Esa mente sin recuerdos
Quiero dormir cansado para no pensar en ti
Quiero dormir profundamente y no despertar
Llorando con la pena de no verte
Quiero dormir cansado y no despertar jamás
Quiero dormir eternamente porque estoy enamorado
Y ese amor no me comprende.
Durmiendo vivir durmiendo
Soñando vivir soñando
Hasta que tu regreses y te entregues en mis brazos
Prefiero vivir durmiendo no quiero vivir llorando
Hasta que tu comprendas que yo sigo enamorado.
Quiero dormir cansado para no pensar en ti
Quiero dormir profundamente y no despertar
Llorando con la pena de no verte
Quiero dormir cansado y no despertar jamás
Quiero dormir eternamente porque estoy enamorado
Y ese amor no me comprende
Quiero dormir cansado, Emmanuel.
Los días pasaron con Aemond gastando la mayor parte del tiempo mirando las olas en la playa donde se sentaba a ver hacia el horizonte sin realmente prestar atención. A veces, deseaba con todas sus fuerzas subir en Vhagar y volar hacia Jacaerys porque no podía con su ausencia. Otras, simplemente le lloraba por los rincones. No había querido escucharlo cuando fue a su celda, ignorando el sonido de su voz, ni tampoco hizo esfuerzo por llamarlo cuando Daemon lo detuvo en su partida. Era lo mejor. Sabía que el joven Alfa intentaría arreglar las cosas que ya no tenían remedio porque siempre había sido una buena persona con las mejores intenciones. Lo extrañaba tanto que había noches en las que la respiración le fallaba y sentía su corazón palpitar tanto que le daba la sensación de que estallaría dentro de su pecho.
El Magíster les hizo saber que eran bienvenidos todo el tiempo que desearan estar ahí en Pentos, no tenía problema en que ellos vivieran en la ciudad por el resto de sus días, pues fue la promesa que juró a su hermano Aegon el de apoyarlos incondicionalmente. Por ese lado no tenía presiones, Ser Cole tampoco lo animaba de momento a nada, respetando su duelo, tan solo siempre acompañándolo a todos lados como el fiel guardián que incluso le llamaba todavía príncipe cuando ya no tenía ningún título. Pentos era una ciudad alegre, con mucho movimiento por todas las diferentes personas que cruzaban por sus calles con aromas tan diferentes y sin embargo, llenos de vida. Los envidiaba en verdad, deseando arrancarles un trocito de esa dicha.
Durante una de sus muchas tardes sentado en ese tronco largo y pesado semi enterrado en la playa, Ser Cole le trajo una carta. Aemond no le prestó atención, creyó que sería de alguna personalidad pública de Pentos buscando ganarse su favor pues tenía nada menos que a una dragona de la Conquista consigo. Luego se dio cuenta de que tenía el sello de los Stark. Venía de la lejana Invernalia. Fue algo extraño, si bien guardaba un buen recuerdo del Guardián del Norte en lo poco que lo conoció. Eran escasas letras, a decir verdad, pues Cregan no era un hombre que se gastara en discursos y además iba directo a su objetivo sin rodeos. Todo lo que le pedía era saber si estaba bien y si acaso aceptaría una carta del príncipe Jacaerys, intercediendo por este para que aceptara ese favor.
¿Qué hacía Jacaerys en Invernalia? No lo supo, en realidad no estaba enterado de nada de lo que sucedía en Poniente, ya le había pedido a su fiel guardián que se abstuviera de contarle noticias porque dolía demasiado escuchar viejos nombres. El Omega se tomó varios días para pensarlo, al final, envió su respuesta con un simple "No", pese a que moría por dentro al haber escrito semejante palabra tan ajena a sus verdaderos deseos. Jacaerys debía olvidarse de él, buscar una mejor pareja y hacer su vida como en un principio debió suceder. Los dioses tenían una forma de hacerle ver su suerte, porque después de enviar la carta de regreso a Invernalia con tal fatal respuesta, recién acababa de tomar asiento sobre aquel tronco en una mañana luminosa cuando escuchó una risa inconfundible que le puso la piel de gallina.
Lucerys.
