No tan diferente
Quizás te puedas preguntar
Qué le hace falta a esta noche blanca
A nuestras vidas que han vivido tanto
Que han visto mil colores
De sábanas de ceda
Y cuando llueve te gusta caminar
Vas abrazándome sin prisa aunque te mojes
Amor mío, lo nuestro es como es
Y es todo una aventura, no le hace falta nada
Y estoy aquí
Tan enamorado de tiQue la noche dura un poco más El grito de una ciudad
Que ve en nuestras caras la humedad
Y te haré compañía
Más allá de la vida
Yo te juro que arriba te amaré más
Tan enamorados, Ricardo Montaner.
Jacaerys ni siquiera se inmutó cuando Daemon lo mandó llamar antes del desayuno al enterarse por los guardias de que Aemond había pasado toda la noche en su habitación.
—Sé que tienes una buena explicación —le habló con calma— Así que escucho.
—Aemond fue a buscarme, al parecer tenía miedo de dormir en su recámara. No hicimos nada, él ocupó mi cama y yo me quedé en el sofá, me levanté más temprano para no incomodarlo con el aseo.
Daemon arqueó una ceja. —¿Por qué ese temor? ¿Qué no había guardias en su puerta?
—Supongo que sí, estaba por preguntarles.
Se mandaron llamar a los que habían hecho la guardia nocturna, sin que dijeran algo que les diera una pista o una razón.
—Cuando todos volvieron a sus aposentos, el príncipe Aemond también lo hizo —informó uno de los guardias— De hecho, iba a buscarlo porque me dio la sensación de que se retrasó de más, pero en cuanto me despegué de mi sitio, él apareció, entró a su recámara y poco después es que fue a las puertas del príncipe Jacaerys. Afirmaría que solamente entró a ponerse su bata, porque no tardó mucho en entrar y salir.
—Gracias —Daemon los despidió, quedándose con Jacaerys a quien se giró para mirarlo— Tenemos un problema.
—¿Qué?
—Esto lo vamos a dejar entre tú y yo, no quiero que metas a tu madre ¿entendido?
—No comprendo, ¿qué sucede?
—Promete primero que cerrarás el pico.
—Lo prometo.
Daemon jaló aire, negando. —Sé que no eres tan ingenuo, Jacaerys, debes estar al tanto de los acercamientos que tuvo Lucerys con Aemond.
—Lo sé.
—Tu hermano, y no estoy justificándolo, está aprendiendo a ser un Alfa. En mi opinión, Corlys lo ha mimado en exceso, porque tiene problemas para lidiar con una que otra cosa, como por ejemplo que tú siempre le ganes en combate pese a que varias veces ni siquiera estás esforzándote.
—Oh, bueno...
—Cuando un Alfa apenas está madurando, no tiene control sobre sus instintos. Reacciona de forma visceral, toma su tiempo el tener un temple que, curiosamente, es rasgo en nuestra casta.
El joven príncipe frunció el ceño. —¿Estás insinuando que Lucerys ha intimidado a Aemond?
—No lo insinúo, Jace, lo afirmo —resopló Daemon, levantando una mano al verlo tensarse— A pesar de no estar del todo enterado de cómo sucedió, sí te puedo asegurar que Aemond rechazó los avances de Lucerys porque recién había llegado a Desembarco y estaba poco acostumbrado al ambiente y tu hermano no se lo tomó a bien. Hay testigos que pueden contar cómo hubo una discusión entre ellos, seguido de Aemond huyendo despavorido del pasillo a dónde se había metido con Luke a pelear. Quienes lo vieron, notaron que tu futuro Omega estaba alterado y sus ropas fuera de sitio.
Los ojos de Jacaerys se abrieron de par en par con sus puños apretados, de no ser porque era el mayor y Daemon lo había enseñado a contenerse, hubiera salido de inmediato a romperle todos los dientes a su hermano sin importarle nada, haciendo a un lado ese vínculo de sangre al pensar en Aemond huyendo -algo impensable para su tío tan aguerrido- y recordando ese temor con el que tocó a su puerta como un cachorro aterrado de un mal sueño. ¿De ahí provenía el recelo de su prometido? Varias cosas encajaron en su mente, frunciendo su ceño. Daemon ladeó su rostro, acercándosele para picarle la frente y desaparecer ese gesto de su rostro, devolviéndolo a la calma y así escuchar sus siguientes palabras.
