Deseos ocultos
Desde que llegaste
No me quema el frío
Me hierve la sangre
Oigo mis latidos
Desde que llegaste
Ser feliz es mi vicio
Contemplar la luna
Mi mejor oficio
No te prometo amor eterno porque no puedo
Soy tripulante de una nube, aventurero
Un cazador de mariposas cuando te veo
Y resumido en tres palabras, cuanto te quiero
Desde que llegaste, Reyli Barba.
Tres cosas gustaba Aemond por sobre las demás: Vhagar, luchar con espada y leer.
Jacaerys ya lo había invitado a pasear en los dragones, confirmando su idea sobre lo mucho que encantaba al Omega el volar en el lomo de esa gigantesca dragona. Cuando el viento le traía su aroma, olfateaba lo feliz que era con ella de una forma que en tierra firme no detectaba. También se percató de una de las razones y es que Vhagar en verdad reaccionaba a su jinete, si Aemond se sentía tenso o en peligro, ella se comportaba hostil, protegiéndolo al separarlo con su cola o una de sus alas. Nadie lo protegería mejor que la Reina de los Dragones, le era incondicional. Se puso un poco celoso por ello, quería ser el primero en eso, dándose un coscorrón mental por competir con un dragón cuando era obvio que su prometido dependía de su dragona porque a falta de una figura materna, ella sustituía la protección y cariño que le faltaron después de perder su ojo.
Y es que en lo alto, las amenazas, burlas o desprecios no existían, solo la siempre bienvenida sensación de absoluta libertad sin restricciones o etiquetas por nacer en cierta casta. De ahí la razón por la cual Aemond se había hecho tan buen espadachín, era la espada la que le otorgaría algo de esa libertad entre ellos pues siendo un Omega enfrentaba ciertas dificultades, las cuales eran borradas con su ferocidad para la batalla. En un duelo amistoso con Daemon, el joven Alfa se deleitó con la destreza mostrada por su prometido quien puso en aprietos a su padrastro. Daemon era fantástico manejando a Hermana Oscura, por algo tenía esa reputación con sus rivales y enemigos, encontrando en Aemond alguien digno de su nivel, recibiendo los halagos de aquel cuando terminaron el duelo.
Sería la primera vez que viera a Daemon caer al suelo, con su prometido sonriendo complacido de enviar otro Alfa contra las duras piedras del patio de entrenamiento. El príncipe maldijo por reacción innata, gruñéndole más no en amenaza, de eso Jacaerys pudo atestiguar, solo que los guardias de Daemon no lo tomaron así, avanzando hacia ellos, uno desplegando su dominio Alfa para someter al insolente Omega que había lastimado a su señor. Antes de que pudiera mover un dedo para detenerlo, fue el propio Daemon quien se levantó de golpe, poniendo el filo de su espada contra el cuello del guardia al separarlo de un alterado Aemond.
—¡¿Cómo te atreves a usar un dominio Alfa en un príncipe Targaryen?! —bramó Daemon, empujándolo y señalando a todos los presentes— ¡Que les quede algo muy claro, próximo idiota que haga eso terminará en las fauces de Caraxes junto con su familia!
—¡Milord!
—Vaya con su Omega, Alteza —le animó el Maestre Gerardys— Necesita sentirse protegido.
No se lo dijo dos veces, Jacaerys dejó que Daemon reprendiera a sus guardias mientras él iba hacia un congelado Aemond. Hasta en la ley estaba prohibido usar el dominio Alfa en un Omega a menos que fuese una situación de vida o muerte porque solía tener un efecto adverso en ellos, los lastimaba lejos de ayudar. Alcanzó la mano que sujetaba todavía la espada, usando sus feromonas para hacerlo sentir a salvo, sonriéndole cariñoso.
—¿Estás bien?
Aemond asintió apenas. —No había necesidad de castigarlos, solo reaccionaron como lo hacen todos los guardias.
—Pero deben respetarte, todos deben hacerlo.
—¿Porque soy tu prometido?
—No, porque mereces ser respetado —el príncipe tiró de su mano— Ven, debes refrescarte.
—De todas formas, hubiera podido defenderme —aclaró el Omega cuando se lavó y bebió algo de agua fresca— Ser Cole me entrenó para resistir un dominio Alfa.
—Te ha entrenado bien, mira que le ganaste a Daemon.
—No estaba peleando con todas sus fuerzas.
—Tú tampoco —Jacaerys le guiñó un ojo.
