Mi hogar eres tú


Me duele más dejarte a ti
Que dejar de vivir
Me duele más tu adiós
Que el peor castigo que me imponga Dios

No puedo ni te quiero olvidar
Ni a nadie me pienso entregar
Sería inútil tratar de huir
Porque adonde voy te llevo dentro de mí

El amor de mi vida has sido tú
Mi mundo era ciego hasta encontrar tu luz
Hice míos tus gestos, tu risa y tu voz
Tus palabras, tu vida y tu corazón

El amor de mi vida has sido tú
El amor de mi vida sigues siendo tú
Por lo que más quieras, no me arranques de ti
De rodillas te ruego, no me dejes así

El amor de mi vida, Camilo Sesto.



—Alteza.

Sara Snow esbozó una discreta sonrisa al joven Alfa sentado frente a un fuego de chimenea, acercándose para dejarle un cuenco de leche tibia con un pan recién horneado, haciendo una reverencia en la que aprovechó para mirarlo un poco mejor antes de retirarse bajo los ojos inquisitivos de su hermano mayor sentado a un lado del príncipe Jacaerys, negando apenas antes de volver a su charla con este.

—Ella se siente especial por servirte.

—Me hace sentir mal.

—¿Por qué? No estás obligado a nada, Jace.

—Tampoco quiero dar una impresión equivocada.

—Créeme que ella lo sabe, se nota a leguas si me lo preguntas.

Jacaerys respiró hondo, abrigándose mejor con esas pieles y estirando sus pies para que el fuego los calentara otro poco. ¿Cuánto llevaba en Invernalia? Le parecía una eternidad desde que Aemond partiera, su hermoso Omega lejos de sus brazos sufriendo un espantoso exilio. El príncipe tenía insomnio de solo recordar el angustioso episodio desde que su prometido llegara confesando en pleno pasillo que le había arrebatado la vida a su hermano. Se quedó hecho piedra de solo comprender las implicaciones de aquello, para luego pelear casi a muerte con la Guardia Real porque se llevaban a su pareja hacia las mazmorras por orden de la reina a quien fue a suplicarle que no hiciera semejante cosa por piedad a su hermano quien no era tan inocente de su suerte.

La reina no le escuchó, demasiado dolida por la muerte de Lucerys para tener compasión por alguien ni comprender razones que ella un día aceptó. Eso no se lo reprochó, entendió un poco el sentimiento porque él mismo lo experimentó, tan solo no quiso que Aemond estuviera en las mazmorras porque era una pesadilla viviente para él y notó el efecto que tuvo esa celda oscura y húmeda en la mente de su Omega a quien fue a buscar para que le hablara sin resultado, Aemond ya estaba perdido en sus viejas memorias para entonces. Pidió ayuda a Otto, quien estaba de manos atadas, si intentaba ayudar a su nieto todos los Hightower serían acusados de alta traición como él. Fue con Daemon ya con lágrimas en los ojos porque cada hora que pasaba era un tormento para su Omega.

—Yo sé que esto es un infierno, pero debes esperar.

—¡Está sufriendo! —aulló Jacaerys— ¡Tú sabes que él no lo hizo adrede! ¡A mí también me duele la muerte de mi hermano, pero sé que Aemond es inocente!

—Yo también lo sé —replicó con firmeza el Rey Consorte— Pero si intentas algo en estos momentos, vas a perderlo como a tu hermano.

—¡Madre querrá ejecutarlo! ¡Es que no puedo esperar!

—Ten fe, Jacaerys.

Daemon ya sabía que un dragón moribundo se acercaba volando desde Pentos, porque Aegon había escuchado el escándalo al querer enterarse todo el tiempo de cómo estaban sus hermanos. Jacaerys fue quien lo vio llegar esa noche, en el lomo de un exhausto Sunfyre, bajando con esas telas cubriéndolo todo, jadeando algo afiebrado y pidiendo una audiencia con la reina.

—Alteza, he fallado —se disculpó Jacaerys con Aegon— No supe protegerlo.

—Somos dos —bromeó cansado el otro— Pero yo tengo una deuda, Jace, que vengo a pagar. ¿Será posible que el Príncipe Heredero me pueda dar su palabra en algo?

—Adelante.

