Capítulo 1

Embry Call, el metamorfo silencioso y leal, ha sido testigo de los eventos más extraordinarios en su manada. Ha visto cómo Paul Lahote, su amigo, imprimó en Amore, una loba salvaje y mística, formando un lazo poderoso. Sin embargo, nunca imaginó que su propio destino llegaría de manera tan repentina y caótica. Durante un día normal, una pequeña loba pelirroja llamada Lynxin, hija de Paul y Amore, tropezó inesperadamente con él, y en ese instante, todo cambió.

Embry quedó paralizado al conectar su mirada con los ojos oscuros de Lynxin. Sintió cómo todas las ataduras de su vida —su lealtad a la manada, su amor por su madre, el vacío de la figura paterna— se desmoronaban, reemplazadas por un lazo irrompible y dorado hacia la pequeña cachorra. Lynxin se convirtió en su ancla al mundo, la única razón de su existencia a partir de ese momento. Su impronta había llegado, cambiando todo en un instante.

«¿Por qué tus ojos brillan?» preguntó inocente la cachorra, ladeando su cabeza curiosamente, sin comprender aún el inmenso vínculo que acababa de forjarse.

—Porque eres muy tierna, —respondió Embry con una sonrisa cálida, observando cómo la lobita movía su colita con emoción al notar que podía comunicarse telepáticamente con él.

Pero la calma se rompió cuando Paul apareció, gruñendo con furia, protector de su pequeña hija. «Princesita, ven aquí», ordenó Amore, intentando calmar la situación mientras empujaba suavemente a Lynxin lejos de Embry. Pero Paul no se detuvo. El enojo y la incredulidad inundaron su mirada al ver que su amigo se había imprimado de su hija.

«¡De todas las lobas que podrían existir, tenías que imprimirte de mi pequeña!» gruñó Paul, incapaz de aceptar lo que acababa de suceder.

—¡No lo controlo! —tartamudeó Embry, temblando de frustración. Y antes de que pudiera detenerse, su cuerpo se transformó en el lobo gris con manchas negras que todos conocían.

Los dos lobos se enfrentaron, tensos y furiosos, cada uno defendiendo su posición. Pero un pequeño ladrido detuvo la inminente batalla. Lynxin, con una mirada decidida, se colocó entre los dos, temblorosa pero firme.

«Papá, nos estás avergonzando», gimió la cachorra, retando a su padre por primera vez.

Paul, debilitado por la inesperada confrontación con su hija, se detuvo. Embry, sorprendido y agradecido, observó a Lynxin con una mezcla de orgullo y alivio. Sabía que su destino estaba sellado, pero también que la lucha apenas comenzaba.

Embry, aún sorprendido y aturdido por la intensidad de la situación, trató de evitar el conflicto. Miraba a Paul, incrédulo, mientras sus ojos se posaban en Lynxin, su impronta, sintiendo una mezcla de alivio y felicidad al notar que ella lo aceptaba, incluso en medio de la tensión.

«Basta, papi. Vinimos aquí para disfrutar. Sea lo que sea el problema, no hay motivo para crear una guerra. Estamos bien... Yo... Estoy bien... N-no lo lastimes», suplicó Lynxin, su voz temblorosa mientras pequeñas lágrimas comenzaban a caer por su rostro.

Paul, el gran lobo gris plateado, se acercó a su cachorra y frotó su hocico contra el de ella, tratando de calmarla y evitar que las lágrimas tocaran el suelo. Ver a su pequeña llorar por su causa era el peor castigo que Paul podía soportar. Con una mirada final y cargada de advertencia hacia Embry, un claro "estás muerto, imbécil", Paul cedió. Su naturaleza posesiva y celosa por la única cría hembra de su manada seguía latente, pero el amor por su hija era más fuerte.

«Está bien, mi pequeña. Vamos a comer», aceptó finalmente Paul, rindiéndose ante los ruegos de Lynxin, aunque sus celos como padre seguían presentes.

Embry fue invitado a unirse a la comida junto a ellos, logrando que, al menos por el momento, Paul se mantuviera en silencio para no hacer llorar más a su cachorra. A pesar de la tensión latente, por ahora reinaba una tregua, mientras Embry sentía una mezcla de alivio y preocupación por lo que el futuro podría deparar.

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