Promesa de sangre
Every breath you take
And every move you make
Every bond you break
Every step you take
I'll be watching you
Every single day
And every word you say
Every game you play
Every night you stay
I'll be watching you
Oh, can't you see
You belong to me?
How my poor heart aches
With every step you take?
Every breath you take, Sting.
—¿Te sientes bien, hermano?
—¡Déjame en paz! —Lucerys arrojó con fastidio la espada sobre la arena, retirándose de la playa.
—Alteza, ¿desea que...?
Jacaerys negó, alzando una mano. —Déjenlo, está en esa etapa donde los Alfas pierden los estribos hasta porque el viento sacudió sus cabellos.
Los Capas Blancas rieron, entendiendo sus palabras y dejando marchar a su hermano quien había estado de malas toda la mañana. De hecho, había estado de un pésimo humor de un tiempo para acá. Jacaerys intuía la razón, probablemente Aemond le había dicho que ya no podían verse más. Una de las costumbres en la Corte y la familia real con los Omegas era que estos no debían ni podían estar a solas con ningún Alfa una vez que su mano había sido concedida. Si Otto Hightower no le había mentido en su última carta, solo faltaba el edicto real firmado por todo el concilio para que su compromiso con su tío fuese un hecho, motivo por el cual tenía que observar ciertas conductas propias de un Omega prometido.
¿Estaba feliz de ver a Luke así? Sí.
¿Le gustaba eso? No.
El joven príncipe estaba muy seguro de que su hermano solamente estaba jugando con Aemond, tal vez sí con una intención de limar asperezas por lo de su ojo, pero no más allá de eso. Jacaerys deseaba algo bien en serio y no había parado de soñar todas las noches con el cortejo que haría para ganarse el cariño de ese Omega tan serio y de un carácter que Lord Mano le advirtió no sería fácil de sobrellevar. Ya lo esperaba, un cachorro que ha perdido a su madre a tan temprana edad no tenía otro camino que defenderse por sí mismo aunque fuese el hijo del mismísimo rey. Eso era lo que Lucerys no veía, la herida profunda en Aemond por haberse quedado desvalido sin la reina a su lado para cuidarlo, siendo enviado a un sitio desconocido a ser criado por gente de la que solamente había escuchado hablar sin un apoyo emocional que le proporcionara ese capullo de alegría que todo cachorro necesitaba.
Ya había hecho una buena indagación al respecto, el hijo de Otto, Lord Gwayne Hightower era un buen lord, pero no era el tipo de Alfa que pudiera ser cariñoso con cachorros ajenos aunque fuesen de su hermana menor. Se le agradecía la buena educación que dio a los tres hijos de la reina, de la mejor al estar cerca de la Ciudadela, la cuna del conocimiento donde los mejores Maestres escribían libros y tratados. Los Hightower además eran reconocidos como una de las casa con mejores modales y férreos seguidores de las tradiciones en castas, así que Aemond debió ser educado con el pensamiento de que su persona y opinión no iban a llegar muy lejos siendo Omega, menos cuando nunca tuvo pretendientes por lo de su ojo y cicatriz. Convertirse en caballero era una salida desesperada al yugo de su tío o su situación en general.
No que eso restara su talento para la espada, además de ser un increíble jinete de dragón. En Antigua lo tenían en alto concepto por ser nada menos que el jinete de Vhagar. Un Omega dominando a la Reina de los Dragones era de consideración, decía mucho de lo que Aemond guardaba dentro, lo que podía ser capaz de hacer con el apoyo adecuado. Jacaerys deseaba ser parte de esa vida, consolar sus heridas y verlo ser realmente feliz, no tener esa mirada apagada ni la voz dura y agresiva al solo esperar ataques a su persona. Si Lucerys no había conseguido un cambio en su tío era porque no era su objetivo, contrario al próximo heredero de Rocadragón.