Se puso de pie, buscando su espada en acto reflejo mirando alrededor, primero creyendo que estaba alucinando debido a la pena o lo habían hechizado los dioses. La risa volvió a escucharse, tan clara y limpia que sí pensó en estar delirando, prestando atención al origen. No muy lejos estaban los pescadores entregando sus mercancías a los vendedores de los puertos entre discusiones y negociaciones con bromas en el medio. De ahí provenía esa risa fresca y cantarina a la que se aproximó dispuesto a todo, ya no tenía nada qué perder. Aemond se sorprendió de encontrar entre el grupo de pescadores al joven príncipe ataviado en las mismas humildes ropas de aquellos, usando un turbante en su cabeza que ocultaba una herida recién cicatrizada en su nuca que se veía espantosa. Quizás lo que más le sorprendió fue ver que Lucerys había perdido su ojo derecho, usando un parche como él.
—Milord —saludaron al acto los pescadores con una reverencia al verlo tan cerca— ¿Desea comprar algo?
El joven Alfa se giró de inmediato, ofreciendo esas sonrisas que Aemond le conociera de tiempo atrás, sin malicia ni doble intención, levantando un canasto lleno de pescados al hincar una rodilla con tanta naturalidad que le pareció hasta una burla de no ser por la voz sincera que le habló.
—Milord, vea esto, son de lo mejor. Recién acabamos de pescarlos, le prometo que su sabor hará que vuelva por más.
—Lugo sabe lo que dice, mi señor —sonrió un anciano— Tiene el buen olfato para la mercancía más fina.
—¿L-Lugo?
—Soy yo, Excelencia —asintió Lucerys, levantando más el canasto— Escoja, no pague nada de momento, así le pruebo la calidad de la mercancía.
Aemond lo miró estupefacto, no estaba jugando definitivamente, todos debían ser unos fabulosos actores en tal caso, lo que significaba que Lucerys...
—Creo que tomaremos un par —Ser Cole casi lo hizo respingar al hablar detrás de él— Y pagaremos por el trabajo honesto.
—¡Oh! ¡Por supuesto! ¡Gracias, milord!
Mientras Lucerys se alejaba para envolverlos a toda prisa, su guardia se dirigió al anciano que pareció conocerlo.
—Ese joven no estaba antes con ustedes, lo recordaría
—Oh, es que proviene del gremio de Poniente, mi señor. No tienen mucho que llegaron a Pentos buscando abrir una nueva ruta de comercio.
—¿Y ese joven...? —Ser Cole señaló su nuca y ojo.
—Ah, pobrecito, según escuché de los suyos, lo encontraron en una playa casi a punto de morir. Cerca estuvo de hacerlo porque tuvo una fiebre de los demonios, pero despertó gracias a los dioses, solo que sin recordar nada, señor. Ni su nombre, ni su familia, ni nada. Lo acogió un matrimonio maduro que le enseñó esto de la pesca, seguro fue algo parecido a ser pescador porque le sale muy bien el negocio ¿no le parece? Nadie lo ha reclamado así que igual toda su familia pereció en el mar.
—¡Aquí están! Son cortesía de la casa, insisto —rió Lucerys— Para que haya la buena voluntad de... ¿cómo era?
—La buena voluntad de quien está seguro de su mercancía —terminó el anciano riendo con él pues ya lo había dicho, probando que no estaba muy bien de la cabeza.
—¡Eso! Vaya es que todavía no se me graban bien las cosas.
—Despacio, Lugo.
—Por favor, milord, pruebe los pescados, le gustarán.
—Así lo haremos —el caballero tomó el paquete, jalando al Omega— Gracias y sigan trabajando, que los dioses los bendigan.
—¡Hasta pronto, milord!
Tuvo muchísimas ganas de llamar a Vhagar y que lo quemara ahí mismo, de cortarle la cabeza con su espada en un solo tajo, golpearlo con sus propios puños hasta matarlo... pero nada de eso hubiera tenido sentido puesto que Lucerys ni siquiera sabía quién era, no lo había reconocido ni por asomo. Lo notó en la franqueza de su mirada inocente. Aemond no entendió la clase de broma del destino al presentarle al culpable de su suerte siendo un pescador desmemoriado. Ser Cole regaló los pescados en el camino, regresando a la mansión para ambos pensar qué era lo que podían hacer, bien era posible el escribir a la fortaleza para avisar de la aparición de un príncipe dado por muerto, contratar mercenarios para acabar con lo que habían comenzado o no hacer nada de ello. La impresión del encuentro fue tal que el Omega tuvo que recostarse en su cama por unas horas.
—¿Qué desea hacer, mi príncipe?
—Nada de momento... no sé qué hacer, Criston.
—Lo mejor es dar aviso, alguien puede reconocerlo y hacerle daño, entonces seríamos cómplices indirectos de lo que pudiera sucederle, el trono ya no nos tendría tanta misericordia y el Magíster no tiene tanto poder como para defendernos.
