Anhelo

La importancia de verte, morderte los labios de preocupación
Es hoy tan necesaria como verte siempre
Como andar siguiéndote con la cabeza en la imaginación
Porque sabes, y si no lo sabes, no importa
Yo sé lo que siento, yo sé lo que cortan después unos labios
Esos labios rojos y afilados
Y estos puños que tiemblan de rabia cuando estás contenta
Que tiemblan de muerte si alguien se te acercara a ti

Hoy procura que aquella ventana que mira a la calle en tu cuarto se tenga cerrada
Porque no vaya a ser yo el viento de la noche
Y te mire y recorra la piel con mi aliento
Y hasta te acaricie y te deje dormir
Y me meta en tu pecho y me vuelva a salir
Y respires de mí
O me vuelva una estrella y te estreche en mis rayos
Y todo por no hacerme un poco de caso
Ten miedo de mayo
Y ten miedo de mí

Hoy ten miedo de mí, Fernando Delgadillo.



Había días en los que Jacaerys realmente creía que su madre tenía preferencias entre sus hijos. Nunca afirmaría que tuviera un recuerdo de ella siendo fría con él bajo circunstancia alguna, de hecho, era muy paciente y amorosa al irlo educando para ser su sucesor. Era que en ciertos momentos, parecía que no importaba lo muy buen hijo que fuese, su entrega para ser un digno príncipe Targaryen, un joven Alfa hecho y derecho que los demás admiraban... bastaba con que su hermano Lucerys hiciera alguna travesura para que Rhaenyra se desviviera por él, perdonándole sus faltas entre mimos.

Él entendía que Luke tenía algunos problemas queriendo encajar, no había mostrado su esencia Alfa madura sino ya tarde, no se sentía el mejor espadachín ni tampoco un buen marinero. Esos desmanes le sonaban a un intento de probarse a sí mismo, pues su hermano también lo admiraba mucho, era al primero que le confiaba cosas o eso pensaba. Jacaerys solo creía que debía tener más sensatez y menos sobreprotección de su madre o sus abuelos para que madurara apropiadamente.



También sentía ciertos celos.



Mientras que a Lucerys todo se le daba rápido y enseguida, él debía incluso esperar lunas para algo nimio, cuando su hermano no tenía empacho de conseguirse lo mejor con solo pedirlo, a Jacaerys le costaba un esfuerzo que podía ir desde hacer labores como príncipe apoyando a Daemon hasta estudiar día y noche para solo recibir un beso en su frente, una palmada y nada más porque su hermano ya le había arrebatado el premio que estaba buscando. No, jamás le quitaría algo a Luke, lo quería demasiado. De tener una forma de arrancarse esos celos idiotas porque Lucerys siempre era primero en todo contrario a él que debía ganárselo y quedar todo el tiempo en segundo lugar, sin duda buscaría desaparecerlos.

Claro, su hermano no tenía el pesado deber sobre los hombros de un día convertirse nada menos que el Señor de los Siete Reinos, aunque heredaba Marcaderiva, no era comparado a tener la responsabilidad de regir todo un continente. Había que prepararse concienzudamente para ello, lo que también le restaba tiempo para tener los caprichos que Luke sí obtenía. Jacaerys desesperaba a veces, no debía pensar así, era impropio de un hermano mayor Alfa en quien residía ser el ejemplo por seguir del resto de sus hermanitos.

No ayudó en nada que luego Baela, con quien se suponía iba a casarse, no concretara ese compromiso pues de repente ella se enamoró de un Velaryon, suplicando a su abuelo Corlys que le permitiera casarse con él o se iría a Pentos a ser prostituta. Así era ella. Su separación fue en buenos términos, Baela le dijo que era mejor una separación pues él era un heredero que merecía algo mejor, una pareja con mayores talentos para gobernar. Quizás fueron palabras de consuelo, como fuese, el joven príncipe se quedó solo y mirando a su hermano ser toda una sensación ahora que despertaba como Alfa.

—Jace, necesito un favor.

—Ordena, madre.