—Cuídalo, no permitas que sufra más. Aemond... mi madre nunca le tuvo el afecto suficiente para que se sintiera querido por ella. Sus palabras fueron siempre veneno, debí pelear más por él, debí hacer muchas cosas, pero hoy los dioses me permiten redimirme con mi hermanito.

—¿Alteza?

Impotencia, rabia, vergüenza. Un sinfín de emociones cruzaron por el pecho de Jacaerys de solo enterarse de que Aegon estaba más que consciente del precio que pagaría su Omega por aquel incidente, ofreciéndose a cambio de Aemond en la ejecución que Rhaenyra ordenó cuando el duelo fue demasiado para ella. De no haber sido por Ser Cole, el joven Alfa hubiera terminado bien muerto por idiota porque quiso destruirlo todo, usar a Vermax y derribar la fortaleza a nombre de su prometido. Le pareció la injusticia más grande que sabiendo de los antecedentes de Lucerys, Aegon fuese a perder la vida, pero no encontró oídos sabios para detener semejante desgracia.

Al menos a Aemond le permitieron despedirse de su hermano, y el Alfa tuvo que morderse una mejilla hasta sangrarla para no gritarle a su madre ni tampoco correr tras su Omega cuando se marchó, Daemon lo detuvo para esperar el tiempo correcto. Fue el propio Jacaerys quien a Aegon en sus últimas horas, sin poder contener las lágrimas lleno de frustración y deshonra ante semejante injusticia, vergüenza de llevar la sangre de quien ordenaba la muerte de un inocente. Ellos no tenían por qué sufrir así, pero ahí estaban. Sería con mucho la primera vez que el príncipe vio a su madre con otros ojos mientras ofrecía su brazo a un convaleciente Aegon rumbo al patio donde esperaba ya su verdugo con espada en mano.

—Yo... iba a morir de todas formas —jadeó Aegon tras su máscara que ocultaba su rostro quemado, hablando por última vez con él— Solo estoy quitándole un peso de encima al Extraño al adelantarme.

—Perdón, Alteza.

—Eres un buen Alfa, sé un buen Alfa para él.

—Tiene mi palabra de que pase lo que pase, no lo dejaré solo.

—Eso es todo lo que necesitaba escuchar. Gracias, Jacaerys.

Lloró sin importarle lo que los demás dijeran de él cuando esa cabeza rodó, la máscara cayendo y revelando ese desconsolado rostro quemado y deformado por esas heridas espantosas. Lloró porque Sunfyre rugió, batiendo sus alas como si algo le lastimara, caminando hacia el cuerpo de su jinete al que llamó entre gemidos antes de caer al suelo, echándose a un lado y suspirando por última vez, partiendo con Aegon como el fiel dragón que siempre fue. Lloró al ver el rostro inexpresivo de su madre, la rabia brotando en su corazón arrasando con todo en su interior que tuviera que ver con ella.

Simplemente no pudo más, tomando a Vermax para alcanzar a Cregan quien ya había partido pues no quiso ser parte de los lores que apoyaron la decisión de la reina cuando esta les habló de la ejecución. El lobo siempre tan fiel a sus ideales prefirió marcharse antes que su boca pronunciara palabras de las cuales se pudiera arrepentir después. Juntos llegaron a Invernalia, el príncipe envió un cuervo a Daemon explicándole que estaría ahí por una temporada ayudando al Guardián del Norte con asuntos del Muro y otros malos pretextos, sin saber cuándo volvería.

De ser por él, nunca.

Le pareció gracioso que el Alfa por el cual se sintiera celoso se convirtiera de pronto en su mejor amigo, quien le acompañó en su duelo por Lucerys, hablando con él para no caer en la locura por la separación de su Omega de quien no tenía noticias. Sabía que Ser Cole nunca permitiría que le lastimaran, pero eso no quitaba que pudieran ocurrirle otras cosas. La hermana de Cregan, Sara Snow, se convirtió en una suerte de buena amiga, aunque había notado que ella había quedado prendada de él, haciendo más profunda su herida porque recordaba a su Aemond y el corazón se le estrujaba.

—Podrías escribirle —sugirió Cregan ahí frente al fuego— Si lo deseas, yo puedo hacerlo primero, preguntarle si quiere recibir tus cartas porque es obvio que no querrá saber nada de ti.

