La mano del Extraño
Jonás en la ballena, no
No puede ver el día
De cálamo y de pena, oh!
Nutría su dolor
¿Qué me cautiva?
¿Qué me ahoga, amor?
No quiero ser otro, no
Ni prisionero de engaño
Tiemblo y temblar no es vivir
Si por amarte me daño
Jonás y la ballena, Miguel Bosé.
Jacaerys suspiró un poco, jalando aire para continuar con el beso que Aemond había comenzado. Las manos del príncipe recorrían lentas esa figura esbelta, apretando la cintura estrecha del Omega al sentirlo tallarse contra sus caderas. Era imposible no reaccionar ante esa iniciativa, menos cuando su prometido llegó a su sala de estudio cerrando las puertas tras sus espaldas, sonriéndole depredador y sentándose en sus piernas sin darle tiempo a ponerse de pie, rodeando con sus brazos su cuello para darle un beso apasionado. Continuaban en la fortaleza, pues la costumbre decía que debían despedir a todos los invitados conforme fuesen retirándose y eran los suficientes para comenzar a aburrirse.
—Alfa...
Eso sin mencionar que algunos de ellos iban a quedarse hasta sus bodas, así que también debían considerar ese convivio algo tedioso con tantos lores y damas queriendo ganarse su favor al saberlos los cuasi herederos del trono. Aemond tiró de sus cabellos, algo que notó le gustaba... como el que el príncipe también lo hiciera si bien le parecía un poco salvaje eso, no queriendo despertar en su Omega sentimientos que echaran a perder el momento. Jacaerys echó su cabeza hacia atrás, entrecerrando sus ojos con una sonrisa, pegando por completo al otro a sus caderas, sintiendo claramente su excitación. Estaban jugando con fuego, no podía romper la promesa a su madre aunque eso no implicaba que no hicieran esos juegos, sobre todo cuando era su prometido quien deseaba tenerlos.
—Tócame.
—¿Cómo quieres que te toque?
Con ese dulce aroma llenando el aire de la sala, su prometido tomó su mano para llevarla hacia su entrepierna, queriendo que abriera sus pantalones con las mejillas ligeramente sonrojadas. El joven Alfa lo besó, gruñendo apenas antes de complacerlo, tomando entre sus manos ese miembro ya despierto y comenzando a acariciarlo, bebiéndose los gemidos que vinieron. Las caderas de Aemond se movieron en el acto, sujetándose mejor a sus hombros al separarse de sus labios, pegando su mejilla contra la del príncipe, dejándole escuchar sus lindos sonidos de Omega excitado mientras prácticamente se balanceaba sobre su mano, restregándose con insistencia.
—¿Por qué... por qué... aahh... por qué no podemos hacerlo?
—Es un promesa a la reina, mi amor.
—P-Pero... ¡aahh! Pero yo lo deseo, te deseo, Jace —Aemond se estremeció al mover su mano más aprisa, arañando sus hombros— Vamos a casarnos... a casarnos... podemos...
—Resiste, hermoso. Solo un poco más.
Su Omega empujó su muñeca más abajo, queriendo que lo tocara en aquel sitio que Jacaerys ya había olfateado por el singular olor que despedía. Negó apenas, complacido de tenerlo así de caprichoso, apretando sus labios al respirar hondo antes de complacerlo, observando el momento en que Aemond echó la cabeza hacia atrás, ofreciendo su cuello para su deleite, gimiendo algo sonoro al sentir cómo le exploraba apenas un roce alrededor de esa delicada piel que se estremeció a su toque, humedeciéndose mucho más. Estaba tentándolo a cargarlo y tomarlo en la mesa frente a ellos sin importarle ya nada.
—J-Jace... más...
—Sshh —mordisqueó esa suave piel con aroma a lirios, bien podía dejarle una que otra marca, hasta donde tenía entendido estaba permitido.
Esas inquietas caderas buscaron que sus dedos explorando fuesen más adentro, demasiado peligroso. Todo el aroma de Aemond gritaba entrega, deseo... apenas si estaba conteniéndose, doliéndole su entrepierna por esos movimientos lascivos de su prometido, el cual terminó con un grito ahogado al abrazarse de golpe, casi ahorcándolo con sus brazos y tensándose, dejando su cuerpo flojo entre sus brazos que lo sujetaron al sentir que dejaba caer sobre su hombro.