—Mi hermano... —el Omega jadeó, sintiendo lágrimas brotar en su ojo— Esto...
—Puede averiguar qué tanto recuerda el príncipe, mientras llegan a rescatarlo.
Aemond miró a su guardián. —Puedo hacerlo.
Y es que deseaba respuestas ante semejante milagro retorcido que solo hizo la muerte de Aegon más dolorosa al carecer de sentido ahora. Regresó al día siguiente para hablar con Lucerys bajo el pretexto de más pescados que compró, notando que ese Alfa ya no tenía los viejos modales ni gestos con los que lo relacionara. De hecho, era como si hubiera renacido en otro cuerpo que solo era similar al antiguo. Muy poco había de la persona de Lucerys Velaryon en el humilde pescador llamado Lugo y esa reminiscencia no formaba algo que pudiera llamarse un recuerdo. Si enviaran a alguien dando las señas del príncipe sin conocerlo, ese alguien no lo encontraría aunque lo tuviera enfrente.
—Ya sé que es raro no recordar —comentó Lucerys al preguntarle de su pérdida de memoria— A veces sí quisiera saber quién fui, pero luego me digo que así estoy muy bien.
—¿Por qué dices eso?
El chico se encogió de hombros. —No sé, bueno si lo sé, pero mi señor pensará que estoy más loco de lo que ya puedo estar.
—Quisiera escucharlo.
—Bueno... es como una... ¿cómo se dice? ¿Corazonada?
—Sí.
—Una corazonada de que esto de perder el ojo y mis recuerdos es un pago por algo que hice. Y por eso no quiero recuperar esa vida, está bien, si así las cosas han obtenido una justicia, no me importa porque puedo seguir adelante.
—Tal vez poseías una vida envidiable y no lo sabes.
—Mm, sí se me ha cruzado por la cabeza, milord, no sé qué tan bien me iría si llegara a recordar algo de eso. O si sería feliz de recuperarlo. En mi corazón hay como un viento susurrando que todo está bien y es lo más sano para mí. Acá saliendo al mar a pescar me siento increíble, me gusta vender los pescados, mirar tantos rostros y estar con mis padres adoptivos. No creo poder con otra cosa si le soy honesto. ¿Sonaría muy creído si dijera que así me siento mejor Alfa?
Aemond frunció su ceño. —No...
—He perdido mucho, es verdad, pero he vuelto a comenzar y me doy cuenta de que no he perdido del todo, me tengo a mi mismo. Esto que ha quedado pienso es lo mejor de mí, por eso se salvó. A sus ojos debe parecer muy poco, también he pensado en eso, debe ser muy poco, más es suficiente. Perdone mi señor si mis palabras suenas como balbuceos de ebrio, trato de expresarme lo mejor posible con la honestidad debida. Todo esta persona mía no tiene mucho para dar, pero está bien así como está. Debo aprender a vivir con ello.
—Curiosos pensamientos.
—Pues solo soy un pescador, mi señor, echo redes y le canto al mar esperando que sea bueno conmigo así como no tomó mi vida me pueda alimentar.
Lucerys le sonrió, volviendo a su labor de desenredar esas cuerdas que formaban su red. El Omega apretó sus puños, tentado a revelarle todo y hacerlo sufrir.
—Lo siento —habló de repente el joven Alfa.
—¿Qué?
—Lo siento... por lo de su ojo, milord.
—Tú...
—Si he aprendido un poco este tiempo es que hay que cuidar a los Omegas. No sé lo que le pasó, mi señor, de todas formas y por las dudas, quisiera decirle que lo siento a nombre de quién lo haya provocado por si no se lo dijo o fue alguien malo. Lo siento.
Aemond abrió sus labios y los cerró de golpe, sintiendo un nudo en la garganta. Lucerys estaba diciéndolo de corazón, como había esperado escucharlo en sus sueños. Pentos tuvo que ser el escenario rodeados de las más raras y amargas circunstancias.
—... gracias.
—¿Es cierto que usted es un jinete de dragón?
—Sí.
—Increíble, me da gusto.
—¿Por qué dices eso?
—Son cosas lindas, los dragones con sus jinetes volando en el cielo y eso me hace sentir que vale la pena vivir.
—No entiendo eso.
