la bendición de los dioses a quienes oró porque mantuvieran semejante dicha por largo tiempo, pues ver ese rostro sonreír tan libre y olfatear su dulce aroma sin rastros de amargura o temor le pareció mejor que el ganar un torneo. Ahora tenía a un Omega menos tímido, más abierto quizás algo sarcástico ayudándolo con sus deberes en Rocadragón.

—Tenemos una carta de Lord Tully.

—Definitivamente no iré a visitarlo.

—Eres el Príncipe Heredero, al menos debes ser visto una vez en las casas principales de Poniente.

—Ven conmigo.

—Mm, eso te costará algo.

Jacaerys sonrió. —¿Qué puede ser eso?

—Una tarde en tu rincón secreto.

—Me parece un precio justo.

Viajar junto al Omega como la pareja que ya eran también enorgullecía mucho a Jacaerys, contrario a lo que muchos pudieran pensar, no se trataba de que sentirse complacido al presumir su compañero cual trofeo como otros lores acostumbraban; era al revés, se embobaba al contemplar ese florecimiento personal en Aemond, ser lo que estaba destinado a ser y tener el privilegio de ayudarlo con ello. A veces, el joven Alfa se perdía en sus pensamientos por estar observando los gestos del Omega mientras daba órdenes al capitán de su guardia o bien intercambiaba ideas con sus consejeros, la forma en que le hablaba a Vhagar pese a los celos que eso le provocaba o esa mirada suave y dulce que tenía cuando se cruzaban con un cachorro al visitar a los lores.

Las pesadillas de Aemond ya estaban casi desaparecidas, pero continuaba si no es que ya era una rutina que de cuando en cuando durmiera en su cama abrazado a él. Jacaerys estaba bien consciente de que eso pronto escalaría a otra cosa, era algo que detectaba ya, el aroma de Aemond varias veces le decía lo deseable que lo encontraba y no solo eso, lo dispuesto a continuar con el siguiente paso en su relación como futuros esposos. Una tarde mientras cabalgaban por la playa ese perfume tuvo un atisbo de excitación, hallando un ojo clavado en él con suma atención, una pupila dilatada y un aroma que lo mareó, haciendo difícil mantenerse en el caballo. Cumplir la promesa a su madre nunca sería tan difícil como en esos momentos.

El temple del príncipe heredero sería puesto a prueba una mañana, una lluvia cayó en Rocadragón mientras ellos regresaban de explorar el monte de los dragones para saber cuántos de ellos estaban anidando además de revisar a sus propios dragones. Aemond había insistido en hacer la larga caminata de regreso que Jacaerys aceptó, cuando a medio camino las nubes se reunieron y dejaron caer un chubasco sobre sus personas, echando a correr al refugio más próximo que fue una pequeña cueva rocosa, entre carcajadas y empujones de juego porque más de una vez patinaron por el lodo, compitiendo por ver quién llegaba primero al hueco con más o menos las ropas limpias, lo cual fue un empate si le preguntaban.

Llegaron al mismo tiempo, riendo y mirándose fijamente al estar a salvo bajo un techo rocoso. Como si fuesen una sola mente, los dos se acercaron para un beso apasionado, de esos que roban el aliento que se prolongó entre caricias algo apuradas. El aroma del Omega puso en modo posesivo al príncipe, pegándolo a su cuerpo entre jadeos para continuar besándose con un descarado manoseo que a ninguno de los dos perturbó. No estuvo seguro quién fue el que se resbaló o tropezó, no importó, de pronto cayeron al suelo, Aemond de espaldas y él encima, no queriendo perder el contacto de sus labios, su esencia Alfa desplegándose al sentir un par de largas piernas enredarse alrededor de sus caderas, empujándolo contra el inquieto cuerpo debajo.

Aquel roce sacó un gemido casi en coro de ambos, mirándose un poco sorprendidos, un tanto emocionados con la adrenalina todavía corriendo por sus cuerpos empapados. Jacaerys sí pensó un poco en detenerse, solo que las manos de Aemond fueron a su trasero buscando que se restregara de nuevo contra él sin dejar de mirarlo cuando lo hizo. Deseándolo, pidiendo algo más. Siempre había pensado que esa cuestión de toques íntimos como el sexo estaban cargados de un instinto más animal que sentimental, pero al ver las mejillas del Omega rojizas, esos labios gimiendo su nombre y sentir el fuerte agarre de sus piernas no dejándolo escapar, al joven Alfa se le antojó que había cierta magia en esa conexión con sus rostros atentos uno del otro, los jadeos y ese suave vaivén acompañado por el sonido de la lluvia.