—Yo le pregunté a Luke si atacó a Aemond, pero ha evadido la pregunta, lo cual tomo como un sí. No pasó de un intento, porque afortunadamente Aemond tiene un entrenamiento estilo Dorniense, porque allá preparan a los Omegas para combatir a los Alfas, sospecho que Ser Cole adivinó que su pupilo se enfrentaría a esta clase de cosas y no dudó en enseñárselo al haber estado tan en contacto con ellos. Una excelente medida de prevención.
—Sí, me dijo que incluso lo entrenó para resistir un dominio Alfa —la voz de Jacaerys fue más gruesa de lo que pretendía, todavía alterado.
—No quedaron en buenos términos, entonces tú te comprometes y han estado en un estira y afloja.
—¿Los has vigilado? —Jacaerys se distrajo con eso.
—A Luke.
—Supongo que mi madre no lo sabe.
—Puede ser que su instinto materno algo le diga, pero prefiero que no se entere de momento. Ambos sabemos que tiene en alta estima a ese mocoso y lejos de mejorar la relación familiar, la perjudicaría.
—Me temo que dices la verdad.
—Hablaré con Lucerys, déjamelo a mí. No te metas, Jace, o harás más grande el problema.
—Pero, Aemond...
—Tampoco le digas nada, lo vas a incomodar demasiado. Ya tiene sus propios demonios rondando para sumarle tus inquietudes. Debes apoyarlo, no torturarlo, es tu deber como su futuro esposo.
—Entonces... lo de anoche...
—Algo me dice que tu hermano intentó acercarse, por eso Aemond prefirió arriesgar su reputación al esconderse en tu recámara. Sé que Luke no es un chico malo, pero todavía es muy inmaduro para ver lo que puede ocasionar sus desplantes de Alfa.
—¿Sería muy exagerado de mi parte si ordeno que haya siempre guardias con Aemond?
—No, creo que le gustará tu gesto. Jace, no vayas a pelear con tu hermano, tienes que darme tu palabra. Yo lo arreglaré.
—De acuerdo, Daemon.
—Concéntrate en lo que has estado haciendo y nada más.
—Lo intentaré.
Fue algo difícil, de solo pensar que Luke hubiera intentado mancillar a Aemond le hervía la sangre. Porque lo hubiera hecho simplemente por capricho de la misma forma que hacía el resto de las cosas. Daemon tenía razón, no se medía ni pensaba en las consecuencias, solo quería ver cumplidos sus desos. Sin poderlo evitar, entró en un modo protector con su prometido, ordenando a un par de guardias a los que les tenía confianza que fuesen su sombra y no lo perdieran de vista en ningún momento, salvo claro, cuando estuviera volando. Tuvo que aceptar que con Vhagar nadie iba a ponerle un dedo encima, punto para la vieja dragona. En el desayuno miró a su hermano de reojo, Lucerys no parecía alterado ni tampoco nervioso, jugando con Joffrey. Su mirada pasó al Omega a su lado, comiendo despacio sin levantar la vista de su plato.
—¿Quieres un poco más de jugo? —le ofreció con una sonrisa.
—Gracias —Aemond giró su rostro hacia él— No estabas cuando desperté.
—Soy un espíritu madrugador.
—Oh.
—¿Descansaste bien?
—Sí, tu cama es cómoda.
—Aemond, quiero que sepas que siempre puedes ir a buscarme a todas horas ¿de acuerdo? Si todas las noches deseas quedarte conmigo, no tengo problema. Lo que me interesa es que estés tranquilo.
El Omega asintió, jugando un poco con su cubierto. —¿Te gustaría ir a pasear con los dragones?
—Oh, ahora que lo mencionas, hay una playa que podemos visitar, te va a encantar.
—Me gustaría conocerla.
Su enfado menguó un poco al ver de vuelta esa linda sonrisa, su aroma ya no era amargo por el miedo, seguía dulce y fragante. Volaron con Jacaerys liderando por ser quien conocía la ruta, haciendo un zigzag en el aire para divertir a su prometido, Vermax tenía su sentido del humor también como prudencia para no hacer enojar a la enorme dragona. Era una playa al norte, de las pocas ocupadas en Punta Zarpa, pero que estaba llena de gaviotas como un manto blanco sobre rocas oscuras contra las cuales chocaban olas furiosas. Además había un pasto crecido con esas flores que solía llevarle cada día a Aemond, este asombrándose al ver el paisaje cuando descendieron, respirando hondo ese aire fresco marino.
