Capítulo 9: "Cruces"

La charla que estaban teniendo se había transformado en un momento realmente incómodo por la falta de tacto de parte de Uriel, quien había decidido desviar la atención hacia el clima que se daría al día siguiente, cosa que no era malo, pero quizás no podría decirse que era el momento adecuado para decirlo.

—Gracias por el aviso Uriel, aunque eso no es relevante ahora mismo —comentó Abel para romper la tensión.

—¿Cómo no va a ser relevante? —declaró, y entonces agregó—. ¡Esto es muy importante porque tiene que ver con nuestro trabajo! ¿O acaso ya olvidaron que tenemos que estar atentos a los días de lluvia?

Completamente descolocados, los allí presentes, en su mayoría, no supieron exactamente qué contestarle, puesto que poseía una razón real para quejarse, aunque también estaba la misteriosa figura que Lena y Kadmiel habían visto, la cual no se podía desestimar.

—Aun así... creo que no fue el momento adecuado —aclaró Abel una vez más.

—Pues lo lamento mucho, pero suelo tener corta memoria, así que pensé que debería avisar antes de que se me olvidara. Por eso es que lo dije así sin más; suelo ver el tiempo todos los días, pues también deseo empezar con esto para salvar a la gente que lo necesita.

Aquella respuesta casi motivó a sentirse mal a sus compañeros, quienes se habían puesto a analizar la aparición de alguien que posiblemente no volverían a ver, por lo que aquel rubio con el mechón rojo tenía razón; esto era algo más a tener en cuenta. Ahora que hasta el de ojos esmeralda se había convencido con esa ligera platica, le dio finalmente la razón al otro.

—Bien... entonces dejemos esto como un encuentro casual, después de todo es la primera vez que ha aparecido, así que puede que no sea muy importante.

Al terminar de decir eso, los demás le dieron la razón al chico e instintivamente cada uno se despidió, pues su vida diaria seguía su curso, y debían ocuparse de ella. Después de acabar con su charla matutina, Lena quedó con un cierto vacío en el pecho, puesto que sentía que habían desestimado su historia, e incluso, su compañero de vida, también estaba algo afectado, aunque como se dijo, era demasiado pronto como para especular, así que, lo dejarían pasar sin sospechar más.

Unas horas más tarde, Abel se encontraba abriendo su negocio, en el cual comenzaba a recibir a sus respectivos clientes, los cuales algunos cargaban con un paraguas; al parecer Uriel no era el único que se había visto el informe del tiempo, por lo que esas personas, de seguro venían a desayunar para luego empezar con su jornada laboral.

—¡Buenos días! —nuestro amable protagonista como siempre, saludó a sus primeros clientes, los cuales atendió con entusiasmo.

Momentos más tarde, el dueño de ese café, encendió la televisión, en la cual volvían a reflejarse nuevas noticias sobre los sucesos sobrenaturales que estaban ocurriendo en la actualidad.

—Soy Rivera Manuelita, trayéndoles nuevas noticias sobre los misteriosos sucesos que han ocurrido la última semana. Hasta ahora se han hecho públicos cuatro casos, pero éstos siguen en aumento, y con ellos, los atacados empezaron a ser víctimas de enfermedades que antes no poseían; al parecer, la salud de las personas que son abordadas por estas sombras, se ven significativamente afectadas —aquello que decía la reportera, no era novedad, ya que Abel lo sabía perfectamente.

Tener que seguir con la vida diaria y aparentar que realmente no pasaba nada, era un golpe bajo para este muchacho, quien a pesar de que estaba acostumbrado al anonimato, de cierto modo, le daba pena que no reconocieran su valentía ni la de sus allegados, sin embargo, quizás era mejor de ese modo, ya que eso podría atraer situaciones inaceptables. A todo esto, el rubio escuchó una pequeña conversación.

—¿Escuchaste eso? —comentó uno de sus clientes que estaba en la barra.

—Sí, sí. Han ocurrido varios incidentes de esos; no sé cómo algunos pueden salir a las calles ahora con esta nueva normalidad —le hizo saber a su compañero de mesa.

—Sí, yo jamás iría a jugarme el pescuezo en medio de la noche. ¡Qué bueno que yo no hago turnos nocturnos como antes! —y entonces ambos individuos rieron en conjunto.