Debió parecer triste, porque su madre lo envió a la Fortaleza Roja a entregar un mensaje a Lord Mano del Rey, Otto Hightower. Una distracción para no pensar en su rompimiento mientras Luke andaba de coqueto por todos lados, viajando en Arrax para conocer posibles parejas también pues Rhaena se había ido con su hermana para acompañarla en sus bodas y parecía que tendría el mismo pensamiento que su gemela respecto a decidir por ella misma a quien quería y no lo que su padre había ordenado.

Jacaerys llegó a Desembarco temprano, la capital le parecía la misma en cada visita. Se preguntó cómo andarían las cosas en la Corte. Su madre estaba muy atenta a la salud de su padre el rey Viserys, lo visitaba con regularidad ya que la reina Alicent había muerto. Malas lenguas decían que se había suicidado por la vergüenza de que su primogénito huyera con un don nadie hacia Essos sin saber nunca más de él, otros que esa decepción acabó con su frágil espíritu. Otto, padre de la reina, tuvo que hacerse cargo de los cachorros huérfanos. Puesto que su cargo le impedía criarlos debidamente, los envió a todos hacia Antigua donde su tío los acogió y protegió hasta que fue tiempo de casarlos.

La princesa Helaena obtuvo un buen matrimonio con los Arryn, el príncipe Daeron fue prometido a una de las doncellas Baratheon. Hasta donde tenía entendido Jacaerys, solo era el príncipe Aemond quien jamás tuvo propuestas y al final, su tío aceptó que se preparara para ser un caballero. Lo sucedido en Marcaderiva había destruido todo compromiso con el único hijo Omega del rey Viserys. Nadie lo decía en voz alta, pero se rehusaban a tener alguien como él en sus familias, un Omega desfigurado que no presentó aroma alguno como debía ser. Hasta su madre estaba pensando en casi obligar alguna casa importante a desposarlo, en memoria de la reina.

—Bienvenido, Alteza —lo recibió Tyland con una sonrisa— Ha crecido desde esa desafortunada audiencia de Lord Vaemond.

—Las lunas no pasan en vano, Lord Lannister.

—Por aquí.

Pasaron cerca del patio de entrenamientos y Jacaerys se detuvo en seco porque el aroma que recibió lo golpeó como una ola cayéndole sin aviso. El aroma Omega más exquisito que su nariz hubiera olfateado, como miel mezclada con canela y una fragancia de lilas. Se giró sobre sus talones, porque quiso saber quién poseía tan exquisito perfume, asomándose por una de las escaleras hacia el patio, escuchando el sonido de espadas chocando, gruñidos como aplausos. El príncipe abrió sus ojos, boquiabierto, porque quien estaba entrenando ahí era nada menos que Aemond Targaryen.

—¿Alteza? ¡Ah! Sí, Su Alteza Aemond recién volvió de Antigua, una visita a su abuelo Otto, apenas un par de lunas que llegó. Es un increíble espadachín, Ser Criston...

No escuchó el resto, pareció que todo se borraba y solo quedaba esa figura esbelta danzando en el patio con su cabello flotando en el aire, despidiendo ese aroma. Desde los funerales de la reina, no había vuelto a ver a su tío y vaya que había cambiado. Jacaerys pensó en él como una auténtica representación de la Sangre Valyria. Largas piernas, una cintura estrecha, cabellos platinados con un ojo violeta de mirada filosa y piel suave pese al entrenamiento. Un hermoso Omega Targaryen. De no ser tan disciplinado, hubiera bajado al patio, estampado a su tío en el suelo y enterrado su nariz en ese vientre que gritaba fertilidad.

—¿Continuamos, milord?

—Oh, sí, sí...