—¿Aemond?
—¿Mm...?
Jacaerys sonrió, besando su cuello. —Eres un travieso.
—Hm.
Luego de un rato, su Omega se irguió, mirando entre sus cuerpos el desastre dejado por sus manos inquietas pero también cierto bulto en sus pantalones que quiso tocar para recompensarlo.
—¿Jace?
—No, cariño.
—Pero...
—Si lo haces, en serio no me voy a poder contener y de verdad que no podemos romper la palabra dada a la reina.
—¿No es doloroso?
—Un poco —aceptó el joven Alfa, besando esos labios en puchero— Nada grave. Ya podrás demostrarme todo lo que me deseas en nuestra noche de bodas ¿sí?
—Es que no quiero verte así... no es muy justo.
—Quedo tranquilo si tú estás satisfecho.
—Jace...
Un beso calló la retórica por venir, riendo al escuchar un gruñido de protesta, mismo que fue interrumpido por un toque en la puerta de su guardia.
—Disculpe, Alteza, la reina desea su presencia.
Aemond gruñó de nuevo, soltándolo de mala gana para ir a la recámara a lavarse y cambiarse de ropas porque fue imposible quitarles el aroma que delataba sus juegos. Siguiendo la costumbre que ya tenían en Rocadragón, una vez con sus nuevos trajes, su prometido fue hacia él para terminar con los detalles. Un botón, los cinturones, acomodar el cuello. Jace arreglos sus cabellos, con ayuda de su muy solícito Omega cuyas manos terminaron de alistarlo, sonriéndole cariñoso con uno que otro beso.
—¿Te veré en la cena?
—Tal vez antes. Recuerda no amenazar con dagas a la Corte.
—Pues que no sean impertinentes.
—Aemond, no.
Fuese adivina o que sospechara que dejarlos solos por mucho tiempo daba pie a otras cosas, su madre lo entretuvo con los regalos que llegaban para ellos con motivo de sus nupcias. Siendo el heredero al trono, era obvio que todos querrían un poco de su atención por medio de exquisitos obsequios, algunos bastante ostentosos. La Serpiente Marina también había dejado sus presentes, bastante exóticos como lujosos, pues en sus términos un buen matrimonio debía comenzar con arcas llenas y su primer nieto no iba a ser la excepción.
—¿Están comportándose? —Rhaenyra lo olfateó— Hueles a él.
—Sí, madre, no estamos haciendo nada... malo.
—Jacaerys.
—Lo juro.
—Un poco más, hijo, eso te pido, luego pueden escandalizar a media fortaleza.
—¿En serio?
La reina rió, mostrándole las telas que había elegido para su traje de bodas, hablando con el sastre presente para las indicaciones. Era una madre que estaba llena de dicha por la primera boda de su primer hijo. Sin duda ella estaba sumamente emocionada, como Otto quien también mostraba su alegría por ese enlace con su nieto. Nadie mencionaba a Alicent, seguramente para no echar a perder la buena fortuna de la futura pareja. Cuando terminó aquel suplicio de pruebas y medidas, Jacaerys salió a respirar algo de aire fresco, preguntando por su prometido.
—El príncipe Aemond está con Lord Stark, Alteza.
No quiso ponerse celoso, pero lo hizo. Ese lobo le robaba la atención de su Omega en el menor descuido, jamás se había propasado ni tampoco hecho proposiciones indecorosas, pero vaya que tenía encantado a Aemond con sus anécdotas sobre Invernalia, pero más con esa espada de acero Valyrio, una de las cosas que le encantaban. Fue a encontrarlos en uno de los jardines que miraban hacia los puertos, charlando entre sonrisas y esa mirada de Cregan recorriendo discretamente la figura de Aemond sin que este lo notara porque no era de fijarse en eso, menos estando comprometido.
—Alteza —saludó Lord Stark cuando se plantó frente a ellos— Espero que su día esté siendo satisfactorio.
—No tanto como quisiera.