Ese balcón con jardín interior se convirtió en el sitio frecuente de Aemond, si de pronto nadie lo veía, era seguro que estaba ahí leyendo sus libros por varias horas. Tenía un amplio repertorio de conocimientos que iban desde la historia de los Targaryen hasta los últimos escritos sobre expresiones artísticas de Poniente. Sin duda, uno de sus temas favoritos era la poesía, otro era la política. Jacaerys imaginó que en Antigua no era muy bien visto que fuese tan instruido, en los Siete Reinos los Omegas no solían interesarse en esos temas, más bien pasaban sus días aprendiendo labores domésticas o cosas más mundanas como bailes de la Corte o el dominio de algún instrumento solo para amenizar las reuniones. Por eso le encantaba más, era singular, una auténtica joya que sería solo suya.
—Quiero darte otro regalo —le anunció emocionado en un almuerzo que tomaron juntos en uno de los jardines a solas— He trabajado en él.
—De acuerdo —Aemond lo miró con curiosidad al verlo nervioso.
—Bien... no te muevas, no vayas a voltear o no podré darte el regalo.
—Como digas.
Respirando hondo, el joven Alfa se puso de pie, rodeando la mesita para quedar detrás de él y buscando el libro de poemas que abrió en una de las hojas marcadas, aclarando su garganta al ver la espalda del confundido Omega, comenzando a leer Valyrio en voz alta:
"Debajo de la luna a la luz de las estrellas del Norte.
Yace el viejo Árbol Blanco bajo un combrero azul.
Tan viejo como las montañas y el mar del este.
Yace el viejo de piel blanca y cabello rojizo.
Mas sabio que todos los señores del continente es.
Pues ante sus ojos ha visto nacer al hombre cruel,
A los melosos hijos del bosque ocultos en el bardal,
Y a los alegres guisantes de los que ahora no quedan ya.
Amigo fue alguna vez de los habitantes del Norte,
Un tiempo dejó dormir a los norteños a sus brazos,
Más ahora tiene tiempo que no los ve,
En su lugar ve pasar inventores de capa negra.
Algunos ven con horror el rostro del Árbol Blanco.
Vengativo es. Usa de comida las cabezas del enemigo,
Que yacen dentro de su cuenco vacío."
Jacaerys se mordió un labio al terminar, volviendo a su lugar en la mesa encontrando el rostro divertido de Aemond.
—¿Qué tal lo hice?
Nunca esperó que su prometido se riera, fue una risa discreta pero al fin una risa más sonora de las que le había escuchado. Eso le gustó, a costa de su pobre Valyrio, su orgullo Alfa voló a los cielos porque era él quien lo estaba haciendo reír.
—¿Estuvo tan malo?
—Has dicho "combreros" en lugar de "sombreros" y "guisantes" en lugar de "gigantes" —corrigió el Omega todavía sonriendo— Pero ha sido una declamación impresionante. Gracias, Jace, nunca me habían dedicado una poesía.
—¿En serio? ¿Ni tus hermanos?
Aemond negó. —Tenían cosas qué hacer.
—Bueno, yo te diré una poesía igual que te he llevado flores a tu recámara, creo que las flores tienen más tino que mi pronunciación, perdona mi falta de educación.
—No es sencillo aprender Valyrio cuando... —el otro calló de repente, mirando su regazo como si hubiera cometido un error.
El Alfa lo adivinó aunque no lo dijera, ese tema que siempre saldría a flote por más que lo enterraran porque había cosas que no se podían ocultar, no se podía tapar el solo con un dedo. Su bastardía. Aemond había querido decir que no era sencillo aprender Valyrio cuando no se poseía sangre Targaryen como la suya. Los Alfas Targaryen eran quienes cargaban la magia de la sangre de dragón más pura, sus mujeres lo pasaban a sus cachorros en una forma más débil, diluida como un vino fino al que se le ha agregado agua. Jacaerys rió para sus adentros, alcanzando una mano del Omega para que le mirara.
—Me esforzaré para charlar tranquilamente contigo en Valyrio.
—Lo haces bien, no debí ser grosero con tu obsequio, lo siento.
—Me gustaría que hicieras algo por mí, Aemond.
—¿Qué es?
—Deja de pedir disculpas por todo, no estás haciendo nada malo. Tengo que dominar la lengua de nuestros ancestros si acaso quiero honrarlos como a mi Manada. Que me lo hagas notar no es una crítica ni una grosería, precisamente son las cosas que yo necesito que me hagas ver ¿recuerdas?