Era algo nuevo, algo prohibido quizás porque había dado su palabra, pero que fue lo suficientemente adictivo para que continuaran hasta que los dos terminaron con sus bocas rozándose, compartiendo un mismo aliento y temblando por el orgasmo provocado, luego mirándose fijamente en silencio por unos instantes antes de reír cual tontos que eran, buscando de nuevo los labios contrarios en un beso más tranquilo, amoroso como las caricias nuevas que recorrieron sus cuerpos empapados. Jacaerys repartió besos sobre el rostro de Aemond, calmando su corazón como el instinto Alfa que pedía marcar al Omega que tan dócilmente estaba bajo él, separándose gentilmente para ofrecerle una mano que tomar y continuar el camino, dejando que la lluvia lavara un poco su travesura.

Compartir esa experiencia los acercó todavía más, de tal suerte que el príncipe escuchó otros trozos de recuerdos sobre la infancia de Aemond mientras leían o compartían alimentos, los tiernos sueños que tuvo entre las escabrosas situaciones con la reina, como el de poder nadar entre peces o tener un lindo jardín atestado de rosas bajo la sombra de árboles. Anotaría esos deseos para luego, sin duda iba a cumplirlos cuando el otro menos lo esperara, siempre adoraría ver su expresión asombrada y esa sonrisa que solo le obsequiaba a él cuando le daba esas sorpresas que borraban cicatrices sin terminar de sanar.

Llegó un cuervo de Desembarco con un mensaje de la reina, el nombramiento oficial de Jacaerys como su heredero por fin llegaba con un banquete en la Fortaleza Roja para celebrarlo. Era hora de ir a la capital para recibir ese edicto y hacer todo el resto del protocolo. Sobraba decir que la joven pareja estaba emocionada, preparándose para dejar la isla. Volaron en sus dragones, llegando días previos como era debido, saludando a los demás como las gemelas u otros invitados. También fue el momento de ver cómo reaccionarían todos ante el cambio con Aemond, porque igual seguía educado y reservado con los demás, pero en cuanto él pronunciaba su nombre o lo tocaba, parecía ser otro, su expresión e incluso la postura de su cuerpo era diferente.

—Espero que estés cumpliendo tu palabra dada —comentó la reina cuando la saludó.

—No he roto mi promesa, madre.

—Aemond luce feliz.

—Es feliz.

—Sabía que no me defraudarías.

Punto y aparte fue su hermano Lucerys, no que estuviera enojado o tuviera esos berrinches que lunas atrás los hiciera discutir, más esos celos no se habían borrado del todo, menos cuando el Omega prácticamente ronroneaba cuando Jacaerys lo abrazaba o le obsequiaba un beso en su mejilla. Al menos la distancia había logrado que Aemond no se comportara tan tenso, fue otro de los cambios positivos que fue tan obvio a muchos ojos. ¿O era que su prometido usaba cierta indiferencia con su hermano para hacer más llevadera la convivencia? No fue algo sobre lo cual pudiera meditar mucho, con el banquete a punto de celebrarse, un tema apareció ahí en la fortaleza que lo dejó enfadado y contrariado.

Como era de esperarse, todos estaban buscando tener las mejores galas para algo tan importante, de la misma solemnidad como cuando su madre fue coronada, así que telas y sastres rondaban los pasillos con esos aromas tan dispares entre emoción y estrés invadiendo su olfato. La fortaleza era un caos divertido, por decirlo de alguna manera. Entre tanta gente moviéndose, el príncipe alcanzó a escuchar los cuchicheos en torno a su persona que brotaron como era obvio de esperarse, incluyendo por supuesto a su Omega.

—... oh, pero no le haría eso a nuestro príncipe ¿o sí?

—Es tan... raro que no dudo que ni por el honor de Su Alteza haría el mínimo esfuerzo de tener mejor aspecto.

—Yo no entiendo como nuestro heredero puede sentirse alegre por un Omega de tan mal aspecto y maneras poco apropiadas.

—Les digo, ya lo verán en el banquete, luciendo ropas como si fuera su guardia personal.

