Capítulo 8

Embry se despertó temprano aquella mañana, sabiendo que el día sería bastante peculiar. El día anterior había sido una experiencia en sí misma, pero hoy, el desafío era diferente. Lynxin ya estaba en su puerta, esperándolo como siempre, su silueta lobuna enmarcada por la luz del amanecer. Su impronta, siempre puntual y fiel, lo seguía sin cuestionar, aunque las situaciones a las que se enfrentaban fueran cada vez más extrañas para él.

Abrió la puerta, y ahí estaba ella, moviendo ligeramente las orejas en un gesto de bienvenida.

—Buenos días —dijo, con una sonrisa somnolienta.

Lynxin inclinó la cabeza y, aunque no pudo decirlo en palabras, él sintió el saludo en su mente. Su comunicación telepática, aunque seguía siendo algo extraño para él, se había vuelto casi natural.

«Buenos días, Embry», respondió ella con esa serenidad que siempre lo calmaba.

El problema real del día no sería lidiar con Lynxin, sino con su madre. Embry no había planeado que su mamá tuviera el día libre justo cuando él estaba a cargo de su impronta salvaje. Su madre había aceptado bastante bien la idea de que su hijo estuviera vinculado a una loba que no podía cambiar de forma humana, pero una cosa era saberlo y otra era convivir con una loba de verdad en la casa.

Embry escuchó el crujido del suelo de la cocina y supo que su madre estaba levantada. Tomó una respiración profunda y se giró hacia Lynxin.

—Va a ser un día... interesante —murmuró, más para sí mismo que para ella.

No pasó mucho tiempo antes de que su madre entrara en la sala, deteniéndose en seco al ver a Lynxin, como si aún no se hubiera acostumbrado a la presencia de un lobo salvaje en su sala de estar.

—Embry, cariño —dijo su madre con tono curioso—, ¿cómo está nuestra invitada especial hoy?

Embry se rascó la nuca, sintiendo que esto iba a ser más difícil de lo que pensaba.

—Está bien, mamá. Lynxin está... bien. —No estaba seguro de cómo explicar exactamente cómo "se sentía" su impronta, pero la telepatía le daba algunas pistas.

Lynxin, siempre alerta, movió sus orejas, captando el interés de la madre de Embry. Se acercó un poco, observándola con sus ojos oscuros y brillantes, y su madre se rio suavemente, como si la idea de tener una conversación con un lobo salvaje le resultara extrañamente fascinante.

—¿Y cómo es la vida en el bosque, Lynxin? —preguntó su madre, como si fuera lo más normal del mundo.

Embry se quedó paralizado por un segundo, pero luego sintió la respuesta de Lynxin.

«Es tranquila, pero hay muchos peligros. Los bosques al norte son vastos, pero hay otras criaturas que lo habitan. No todos son amistosos como nosotros», transmitió Lynxin, y Embry, todavía un poco incómodo, lo tradujo.

—Dice que es tranquila, pero hay peligros. Hay otras criaturas en el bosque que no son tan amistosas —explicó, tratando de mantener la naturalidad.

Su madre asintió con comprensión, como si la idea de criaturas sobrenaturales fuera algo con lo que simplemente tenía que lidiar.

—¿Qué clase de peligros? —preguntó de nuevo, con genuino interés.

Lynxin no dudó en responder. «A veces hay vampiros, aunque no los hemos visto en un tiempo. También hay animales salvajes, pero no son un problema para nosotros».

Embry tradujo, y su madre parpadeó, como si fuera lo más común escuchar sobre vampiros de una loba.

—Bueno, me alegra que no se metan con ustedes —dijo su madre con una sonrisa cálida—. ¿Y qué tal mi hijo? ¿Es buen compañero?

Embry sintió cómo su estómago se retorcía un poco. No estaba preparado para ese tipo de preguntas.

«Es... diferente, pero me gusta. Está aprendiendo a vivir como yo, aunque a veces es torpe», respondió Lynxin con una especie de ternura en su voz mental.

Embry carraspeó, algo avergonzado al traducir esas palabras.

—Dice que... estoy aprendiendo, aunque soy algo torpe —dijo, intentando no parecer tan nervioso como se sentía.

Su madre soltó una risita.

—Bueno, es bueno saber que se están llevando bien. Me preocupaba que tu vida cambiara demasiado con todo esto, pero parece que te estás adaptando.

Embry suspiró aliviado al ver que su madre estaba tomando todo esto con calma. La conversación continuó durante la mañana, con preguntas más ligeras, como qué comía Lynxin o cómo se entretenía en el bosque. Embry siguió traduciendo, aunque a veces tenía que esforzarse para no reírse de las respuestas pragmáticas y simples de Lynxin.

Para cuando llegó el mediodía, el ambiente en la casa era mucho más relajado. Lynxin había estornudado varias veces por el polvo de la casa, algo que había divertido a su madre, y finalmente, el tiempo de convivencia terminó. Pero Embry sabía que el día no acababa allí.

—Mamá, tengo que ir al taller en un rato. Lynxin no puede venir conmigo, así que se quedará en el bosque hasta la noche —explicó.

Su madre asintió, comprensiva.

—Cuida de ella, cariño. Parece que lo estás haciendo bien.

