Descubriendo un tesoro

Ese modo de andar
Ese look cha cha cha
Casi, casi vulgar
Y esas cejas
Me sentí castigar
Te dije sí sí
Por tu forma de amar
Tan salvaje

Hay un ángel en tu mirada
Inquietante tabú

Nena
Luna serena
Todo es posible
Menos tú
Nena
Ambar y arena
Boca insaciable

Solo tú (Promesas y mentiras)
Solo tú (Estrella de mi corazón)
Solo tú (Sofisticada diva)
Solo tú (Una ola, una ola, una ola)

Nena, Miguel Bosé.



Luego de asegurarse de que la salud del rey estaba mejor al haber sufrido una recaída por la cena, volvieron a Rocadragón para esperar la llegada de Aemond una vez que estuviera listo el edicto. Jacaerys se despidió de él obsequiándole esa daga con la que se había cortado la noche anterior, obteniendo de su tío un intento de sonrisa que fue para él como una sonrisa muy sincera, porque tanto su mirada como su aroma eran diferentes, más suaves y cordiales. Su madre no dejó de felicitarlo por lo que consideró un éxito la cena, haciendo planes para recibir a su medio hermano. Al príncipe le agradó esa atención en su persona y sus cosas, un cambio luego de muchas lunas con Lucerys acaparando todo.

Este, por cierto, parecía que venía de un funeral. Ya no gruñía ni tampoco era grosero con sus hermanos menores, cierta amenaza de Daemon también había aportado su granito de arena en ese cambio de humor. Tenía que hablar con él, no le gustaban los juegos y tretas, menos con un hermano al que quería tanto. Cuando llegaron a Rocadragón y descansaron, Jacaerys lo llamó para esos paseos que solían dar por la playa, muchas veces sin hablar, simplemente caminando por la arena mojada, lanzando piedras a las olas o pateando uno que otro palito seco.

—¿Luke?

—¿Qué?

—¿Te molesta que vaya a casarme con Aemond?

—No.

—Di la verdad.

Su hermano miró a lo lejos, con esa expresión típica suya de hastío cuando no quería hablar de un tema por vergüenza, flojera o enfado. Apostó a que eran las tres juntas esta vez.

—¿Luke?

—¿Por qué él?

—Me gusta.

—No puede gustarte alguien a quien viste ¿qué? Como dos veces recientemente.

—Tú has platicado con él mucho más ¿no es así?

Lucerys se detuvo, mirando hacia el mar, luego hacia el cielo como si estuviera buscando a Arrax, finalmente volvió su rostro hacia su hermano mayor.

—Este compromiso es un error.

—¿Por qué?

—No va a funcionar, Aemond no es... no es ideal para ti.

Jacaerys arqueó una ceja. —¿Y lo dices porque...?

—Tiene mal carácter y no lo digo queriendo perjudicarlo, pero vamos, no tiene el suficiente carisma para ser pareja de alguien, no hablemos de sus cualidades físicas como Omega. Puede ser un buen amigo sí, pero nada más, sobre todo para alguien como tú.

—¿Esa es tu impresión de él?

—Lo he tratado lo suficiente para darme cuenta de eso. Te digo esto como tu hermano, sin ánimos de otra cosa.

—¿No será que Aemond no cede a tus caprichos y por eso lo tienes en mala estima?

—¡Claro que no! —bufó Lucerys— ¿De qué hablas?

—Suenas a alguien despechado, Luke.

—Imaginaciones tuyas.

—Júrame por la vida de nuestra madre que no estás herido porque Aemond se casará conmigo y no contigo.

Su hermano lo miró largo en silencio, girándose de pronto hacia el mar dejando que el viento le despeinara, llevándose sus feromonas con cierta rabia en ellas.

—Luke.

—Creo que has cometido un error, te apresuraste solo porque... no sé, te pareció que su aroma era agradable. Sí, es lindo, pero no tanto si te detienes a meditarlo un poco. No es que yo esté herido, Jace, es que me preocupa que hayas metido la pata.

—El hermano mayor soy yo.

—Pero luego tiendes a ser algo ingenuo.

—No fue una decisión apresurada.

—Yo digo que sí, pero dejemos que sea el tiempo el que te abra los ojos.

