Capítulo 41: "Nuestro segundo fin"
El ser humano había estado anhelando hace más de miles de años el fin de los tiempos, cosa que incluso ha intentado vaticinar sin ningún éxito. Sin embargo, el apocalipsis tan bien descrito en la biblia, se empezó a manifestar justo después de que nuestros héroes llegaran a la dichosa flor de loto, en donde recibieron varias terribles revelaciones que, a su vez, los motivaron a reparar en su enorme equivocación. No obstante, se encontraban frente a un inapelable predicamento, pues la mitad de sus collares estaban descargados, y ahora sólo tenían como opción la rendición... cosa que no iban a aceptar.
—¡Nunca! —gritó Abel.
—¡Ahora Kadmiel! —indicó Lena separándose así de los demás junto a su protector. El hecho de haber realizado tal acción, hizo que el demoniaco individuo pusiera una sonrisa invertida en sus facciones, pues vio volar hacia las manos de esos elegidos unas armas avanzadas que no pertenecían a ese mundo, lo que le permitió entender enseguida, que esa castaña y el samurái las habían creado en lo que hablaba con Abel; esto era un punto para ellos.
—¡No van a escapar! —de repente, la tierra empezó a temblar gracias a ese sujeto, pero antes de que el desgraciado pudiera hacer algo de significativo valor, Alan, con su impecable puntería, le había dado en el hombro con un rayo, lo que daba por hecho, que su habilidad no había decaído con los años. Aun así, ese buen tiro, no lastimó a ese profanador de mundos, más sólo le hizo un rasguño, y dio a entender que aquellos dos no eran los únicos armados gracias a la pareja—. ¡Desgraciado! —gruñó aquel con el hombro manchado por el hollín que había dejado dicho disparo, así que volteó hacia el responsable de su mal genio, lo que lo llevó a arrancar con sus habilidades psíquicas de la tierra algunos escombros, y de inmediato, se propuso arrojarlos contra el susodicho para brindarle una muerte horrorosa, acción que no llegó a concretar, porque sus demás camaradas empezaron también a disparar desde diferentes direcciones, causando que las rocas volvieran a su posición original.
—¡Malditos humanos de pacotilla! —se quejó Uriel, pues su atrevido proceder no le permitía levantar un dedo frente a la insistencia de su contrataque. Sin embargo... los rayos que le arrojaban no eran lo suficientemente poderosos como para infringirle un real daño a Lucifer, por lo tanto, debieron tomar otras medidas para decidir de qué otra manera sería la indicada para hacerle frente, y como Kadmiel junto a su compañera entendían la funcionalidad de sus creaciones, se dispusieron a hacer un buen uso de ellas.
—¡Cuerdas de Luz! —al gritar esto en conjunto, de las armas de los cuatro, salieron unas lianas de color dorado, que atraparon tanto las piernas como los brazos de su enemigo y desde luego, la apropiada maniobra, dejó sorprendidos a sus camaradas y a un Uriel gravemente irritado, pues no podía moverse, no obstante, un minuto más tarde éste se calmó y empezó a sonreír con cierta ironía.
—Pero qué juguetes más interesantes han creado —alegó él queriendo doblar un poco su muñeca derecha en vano pues, de cuyos miembros atrapados, salía un sospechoso vapor, cosa que daba a entender que los látigos lo estaban quemando, aun así, las expresiones de Uriel permanecían casi inmutables, dejando en evidencia que era una actitud propia del rey del bajo astral. Mientras tanto, nuestros héroes, se tomaron un instante para hablar entre ellos por el intercomunicador que había dentro de los aparatos recién creados, ya que necesitaban un plan, de modo que debían aprovechar la inexplicable calma de ese tipo.
—Chicos, hablaré rápido. ¿Alguien tiene alguna idea para detener a este desgraciado? —interrogó el samurái por lo bajo.
—Para ser sincero... —respondió Alan con angustia.
—¿Aún queda algo de energía en sus collares? —preguntó Abel.
—Un poco —indicó Lena.
—Puedo escuchar todo lo que están diciendo —canturreó en voz alta el oscuro, lo que hizo que los cuerpos de los presentes se enfriaran, acompañando a esto una fuerte sensación de miedo, en donde la respiración de los implicados, se cortaba mientras que sus miembros terminaban estremeciéndose por lo mismo.
