La Cámara de los Secretos (1/?)

     Aquél fue, seguramente, el peor día de la vida de Harry.

Él, Ron, Fred y George
se sentaron juntos en un rincón de la sala común de Gryffindor, incapaces de
pronunciar palabra. Percy no estaba con ellos. Había enviado una lechuza a
sus padres y luego se había encerrado en su dormitorio.

Ninguna tarde había sido tan larga como aquélla, y nunca la torre de Gryffindor había estado tan llena de gente y tan silenciosa a la vez.

Cuando faltaba poco para la puesta de sol, Fred y George se fueron a la cama, incapaces de permanecer allí sentados más tiempo.

—Ellas sabían algo, Harry —dijo Ron, hablando por primera vez desde que
entraran en el ropero de la sala de profesores—. Por eso la han raptado. No se
trataba de ninguna estupidez sobre Percy; había averiguado algo sobre la Cámara de los Secretos. Debe de ser por eso, porque ella era...—Ron se frotó los
ojos frenético—. Quiero decir, que es de sangre limpia. No puede haber otra razón. ¿Y Lyra? Lyra posee una sangre más pura que cualquiera, tiene poder en muchos lugares con tan sólo doce años. Tenían qué saber algo.

Harry veía el sol, rojo como la sangre, hundirse en el horizonte. Nunca se
había sentido tan mal. Si pudiera hacer algo..., cualquier cosa...

—Harry —dijo Ron—, ¿crees que existe alguna posibilidad de que ellas no esten...? Ya sabes a lo que me refiero.—Harry no supo qué contestar. No creía que pudiera seguir viva—.¿Sabes qué? —añadió Ron—. Deberíamos ir a ver a Lockhart para decirle lo
que sabemos. Va a intentar entrar en la cámara. Podemos decirle dónde
sospechamos que está la entrada y explicarle que lo que hay dentro es un
basilisco.

Harry se mostró de acuerdo, porque no se le ocurría nada mejor y quería hacer algo. Los demás alumnos de Gryffindor estaban tan tristes, y sentían tanta pena de los Weasley, que nadie trató de detenerlos cuando se levantaron, cruzaron la sala y salieron por el agujero del retrato.

Oscurecía mientras se acercaban al despacho de Lockhart. Les dio la
impresión de que dentro había gran actividad: podían oír sonido de roces,
golpes y pasos apresurados.
Harry llamó. Dentro se hizo un repentino silencio. Luego la puerta se entreabrió y Lockhart asomó un ojo por la rendija.

—¡Ah...! Señor Potter, señor Weasley... —dijo, abriendo la puerta un poco más—. En este momento estaba muy ocupado. Si os dais prisa...

—Profesor, tenemos información para usted —dijo Harry—. Creemos que
le será útil.

—Ah..., bueno..., no es muy.. —Lockhart parecía encontrarse muy
incómodo, a juzgar por el trozo de cara que veían—. Quiero decir, bueno, bien.

Abrió la puerta y entraron.
El despacho estaba casi completamente vacío. En el suelo había dos grandes baúles abiertos. Uno contenía túnicas de color verde jade, lila y azul medianoche, dobladas con precipitación; el otro, libros mezclados
desordenadamente.

Las fotografías que habían cubierto las paredes estaban ahora guardadas
en cajas encima de la mesa.

—¿Se va a algún lado? —preguntó Harry.

—Esto..., bueno, sí... —admitió Lockhart, arrancando un póster de sí
mismo de tamaño natural y comenzando a enrollarlo—. Una llamada urgente...,
insoslayable..., tengo que marchar..

—¿Y mi hermana? —preguntó Ron con voz entrecortada.—¿Y Lyra?

—Bueno, en cuanto a eso... es ciertamente lamentable —dijo Lockhart, evitando mirarlo a los ojos mientras sacaba un cajón y empezaba a vaciar el contenido en una bolsa—. Nadie lo lamenta más. que yo...

—¡Usted es el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras! —dijo Harry—. ¡No puede irse ahora! ¡Con todas las cosas oscuras que están
pasando!

—Bueno, he de decir que... cuando acepté el empleo... —murmuró Lockhart, amontonando calcetines sobre las túnicas— no constaba nada en el
contrato... Yo no esperaba...

—¿Quiere decir que va a salir corriendo? —dijo Harry sin poder creérselo—. ¿Después de todo lo que cuenta en sus libros?

—Los libros pueden ser mal interpretados —repuso Lockhart con sutileza.

—¡Usted los ha escrito! —gritó Harry.