—¿Habrá dejado de amarme?

—No, eso no, los Omegas son de cariños permanentes no vientos de temporada. Pero tampoco puedes esperar que brinque de alegría.

—Lo sé —Jacaerys suspiró, mirando al lobo— ¿Puedes ayudarme?

—Somos hermanos jurados de sangre ¿no es así?

Claro que derramó más lágrimas cuando llegó la contestación con una sola palabra: "No". Pero al menos con eso tenía la certeza de que estaba bien, Ser Cole estaba haciendo su labor.

—Tiempo, Jace, dale tiempo.

—Está sufriendo, ¿por qué los dioses no me dan su sufrimiento? Puedo agonizar mil veces en su nombre.

—Tiempo.

Al menos ocupó esa estancia para hacerse mejor guerrero, entrenando con Cregan y aprendiendo a vivir como un norteño. Lejos de sus obligaciones abandonadas y de su familia cuyo lazo sintió muy débil, Jacaerys comenzó a tener una idea, una aspiración muy diferente a la que un día hubiera pensado cuando entendió que él sería el próximo rey de Poniente. No dijo nada a su amigo Stark, porque todavía no estuvo bien seguro de si realmente lo haría, dejó que los dioses mostraran cuál sería su camino de ahora en adelante, siempre y cuando esa senda lo acercara a su Omega.

—Le escribiré —afirmó una noche en la mesa de la cena a Cregan— Quiero escribirle.

—Adelante, me aseguraré de que llegue.

Tampoco hubo respuesta, pero como le dijera Lord Stark, el que no hubiera nada también era una señal de que las cosas habían cambiado pues en lugar de una negativa ahora tenía un prometedor silencio de sanación. Jacaerys fue hacia el antiguo arciano, así como había hecho un juramento con Cregan, de nuevo cortó su mano para ofrecer su sangre a los dioses del Norte.

—Siempre defendí el que no fuera un bastardo, pero ahora quiero serlo, no quiero mi nombre ni mi legado. No quiero herencia alguna ni tampoco lujos o rango alto. Todo lo que pido es volver a ver a mi Omega, quiero vivir a su lado y pasar cada día esforzándome por ser digno de su cariño. Un día me prometí que Aemond Targaryen sería mío, pero lo cierto es que fui yo quien terminó siendo suyo, eso es lo que mi corazón desea.

Un cuervo de Desembarco llegó con una noticia que le robó el color al rostro del joven Alfa cuando Cregan leyó el mensaje en voz alta para él. Lucerys estaba vivo, había sobrevivido al ataque de Vhagar, solo que había naufragado y rescatado por pescadores quienes lo salvaron. Había un detalle importante y fue su memoria, su hermano no recordaba absolutamente nada. Lo habían encontrado en Pentos, gracias a un Magíster quien dio la alerta a su madre la reina, misma que le ordenaba volver para recibirlo.

—¿En Pentos? —el corazón de Jacaerys se agitó— ¿Será posible...?

—Eso lo sabrás luego, me temo que debes volver.

—Gracias por darme tu amistad y tu hogar como refugio, Cregan. Quisiera pedirte un último favor.

El lobo rió torcido. —Eso que me quieres preguntar ya sabes la respuesta. Hazlo, Jace.

—¿Seguiré siendo tu hermano?

—Más que nunca.

Se sintió muy diferente al pisar de nuevo la fortaleza, o era que su mente ya comenzaba a hacerse a la idea. Todo era alegría dentro, aclamando a los dioses por el milagro de traer de vuelta al amado príncipe. Su abuelo Corlys y su abuela Rhaenys estaban ahí para celebrar. Todos celebraban. Recibió un abrazo de Daemon como un beso en su frente de la reina quien mencionó lo crecido que estaba, luego llevándolo con el resto de sus hermanos que rodeaban a un asombrado y tímido Lucerys.

—Luke, tu hermano mayor, Jacaerys, o Jace como le decimos de cariño.

—Jacaerys...