La sonrisa volvió para su satisfacción, con su prometido asintiendo, dando un ligero apretoncito con sus dedos entrelazados.
—Lo recuerdo. Has declamado uno de mis poemas favoritos.
—Confesaré que noté que era de tus consentidos porque los has marcado —Jacaerys abrió el libro, dejando ver una marca discreta junto al título— Lo hiciste con unos pocos.
—Te has fijado en eso.
—Seguro, todo lo que tenga que ver contigo me es de relevancia.
Hubo un tenue y fugaz sonrojo en esas pálidas mejillas, Jacaerys se anotó otro triunfo, terminando el almuerzo para volar juntos antes de la cena. Sus pequeños hermanos ya se habían adaptado a la presencia de Aemond, una que otra ocasión lo habían interpelado para unirlo a sus juegos o como en esa noche, Aegon decidió que tomar asiento en su regazo era mejor sitio que su propia silla, robándose alimentos del plato de su prometido con toda la desfachatez de un cachorro de su edad. Su madre iba a quitárselo, pero el Omega se negó, aparentemente contento con tener al inquieto principito con él. No le cupo duda alguna que su tío estaba permitiéndose abrir su corazón poco a poco ahora que se sentía más protegido y a salvo.
Observándolo con un cachorro hizo que el joven príncipe suspirara, imaginando cómo luciría Aemond con un cachorro que fuera de ambos en su regazo. Con un aroma tan fértil y dulce en el Omega, sin duda tendría una familia tan numerosa como la de su madre, claro, si su prometido lo consentía. Se despidieron como siempre, Jacaerys besando el dorso de su mano al dejarlo en su puerta. El sueño de todos se vería interrumpido por un llanto en un pasillo de un cachorrito perdido en la oscuridad por travieso. Aegon había querido "asustar" a Aemond, perdiéndose en los pasillos al escapársele a su nodriza. Todos se despertaron al escucharlo, corriendo a verlo.
Aemond fue el primero en encontrarlo, sin duda ese instinto Omega era el mejor para hallar a un pequeño demonio de la noche que se refugió entre sus brazos. Daemon solo rió, su madre negó, preguntándole a la nodriza cómo se le había escapado mientras Jacaerys se perdía en una visión que no había tenido antes. Fuese por las prisas, su prometido había salido disparado de la cama como todos, solo que olvidó su bata. Su camisón de dormir había resbalado por un hombro porque Aegon se sujetó inquieto de él cuando lo levantó del suelo. Esa perfecta y hermosa piel lechosa con el aroma evidente al estar al descubierto lo dejaron embobado. Un pisotón de Daemon lo trajo de vuelta a la realidad, sonrojándose con fuerza y agradeciendo que era noche para que los demás no lo notaran.
—Dámelo, yo lo llevaré —sonrió Rhaenyra, recibiendo a su hermanito— ¿Qué hemos dicho de corretear por la noche?
—Maaamiiiiii...
Aegon fue consolado por sus padres, dulces reprimendas antes de que todos se dispersaran. Jacaerys alcanzó a ver la mirada extraña de Aemond sobre el cachorro con su madre, girándose bruscamente luego de despedirse, dejando solamente ese rastro de perfume tras él. También vio el rostro de Lucerys, su hermano siguiendo el camino de su prometido en la oscuridad, entre serio y tal vez atraído por el mismo aroma que lo había embobado, no estuvo muy seguro, no se veía bien.
—Buenas noches a todos —repitió Daemon con un poco de más fuerza para que volvieran a sus recámaras.
Su atención quedó en el Omega, le había dado la sensación de que esa mirada se llenó de celos al ver cómo era tratado Aegon, pero no fueron celos rabiosos, más bien dolosos. El joven Alfa se tumbó en la cama, preguntándose la razón para semejante expresión, pronto cambiando a su piel descubierta, su aroma sin restricciones bajo las ropas tan recatadas que usaba, en ese luto que no había soltado pese a que ya había pasado el tiempo reglamentario. Aemond olía delicioso, en su noche de bodas no iba a contenerse. Una mano del príncipe bajó a su entrepierna, todavía embelesado por ese perfecto perfume, a punto de complacerse cuando escuchó un toque tímido en su puerta, respingando asustado.
—¿Quién? —sonó algo molesto por ser interrumpido.
—¿J-Jace?
Tuvo que pellizcarse para aceptar que Aemond era quien había tocado a su puerta, levantándose aprisa, tropezándose con la mesita al correr a la puerta y abrirle preocupado, acomodándose sus cabellos y asegurándose sobre todo que su pantalón no lo delatara.