—¿Cómo es posible? —susurró Kadmiel frustrado.
—Su autoconfianza me tiene sin cuidado —declaró Uriel quien, al dar un aleteo para ponerse a más altura, tironeó de los lazos y, en consecuencia, dejó a los chicos suspendidos de los cables brillantes, pues no les dio tiempo a soltarse, aunque ahí no quedó la cosa, porque inconforme con ese resultado, apenas los levantó dio un rápido giro que, los mandó a volar por la abrupta sacudida. Por desgracia, los cuatro elegidos aterrizaron de mala manera como era de esperarse, obteniendo así varios raspones y algunas heridas expuestas a considerar.
—Mierda —se quejó agitado Alan por el resiente golpe en lo que se intentaba incorporar, no obstante, el dolor en una de sus piernas le impedía levantarse.
—Esto no es todo —con los chicos derribados y adoloridos, Uriel aprovechó el momento para quitarse por su cuenta las cintas de luz que lo apresaban, aunque en el proceso sus manos se quemaran, de ahí arrojó las mismas al suelo—. Creo que ya me han entretenido lo suficiente —informó. Y así, con la misma prepotencia con la que los había tratado hasta ahora, sacudió su mano a un lado, arrancando de los cuellos mortales, los cuatro dijes, que más tarde se perdieron entre los escombros y las flores destruidas.
—¡No! ¡Los collares! —gritó Lena desesperada sujetándose un brazo; la lesión que cargaba se encontraba en su hombro.
—Todos... ¿están bien? —preguntó Kadmiel estando junto a Lena; por su parte, su espalda fue la que más salió perdiendo.
—Podría decirse —informó Abel sangrando de su cabeza.
Todos consiguieron inútilmente una marca de guerra, y ahora no tenían tampoco sus collares como opción, lo que dejaba a Uriel con la última palabra. Semejante desarrollo de los acontecimientos, llenaba de un intenso regocijo al diablo; este demonio se divertía a cuestas de ellos, cosa que los protagonistas sabían y les infundía impotencia.
—¿Acaso no van a hacer ningún movimiento más? —declaró aquel alado ente—. ¿Acaso todo lo que dijeron fue pura fanfarronería?
—Sólo estás ganando tiempo, ¿no es así? —se atrevió a decir Abel cerrando un ojo por la sangre que le caía.
—¿Ganando tiempo? ¡Ah! —ahí Alan se dio cuenta—. ¡La flor de loto!
—Buena observación. De hecho, ya está —mencionó al girarse con una mano en su cintura. Otra vez, el piso empezó a temblar, sin embargo, esto era por mucho diferente a lo que había ocurrido con Uriel. Debajo de ellos, el asfalto se desquebrajó, dejando entre ver poco a poco unas raíces muy gruesas que se abrían paso en la tierra destruyendo así el piso.
—¿Qué son estas raíces? —gritó Lena aferrándose a su protector y él a ella intentando mantenerse en pie.
—¡Son de la planta de loto! ¡Por alguna razón está haciendo todo esto! —avisó Abel.
—¡Así es! ¡Y lo hace porque ya ha absorbido todas las almas de este planeta! Bueno, no todas, pero casi. Lo único que le queda por hacer es destruir el mundo con sus ramificaciones, lo que no le llevará más de quince minutos —aseguró ese malvado ser, quien les dio al fin la espalda—. El hecho de que ya esté pasando esto, me permite relajarme en lo que observo cómo mueren aplastados por su propia creación, así que no tendré que ensuciarme las manos —Uriel pegó una risotada y se fue volando hacia la planta gigante, dejando solos a los muchachos.
—¡Abel! ¡No hay lugar al cual correr y los collares los hemos perdido! —se dirigió a él Alan desesperado.