—Es un sitio relajante.
—Te dije que te encantaría.
—Nunca había visto tantas gaviotas.
—Tienen sus nidos aquí —el joven Alfa alcanzó su mano, tirando de ella— ¡Ven!
Corrieron hacia una de las parvadas, asustándolas solo para verlas revolotear alrededor, casi regresando a su sitio caminando aprisa entre la pareja riendo al ver tantas cabecitas sacudirse y empujarse. Aemond apretó un poco más la mano de Jacaerys que no había soltado, sus ojos recorriendo todo con asombro.
—No entiendo cómo nadie ha puesto un castillo en esta playa.
—Oh, bueno, tiene un detalle.
—¿Cuál es?
—En temporada de lluvias suele inundarse, esos pastos quedan ocultos.
—¿En serio?
—Sí —el príncipe rió— Lo supe a la mala.
—Quisiera escuchar esa anécdota.
—¿Tal vez con un poco del vino que trajimos y los bocadillos?
—Me parece una buena idea, pero lejos de aquí o estas gaviotas nos atacarán por comida.
—Cierto.
Amaba cuando Aemond hacía a un lado esas costumbres tan restrictivas y se relajaba, charlando con soltura sin estar observando sus modales o su postura, siendo él mismo e incluso permitiéndose cosas como bromear o hacer comentarios sarcásticos a costa suya. Y le gustaba más que solo hacía eso con él, sin duda, su Alfa interno estallaba en vanidad. El príncipe se perdió en sus rasgos, esas finas y largas manos haciendo gestos de forma elegante, cómo apartaba un mechón de cabello que el viento pegaba a su rostro o esos labios finos pero carnosos enrojeciendo por el vino que bebían.
—No pensé que el príncipe Jacaerys fuese tan torpe.
—Oh, lo soy en varias cosas.
—Increíble.
—Los Alfas también nos equivocamos ¿sabes?
—Diría que con mucha frecuencia.
—Hey.
El Omega rió, cortando un trocito de hogaza de pan que convidó al otro, sus manos rozándose al tomarlo.
—Gracias por este paseo.
—Te confesaré, es mi rincón secreto. Suelo venir aquí cuando no quiero ver a nadie y me siento mal.
—Pero...
—¿Qué?
—Nada.
—¿Crees que no tengo motivos para entristecer o enojarme?
Aeomond bajó su mirada. —Tienes una hermosa familia, aunque me supongo que eso tampoco te salva de los problemas.
—¿Tú tienes un rincón secreto?
—No se me permitía ir lejos.
—¿Dentro del castillo?
—No —el tamborileo nervioso apareció— ¿Puedo hacerte una pregunta y responderme con la verdad?
—Yo no te mentiría, Aemond. Pregunta.
—¿Soy un mal Omega?
—¿Qué? —el Alfa se inquietó— ¿Por qué dices eso?
—¿Lo soy? —ese ojo tembló y juró que una lágrima quiso asomarse. De buena gana lo hubiera abrazado contra su pecho, en su lugar sonriéndole con su aroma relajándolo.
—Aemond, por supuesto que no. Eres el Omega más genial que haya conocido y puedes decir que no he conocido muchos, tampoco es tan cierto si bien mi número no es tan grande, sumemos entonces lo que he escuchado de otros y entonces mis estadísticas mejoran. De verdad que eres una maravilla. Estoy seguro de que muchos quisieran ser como tú, incluyendo Alfas.
No hubo contrarréplica, solo su prometido quedándose en silencio, abrazando sus piernas mirando hacia las olas con el viento meciendo su viento platinado, dándole su perfil. Jacaerys quiso preguntar, pero resistió la tentación, intuyó que debía proveer el espacio suficiente al Omega para generar confianza y escuchar de lo que guardaba sin presiones ni preguntas que lo hicieran volver a ese caparazón duro. Esperó en silencio, acompañándolo hasta que Aemond retomó su charla en un tono menos duro, un poco más titubeante que denotó una sinceridad inesperada.
—Helaena... ella siempre me cuidaba. Cuando se marchó, le pedí a mi tío ir con ella, pero era imposible. Ahora era la esposa de un Alfa. Me quedé solo.
—¿Daeron? —preguntó el príncipe.
El otro negó. —Es un Alfa, yo no podía... no me dejaron. Solo me quedó Vhagar. A veces me quedaba con ella por las noches, me escapaba para ir a verla. Los sirvientes cuchicheaban en los pasillos que yo era... un fenómeno. O una maldición porque madre murió cuando...