El príncipe sacudió su cabeza, acomodando mejor su capa porque tuvo una ligera erección, pero por los dioses antiguos y nuevos, Aemond había florecido como un Omega impresionante. ¿Cómo era que nadie deseaba su mano? Tuvo que obligarse a olvidarlo de momento, hablando con Lord Mano sobre el mensaje cuya respuesta debía esperar. Otto le pidió aguardar en una sala mientras escribía en el papel, momento que aprovechó Jacaerys para buscar a su tío, necesitaba otra bocanada de ese delicioso perfume. Afortunadamente lo encontró en la biblioteca leyendo un libro que cerró en cuanto lo olfateó, levantando su mirada. Se tomó su tiempo para admirarlo, su mente Alfa de nuevo imaginando escenarios donde lo tumbaba sobre la mesa detrás y lo hacía gemir su nombre mientras lo anudaba. Respiró hondo, buscando controlarse, no era una bestia salvaje, era un príncipe heredero.

—Tío, hace tiempo que no te veía.

—Jacaerys —la voz de Aemond era dura, aunque suave en timbre— Un gusto volverte a ver.

—Te vi peleando cuando llegué, eres muy bueno.

Una ligera sonrisa asomó en esos labios carnosos y rosados, queriendo lamerlos, morderlos.

—Ser Cole es el mejor maestro que he podido tener. Espero que todo esté bien con Su Alteza.

—Oh, sí, ¿tú estás bien?

—Perfecto, gracias por preguntar.

—Am, ¿has almorzado? Me preguntaba si podríamos comer juntos.

—Claro.

Se notaba a leguas los modales de rigor Hightower aprendidos en Antigua, que solamente lo hicieron más atractivos a los ojos de Jacaerys. El joven Alfa comenzó a tener una idea interesante, pues su tío era un excelente partido, su parche no le causaba repulsión como otros y además... ¿no olfateaban ese aroma tan lleno de promesa de cachorros sanos y fuertes? Le pareció insólito que no anduviera rodeado de pretendientes, fue una locura.

—Supe que Baela se casó con alguien de su familia, me sorprende que haya preferido eso a ser tu futura reina.

—Ya somos los dos los sorprendidos —sonrió Jacaerys.

—Lo siento.

—No teníamos una relación amorosa, por si te lo preguntas.

—De todas formas, debió ser un golpe duro.

—¿Qué me dices de ti?

Jacaerys esperó otra reacción menos esa de Aemond, su tío desvió la mirada, su mano jugando nerviosa con el cubierto. Había alguien y eso lo puso muy celoso, gruñendo sin querer.

—¿Jacaerys?

—Perdona, fui indiscreto —se reprendió mentalmente a sí mismo.

—Está bien, en realidad... no tengo a nadie. ¿Ya has tenido vuelos largos con Vermax?

La charla fue por otros derroteros, el príncipe no se quedaría con la duda de quién estaba llamando la atención de Aemond. Unos dragones de oro hicieron la magia, un mozo de las caballerizas soltó la lengua luego del almuerzo que disfrutó mucho por tener toda la atención de su tío en su persona.

—Creí que lo sabía, Alteza.

—¿Saber qué?

—Bueno... —el mozo tosió— El príncipe Aemond... ha estado platicando con su hermano, milord, con el príncipe Lucerys.

El joven Alfa agradeció la información, quedándose solo en el balcón donde lo escuchó. Los celos que tuviera sobre Luke volvieron con más fuerza, avivados por una rabia. ¿En qué momento su hermano había pasado de ser repudiado por Aemond a convertirse en un pretendiente? No lo supo, pero algo en Jacaerys explotó, negándose a cederlo. Esta vez no, ya no permitiría que fuese Lucerys quien una vez más se quedaba con lo mejor, quien hacía lo que quería sin consecuencias. No. ¿Por qué ser el segundo en todo cuando él era el primogénito? Jacaerys se negó rotundamente, frunciendo su ceño. Quería a su tío para él, y sería para él. Dio media vuelta, encaminándose hacia una habitación en particular. Si su hermano era el consentido de la Serpiente Marina, él lo era del mismísimo Protector del Reino, su abuelo.

—Jace, mira qué grande estás ya.

—Su Gracia, quisiera pedirle algo.

—Si está en mis manos concederlo, adelante, es tuyo.



Era el turno de Lucerys de perder.

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