—¡Lo sé! ¡Lo sé! ¡Pero por desgracia no sé qué hacer! —la desesperanza invadió el corazón del rubio, como así también al resto de sus demás camaradas, pero no la rendición; deseaban hacer algo, pero... ¿cómo? Según se entiende en las historias y en los sueños, nos topamos con situaciones que parecen imposibles de resolver, no obstante, por unos segundos vemos o nos convertimos en esos héroes que terminan siempre encontrando la respuesta a una amenaza, y aunque las posibilidades parezcan nulas, en el mundo real también se revelan esa clase de milagros que se dan desde el corazón; milagros que tienen que ver con un ser supremo, o un ente superior que decide obrar para bien, y es quien se encarga de escuchar nuestras oraciones. Dejando como conclusión lo anterior, los elegidos sin sospecharlo, fueron escuchados por una esperanza que los veía de lejos. Siendo testigos de la valentía que los poseía, y la sed de justicia que aún no había sido saciada, algo en el pecho de todos empezó a hacerles ruido.
—¿Qué es esto? —se preguntó Kadmiel al mirarse el torso.
—Algo te está brillando —comunicó Lena posando una mano en el pecho del samurái, quien le señaló el de la contraria.
—El tuyo también está haciendo lo mismo.
—Mas bien el de todos —aclaró Abel.
—¡Sí! ¡Esto es increíble! —exclamó Alan.
La luminiscencia cuando menos, comenzó a extenderse por el resto del cuerpo de los elegidos, revelando unos símbolos que se apoderaban de su piel, y a pesar de lo inusual de la situación, el miedo era ajeno a ellos.
"Es hora..."
El eco de una omnipotente voz sonó en sus cabezas, y fue tan fuerte, que les provocó una intensa jaqueca, que posteriormente, avanzó como la luz que salía de ellos, tragándolos así por completo. La cúpula que se estaba formando por ese misterioso poder, se hizo notable e inmensa, cosa que detuvo en su camino a Uriel hacia la flor de loto para voltear a ver ese suceso.
—¡Qué rayos es eso! —expresó impactado.
La guerra aún no había terminado, aun sí, eso no significaba que no estuviera llegando a su fin como el desencuentro que se daba entre Seitán y CN. Estos dos excompañeros dejaron caer sobre la tierra mortal, sus mejores movimientos como cantos de guerra, sufriendo así mismos algunos que otros daños de parte de su contrincante, y a pesar de que resultara difícil de creer, no deseaba ninguno de ellos dar marcha atrás; era como si nunca hubieran existido un compañerismo entre los dos para empezar. De modo que, por unos segundos, sus ojos tristes que desbordaban su pasión por el significado de esta lucha, se encontraron, dándoles así un momento para meditar sobre lo acontecido. Tantos eones juntos; tanta confianza mancillada por una falsa sonrisa, desgarraba con cada arremetida, el corazón de la extraterrestre, aun así, su firmeza en la contienda se mantenía temible y eso se debía a que la ira también se apoderaba de Seitán, cegando así su juicio.
—¡Te estás dejando llevar de nuevo por la mala voluntad, su alteza! —advirtió CN retrocediendo al esquivar sus malos deseos.
—¡No me llames así! —gruñó la líder de la luz agitando con desdén su espada.
—¡No deseo irme de este mundo reflejándome en tal mirada! —le comunicó ese traidor y, aun así, las palabras de ese individuo no llegaron a Seitán, por lo menos, hizo oídos sordos hasta que el reflejo de ese escudo luminoso llegó incluso hasta ellos, ahí, la espada de la chica se detuvo justo antes de tocar la garganta de esa alma pecadora.
—Eso es... —murmuró la albina, quien abandonó de un instante a otro el fuego encendido en su alma.
—Sí... —CN sujetó la espada con delicadeza, y observó el mismo panorama que su allegada—. El supremo ha roto su sello al fin.
—¿Qué has dicho? —al momento de voltear a él, Seitán sintió un tirón proveniente de su arma, y posterior a eso, cómo ésta atravesaba algo firme e igualmente suave; la superficie resultó ser la carne de su contrario—. ¡Qué has hecho! —exclamó horrorizada. La hoja de la extraterrestre, se hundió con facilidad en el torso de ese muchacho, el cual alguna vez le juró lealtad, es ahí cuando éste se arrodilló, y al mismo tiempo, cayó con él la líder de la luz, pues no entendía el porqué de su acción. De inmediato, la sangre que salía a borbotones de la lesión, manchó el asfalto dándole así un apagado color ceniza en lo que los ojos de la albina se animaban a cambiar su seco desierto por un lago desbordante.