Fue imposible sonsacarle la verdad, aunque Jacaerys sospechó que sí estaba despechado por el rechazo de su prometido. Un cuervo llegó avisando que el barco donde venía Lord Mano con el príncipe Aemond llegaría al otro día, así que todos se alistaron para la mañana ligeramente nublada cuando apareció Otto Hightower escoltando a su nieto hasta las puertas de Rocadragón, entregando el edicto al joven Alfa con sus felicitaciones, mirando a un serio Aemond.

—Enorgullece a tu casa.

Le chocó un poco la falta de entusiasmo paternal en Lord Mano, si pensaba en Lord Corlys o su abuelo, el afecto era diferente. Eso le dolió un poco por el Omega que solo asintió, presentándose con una reverencia ante su madre una vez que lo dejaron solo frente a ellos.

—Esta es tu casa ahora, cariño, todo estará bien —aseguró Rhaenyra con esa voz dulce que tenía para hacer sentir bien a los demás.

Otra cosa que no le gustó a Jacaerys fue el poco equipaje que Aemond trajo consigo. Su hermano Joffrey podía necesitar un barco para él solo si iban a Marcaderiva nada más por unos días. Dejó para luego la observación, ofreciendo su mano a su prometido, sonriéndole al presentarle el castillo, llevándolo hasta su recámara ya preparada para él. El Omega agradeció con voz quieta el gesto, inspeccionando alrededor con ese tipo de mirada recelosa de que hubiera alguna trampa escondida. Solo negó ante su resistencia natural a un lugar nuevo, presentándole la servidumbre de confianza que tendría a su sola disposición.

—Dejaré que te instales, vendré por ti para la cena.

—Es muy serio —opinó Joffrey saliéndole al paso, siempre espiando cuando no debía.

—Si tú fueras a vivir a un lugar donde no conoces a nadie, serías igual.

—Mm, no sé, yo conozco a todos.

Rió a la broma de su hermanito, despeinándolo para ir a hablar con su madre sobre la estancia de Aemond en Rocadragón, agradeciendo como ella ya había planeado todo, incluyendo ese tema delicado de sus Celos que pasaría en una torre alejada bien resguardado.

—Nada de buscar otras cosas —Rhaenyra le apuntó con un dedo— Quiero que lo respetes, sé que Daemon les ha dicho ciertas palabras y los anima a comportarse como el resto de los Alfas, pero con Aemond no, Jace. Hazlo por tu madre.

—Te lo prometo.

Lejos de que la cena fuese incómoda, más bien le pareció que tuvo su normalidad usual. Su prometido pareció una sombra, sin moverse mucho o hablar solo cuando su madre o Daemon le dirigían la palabra. Luke no lo miraba, todavía algo molesto. Al escoltarlo de vuelta a su recámara, Jacaerys le obsequió el primero de sus regalos de cortejo, un morralito con esencias de flores relajantes para que lo pusiera debajo de su almohada y pudiera dormir tranquilo. Aemond lo aceptó en silencio, pasando un fino dedo sobre el bordado del emblema Targaryen, algo pensativo.

—Bienvenido —sonrió el príncipe ladeando su rostro— Haré todo lo posible porque estés como en casa.

—No tengo casa —musitó el Omega, luego respirando hondo— Gracias.

—Me preguntaba si el resto de tus pertenencias vienen en camino —Aemond negó, mirando el morralito— ¿Eso es todo?

—No tengo mucho. Es mejor.

—Tal vez es mejor, pero luces como si tuvieras un voto de humildad.

Aemond tardó en responder. —Yo no tengo... soy práctico, no me gustan los estorbos.

—¿Tú no tienes qué? —Jacaerys no lo dejó pasar, deteniéndose cuando el otro lo hizo.

—... este es mi primer regalo en mucho tiempo.

—Es imposible, debiste recibir en el día de tu nombre...

—No —la voz del Omega fue casi imperceptible— Buenas noches, Alteza.

El aturdido príncipe no se iba a quedar con ese desconcierto, indagando sobre la vida de Aemond en Antigua. Le pareció inaudito que un príncipe con sangre real no tuviera regalos de cuando en cuando así estuviera lejos de la capital, era el hijo del rey. Grande fue su sorpresa al saber que había sido una petición del propio Omega el no tener regalos, así que su tío le había comprado cosas en su lugar, más nunca fueron presentados como obsequios o gestos de buena voluntad, de ahí que por ello tampoco tuviera tantas pertenencias. Aemond había dejado todo en Antigua y en Desembarco, había influido un poco el haber tenido de plan original convertirse en un caballero o guardia real, motivo por el cual debía de deshacerse de cosas superfluas.