—Cregan estaba enseñándome su espada —comentó Aemond con entusiasmo— ¿Ya la has visto? Es tan pesada y gruesa.
"Cregan".
Jacaerys gruñó.
—¿Jace?
—Mi príncipe —Ser Cole se acercó saludando con una reverencia— La princesa Baela quisiera que la ayudara en la selección de los postres para el banquete de bodas.
—Sin duda algo que atender —sonrió el lobo— Y me temo que se marchará, Alteza.
—Continuaremos luego —asintió Aemond, alcanzando una mano de Jacaerys que apretó— Nos vemos más tarde, te dejo con Cregan.
"Cregan".
—Anda, no la hagas esperar.
La risa de Lord Stark alcanzó sus oídos cuando su prometido desapareció, girándose hacia este con una ceja arqueada.
—No hay razón para ponerse celoso, Alteza, no pretendo hurtarle a su prometido justo días antes de la boda frente a la reina y los lores de casas vasallas por comenzar la lista.
—No estoy celoso.
El lobo rió bajito, cruzando sus manos detrás de su espalda. —Solo admiro a su Omega si puedo ser honesto. Tenía la impresión de que en el Sur no gustaban de su tipo.
—No lo hacen.
—También lo he comprobado, pero Su Alteza está muy orgulloso de él, lo cual habla muy bien de su persona.
—¿Cómo son los Omegas en el Norte?
—Igual que él —respondió Cregan mirando por donde Aemond había desaparecido— Allá no pueden ser mimados como aquí, nuestras Manadas necesitan de su mano firme pero amorosa, son luchadores y me atrevo a decir que tienen la última palabra si sabe a qué me refiero.
—Vaya.
—Siempre he creído que en estos lugares piensan en los Omegas como algo frágil que rompe la fortaleza de un Alfa.
—Quiero pensar que Lord Stark lo ve de otra manera.
—Así es, es como mi espada, a pesar de tener una hoja de acero Valyrio, sería un poco peligrosa e impráctica de no tener su empuñadura. Es por la empuñadura que se vuelve un arma mortal. Los Omegas son así, Alteza, nos hacen mejores.
—Es una visión hermosa, Lord Stark, debo admitirlo.
—Por eso me llama la atención su boda, siendo el príncipe heredero puede tener a quien desee, dudo que la reina se lo negara, pero ha elegido al príncipe Aemond.
—Solo él me hace feliz —confesó Jacaerys, torciendo una sonrisa— Me hace mejor Alfa.
—Así es como debe ser.
—No quise parecer impertinente, solo que mi Omega ha pasado por demasiado y no quiero que lo dañen.
—Yo no lastimaría, Alteza, prefiero cercenarme la mano.
El príncipe iba a comentar algo chusco por ese comentario, pero la expresión y el tono en Cregan lo extrañaron, frunciendo apenas su ceño al darse cuenta. Lord Stark sí que sabía ser discreto al mismo tiempo que contundente.
—¿Sabe de alguien que desea lastimarlo?
—¿Puedo hablar con sinceridad, milord?
—Adelante.
—He observado que su hermano Lucerys pareciera guardar cierta... rabia contra el príncipe Aemond, no de aquella que es puramente salvaje, sino de la que busca tener una mano ganadora.
—¿Cree que mi hermano pretende hacerle daño?
—Es muy difícil para un Alfa aceptar una derrota, mil veces peor el rechazo de un Omega. Su poca experiencia siendo Alfa es un factor en contra. Presumo que el príncipe Lucerys ya lo ha intentado, he notado que su Alteza Aemond reacciona a la defensiva con él.
—Tuvieron sus roces.
—Cuidado, mi señor, le vi en su banquete de coronación algo rencoroso, celoso también aunque no de la clase que solo divierte o infla nuestros pechos de orgullo. El príncipe Aemond se presentó de forma sublime, más al demostrar su sumisión. Un ego todavía moldeándose es peligroso cuando guarda una herida que no ha sanado.
—He hablado con él, Lord Stark, está consciente de que no le permitiré insultos ni daños.
—A veces, hay que ser más incisivos para dejar en claro el mensaje, Alteza.
—¿A qué se refiere?