Gruñó molesto, porque hablaban a espaldas de Aemond sin saber siquiera de sus razones para ser así, tampoco que merecieran escuchar una explicación. Jacaerys estuvo meditativo luego de eso, quería ponerle un alto a esos chismes porque dañaban a su pareja, jamás le había prohibido a Aemond el vestirse cómo mejor le pareciera, que era ser más práctico dado que solía volar a menudo, entrenar y hacer inspecciones de Rocadragón. No podía andar como los Omegas de la Corte con sus trajes pesados que no hacían otra cosa que tomar el sol.

—¿Jace?

—Lo siento, Aemond, ¿me decías?

Este lo miró un poco, luego hablando en voz baja. —¿Es por lo del banquete?

—¿Eh?

—Sé lo que están diciendo de mí.

—Aemond, no hagas caso, tú no tienes por qué hacer algo que no te guste.

—Pero... igual podría afectarte.

El joven Alfa negó, sus feromonas disipando esos nervios ajenos. —No, cariño, yo te quiero feliz, no obedeciendo sin remedio para darle gusto a terceros.

Si algo le había aprendido a su prometido, era que cuando no estaba bien seguro de sus pensamientos, solía consultarlo con varias personas para hacer un balance. Jacaerys encontró a Aemond hablando con nada menos que Baela, sin que llegara a comentarle sobre esa charla ni los motivos. Él ya no tuvo tanto tiempo libre para perder en esas cosas, su madre también quiso prepararlo, comentándole de todas las visitas que llegarían a su banquete, entre ellas nada menos que el nuevo Guardián del Norte, Cregan Stark. Así de importante era la coronación, porque además era el primer evento formal luego de las ascensión de Rhaenyra al Trono de Hierro, de cierta forma era la prueba de cómo gobernaba.

Toda la fortaleza se convirtió en un auténtico hormiguero de tanto movimiento interno y llegada de nuevos invitados, el salón del trono se preparó con decorados, banderines, más velas... el príncipe heredero probándose sus galas que su madre ajustaba al verle el más nimio detalle imperfecto, repasando el protocolo con el Maestre. La noche antes de su coronación, Jacaerys no pudo pegar el ojo de repasar su discurso y sus modales, extrañando muchísimo el no tener a su Omega ahí porque la etiqueta lo impedía. Se preguntó qué tanto estaría pensando Aemond en él en su recámara, lo dejaría para después cuando todo hubiera pasado.

Llegó el gran día con todos más que emocionados, los saludos y felicitaciones comenzaron desde temprano, con el joven Alfa moderando su aroma que no fueran tan obvio, era de mala educación, inquieto porque no vio a su Omega. La reina le sonrió orgullosa al verlo en su elegante traje, dejándolo unos momentos a solas para irse a preparar. Cuando preguntó por su prometido, nadie supo darle la razón, solo que también estaba alistándose más qué hacía fue imposible de saber. Eso lo extrañó muchísimo, pero fue el tiempo de recibir a los invitados al lado de un divertido Daemon.

—Deja de tirar de la capa o la romperás.

—Lo siento, son los nervios.

—Recuerda, solo sonríe y da las gracias.

—De acuerdo.

Pronto, el salón del trono estaba lleno de invitados, todos mirándolo y esperando por el momento de la coronación. Jacaerys se inquietó al no ver a Aemond por ningún lado, temiendo que la presión lo hubiera hecho esconderse, más que su ausencia se tomara a mal en la Corte, le angustió que estuviera sufriendo por esos malditos rumores. Ya estaba por pedirle a Daemon que averiguara sobre él cuando las puertas se abrieron, un guardia anunciando la presencia del príncipe Aemond Targaryen con los invitados girándose hacia el Omega.

El más impresionante y perfecto Omega.

Aemond estaba luciendo uno de esos trajes de su casta, como jamás lo había hecho, y Jacaerys simplemente no pudo arrancar sus ojos de su figura esbelta que lucía increíble bajo esas telas bordadas en mantos suaves que se ondearon a su andar. Con el cabello trenzado bajo el estilo de la Casa Targaryen, joyas y una sonrisa dedica a él, tuvo que morderse por dentro una mejilla para asegurarse de que no estuviera bajo la influencia de un hechizo. Un poco de sangre le vino a decir que nadie lo estaba embrujando salvo la belleza de su prometido quien caminó seguro con mentón en alto por el ancho pasillo hasta donde se encontraba.

—Jacaerys, cierra la boca.

