Capítulo 3

Embry estaba en su cama, observando el techo de su habitación, pero su mente no estaba realmente allí. A su alrededor, el silencio de la noche lo envolvía, y el sonido regular de la respiración de su madre, dormida en el cuarto de al lado, le daba un extraño consuelo. Sabía que estaba en casa, en un lugar seguro, en un ambiente que conocía desde niño, pero en su corazón, algo se agitaba.

Lynxin.

La loba salvaje había invadido su mente de una manera que nunca había experimentado antes. La conexión que sentía con ella era poderosa, casi abrumadora, y, aunque no podía negarla, también la encontraba desconcertante. ¿Cómo era posible que un vínculo como ese pudiera cambiar tanto su percepción del mundo, de sí mismo? Se removió en la cama, incómodo ante la avalancha de pensamientos que se amontonaban en su cabeza.

Paul había vivido esto. Él había tomado la decisión de dejar atrás su vida humana, la comodidad y las reglas de la sociedad, para abrazar por completo su lado salvaje. Embry recordó las palabras de su viejo amigo. Había pasado más de diez años desde que Paul se había marchado al bosque, eligiendo una vida que Embry nunca había entendido del todo. ¿Qué lo impulsaba a vivir de esa forma? ¿Cómo podía dejarlo todo por la vida en la naturaleza, por una conexión tan primal?

Embry se preguntó si él también terminaría siguiendo ese camino. ¿Podría, alguna vez, dejar atrás todo lo que conocía, todo lo que había sido? Volver a una existencia tan libre, sin las presiones ni las responsabilidades del mundo humano, sonaba casi tentador... pero también aterrador. Paul siempre hablaba de la libertad de vivir como un lobo salvaje, del amor puro y fiel hacia su impronta, y cómo esa conexión le daba sentido a todo. Pero, ¿realmente sería así para él también?

Se giró en la cama, sintiendo el peso de esa pregunta. Su madre dormía a solo unos metros de distancia. Ella había sido su constante, su refugio durante toda su vida. El solo hecho de imaginar dejarla sola, abandonarla para seguir ese llamado salvaje, lo llenaba de culpa. Ella ya había pasado por mucho con la historia de los lobos en La Push, y Embry sabía que su madre contaba con él. ¿Cómo podría simplemente darle la espalda?

Y luego estaba Lynxin. Aún no la había marcado, pero la conexión estaba allí, creciendo cada vez que estaban juntos. Sentía un tirón en su interior, un deseo casi visceral de estar cerca de ella, de protegerla, de ser su refugio. Pero, al mismo tiempo, había algo que lo inquietaba. ¿Qué veía ella en él? Era solo un humano en comparación con sus hermanos lobos, criaturas salvajes y poderosas que claramente lo veían como una especie de intruso, un juguete que podría volverse aburrido.

Los comentarios de los hermanos de Lynxin lo habían dejado con una duda persistente. ¿Y si él no era suficiente para ella? ¿Y si, después de todo, Lynxin lo veía como algo temporal, como una distracción? Era joven, aventurera, feroz. ¿Cómo podría él, alguien acostumbrado a la vida humana, mantener su interés, su respeto, cuando ella provenía de un mundo tan diferente? La idea lo llenaba de inseguridad.

Embry cerró los ojos, buscando algo de claridad en medio de la tormenta mental. Era cierto que sentía una atracción poderosa hacia Lynxin, pero ¿era solo el instinto de la impronta? ¿Era eso lo que lo impulsaba a pensar en dejarlo todo? ¿O había algo más profundo? Algo genuino, algo que iba más allá del lazo predestinado.

La verdad era que no lo sabía. Estaba ansioso, inseguro. Paul, con todo su entusiasmo sobre la vida salvaje, hacía que todo sonara sencillo, pero Embry sentía que había más en juego. Estaba su humanidad, su madre, su vida como la conocía. El bosque era un misterio para él, una extensión de lo que Paul y otros lobos habían experimentado, pero para Embry, aún estaba lleno de incógnitas.

¿Sería capaz de encontrar su equilibrio entre ambos mundos? ¿Podría abrazar su conexión con Lynxin sin perderse a sí mismo en el proceso?