Era difícil admitirlo, no obstante, no todos tenían la misma determinación que sus compañeros, y eso debía reconocerse. Sin dudas, quizás era la situación adecuada, para decirse a uno mismo, que ellos poseían un honor que otros no.

Poco a poco, el viento fue empezando a levantarse, y el despejado día comenzó a cambiar a unos nubarrones grises; la tormenta estaba llegando. Por otro lado, con ella venía alguien más. Fue así que la campanilla de la tienda sonó, y dejó ver a un pelirrojo mucho mayor, que poseía una bata de doctor.

—¡Hey! ¡Abel cómo estás! —dijo este nuevo individuo entrando al establecimiento, y tomando un asiento con confianza.

—Yamil, hacia rato que no te veía por aquí —dio por hecho el muchacho.

—Sí. Lo que pasa es que he estado visitando otros locales; tú sabes, no puedes vivir solamente de café cuando eres un hombre tan ocupado como yo —aseguró el pelirrojo, a lo que Abel rio por semejante ocurrencia en lo que limpiaba una taza.

—Tienes razón. La profesión de un médico es de temer —asintió—. ¿Qué te doy?

—Dame una soda sin gas, y también unos sándwiches; necesito algo ligero porque hoy estoy muy ocupado —informó mientras se desparramaba en su lugar.

—Enseguida voy —apenas recibió su orden, se puso a prepararla, pero la charla, no había quedado allí—. ¿Y qué tal va tu hermana?

—Ella... ella ha sido víctima de una enfermedad —aquella noticia, sorprendió tanto al rubio, que detuvo las actividades que estaba haciendo.

—¿Qué estás diciendo...? De modo que... —fue importunado por su camarada.

—Misa empezó con una leve fiebre la semana pasada. Al comienzo pensé que no era nada, por eso le recomendé un poco de reposo, pero... poco a poco se ha puesto más grave —Yamil entrelazó sus manos y apoyó su frente contra éstas ocultando así su rostro—. Al parecer fue atacada por esas criaturas que están apareciendo ahora.

Las cosas iban escalando poco a poco, y no es que esto traía consigo escasas víctimas, más que nada porque ya se sabía que era algo que estaba pasando mundialmente, así que, por lógica, se daba a entender que las personas implicadas eran miles y miles. Sin embargo, peor era saber que entre una de esas tantas, estaba uno de sus amigos.

—Entiendo... lamento escuchar eso —le dio como respuesta, volviendo lentamente a sus tareas—. ¿Qué clase de enfermedad tiene?

—No lo sé. Según un psicólogo al que consulté, esto es muy parecido a la depresión —hizo una leve pausa—. Cuando fui a visitarla hace un día atrás, le pregunté sobre su profesión, no obstante, ella decía que ya no le gustaba su carrera; que había perdido el rumbo de lo que hacía. Aquello me extrañó, ya que sabía que le encantaba el marketing empresarial, e incluso sé que le iba muy bien en ello —le avisó enderezándose para que así, Abel pudiera acomodarle su pedido delante suyo.

—Ya veo, aunque para ser depresión, ésta no te deteriora tan rápido —aseguró su amigo, quien había visto un poco de psicología en sus tiempos libres.

—En eso tienes razón. Una persona puede vivir en depresión hasta 10 años o más sin ayuda, aunque hay diferentes casos. Algunos terminan suicidándose al final si no hacen algo por sí mismos o buscan a un profesional —declaró mientras comenzaba a degustar su almuerzo.

—Sí. Pero bien, espero que se recuperé y puedas encontrar la razón de esto pronto —le deseó Abel con una suave sonrisa.

—Gracias, por cierto... —Yamil miró a su amigo mientras éste sujetaba su celular quien, de forma oportuna, parecía estar realizando alguna acción con el dichoso—. ¿Sigues hablando con Alan? Hace tiempo que no lo veo.

—Oh, de hecho... —levantó su teléfono dejando de escribir y entonces señaló éste—. Le estaba mandando un mensaje en estos momentos.

El texto que el rubio envió momentos después, era uno que contenía la terrible noticia sobre Misa, aquella muchacha con la que habían reafirmado sus vínculos después de todo lo que les ocurrió en su primera aventura. A todo esto, cuando el ocupado editor recibió su mensaje, entre cerró los ojos y entonces susurró para sí.

—Parece que ni nuestros amigos están a salvo de estos tipos.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top