—Muchacho —dijo Lockhart, irguiéndose y mirando a Harry con el entrecejo fruncido—, usa el sentido común. No habría vendido mis libros ni la mitad de bien si la gente no se hubiera creído que yo hice todas esas cosas. A nadie le interesa la historia de un mago armenio feo y viejo, aunque librara de los hombres lobo a un pueblo. Habría quedado horrible en la portada. No tenía ningún gusto vistiendo. Y la bruja que echó a la banshee que presagiaba la
muerte tenía un labio leporino. Quiero decir..., vamos, que...

—¿Así que usted se ha estado llevando la gloria de lo que ha hecho otra gente? —dijo Harry, que no daba crédito a lo que oía.

—Harry, Harry —dijo Lockhart, negando con la cabeza—, no es tan simple.
Tuve que hacer un gran trabajo. Tuve que encontrar a esas personas, preguntarles cómo lo habían hecho exactamente y encantarlos con el embrujo desmemorizante para que no pudieran recordar nada. Si hay algo que me llena de orgullo son mis embrujos desmemorizantes. Ah..., me ha llevado mucho esfuerzo, Harry. No todo consiste en firmar libros y fotos publicitarias. Si
quieres ser famoso, tienes que estar dispuesto a trabajar duro.

Cerró las tapas de los baúles y les echó la llave.

—Veamos —dijo—. Creo que eso es todo. Sí. Sólo queda un detalle.

Sacó su varita mágica y se volvió hacia ellos.

—Lo lamento profundamente, muchachos, pero ahora os tengo que echar uno de mis embrujos desmemorizantes. No puedo permitir que reveléis a todo
el mundo mis secretos. No volvería a vender ni un solo libro...

Harry sacó su varita justo a tiempo. Lockhart apenas había alzado la suya
cuando Harry gritó: —¡Expelliarmus!

Lockhart salió despedido hacia atrás y cayó sobre uno de los baúles. La varita voló por el aire. Ron la cogió y la tiró por la ventana.

—No debería haber permitido que el profesor Snape nos enseñara esto —
dijo Harry furioso, apartando el baúl a un lado de una patada. Lockhart lo
miraba, otra vez con aspecto desvalido. Harry lo apuntaba con la varita.

—¿Qué queréis que haga yo? —dijo Lockhart con voz débil—. No sé dónde está la Cámara de los Secretos. No puedo hacer nada.

—Tiene suerte —dijo Harry, obligándole a levantarse a punta de varita—.Creo que nosotros sí sabemos dónde está. Y qué es lo que hay dentro. Vamos.

Hicieron salir a Lockhart de su despacho, descendieron por las escaleras más cercanas y fueron por el largo corredor de los mensajes en la pared, hasta
la puerta de los aseos de Myrtle la Llorona.

Hicieron pasar a Lockhart delante. A Harry le hizo gracia que temblara.
Myrtle la Llorona estaba sentada sobre la cisterna del último retrete.

—¡Ah, eres tú! —dijo ella, al ver a Harry—. ¿Qué quieres esta vez?

—Preguntarte cómo moriste —dijo Harry.

El aspecto de Myrtle cambió de repente. Parecía como si nunca hubiera oído una pregunta que la halagara tanto.

—¡Oooooooh, fue horrible! —dijo encantada—. Sucedió aquí mismo. Morí en este mismo retrete. Lo recuerdo perfectamente. Me había escondido porque Olive Hornby se reía de mis gafas. La puerta estaba cerrada y yo lloraba, y entonces oí que entraba alguien. Decían algo raro. Pienso que debían de estar hablando en una lengua extraña. De cualquier manera, lo que de verdad me llamó la atención es que era un chico el que hablaba. Así que abrí la puerta para decirle que se fuera y utilizara sus aseos, pero entonces... —Myrtle estaba
henchida de orgullo, el rostro iluminado— me morí.

—¿Cómo? —preguntó Harry.

—Ni idea —dijo Myrtle en voz muy baja—. Sólo recuerdo haber visto unos
grandes ojos amarillos. Todo mi cuerpo quedó como paralizado, y luego me fui
flotando... —dirigió a Harry una mirada ensoñadora—. Y luego regresé. Estaba
decidida a hacerle un embrujo a Olive Hornby. Ah, pero ella estaba arrepentida
de haberse reído de mis gafas.

—¿Exactamente dónde viste los ojos? —preguntó Harry

—Por ahí —contestó Myrtle, señalando vagamente hacia el lavabo que había enfrente de su retrete.

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