Respiró hondo y se forzó a calmarse. Sabía que no tenía todas las respuestas en ese momento, pero también sabía que no estaba solo. Tenía a sus amigos, a su madre, y, de alguna manera, a Lynxin. La conexión que compartían era poderosa, sí, pero también sabía que no podía apresurar las cosas. No quería perderse en el instinto, quería asegurarse de que lo que sentía fuera real, no solo algo dictado por la impronta.

Con esos pensamientos revoloteando en su mente, Embry se acomodó en su cama, sintiendo una mezcla de ansiedad y esperanza. El futuro era incierto, pero por ahora, al menos, todavía estaba en casa, todavía tenía tiempo para reflexionar sobre lo que quería para su vida... y para su vínculo con Lynxin.

Embry se giró en la cama, sintiendo cómo el cansancio físico no conseguía acallar los pensamientos que bullían en su cabeza. No había pasado ni un día completo desde que conoció a Lynxin, pero la intensidad de lo vivido ya lo tenía dando vueltas, como si todo su mundo se hubiese sacudido en cuestión de horas. La conexión con ella era palpable, algo que no había sentido antes, y eso lo inquietaba.

El cuarto estaba oscuro, la única luz era el tenue resplandor de la luna que se colaba por las cortinas. Todo estaba en calma, pero dentro de él, había una tormenta que no se aquietaba. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Lynxin volvía a él: sus ojos brillando curiosos, su naturaleza salvaje e inocente, su cercanía constante. Había algo en ella que lo atraía de una forma que no podía explicar, algo que lo hacía querer protegerla, estar cerca de ella, como si fuera lo más natural del mundo.

Pero también estaban las palabras de Paul. "Renuncié a todo por vivir esta vida", le había dicho su amigo, refiriéndose a la decisión de vivir como un lobo salvaje en el bosque. Embry no podía dejar de pensar en lo que eso implicaba. Paul había dejado atrás su vida humana por completo, y aunque parecía estar en paz con ello, Embry no podía evitar preguntarse si él sería capaz de hacer lo mismo. ¿Sería eso lo que le esperaba? ¿Abandonar a su madre, su hogar, a todo lo que conocía, por una vida tan diferente?

Suspiró y se sentó en la cama, apoyando los codos en las rodillas y pasando las manos por su rostro. El cansancio lo envolvía, pero su mente seguía inquieta. Paul había hablado de libertad, de vivir bajo las leyes de la naturaleza, pero ¿realmente era eso lo que él quería? Lynxin era salvaje, indomable en muchos sentidos, y estar con ella podría significar abandonar todo lo que hasta ahora había sido su vida. No estaba seguro de si estaba listo para hacer ese tipo de sacrificio.

Miró hacia la puerta del cuarto de su madre. Ella estaba allí, durmiendo, ajena a todo lo que había sucedido en el día. Embry siempre había sido su apoyo, y la idea de dejarla sola le dolía más de lo que esperaba. Su madre había pasado por tanto ya, y él no quería ser otro motivo de preocupación. Pero si la imprimación con Lynxin lo llevaba hacia un camino en el que no tendría más opción que elegir entre ella y su vida en La Push... ¿Qué haría?

El vínculo con Lynxin lo llenaba de una energía que jamás había experimentado, pero también lo llenaba de miedo. ¿Qué sentía ella por él? ¿Podría una loba tan salvaje como Lynxin encontrar algo en un humano, en alguien como él? Aunque la conexión era real, sentía una inseguridad creciente, una duda constante sobre si sería suficiente para ella, si ella no se cansaría de él.

Se tumbó de nuevo, mirando el techo. Los gemelos de Lynxin habían sido competitivos, bromistas, y eso le había dejado una sensación incómoda. ¿Y si solo era un juguete nuevo para ella? ¿Qué pasaría cuando el interés inicial se desvaneciera? La duda y la ansiedad le carcomían, y por primera vez desde que había conocido a Lynxin, se sintió vulnerable, como si no tuviera el control sobre lo que vendría.

Cerró los ojos, intentando aquietar su mente, pero todo lo que sentía lo mantenía despierto. ¿Era el destino lo que lo había unido a Lynxin? ¿Estaba realmente listo para dejar todo atrás por ella? Mientras las preguntas seguían formándose en su mente, el cansancio finalmente comenzó a ganar terreno. Su respiración se hizo más profunda, y poco a poco, los pensamientos fueron desvaneciéndose en la penumbra, hasta que, finalmente, el sueño lo envolvió.

Por ahora, Embry no tenía respuestas, pero sabía que el mañana le traería más preguntas.

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