Capítulo 6

Era martes de noviembre, 2016. Embry había comenzado el día haciendo tareas domésticas en casa, como solía hacerlo desde siempre. A sus veintiséis años, su rutina no había cambiado mucho, excepto por un detalle significativo: Lynxin, su impronta, estaba allí con él.

Amore, en su sabiduría, había decidido que su cachorra necesitaba pasar más tiempo con su compañero. "Lynxin, acompaña a tu compañero en su casa y vuelve en la noche. No te preocupes por mí, tengo a tus hermanos para hacer las obligaciones. Disfruta de este tiempo", le había dicho Amore antes de que Lynxin partiera junto a Embry.

Embry, quien normalmente estaba acostumbrado a la soledad de sus tareas, ahora se encontraba con una loba salvaje a su lado. Lynxin observaba todo con una curiosidad infantil, olfateando y mirando las cosas como si estuviera descubriendo un nuevo mundo. Sus ojos, aún llenos de esa inocencia salvaje, exploraban cada rincón del hogar, y de vez en cuando se comunicaba con Embry de una forma que él aún no terminaba de asimilar.

«¿Y qué es esta cosa que parece tener gente dentro? Es como una roca cuadrada...», le preguntó Lynxin, usando su conexión telepática.

Embry, sorprendido, se giró hacia ella. Aunque podía escucharla en su cabeza, no estaba acostumbrado a responder de la misma manera. En lugar de contestar mentalmente, le respondió en voz alta, sintiéndose un tanto torpe.

—Oh, eso es una televisión —dijo mientras señalaba el aparato—. Sirve para ver lugares lejanos o cosas interesantes cuando estás aburrido.

Lynxin ladeó la cabeza, sus ojos grandes y brillantes llenos de confusión y asombro, como si intentara procesar lo que él decía. Embry podía sentir sus pensamientos revoloteando en su mente, aunque ella no entendiera completamente el concepto de la televisión.

«¿Pero cómo es posible? ¿Por qué hay gente en una roca?» Su incredulidad era palpable, y Embry no pudo evitar reírse.

—No es que haya gente dentro de la roca —se explicó, acercándose a la televisión—. Es como... una ventana. Ves lo que está pasando en otros lugares, pero no es real. O a veces lo es... bueno, depende. —Se detuvo, rascándose la cabeza—. No es tan fácil de explicar, pero te prometo que no hay personas atrapadas ahí.

Lynxin se acercó al televisor y lo olfateó, sin convencerse del todo de la explicación de Embry. «Huele a polvo, no a gente», comentó, claramente todavía confusa.

Embry sonrió y volvió a su tarea, sacudiendo el polvo de los muebles mientras Lynxin seguía explorando la casa con la misma intensidad. Observaba cada objeto como si fuera una maravilla: los platos, los cubiertos, los libros. Todo era nuevo para ella, y su emoción por las cosas más simples le sacaba una sonrisa a Embry cada pocos minutos.

Mientras fregaba los platos, Lynxin seguía lanzando preguntas. «¿Y esto? ¿Qué es lo que haces cuando frotas esa piedra brillante contra esa cosa plana?» preguntó, refiriéndose al fregado de los platos.

—Estoy lavando los platos. La "piedra brillante" es jabón, y lo uso para limpiar lo que hemos usado para comer —respondió Embry, otra vez en voz alta, aunque empezaba a acostumbrarse a su estilo de comunicación.

«¿Para comer? ¿No limpian sus presas con sus lenguas como nosotros?» replicó Lynxin, claramente desconcertada por la forma humana de hacer las cosas.

—No, no exactamente —rió Embry—. Aquí usamos estos platos para poner la comida, y luego los lavamos con agua y jabón para que estén limpios para la próxima vez.

Lynxin se quedó pensativa unos segundos, y luego asintió, aunque Embry podía sentir su desconcierto a través de su conexión.

A medida que la mañana avanzaba, Embry comenzó a relajarse un poco más con la presencia de Lynxin. La naturaleza curiosa y juguetona de la loba hacía que las tareas cotidianas fueran mucho más entretenidas de lo normal. Cada cosa que hacía, Lynxin estaba allí observando, aprendiendo, preguntando.

Mientras barría la sala, Lynxin se tumbó en el suelo junto a él, observándolo en silencio. Aunque todavía había una gran distancia entre su comprensión de los mundos humano y salvaje, ambos comenzaban a sentirse más cómodos en la presencia del otro.

«Eres raro, Embry», comentó Lynxin finalmente, con una leve risa telepática. «Pero no está tan mal».

Embry sonrió ante el comentario, sabiendo que, aunque sus mundos fueran diferentes, estaban encontrando una manera de convivir, y eso era lo importante.

El día transcurría con una curiosa mezcla de domesticidad y descubrimiento. Lynxin seguía explorando la casa de Embry con el entusiasmo de una cachorra salvaje, lo que la hacía detenerse en cada rincón y objeto. Mientras Embry barría el suelo, Lynxin había empezado a olisquear alrededor de los muebles, sus movimientos ligeros y elegantes, aunque cada vez que pasaba por un lugar especialmente polvoriento, se detenía abruptamente y estornudaba, lo que hacía que Embry se riera.

—Tienes que acostumbrarte al polvo, pequeña —dijo, viendo cómo ella sacudía la cabeza, claramente irritada por el molesto polvillo.

«¿Polvo? Eso solo lo siento cuando hay mucho viento ¡Esto es peor que el barro!», se quejó Lynxin mentalmente, sacudiéndose como si intentara deshacerse de alguna plaga invisible.

—Es solo suciedad, no te preocupes —respondió Embry en voz alta, aún adaptándose a la comunicación telepática—. Si no lo tocamos, no te molestará tanto.

A pesar de las molestias del polvo, Lynxin continuó haciendo preguntas sobre cada cosa que encontraba en la casa, fascinada por los objetos humanos que nunca había visto. Embry se sorprendía constantemente de su curiosidad e ingenio, incluso si algunas de sus preguntas lo dejaban sin palabras. Para ella, cada pequeño detalle era un misterio que debía desentrañar.

Cuando llegaron las 16:00, Embry terminó sus quehaceres y supo que era hora de su siguiente responsabilidad: el entrenamiento de los jóvenes lobos de la manada. Era su tarea enseñarles a controlar sus cuerpos lobunos y, sobre todo, a utilizar su fuerza y agilidad en las simulaciones de combate, una técnica crucial que habían aprendido años atrás durante el enfrentamiento contra los vampiros de ojos rojos.

—Lynxin, tengo que ir a entrenar a los más jóvenes. ¿Quieres venir conmigo? —preguntó, sabiendo que la loba no se separaría de él aunque quisiera.

«¡Por supuesto!», respondió ella, emocionada, su cola moviéndose de un lado a otro mientras sus ojos brillaban ante la idea de acción y aventura.

Embry se preparó, cambiándose rápidamente para el entrenamiento. En poco tiempo, ya estaban en el bosque, donde el aire era más fresco y los olores más intensos. Los maniquíes, que simulaban vampiros, estaban listos para ser atacados, y los jóvenes lobos de la manada ya estaban esperándolo.

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