—Ya lo verá.
Tuvo que agradecer la advertencia, siendo más consciente de la interacción entre su hermano con su Omega. Aemond estaba siendo educado y por demás diplomático en presencia de Lucerys, a veces distante si era posible, por lo que su límite estaba bien dibujado, idealmente no deberían tener problemas. Jacaerys no quiso estar obsesionado con eso, quería disfrutar de los preparativos de sus bodas, solo que las palabras de Lord Stark iban a ser una suerte de premonición un día que Ser Cole pidió hablar con él a solas.
—¿Qué sucede, Ser Cole?
—No sé cómo decir esto, milord.
—Como deba ser, Ser. ¿Es sobre Aemond?
—Hay... sucedió algo.
—¿Cuándo?
—Luego del desayuno, mi príncipe no quiso hacer más escándalo, pero yo no puedo quedarme así, Alteza.
—Eres su guardia designado por los reyes, debes protegerlo incluso de mí mismo, así que no estás faltando a tu juramento.
Cole jaló aire, apretando el mango de su espada. —Su hermano, milord.
Jamás le había puesto una mano encima a Lucerys, lo amaba demasiado para eso, además de que su hermano no cometía algún error como para maltratarlo así, pero ese día el joven Alfa rompió esa regla al escuchar de Ser Cole cómo Lucerys había tocado a su Omega cuando este se encontraba leyendo en la biblioteca en su acostumbrada rutina. Todo pareció como un simple saludo al coincidir en el lugar, solo que Aemond bajó la guardia al sentir que el otro estaba siendo cortés, repitiendo el incidente que tuvieran alguna vez. Lucerys quiso forzarlo para "demostrar" lo poco leal y fácil que era según sus ideas, Aemond peleó de nuevo, cosa que escuchó Ser Cole, llegando al momento cuando lo abofeteó y de no ser por la oportuna intervención de su guardia, algo malo hubiera pasado porque su hermano fue más agresivo esta ocasión. Su prometido había terminado con un labio partido, un golpe en un costado además de quedar temeroso.
—¡LUCERYS!
Jacaerys vio rojo, alcanzando el cuello de aquel y casi arrastrándolo fuera de la fortaleza con todos mirando asustados hacia la playa detrás con la guardia consternada sin saber qué hacer al verlo estampar a Lucerys en la arena, sacudiéndolo en rabia pura de solo imaginar el daño causado a su Omega con tan estúpida acción solo por "demostrar" que no era digno de él.
—¡TE LO DIJE! ¡YO TE LO ADVERTÍ! ¡TE PROHIBÍ TOCAR A MI OMEGA!
—¡Jace! —tosió su hermano buscando liberarse.
—¿QUIERES QUE TE LO DEJE MÁS CLARO?
—¡Príncipes!
Le dolió porque se trataba de la familia, más eso no superaba su sentido de protección hacia Aemond, saber que lo había puesto en ese estado de alerta y miedo por su estúpido egoísmo al no poder aceptar que lo prefirió a él lo hizo estallar en furia. Un par de guardias lo separaron cuando la sangre brotó de la nariz y boca de Lucerys, todavía gruñéndole y siseando con sus ojos rojizos. Después de ese día ya no volvió a dirigirle la palabra, ni a mirarlo. Siempre lo consideraría su hermano, pero ya no pudo convivir más con él. Aemond estaba en primer lugar y así se lo hizo saber a la reina cuando se enteró del incidente. Para su fortuna, Daemon estaba ahí escuchando, negando apenas al intercambiar una mirada con su madre, dándole a entender que estaba al tanto de lo que había ocurrido entre ellos.
—Es una obsesión malsana de Lucerys.
—¡Y tuvo el descaro de afirmar que Aemond lo incitó!
—Jace, respira —ordenó Rhaenyra, tomando aire— Yo sé que Aemond no lo hizo. Te creo, hijo.
—Él siempre me ha defendido y peleado por mí, Su Gracia, jamás habré de olvidar eso, pero no soy un digno hijo tuyo si permito que lastimen a mi Omega.
—No puedo enviarlo lejos cuando tu boda está tan próxima, será después.