—¿Aemond? ¿Estás bien? ¿Sucede algo?
—... perdón por...
—Deja eso —Jacaerys negó, mirando a ambos lados— ¿Qué pasa?
Miedo. Dolor.
El aroma de su prometido olió a eso, asustándolo, saliendo por completo para sujetar una de sus manos que encontró algo fría.
—¿Aemond?
—¿Puedo...? —este se relamió esos rosados labios, sin levantar la mirada— ¿Podría quedarme contigo esta noche? No quiero dormir solo.
Se dio cuenta al sujetar su mano que el Omega temblaba ligeramente. El Alfa en su interior brotó de inmediato cual protector ante el aroma pidiendo refugio. Tiró ligero de la mano de Aemond, llevándolo dentro y preguntándose qué había pasado en el brevísimo tiempo en el que todos regresaron a sus habitaciones para ponerse así en un abrir y cerrar de ojos. Negó, eso sería para después. Jacaerys corrió a su cama, estirando un poco las sábanas y ofreciendo caballeroso el sitio que ocupara a su prometido.
—Espero no te moleste todo el desastre.
Aemond ya inspeccionaba alrededor, negando apenas antes de ir a la cama, dudando un poco al mirarlo de reojo y luego quitarse su bata para meterse aprisa bajo las cobijas. Hubiera reído de verlo comportarse así luego de haberle pateado el trasero a Daemon, pero su preocupación ante su temor lo mantuvo serio y atento a cualquier gesto de ayuda. Siendo su recámara, su aroma dominaba, creando un efecto tranquilizador en el Omega.
—¿Qué sucede? —preguntó al ver que dudaba de nuevo.
—¿No vas a...?
—Ah —el príncipe sonrió, negando al mismo tiempo— Eso no, Aemond. Sería una falta de respeto a tu persona que compartiéramos la cama.
—Pero...
—Yo ocuparé el sofá, no te angusties. Además... —fue al mueble para moverlo de forma que quedara a un costado de la cama— Mira, me quedaré así, tú puedes verme todo el tiempo ¿de acuerdo? Ya es tarde, deberías descansar, yo arreglaré un poco, no esperaba visitas.
—¿No te molesta?
—Para nada, buenas noches, Aemond.
—Buenas noches, Jace.
Cada vez eran menos esos "Alteza" o "príncipe", lo que indicaba que iba por buen camino. Jacaerys le dio la espalda, acomodando sus cosas lo mejor posible y avivando el fuego de la chimenea para que su prometido no sintiera más frío. Ese aroma angustiado se diluyó, quedando de nuevo el fragante perfume de siempre. Se dio media vuelta, encontrando una figura perdida en sus sueños con una respiración pausada. Con la luz de la luna tocándolo, parecía en verdad una de esas visiones de la Vieja Valyria. Fue a abrigarlo mejor, preguntándose si dormir con el parche no sería incómodo y luego quedando sorprendido al ver en una de las manos de Aemond su morralito de esencias.
Una sonrisa de oreja a oreja apareció en el rostro de Jacaerys, inflando su pecho en regocijo, la verdad era que no había esperado que usara ese morralito, fue uno de sus primeros intentos de cortejo y ayuda para hacerlo sentir en casa. Ver esa fina mano sujetar el discreto regalo equivalió a que le hubieran puesto la corona del Conquistador en la cabeza. Estaban avanzando y por ese instante, disfrutó mucho de la pequeña y tímida victoria. Tendría que pensar en otros obsequios similares ahora que había aprendido más de Aemond, sus muros comenzaban a caer o mejor dicho a ser menos altos.
No pudo evitar el acariciar sus cabellos, inquieto por ese brusco comportamiento. ¿Qué lo había asustado? Preguntaría a los guardias apenas amaneciera. Aspirando un poco de su aroma que a él mismo lo apaciguó pues se había molestado con la idea de que alguien intimidara a su Omega, Jacaerys se tiró en el sofá, observándolo hasta que el sueño lo venció, apenas si recordándose en despertar primero para no molestarlo cuando se levantara. Sonrió para sí al darse cuenta de que Aemond había ido a buscarlo, a él, a su futuro Alfa por protección. Le tenía ya la suficiente confianza para ello, incluso dispuesto a que estuvieran juntos en la cama pese a que eso era incorrecto por más prometidos que fueran. Su Omega lo había elegido para mantenerlo a salvo.
"Toma eso, Vhagar."
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