—Su majestad... ya hemos alargado demasiado esta lucha y... para ser sincero... —por un segundo, él cerró los ojos mientras su faz se palidecía por el dolor, y aun con eso, no soltaba la espalda para que ella la retirara—. No deseo que siga bañándose con el pecado del desamor—aquellos azules que poseía CN se posaron en los de ella, dándole así a entender con tan sólo ese gesto, que sus palabras eran sinceras, por lo que consternada aún por su severa decisión, la líder bajó el rostro y tomando algo de aire cerró sus ojos para así al fin, después de recuperar algo de su juicio, contestarle.
—El daño está hecho, pero... sé que es verdad —resignada ante los hechos, su alteza no movió ni un milímetro la espada, no obstante, lo que sí hizo, fue observar a su inalcanzable servidor mientras era rodeado de unos suaves destellos dorados que indicaban su final—. ¡Yo! ¡Seitán Slema, juré ante Dios que nunca más me dejaría cegar por estos oscuros sentimientos, y aun en mi pecado, retorno y reclamo, el perdón de los cielos! ¡Sé testigo una vez más de mi juramento! ¡Cen Netrual! —las lágrimas de la albina, en ningún momento dejaron de correr, y su voz, no tembló al recitar de vuelta su juramento.
—Larga vida... a su majestad Seitán Slema... —una tierna sonrisa se dibujó en las facciones del cansado CN, y soltando un último suspiro, se dejó caer entre los delicados brazos de esa mujer, soltando a su vez, la espada bañada en bermellón. El perdón quizás estaba demás ahora, pero este último acto de buena voluntad, le hizo entender a esta extraterrestre que los sentimientos de CN por ella al final eran genuinos, lo que le permitió llorar con una mayor libertad aun cuando no fuera lo más indicado, a todo esto, tal vez era un deseo egoísta el de ese momento, sin embargo, su cuerpo deseaba soltarlo todo, de modo que así lo hizo; liberó la más pesada carga que tenía en su corazón, pues la pérdida de un ser querido siempre es dura, y en esta ocasión lo experimentaba como una terrible helada en medio de una fresca primavera; ni muy dulce, ni muy amarga, o probablemente... tenía un poco más que ver con esto último. De este modo la penetrante lucha contra CN concluyó en una desgracia que, trajo consigo una verdad sanadora, por lo tanto, el sacrificio de ese guerrero había dado frutos, y dejando esto de lado, ahora quedaban los que sembró el supremo hasta hace nada; el misterioso sello. Desde la lejanía, cuatro luces salieron de la esfera luminosa, y se establecieron a la misma altura que Uriel, revelando así la verdadera identidad de esos cuatro elegidos. Unos relinches se dejaron oír y la forma de unos caballos de diferentes tonos se instalaron en las pupilas del maligno. El primero, era un corcel bayo, con los ojos ahuecados; sin vida alguna dentro de sus pupilas, y aun así poseía un cuerpo en donde destacaban sus costillas; este fiel animal, cargaba con su jinete, el cual portaba una gran y negruzca guadaña, también a éste lo cubría un tul que lo envolvía junto a sus vestimentas oscuras en donde el único lugar descubierto era su pecho, el cual tenía el símbolo de Dios; era Alan, y él representaba a la muerte. El segundo caballo, bañado en un fino carmesí, relinchaba feroz mientras soltaba de su hocico intensas llamaradas, e igualmente en este gesto lo acompañaban sus ojos, propios de una bestia demente que, aun con todo, era domada por su jinete. Sin velo que lo cubriera, pero sí ataviado de su negra y larga cabellera que ahora danzaba ante la salvaje brisa, se encontraba Kadmiel, así como el anterior, con su pecho al descubierto exponiendo con orgullo en él la marca de Dios, y en su mano derecha tenía una espada lo suficientemente imponente, como para ejercerle temor a quien decidiera enfrentarse a él; éste representaba la guerra. El tercer potro fue teñido por la noche, y las estrellas eran su suelo, pues pisaba éstas para trasladarse. Por otro lado, los ojos de la criatura, brillaban por la exposición al casi ausente sol que venía del