Jacaerys ignoraba si Aemond ya le había dicho a su hermano con quién iba a casarse, era probable que Otto no se lo hubiera contado, dejando eso para la cena que iban a celebrar en Desembarco en unos días. El rey Viserys estaba jubiloso por ese compromiso, puesto que adoraba al primogénito de su amada hija, que este desposara a su hijo Omega no podía ser mejor suerte. La familia más unida que nunca, asegurando la unión de todas las casas relacionadas con los Targaryen. El príncipe ya le había contado a su madre del compromiso, explicándole que necesitaba de su discreción como de su soporte para ayudar a su tío con esos fantasmas que todavía estuvieran persiguiéndole, si alguien tenía el toque materno perfecto, era Rhaenyra.
—Deben prepararse, tenemos que ir a Desembarco —anunció su madre en el desayuno, muy alegre e intercambiando una mirada cómplice con su hijo.
—¿Viserys está enfermo? —preguntó Daemon.
—No, mi padre quiere tener una cena para celebrar el compromiso de Jacaerys.
—¿Te vas a casar? —casi gritó Joffrey, escupiendo migajas de pan.
—Ya es tiempo de que lo haga —asintió Jacaerys con una sonrisa.
—Sí que olvidaste pronto a Baela.
—Daemon —Rhaenyra negó, rodando sus ojos ante ese rencor propio de su esposo— Hay que estar unidos en este momento tan especial, y luego tener todo listo para cuando venga su futura pareja a vivir a Rocadragón.
—¿Por qué? —quiso saber Joffrey.
—Es la costumbre, cariño, cuando se ha formalizado el compromiso, la futura pareja debe mudarse a su nuevo hogar para adaptarse a tiempo antes de la boda. También es una forma de asegurarse de que no pasarán cosas —rió la princesa— Así que tendremos un nuevo miembro en la familia, espero un buen recibimiento por parte de todos.
—Oohh.
—¿Luke? ¿No vas a felicitar a tu hermano?
Todos miraron a un serio Lucerys, casi haciendo un puchero en una esquina de la mesa que detuvo el picoteo insistente de su cubierto contra la mesa al sentir todos esos ojos sobre él, viendo hacia donde su hermano mayor antes de ponerse de pie con mentón en alto, haciendo rechinar la silla al ponerse de pie bruscamente y salir del comedor a paso vivo.
—¿Qué...?
—No se ha sentido bien —atajó Jacaerys— Ya sabes, sus feromonas se descontrolan.
—Lo huelo —comentó Daemon arqueando una ceja— Sí es eso, en unas lunas se le pasará.
—Después hablaré con él —Rhaenyra miró hacia las puertas con extrañeza.
—¡Jace se va a casar! ¡Jace se va a casar! —canturreó el pequeño Joffrey.
Sintió algo de culpa, no más que su deseo de tener a Aemond. Era lo único que pedía de corazón con todas sus fuerzas, Luke se podía quedar con lo demás. Días después llegaron a Desembarco, siendo recibidos por un feliz Otto Hightower, llevándolos hasta donde el rey quien descansaba en su sala privada. Todo el trayecto, Jacaerys intentó hablar con su hermano, este solamente gruñendo y diciendo que estaba bien, pero quería que lo dejaran en paz. Ni siquiera jugó con el pequeño Aegon y Viserys, así de malas estaba. Ya se le pasaría, se dijo el mayor antes de ir a vestirse para la ocasión, con un traje de gala que su madre había pedido con anticipación, para lo que sería su fiesta de compromiso con la princesa Baela. Esperó que Aemond pudiera usar el que le obsequió, con los colores Targaryen. Igual si no lo hacía no se molestaría, una de sus prioridades era hacerle saber que podía ser él mismo junto a él, tan solo lo emocionó que vistiera algo que le había regalado.