Fue ver a un perfecto desconocido, y al mismo tiempo, un rostro conocido de viejos tiempos, cuando Lucerys era más inocente. Ese mismo que lo había defendido con todo y el miedo que tuvo, salvo que ahora había perdido un ojo en una suerte de justicia poética malsana. Jacaerys ofreció una sonrisa corta como su abrazo, dándole la bienvenida usando esos modales de príncipe. En una oportunidad le preguntó a Daemon sobre su condición.

—Ya lo han revisado, todos los Maestres coinciden en que nunca volverá a recordar y que de hecho, tendrá siempre problemas para memorizar cosas.

—Vaya.

—¿Te produce placer saberlo?

—No siento nada, salvo lo necesario —confesó el joven Alfa— Un viejo cariño de hermanos, nada más.

Le hicieron un banquete y fiesta a Lucerys, quien estaba más perdido en todo eso, siempre preguntando sobre lo que era o debía hacer. Dolía verlo tan inocente y vulnerable, que lo buscara como un cachorrito perdido aferrándose a lo que más le diera seguridad.

—Um, ¿Alteza?

—Jace, somos hermanos.

—Me cuesta mucho... todo esto es como un sueño...

—Estás despierto, Luke.

Este asintió, mirando sus manos retorciéndose. —¿Es cierto?

—¿Qué?

—Que intentaron asesinarme, que por eso perdí un ojo y toda mi vida anterior.

Jacaerys tensó su cuello, apretando sus puños detrás de su espalda, haciendo el máximo esfuerzo por sonar de lo más casual.

—Nadie te lastimará.

—¿Me lo merecí? —los ojos de su hermano temblaron— Dime la verdad, por favor, ¿me lo merecí? Siento que me ocultan algo.

—Ya no importa, todo lo que debes hacer es vivir esta nueva vida y ser feliz.

Lucerys frunció su ceño, acercándose encogido hacia él con su cabeza inclinada en gesto sumiso.

—Me merezco tu odio ¿cierto?

—Luke...

—Puedo sentirlo —su hermano se mordió un labio antes de mirarlo— Lo siento, Jace. Perdóname.

—No tienes que...

—Perdóname.

Le dio un abrazo que tuvo cierto sabor a despedida. El príncipe esperó a que todo se calmara para solicitar una reunión con los reyes a solas.

—Jace, sé que esto no ha sido fácil...

—Madre, Su Majestad, le doy gracias a los dioses porque te han devuelto a tu hijo, tu felicidad ya no estará manchada y esa herida en tu vientre habrá de sanar. Pero yo estoy destrozado, Majestad, no tengo nada aquí, ni futuro ni alegría. Aegon sigue muerto, su nombre fue mancillado como el de mi Omega, todos lo han pasado por alto, excepto yo. Estoy seguro de que soy el único que lamenta todo, en especial que esto haya causado una ruptura en la familia. No puedo más, ya no más. Ver a Lucerys solo me recuerda a un inocente siendo decapitado y su dragón muriendo a su lado, a un Omega con graves heridas que fue desterrado cuando su único crimen fue defenderse. Antes de ofenderte, ofender a esta familia, tu trono y a los dioses mismos... renuncio.

—¿Jacaerys? —Daemon se sorprendió.

—¡Jace!

—A partir de este momento, no soy más tu hijo, no soy más tu Príncipe Heredero, no soy más un Targaryen, un Velaryon o un Alfa de alta cuna. Renuncio a todo, no me llevo nada conmigo salvo a mi dragón Vermax pues es imposible separarnos. Mi destino y suerte quedan en mis manos, no sufras por mí pues no se puede extrañar algo que no existe. Jacaerys Tagaryen deja de existir el día de hoy. Renuncio, Sus Majestades, que los dioses antiguos y nuevos los bendigan por siempre. Adiós.

—¡JACE! ¡¿QUÉ CREES QUE ESTÁS HACIENDO?! ¡JACE!

Salió a paso vivo de la sala del concilio con mentón en alto, quitándose el jubón, dejando las caras prendas caer al suelo, pidiéndole a un sirviente que le compartiera las suyas. Jamás había experimentado algo que se sintiera tan bien. El joven sonrió al salir de la fortaleza porque de pronto se sintió muy libre, ligero como una pluma e increíblemente alegre de no tener la menor idea de lo que sería de su vida de ahora en adelante. Corrió con un grito al cruzar los portones, sonriendo a todos los de los callejones y pasillos de Desembarco rumbo a Pozo Dragón, buscando a su dragón.