—Como le dije, igual perdí cosas importantes, una vida importante. O tal vez no era tan importante... me refiero a que no estaba yo haciendo algo bien. No estamos seguros, pero ya no me importa porque estoy a gusto sin ojo con mi raya en la cabeza. Y en esta nueva vida, noto que hay cosas que deben suceder, como que los Omegas no sufran y tengan cosas lindas. Es como ver que el sol sale de nuevo al otro día, entonces el mundo tiene sentido, al menos para mí. Perdone, milord, no sé expresarme bien, lo estoy molestando.
—No, no, no es eso... —Aemond negó un poco alterado de escucharlo— Es que... recuerdo algo que me lastima.
—¿Alguien le hizo daño? ¿Por eso mira tanto al mar?
—... podría decirse.
—¿Y está lejos? ¿O muerto?
—Digamos que un poco de ambas cosas.
Lucerys silbó, mirándolo con ojos muy abiertos. —Los dioses no lo dejarán sin castigo, ya lo verá, mi señor. Tarde o temprano siempre hay que pagar por las deudas que se contraen. Se puede echar un cuerpo al mar, pero este lo devolverá lunas más tarde.
—Eres algo peculiar, Lugo.
—Solo soy un pescador, milord.
Una carta llegó días más adelante, era nada menos que de Jacaerys. La echó al fuego sin leerla, sintiendo su corazón dolerle de nuevo y las lágrimas venir otra vez. El Magíster les avisó que un barco llegaría a Pentos proveniente de Desembarco con las velas de los Targaryen. Al final sí habían dado aviso, pero sin mencionar que fueron ellos quienes dieron con el príncipe, dando a su anfitrión la oportunidad de recibir una recompensa al devolverle a la reina su hijo dado por muerto y así ganar su favor. Aemond miró desde lejos esa comitiva encabezada por Tyland Lannister encontrar a su príncipe entre los asombrados pescadores.
—La reina le perdonará al haber recuperado su hijo.
—No, no lo hará —Aemond suspiró hondo, limpiándose una lágrima— De todas formas, Lucerys recibió un daño de mi parte, un daño permanente. Es como si lo hubiera matado en vida.
Sin duda, cuando la conmoción hubiera pasado, el príncipe rescatado les contaría de sus charlas y su persona, no tenía muchas expectativas sobre eso. O ganas de que algo sucediera. ¿Qué era lo que podía pasar sino que se burlaran o afirmaran que estaba bien su exilio? El Omega volvió a su rutina de pasar el tiempo frente a las olas, sintiéndose al menos un poco aliviado de que Lucerys estuviera vivo aunque nunca iba a recuperar sus memorias y seguramente la pasaría un poco mal cuando supiera todo lo que había sido, si es que llegaban a decirle todo. Le tuvo cierta compasión pues si ahora pensaba diferente, seguro que se avergonzaría de ciertos hechos. Llegó el Día de su Nombre, con Ser Cole regalándole a primera hora de la mañana una armadura de cuero que había comprado a sus espaldas.
—Alteza —el Magíster lo saludo— Le felicito por el día de su nombre.
—Gracias, Excelencia.
—Tiene una visita.
—¿Qué?
Justo en ese momento, un rugido de dragón se dejó escuchar en la explanada junto a la mansión. Aemond abrió su ojo, estremeciéndose de pies a cabeza, porque conocía ese sonido. Vermax. Casi resbaló por las escaleras que tomó para ir corriendo como desquiciado al encuentro de un Jacaerys aliviado de encontrarlo, descendiendo de su dragón. Lo primero que notó diferente en el Alfa fueron sus ropas, comunes, no de un príncipe, con sus cabellos más largos y una barba apenas incipiente en su mandíbula. Si le hubieran preguntado, habría afirmado que tenía un aspecto muy de las tierras del Norte de Poniente, muy Stark. El Omega casi quiso llorar, no entendiendo la razón para estar ahí cuando sus deberes lo ataban a la fortaleza y más con su hermano de vuelta.
Entoncs Jacaerys le sonrió, correspondiéndole el gesto al llegar hacia él, atónito, confundido, un tanto feliz porque había llegado precisamente el Día de su Nombre, pues pese a sus negativas y cartas sin responder había volado hasta ahí solo por verlo. Fue inquietante el percibir su aroma tan distinto, como si algo de gran magnitud hubiera sucedido en su vida. Era cierto alivio o libertad, quizás algo más, el Omega quiso preguntar, también reclamar en esas contrariedades que todo el tiempo habían estado en su mente y eran parte de él, pero el recién llegado habló primero.
—Aemond —escuchar su voz fue darse cuenta de cuánto lo había necesitado, rompiendo a llorar, buscando esos brazos que lo envolvieron, dándose cuenta de que ese siempre había sido su verdadero hogar.
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