—Aemond —el joven Alfa buscó una de sus manos— Ahora me tienes a mí. No hice una promesa a la ligera, fui sincero al decir que te haría feliz. No voy a lastimarte, todo lo contrario, quienes lo intenten primero tendrán que vérselas conmigo.
—¿Y si te decepciono?
—Eso no sucederá, estaré contigo en las buenas y en las malas. Creo que es más probable que tú seas quien se decepcione de un Alfa como yo.
Aemond entrecerró su ojo, negando apenas antes de bajar la vista a esa mano que sujetaba una suya, girando su muñeca para entrelazar sus dedos, sorprendiendo a Jacaerys al inclinarse sobre su costado, apoyando la cabeza en su hombro. El príncipe casi gritó de la emoción, sonriendo de oreja a oreja, dando un beso a esos cabellos cuyo aroma olfateó, dejando que sus feromonas envolvieran al Omega, haciéndole saber lo contento que estaba a su lado, su firme intención de procurarlo toda la vida y apoyarlo en lo que necesitara. No hicieron nada más, ni tampoco hablaron, la pareja se quedó contemplando el mar un largo tiempo.
Jacaerys escuchó un rugido, alzando los ojos hacia Vhagar, atenta al asentir de su jinete. Cual cachorro maleducado, le sacó la lengua porque ahora ése era su trabajo. Compartir ese momento significó mucho para él y sabía que también para su prometido tan relajado apoyando su cabeza en él. Fue Aemond quien se irguió diciendo que era tiempo de regresar al castillo, encaminándose hacia el monte donde dejaron a sus dragones. Lo observó unos instantes, no por admirar su belleza que le atraía tanto, pensando en cómo no era tan difícil entrar en su corazón, solo había que mover las piezas correctas como un acertijo. Volaron hacia Rocadragón, bajando a la playa junto a la fortaleza en lugar de entrar directo para hacer un poco más de tiempo juntos, yendo sin prisas por la senda que serpenteaba hacia su hogar, comentando cosas superficiales. Al llegar a las puertas, un pequeño cuerpecito salió disparado, estampándose contra una pierna del Omega.
—¡AEMOND! ¡AEMOND! ¡AEMOND!
La risa de Aegon fue contagiosa, el pequeño se hizo cargar por su prometido, abrazándolo emocionado para luego mostrarle la corona de flores que había tejido con su madre, narrándole con lujo de detalles su elaboración y colocándola en la cabeza de Aemond, abriendo sus ojos de contento al apreciar su labor y tomando su rostro para estamparle un beso sonoro en una de sus mejillas.
—Mami dice que las cosas bonitas llevan flores.
El Omega se detuvo, sin saber cómo tomárselo, balbuceando antes de bajar al cachorro.
—Anda, debes regresar con tu madre.
—¡TE QUIEROOOOOOOOOO!
Jacaerys se aproximó con manos detrás de la espalda y una sonrisa divertida.
—Se dice que los ebrios y los cachorros no saben mentir, tienen la lengua muy suelta para ello.
—Hm.
Ese pequeño gruñido lo sorprendió ahora a él, riendo al escucharlo porque le pareció que era una bonita muestra de un Omega recuperando su confianza. Todavía quedaba mucho camino por recorrer, en especial porque ahora el joven Alfa se había dado cuenta que su prometido traía heridas muy viejas consigo. Oró para que la ayuda de Daemon surtiera su efecto, necesitaba darle un nuevo hogar a Aemond donde se sintiera lo suficientemente cómodo para ser él mismo. Por lo menos todo pareció tomar un buen rumbo, ya que al entrar se enteraron de que Lucerys había partido a Marcaderiva en un viaje para visitar a sus abuelos y primas. A él le sonó más a castigo, agradeciendo esa ausencia, así Aemond no tendría recelos para andar a sus anchas en Rocadragón, dándole tiempo a sanar lo suficiente para cuando su hermano regresara. Incluso a Jacaerys le beneficiaba, pues no estuvo seguro de que hubiera podido mantenerse ecuánime frente a Luke sabiendo lo que había pasado.
—¿Jace?
—Dime, Aemond.
—¿No tienes un poema nuevo que recitar?
Jacaerys sonrió feliz. —De hecho, ahora tengo dos.
—Soy todo oídos.
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