Daemon fue el más curioso sobre quién era la pareja de Jacaerys, puesto que no supo de noticia alguna sobre alguien que recién llegara a la fortaleza como para que le hubieran conocido ni tampoco de alguna casa presumiendo su enlace con el primogénito de la Princesa Heredera, levantando más sus ganas y curiosidad de conocer a esa persona por la que estaban haciendo semejante viaje. Su madre reía a sus preguntas que evadió inteligentemente, llevando a todos la noche siguiente al comedor privado donde esperaban ya el rey Viserys junto a Lord Mano y el príncipe Aemond.
Jacaerys se quedó boquiabierto. Ese hermoso Omega estaba usando su presente, un precioso traje de largos faldones en color negro y rojo con un collar de eslabones de oro y un par de anillos para hacer juego. Su cabello platinado en media coleta como siempre salvo esa trenza Targaryen decorando su cabeza. Hubiera sido una visión perfecta de no ser por la expresión en Aemond, como su aroma. Olía a resignación. No levantó la mirada cuando ellos entraron, solamente haciendo una reverencia protocolaria esperando su turno para poder sentarse, con la vista clavada en la mesa, a leguas tenso bajo esa pose regia. El príncipe Alfa se dio cuenta del tenue color rojizo en su ojo, un signo de que había llorado previamente. De buena gana, Jacaerys se hubiera levantado a consolarlo y prometerle no lastimarlo, más eso sería después.
Paciencia.
—¿Sucede algo, príncipe Daemon? —inquirió Otto al verlo mirar a todos lados cuando se sirvió la cena luego de las palabras de bienvenida del rey.
—Esta es el banquete de compromiso de Jace, ¿dónde está la otra parte?
Viserys rió, tosiendo ronco cubriendo su boca con un pañuelo. Rhaenyra a su lado lo sujetó, acariciando su espalda y ayudándolo a ponerse de pie. Todos los demás lo hicieron.
—Los he llamado para celebrar el compromiso de mi nieto, el príncipe Jacaerys Velaryon, hijo de la Princesa Heredera Rhaenyra Targaryen y Lord Laenor Velaryon, futuro príncipe de Rocadragón, futuro Señor de los Siete Reinos si los dioses son generosos con nosotros. Él me hizo una petición que con orgullo y alegría concedo. Otto, por favor.
—Sí, Su Gracia.
Ante la mirada atónita de todos, salvo Jacaerys y su madre, Lord Mano tomó la mano derecha de Aemond para llevarlo al frente de la mesa, donde esperó el joven príncipe, recibiéndolo en su mano izquierda bajo la mirada brillante del rey, este tomando de una bandeja que trajo un sirviente, un grueso listón negro con orillas carmesí y doradas con bordados de dragones que enredó con algo de esfuerzo en las dos muñecas, palmeándolas cariñoso al terminar.
—Yo, Viserys I Targaryen, el Primero de mi Nombre, Rey de los Ándalos y los Rhoynar, y los Primeros Hombres, Señor de los Siete Reinos y Protector del Reino... declaro oficial el compromiso entre el príncipe Jacaerys Velaryon de Rocadragón y el príncipe Aemond Targaryen, mi hijo. Que los dioses antiguos y nuevos los bendigan con un matrimonio próspero que guíe en su momento al reino por el camino de la paz y glorias que habrán de forjar juntos, que los dioses les prodiguen cachorros dignos de su sangre. Tienen mi permiso como mi bendición para desposarse conforme a la tradición en el Templo de los Siete en el tiempo y forma que su rango pide. Esta es mi Palabra.
—¡El rey ha hablado! —declaró Lord Mano sonriendo— Felicidades, Altezas.
—Sean felices, hijos míos —tosió Viserys, sentándose con mucho esfuerzo— Jacaerys, Aemond, sé que no me decepcionarán.
—Su Gracia —Jacaerys alzó su voz, todavía sujetando la mano de Aemond— Aquí y ahora delante de la familia y su real presencia quiero darle mi palabra de honor que cuidaré de su hijo como si fuese mi propia vida, le honraré cada día y haré todo lo que esté en mis manos para que tenga un futuro lleno de dicha.