Más no explicaba todo.

Aprovechó esas indagaciones para darle otro regalo mejor, mientras los días pasaban y Aemond se acoplaba mejor al ritmo de vida en Rocadragón. Con sus hermanitos inquietos, las ocurrencias de Joffrey como la siempre atenta amabilidad de su madre, hicieron que la convivencia no fuese tensa o extraña. Lo era en pequeños momentos donde estaba involucrado Luke por el desdén de su hermano hacia su prometido, mirándolo como si esperara que confesara algo o esperara que hiciera alguna barbaridad de las que le había advertido. Jacaerys esperó de todo corazón que ese rechazo fuese desapareciendo con el tiempo, no quería alejar a Luke, ni tampoco entrar en conflictos en su relación incipiente.

—Hey, te encontré —saludó una mañana a su prometido regresando de ver a su dragona— Tengo algo para ti.

—Ya me has dado algo.

—Aemond, mereces más que un simple morralito para dormir. Ven.

Ofreciéndole su mano que fue sujeta luego de un momento de duda, lo llevó a una parte que no se usaba del castillo y que había mandado arreglar para su cortejo. Sonriendo de oreja a oreja, el joven Alfa no ocultó su entusiasmo al llevar a Aemond hacia esa zona, una pequeña torre con balcón, deteniéndose en las puertas para mirarlo.

—Espero que te guste esto.

Empujando las puertas, Jacaerys le dejó ver la sorpresa. Ese balcón había sido decorado como un jardín privado, teniendo como flor dominante esa que fuese la favorita de Aemond allá en Antigua, de pétalos azulados en las puntas con un aroma muy suave y relajante. Lord Hightower había sido muy amable en informarle que siempre le habían gustado, pasando horas estudiando en los jardines donde crecían si bien nunca pidió que las pusieran en sus habitaciones o las sembraran en los lugares que frecuentaba aparte de los jardines.

—¿Cómo...? —su Alfa interior celebró al verlo asombrado como un cachorro recibiendo el regalo más ansiado de su corta vida—Jace...

—¿Te gusta? Dado que nadie ocupa esto y estaba abandonado, pensé en que te gustaría tener un sitio solo para ti, donde nadie te moleste. Ya he ordenado que nadie entre cuando lo estés ocupando, es tu espacio personal además de tu recámara, Aemond.

—... es demasiado. Molestarás a la princesa...

—No has visto todo —cortó con un guiño, señalando a la mesita junto al asiento del balcón.

Si Jacaerys estaba felicitándose por dentro, prácticamente bailó toda una danza de júbilo cuando el aroma del Omega se disparó al ver los libros en la mesa. No eran nuevos, pero eran sus favoritos, traídos desde la mismísima Ciudadela solo para él. Había hecho muy bien su trabajo, ese rostro atónito a punto de sonreír de felicidad lo buscó, sosteniendo dos de los libros entre sus manos que parecieron temblar.

—¿Cómo lo hiciste?

—Yo te dije que te haría feliz, empezando por darte las cosas que amabas y dejaste atrás. No hay necesidad de eso conmigo, Aemond. Lo que tú desees puedes tenerlo, menos el traer a los dioses, no tengo esa clase de autoridad.

Aemond apenas si bufó divertido, apretando los libros contra su pecho. Ya se había dado cuenta lo mucho que le agradaban desde que sus hojas habían traído impregnado su aroma Omega de tanto hojearlos. Y de nuevo le consternó el por qué no los pidió a su tío siendo que este fue un buen tutor con todos ellos.

—Jace...

—Bueno, te dejo para que disfrutes tu regalo. ¿Te gustaría un paseo a caballo? Hay una playa que no has visto.

—Seguro.

—Hasta entonces.

—Jace —su prometido le llamó con otro tono más cordial— Gracias, de verdad.

—No es un favor ni un deber, me complace verte feliz y darte aquello que te haga sonreír.