Embry se despidió, observando cómo Lynxin se alejaba hacia los árboles antes de subirse a su coche para dirigirse al taller. Aún quedaba mucho por aprender en esta nueva vida, y a veces sentía que estaba en dos mundos distintos, uno con su familia y otro con su compañera salvaje. Pero, de algún modo, se las arreglaba para manejarlos ambos.

[..]

Embry, después de terminar su turno en el taller, se sintió más que agotado. Era tarde, pero la idea de pasar tiempo con Lynxin lo animaba. Sabía que su compañera lo estaría esperando, y ese vínculo que compartían era inquebrantable, a pesar de lo torpe que se sentía a veces en este nuevo mundo salvaje. Después de todo, Lynxin le había estado enseñando cosas que él jamás había imaginado tener que aprender.

Se cambió rápidamente en casa, dejando atrás el cansancio de la jornada laboral. Se transformó en lobo y corrió hacia el bosque, donde sabía que Lynxin lo estaría esperando cerca del arroyo. Desde el principio, su impronta lo había guiado hacia una nueva faceta de sí mismo, y aunque al principio había sentido que no encajaba del todo en ese entorno salvaje, poco a poco, con la paciencia de Lynxin, las cosas empezaban a tener sentido.

Cuando llegó al arroyo, ahí estaba ella, su imponente figura de loba iluminada por la luz de la luna que se filtraba a través de los árboles. Lynxin levantó la cabeza al sentir su presencia, y aunque no podía sonreír como los humanos, Embry podía sentir su bienvenida a través del vínculo que compartían.

«Hoy te enseñaré a cazar peces», le dijo Lynxin mentalmente, moviendo su cola de manera juguetona. Embry sintió el entusiasmo en sus palabras y no pudo evitar contagiarse de su energía.

«Eso suena fácil»dijo Embry, aunque fuera en su forma lobuna, sus pensamientos seguían siendo los de un humano.

Lynxin lo guió hasta el borde del agua. Embry observó cómo se posicionaba en la orilla, sus ojos fijos en los peces que nadaban velozmente bajo la superficie. Con una destreza que solo podía provenir de alguien acostumbrado a la vida en la naturaleza, Lynxin lanzó su pata al agua en un rápido movimiento, atrapando a un pez con una precisión asombrosa. Embry estaba impresionado y, honestamente, un poco intimidado.

«Bueno, parece fácil, pero veamos cómo me va a mí»pensó, mientras se preparaba para intentarlo.

Se posicionó como ella, mirando el agua, tratando de concentrarse en los peces. Pero en cuanto movió su pata, todo salió mal. En vez de pescar, terminó resbalando y cayendo torpemente al agua, empapándose hasta las orejas. Lynxin emitió un sonido que parecía una mezcla entre un resoplido divertido y una risa silenciosa en su mente.

«Es más difícil de lo que parece, ¿verdad?» dijo Lynxin, divertida.

Embry sacudió su pelaje, tratando de despejarse el agua de los ojos y preparándose para intentarlo de nuevo. Lo intentó varias veces más, pero el resultado siempre era el mismo. En una ocasión, en lugar de atrapar un pez, había mordido una roca, lastimándose ligeramente el hocico. Luego, en otro intento, su pata terminó atrapada en un tronco sumergido, lo que resultó en un incómodo tropiezo. Finalmente, y para rematar su frustración, en un movimiento demasiado rápido, accidentalmente mordió su propia pata en vez del pez que intentaba cazar. Embry no podía evitar sentirse como un completo novato.

Sin embargo, Lynxin no lo juzgaba. A través de su vínculo, Embry podía sentir la calma y la paciencia que emanaba de su compañera. Ella se acercó, colocando su cabeza contra la suya por un momento en un gesto de apoyo.

«No te preocupes, todos cometemos errores al principio. Solo concéntrate en el agua, no pienses tanto», le sugirió, y Embry trató de seguir su consejo.

Con renovada determinación, se posicionó una vez más, esta vez tratando de vaciar su mente de la torpeza que lo había distraído antes. Observó a los peces, moviéndose con elegancia bajo el agua, y esperó pacientemente el momento adecuado. Cuando vio su oportunidad, lanzó su pata de forma más controlada, y para su sorpresa, atrapó no uno, sino dos peces.

—¡Lo hice! —pensó con entusiasmo, mientras levantaba los peces del agua.

El aullido de alegría de Lynxin resonó por el arroyo, y Embry, contagiado por su emoción, dejó escapar un largo y triunfal aullido también. Era una victoria pequeña, pero para él significaba mucho. Por fin había logrado adaptarse, aunque fuera un poco, al mundo salvaje de su compañera.

Ambos se acercaron a la orilla, mordisqueando sus pescas con satisfacción. Embry todavía estaba empapado, pero no le importaba en absoluto. El momento compartido con Lynxin, las risas mentales, los pequeños triunfos, hacían que cualquier incomodidad se desvaneciera.

Mientras la noche avanzaba y las estrellas brillaban sobre ellos, Embry se dio cuenta de cuánto había cambiado su vida desde que Lynxin entró en ella. Lo había llevado fuera de su zona de confort, pero también lo había ayudado a descubrir una parte de sí mismo que no sabía que existía. Y aunque aún tenía mucho que aprender, una cosa era segura: con Lynxin a su lado, el viaje sería tan divertido como desafiante.

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