—Muy bien, muchacho, estoy orgulloso de ti. No me equivoqué al aceptar tu petición... Hija... Otto... ¡brindemos por la joven pareja!
Aemond lo miró receloso, no creyendo una sola de sus palabras. Jacaerys le sonrió, mientras los demás levantaron sus copas para brindar por ellos. Hubo una que se azotó con más fuerza de lo debido, pero ya no se escuchó porque la música comenzó igual que los sirvientes llenaron sus platos. Lord Mano retiró el grueso listón que se guardaría para la boda, ofreciendo dos asientos juntos ahora que el compromiso se había anunciado por el rey. En una muestra de caballerosidad, Jacaerys abrió la silla para el serio Omega, quien apenas si musitó un gracias, estaba conteniéndose porque su educación y seguramente las amonestaciones previas de su abuelo le impidieron ser grosero.
Se le ocurrió mirar a donde Luke, su hermano casi doblaba sus cubiertos de la fuerza con la que estaba sujetándolos, rabioso y herido, buscando esa mirada de Aemond que no encontró pues este jamás le miró ni una sola vez. El Omega se cuidó muchísimo de guardar la etiqueta, manteniendo su cabeza baja todo el tiempo, quieto y apenas si respondiendo con murmullos a las palabras de Jacaerys cuando le dirigía la palabra. El rey, por su parte, estaba lo suficientemente consciente para disfrutar del momento, hablando con Rhaenyra entre cuchicheos, luego volviendo a ellos.
—Vamos, un baile.
Era el rey, no se le podía contrariar. Jacaerys se puso de pie, ofreciendo su mano con una sonrisa amigable al reacio Omega quien pareció armarse de valor antes de levantarse, aceptando bailar con él entre aplausos de los demás, no todos sinceros.
—Te ves increíble —observó el príncipe al comenzar a moverse— La verdad es que el traje no te hace justicia.
—Gracias, Alteza.
—Esta melodía es especial ¿sabes? Dicen que la compuso el Conquistador para la reina Rhaenys.
Aemond solo asintió sin mirarlo, pese a lo tenso, seguía sus pasos con mucha fluidez, no era raro pues un buen espadachín solía ser un excelente bailarín.
—Aunque me parece que solo es una conjetura, no se sabe que Aegon I fuese un compositor, lo que sí pudo haber sucedido es que ordenara a un músico el crearla para su amada hermana.
—Puede ser, Alteza.
—Yo haría lo mismo, me faltan talentos y soy torpe en otros, preferiría a un experto para crear una obra maestra que pudiera decirle a quien quiero lo maravilloso que es a mis ojos.
Ese ojo desconsolado por fin lo miró, inquieto, a la defensiva. Jacaerys le sonrió un poco más, terminando la pieza de baile con un beso en el dorso de la mano que había sujetado.
—Gracias por este baile, Aemond. Ha sido un honor para mí.
Su apuesta a que su tío había esperado a un patán por prometido rindió sus frutos. Aunque hubieran hablado un poco, eso no garantizaba su carácter y seguramente Aemond se había imaginado que sería como el resto de los Alfas que se imponen sobre sus Omegas sin preguntarles ni importarles lo que estos quisieran. Sí, fue una trampa el pedir su mano sin preguntarle, lo reconoció, pero iba a recompensar con creces semejante atrevimiento, comenzando por esa noche cuando luego de otros brindis más les dieron un tiempo a solas como dictaba la costumbre, llevándolos a una sala pequeña junto al comedor. Usualmente lo que pasaba ahí era que los Alfas marcaban a los Omegas con sus aromas de forma no muy gentil y casi siempre con algo de violencia de por medio.