Cerró las puertas al salir, celebrando en silencio su pequeño triunfo al olfatear semejante aroma tan delicioso como alegre. Aemond bien podía no haber expresado mucho en ese rostro, pero vaya que su esencia Omega gritaba regocijo. No entendió cómo Luke podía afirmar que era una mala pareja cuando no le había visto hacer nada malo. Estaba consciente de que en algún momento tendrían una que otra diferencia de opinión como en todas las parejas, pero de ahí a que su prometido fuese alguien detestable había todo un océano de diferencia.

—Pareces muy feliz, Jace —se topó con Daemon de vuelta a las salas comunes.

—Lo estoy.

—Me gustaría hablarte de Alfa a Alfa.

—Adelante.

Daemon miró hacia la torre donde se había quedado Aemond, luego volviendo sus ojos hacia el joven príncipe quien se preparó para un embate similar al de Luke, fallando en sus suposiciones.

—No lo atosigues, necesita tiempo y espacio.

—No pienso hacerlo, por eso le he dado ese balcón solo para él. Debe sentirse agobiado al no tener un lugar donde no sea vigilado.

—Bien, solo quería decirte eso.

—¿Daemon?

—¿Qué sucede?

—Siento que tú y mi madre están en común acuerdo con alguna opinión sobre mi compromiso.

—Eres perspicaz cuando quieres, Jace —sonrió Daemon, palmeando un hombro suyo— Yo no estoy en posición de hablar de ello y la verdad, creo que es mejor no hacerlo a menos que vaya a ser necesario.

—¿Ah? No entiendo tus palabras.

—Tan solo sé cuidadoso, es lo que te pedimos.

—He dado mi palabra de honor y no le fallaré.

—Buen chico.

Tendría su recompensa para la noche, cuando ya estaba dispuesto a ir a la cama. Unos golpes tímidos en su puerta detuvieron sus pasos, extrañado de que alguien lo llamara a tales horas. Cuando abrió, Jacaerys se asombró al ver a Aemond, parpadeando un poco al no creer lo que sus ojos veían. El nerviosismo en su aroma fue claro, usando sus propias feromonas para que no se sintiera así.

—¿Aemond?

—Esto es para ti.

Le tendió uno de los libros que había traído, delgado y pequeño, una colección de poemas antiguos escritos por los ancestros Targaryen. El joven Alfa lo tomó aún incrédulo de la situación, observando el viejo libro con ese dulce aroma impreso en sus hojas, era un libro viejo, seguro que había copias actuales del mismo en la Ciudadela, pero notó la razón para ser la elección de Aemond: tenía en su cubierta nada menos que una ilustración donde aparecía Vhagar. Eso ya lo había notado también, el Omega tenía una conexión con su dragona impresionante, quizás solo superada por su jinete original, Visenya. Por estar perdido en sus pensamientos, Jacaerys no notó el desconcierto del otro ante su silencio e inspección del libro que tomó a mal, queriendo recuperarlo.

—Lo siento, fue una tontería...

—No —alejó el libro antes de que lo tomara, sonriendo cordial— Solo estaba pensando que debo practicar más mi Valyrio si quiero entenderlos. Gracias, Aemond, no tenías por qué hacerlo.

—¿Está bien? —la pregunta fue hecha casi en susurro con un timbre inseguro.

—Es perfecto, me siento honrado de recibirlo.

Aemond asintió, mirando el suelo, una de las antorchas en la pared y de vuelta al suelo tallando discretamente sus manos contra sus piernas.

—Buenas noches.

—Descansa, Aemond.

¿Qué tanto había pasado para que se comportara así? Jace había conocido y visto los suficientes Omegas para saber que si algo les encantaba, eran los regalos de cortejo, tener la atención de un Alfa. En Aemond las cosas eran bien diferentes y tenía la sensación de que él más bien no se sentía digno de recibir nada o esperar que alguien le aceptara algo. Hasta donde sabía, en Antigua no lo habían tratado mal, tampoco fue que tuvo el ambiente familiar ideal comparado con el suyo, pero siempre fue procurado. ¿De dónde venía esa herida que casi parecía olfatear? Jacaerys no lo supo, más se juró buscar la manera de sanarla. Se lo había prometido y no fallaría, no a él.

Y tendría que pedir al Maestre que duplicara sus lecciones de Valyrio.

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