—Podemos mantenerlo fuera, que atienda el cuidado de los dragones y cosas así —opinó el Rey Consorte, mirando a Jacaerys— Luego veremos su castigo. Como lo ha dicho la reina, de momento es una mala imagen reprenderlo públicamente porque afecta tu celebración, ten calma, enfócate en cuidar de Aemond. Nosotros nos encargaremos de Lucerys.
—Gracias, Sus Majestades.
—Has hecho bien, Jace —su madre lo abrazó, palmeando apenas su espalda— Me tranquiliza saber que Aemond no tiene nada de qué preocuparse contigo.
Encontró a este silencioso cuando fue a verlo a su sala, mirando el fuego de la chimenea con una mesita llena de platitos de postres sin probar con el aroma a ungüento medicinal en su rostro lastimado. Su aroma de nuevo estaba apagado, tenía miedo y claro que debía sentirse así. La rabia vino de nuevo, pero la aplastó antes de que su aroma lo delatara, prefiriendo tener una esencia protectora y tranquila al acercarse para besar su mejilla, poniéndose de cuclillas a un lado.
—¿Aemond?
—Ser Cole ya te dijo ¿verdad?
—Es su deber, mi amor.
—¿Por eso...?
—Tú estás primero, porque ahora tú eres mi familia.
Su Omega apretó sus labios, mirando su regazo. —No quiero ser la causa de una ruptura en la familia, que se distancien por mí. No quiero...
—Aemond —le detuvo, tomando su mentón con cariño— Tú no eres causa de nada, ni tampoco eres algo malo ¿recuerdas? Mi hermano es un idiota y necesitaba que lo moliera a palos para que lo entendiera.
—¿Qué pasará?
—Bueno, luego de que pueda levantarse estará haciendo penitencia con los trabajos que los reyes le impongan hasta que pase nuestra boda, luego de eso recibirá un castigo.
—¿Ellos no están enfadados?
—Claro que no, hermoso, comprenden lo que ocurrió.
Aemond se quedó callado, mirando el fuego con ese ojo temblando ligeramente, reflejando las llamas antes de volverse a él, buscando sus manos que besó por los nudillos un par de veces, luego tallándolas contra su mejilla. El típico gesto de un Omega implorando comprensión.
—Gracias por creer en mí.
—Pueden suceder miles de cosas, Aemond, tan increíbles como desquiciadas, pero jamás una sola de ellas me hará perder mi fe en ti. Eres mi Omega, siempre lo serás —el Alfa sujetó su mano que levantó en alto— Yo te sostengo, no lo olvides.
La sonrisa en su prometido le trajo cierto alivio, obsequiándole un beso tierno en su frente. No supo qué dijeron los reyes al resto de sus hermanos, porque la dinámica familiar tuvo un cambio, quien más lo mostró fue su hermanito Joffrey quien ya era muy protector con Aemond cual centinela mientras andaban juntos. Fue de los que estuvo enfurruñado, dándole la espalda a un convaleciente Lucerys, mientras que Baela le comentó su disgusto por la falta de respeto en su hermano, acusándolo con sus abuelos Velaryon para que también lo reprendieran. Le agradó la muestra de solidaridad, perdido ya en todos los preparativos sin final, cuidando del estado de ánimo de su Omega.
Todo en verdad pareció mejorar con el paso de los días, de tal suerte que Aemond tuvo ganas de volar, ayudar con las invitaciones, llevando la correspondiente con los Baratheon. Era una vieja etiqueta, muy apreciada todavía, pero algo rancia. Uno de los dos prometidos se presentaba en la casa principal para dejar personalmente en las manos del lord regente la invitación a la boda real. El joven Alfa le dejó hacer porque sabía lo mucho que su prometido apreciaba el sentirse útil y hacer algo así. Lo que parecía una simple entrega, de pronto se volvió una pesadilla. Aemond regresó pálido, empapado de pies a cabeza y cayendo de rodillas ante un estupefacto Jacaerys con el rostro lleno de lágrimas al mirarlo presa del más absoluto terror.
—P-Perdóname, Alfa... y-yo... yo... —tembló su Omega, sollozando— He a-asesinado a Lucerys.
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