La postura tensa en Aemond le dijo a Jacaerys que el primero estaba al tanto de ello, el último cerrando la puerta suavemente y quedándose ahí mientras su tío esperaba en el centro mirando el fuego de la chimenea como si fuese a echar a correr en cualquier instante.
—Debes tener montones de preguntas —comenzó el joven Alfa— Me gustaría escucharlas.
—¿Por qué? —casi rugió el Omega, apretando sus puños.
—Porque me gustaste de solo verte, sería la primera respuesta, la más lógica seguramente para todo Alfa ¿no es así? No voy a negar que me atraes, Aemond, eres hermoso para mí. Que sea la razón más importante, ese es otro asunto. No lo es. Te he vuelto a ver y lo hice contigo pateándole el trasero a varios Alfas con tu espada. Me di cuenta de que necesito a alguien como tú en mi vida, capaz de hacerme besar el suelo cuando lo necesite, sin miedo a hacerlo porque lo merezco. Creo que podemos ser una pareja feliz, y estoy consciente de que en estos precisos momentos mis palabras suenan más a un charlatán queriendo vender milagros inexistentes que a un joven siendo sincero. Está bien, duda de mí, voy a demostrarte que no soy como los demás.
El aroma en Aemond cambió, menos amargo pero aún a la defensiva. Jacaerys siguió con la espalda pegada a las puertas.
—¿De verdad crees que yo...?
—Sí —le cortó, asintiendo con firmeza— Sí.
—¿No te importa que esté desfigurado? ¿O que digan que no soy un buen Omega porque no tuve una madre que me criara para ello?
—Ese parche me parece atractivo si me lo preguntas, no me causa ningún desagrado. Solo me recuerda cuánto has luchado por ti mismo. Y me importa un cuerno la opinión de los demás, me importa solo la tuya.
Aquel párpado cayó un poco, su aroma dejó su agresividad por unos instantes. Jacaerys aprovechó para acercarse, hablando lo más suave posible.
—Déjame protegerte, déjame ser quien te haga sonreír, quien llene tus días con alegrías probablemente algunas muy estúpidas. Déjame cuidarte, peleando con todo aquel que te impida hacer lo que te gusta.
—¿Y si eres tú el que lo impide?
El príncipe torció una sonrisa. —¿Quieres ser un caballero? ¡Adelante! ¿Quieres ir y venir por todo Poniente sobre el lomo de Vhagar? ¡Hazlo! ¿Deseas vestirte como te dé la gana? ¡Por mí no te detengas! Yo no estoy buscando una sombra, Aemond, sino un igual. O a la mejor un superior porque me han dicho que hablas un perfecto Valyrio.
La muy fugaz y apretada sonrisa que apareció en sus labios fue como un regalo de los dioses. Aemond le miró por segunda vez, seguía receloso, más había despertado su curiosidad con esas promesas.
—¿Cómo sé que tus palabras son montañas firmes y no meras ventiscas alborotando los árboles?
Jacaerys rió, alzando un dedo al acercarse al fuego, tomando una daga que traía en su cinturón, cortándose la palma de su mano derecha a la vista de Aemond, dejando caer un par de gotas de sangre en las llamas.
—Yo, Jacaerys Velaryon, juro por mi sangre que haré de tu vida lo que mereces y has buscado, aun si eso me cuesta la vida. Que los dioses me castiguen siete veces si rompo mi promesa.
El cambió fue tremendo, Aemond quedó atónito, sus feromonas se alborotaron antes de que sacudiera su cabeza, mirándose y luego riendo apenas claramente desconcertado. Su aroma fue tal que el corazón de Jacaerys dio un vuelco al detectarlo tan suave, fértil, un vistazo que luego se ocultó bajo un gruñido porque seguramente se dio cuenta de que estaba con la guardia baja ante él.
—Idiota —musitó antes de salir a paso vivo.
Pero su aroma contó otra historia, el príncipe lo olfateó una vez más con los ojos cerrados, sonriendo complacido.
Paciencia.
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