Vermax estaba saliendo cuando un caballo llegó al lugar, con Daemon montado en él. Creyó que ordenaría que lo detuvieran y fuera devuelto a la fortaleza para recibir un castigo, pero todo lo que el Rey Consorte hizo fue lanzarle un pesado morral que revisó para encontrarlo lleno de dragones de oro.

—Bien hecho —le halagó Daemon con una sonrisa y un guiño.

Jacaerys sonrió, asintiendo y agradeciendo ese gesto al montar a Vermax, ambos saliendo de ahí rumbo a Essos con el corazón del joven Alfa lleno de entusiasmo y esperanza. Ya estaba consciente de que Aemond bien podría rechazarlo, pero lucharía por recuperar su amor. Siempre podría volver a comenzar y esta vez lo haría mejor. Así fue como llegó a Pentos, buscando la mansión del Magíster a quien le preguntó por el paradero de su Omega, encontrando que vivía ahí mismo en una suerte de milagro divino.

—¿Quiere que le llame?

—No, no —Jacaerys tuvo una idea— Mañana es el día de su nombre y quisiera su ayuda para una sorpresa, Excelencia.

—Oh, adoro las sorpresas.

Esperar fue tortuoso, pero tuvo su recompensa cuando fingió que llegaba en el patio de aquella mansión, olfateando ese perfume por el cual un día se volviera loco, abriendo sus brazos al ver a su Omega correr hacia él con la hermosa expresión de la sorpresa feliz.

—Aemond.

—¡JACE! —nada se comparó al sentimiento de abrazarlo de nuevo, olfatear el dulce aroma de sus cabellos, sentir el calor de su piel, saberlo vivo y a salvo.

—Feliz Día de tu Nombre, mi Omega.

Aemond sollozó, mirándolo. —¿Sigo siendo tu Omega?

—Jamás dejaste de serlo.

Se besaron, largo, desesperado con un abrazo todavía más necesitado. Las manos de su Omega recorrieron su rostro, sonriéndole entre lágrimas de dicha que luego fueron de incertidumbre al inspeccionar sus ropas.

—¿Qué ha pasado?

—Mm, dejé todo.

—¡¿Qué?!

—Renuncié a todo.

—Jace, pero... pero... ¡eres el Príncipe Heredero!

—Ya no más.

Ese hermoso ojo se llenó de lágrimas, sujetando con fuerza el cuello de su camisa.

—Es tu herencia.

—Jamás lo fue.

—Jace, ibas a ser rey... ibas...

—¿Para qué quiero Siete Reinos si mi único reino eres tú?

Aemond bufó, preocupado por él. Negó a su expresión angustiada, besando su frente y cepillando sus cabellos.

—Fue lo correcto, por Aegon, por ti, por todo.

—... tonto.

—Es cierto.

—Quemé tu carta.

—Está bien.

—¿Qué me escribiste?

—"Te amo y te necesito, no puedo vivir sin ti", algo así pero con más palabras redundantes.

—¿En Valyrio?

—Me temo que no.

—Oh.

—Todavía no me siento tan seguro.

—Eso podemos arreglarlo.

—Pero antes de eso... —Jacaerys hincó una rodilla frente a Aemond, tomando su mano derecha entre las suyas— Aemond Targaryen, tienes ante ti un Alfa que no posee nombre ni riquezas, es un bastardo a decir verdad, pero es uno que te ama con locura y está dispuesto a cruzar los Siete Infiernos de ser necesario con tal de hacerte feliz, porque te hizo una promesa que piensa cumplir. Aemond... ¿me harías el honor de ser mi esposo y mi Omega?

Este sonrió de esa forma que creyó perdida, asintiendo al tirar de su mano para que se pusiera de pie y besarlo una vez más, brincándole para que lo sujetara por sus piernas, riendo tan claro y feliz como su aroma se lo hizo saber.

—Acepto, Jace el bastardo.

Rieron, rieron dando vueltas y besándose hasta que el Magíster llamó su atención.

—Creo que tendremos una boda.

Jacaerys asintió, mirando orgulloso a su feroz y siempre tan valiente Omega. No necesitaba más, tenía todo lo que necesitaba justo entre sus brazos.

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