Su Omega era toda una visión y quiso llorar porque entendió que lo estaba haciendo por él, Aemond se había arreglado así para él. Solo para él, porque era su día importante y fue una forma de demostrarle que estaba a su lado. Pero si ese gesto nacido de su voluntad lo dejó boquiabierto, su mente quedaría en blanco cuando su prometido llegó hasta él, hizo la reverencia de etiqueta y sin perder su sonrisa, le habló con voz clara para que todos escucharan.

—Alfa.

Hasta el Rey Consorte se sorprendió, riendo bajito al hacer la señal para indicar que podían comenzar con la ceremonia en lo que Jacaerys se recobraba de su asombro, buscando la mano de Aemond que besó por el dorso y dejó entrelazada con la suya, recibiendo ahora a la reina para dar paso a su coronación. Claro que fue increíble hincar una rodilla y recibir su corona de Príncipe Heredero de Rocadragón, pero lo cierto es que el hecho de ver así a su Omega superó el título. La sonrisa en Jacaerys no menguó en lo absoluto durante el banquete, demasiado extasiado con la compañía a su lado para perderla.

—¿Qué pasa? —preguntó divertido Aemond al sentir su mirada.

—Es que... te ves... perfecto. No se me ocurre otra palabra.

—¿Te gusta cómo me veo?

—Muchísimo —el joven Alfa asintió— Pero dime que no fue obligado.

Su prometido negó. —Me diste la libertad de elegir, y te elegí a ti.

Jacaerys tuvo que controlarse muchísimo para que en el baile las manos no se le salieran de control porque se sintió demasiado tentado con semejante vestido que delineaba esas curvas escondidas en sus trajes de entrenamiento. Pero de verdad quiso tocarlo. Todo. Luego de pasado todo el protocolo, los dos fueron a un balcón por algo de aire fresco para sus inquietas cabezas, aprovechando ese decorado de banderines como escondite y así tener unos cuantos besos fogosos antes de que una tos discreta los separara.

—Su Gracia —saludó a su madre, sonrojado.

—Me alegra mucho que estén disfrutando de esta noche —Rhaenyra solo negó— Por eso he pensado que sería lindo regalarles algo que merecen.

—¿Su Majestad? —su prometido como él, parpadearon algo confundidos.

—Creo que es tiempo de anunciar la fecha de su boda ¿no creen? O temo que me harán abuela antes de tiempo.

Rieron entre apenados por ser descubiertos como felices por la noticia, regresando con ella para un nuevo brindis donde la Señora de los Siete Reinos anunció que en dos lunas tendrían la boda real, anunciando sus nombres y recibiendo las bendiciones de los reyes. Vinieron las felicitaciones, con los señores desfilando frente a la muy sonriente pareja.

—El Norte se une a las felicitaciones para el nuevo Príncipe Heredero y espera que sus bodas sean tan jubilosas como este banquete con la bendición de los dioses antiguos y nuevos.

—Gracias, Lord Stark.

—Mi especial admiración al príncipe Aemond, Alteza, hay pocas cosas en este mundo que merezcan ser adoradas, entre ellas su persona.

Pese a que era una descortesía gruñirle a un invitado, Jacaerys no pudo evitarlo cuando Cregan Stark besó el dorso de la mano de SU Omega luego de tan atrevidas palabras. Hasta le pareció que se tomó más tiempo del debido para tocarlo. Aemond lo pellizcó para calmarlo cuando el lobo se marchó.

—Celoso.

—¿Por qué tenía que decirte eso?

—No lo sé, ¿será por qué es cierto? ¿O acaso dijo una mentira?

—... pues no, pero... solo yo puedo decirte eso.

—Celoso —rió su prometido, besando su mejilla— Ese lord me cae bien.

—¿Qué?

La mirada del príncipe heredero siguió esa espalda ancha de Cregan nada más por juego, encontrando en un mero accidente entre todos los demás rostros los ojos de Luke observándolos con detenimiento. Le obsequió una sonrisa que no fue para nada correspondida. El ahora Príncipe Heredero frunció fugazmente su ceño, desviando su atención al siguiente lord que vino a saludarlos. Jacaerys pasó un brazo por la cintura de su prometido, de forma protectora y un tanto territorial, encontrando muy extraño que fuese la expresión de Lucerys la que más le inquietara y no las palabras coquetas de un Señor del Norte.

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