exterior y compartían el mismo tono que su bello pelaje. En cambio, la mujer que lo montaba, en su frente, sostenía la marca de Dios, y en su diestra, una balanza, por el contrario, en la otra, una lanza. Sus ojos, se vislumbraban cubiertos por una impecable venda platina que ondeaba como la cabellera de quien alguna vez fue su protector, mas ahora representaba al más fiero de los guerreros. Su vestimenta, destacaba indemne, pues la mencionada, contenía una pudiente soberanía al ser una armadura de plata hecha a la medida de su figura; ella era la encarnación de la hambruna. Por último, el cuarto animal, encabezaba al resto. Si bien se veía manso, la elegancia como la pureza que desprendía éste, daba por hecho que traía consigo el significado de la paz. Simplemente el blanco era su dominio y de sus ojos, el tono ámbar que poseían se asemejan al astro más poderoso, y éste también lo hacía suyo. Es aquí en donde sobresale su jinete, quien en su cabeza cargaba una corona de oro, mientras que con ambas manos sostenía un arco de diamantes. Este hombre estaba acompañado de una túnica humilde, y ya por el hecho de dar cara a Uriel, ya se le daba por vencedor.
―Las blasfemias que has dicho y hecho, serán por fin juzgadas bajo el nombre del único Dios ―aseguró el cuarto jinete.
―La tribulación es el sinónimo de tu derrota ―aseguró el segundo.
―¡Larga vida a el rey de los cielos! ―vociferó el primero.
―¡Larga vida a su majestad! ―gritó al fin el tercero y los demás se sumaron para dar rienda suelta a su devoción.
―¡Larga vida! ―gritaron en conjunto.
―Esto es ridículo... ―gruñó el más temible de los pecadores―. ¡Pero no me importa! ¡Vengan si se atreven! —los provocó.
Era una lástima que no hubiera más testigos para observar el cómo se cumplía la palabra de Dios, aun así, esto era suficiente. La historia no pedía como requisito la presencia de algún mortal que fuera capaz de constatar su trama luego de la contienda, ya que algunos hechos se transforman en experiencias exclusivas de su portador. A todo esto, la disputa no se hizo esperar más; una lanza, una espada, una guadaña y un arco, se prestaban para el tan importante evento, así como el tridente del maligno. Con las armas ya en posición, la lucha se desató. Muy pronto los cielos se nublaron, y el primer rose de hojas soltó una onda que limpió las lágrimas de la destrozada líder, quien no se estaba dando por ahora cuenta de la batalla hasta ese momento, por lo que volteó rápido hacia la misma. Sus ojos azul marino, distinguían una rafa de truenos... no... no eran truenos, pero se asimilaban a simple vista como tales. Aquello que veía, eran chispas que se transformaban en rayos, pues eso producían las arremetidas contra el ser demoniaco, dando así una falsa visión de lo que se testificaba a simple vista, y lo que eran esas nubes de tormenta, sólo podían compararse con un humo que se producía a la hora de retroceder o de tomar la decisión de cambiar de dirección, e incluso, esos fuertes vientos que le pegaban a la albina, le hicieron comprender que se trataban de la velocidad con la que se movían dichos combatientes, así que en cuestión de minutos, aquellos que fueron subestimados por la bestia, empezaron a someterla con sus abrumadoras habilidades, partiendo desde Kadmiel, quien en reiteradas ocasiones no le otorgaba ni un solo segundo de respiro, mientras que Lena y Alan buscaban cegarlo uno con su lanza y el otro con su hoz. Uriel a duras penas escapaba de sus intentos revolucionarios, resolviendo en el proceso, algunos de sus ataques con otros llenos de oscuridad, los cuales eran purificados por las flechas de la verdad que disparaba Abel desde cierta distancia, para entonces volver a posicionarse en cuanto sus allegados se lanzaban nuevamente al campo de batalla.
—¡Desgraciados! ¡Desgraciados! ¡DESGRACIADOS! —se quejaba de ellos la criatura desterrada.
Entre los cuatro jinetes, impecables compañeros e implacables adversarios, dominaron el cuerpo de su contrincante al rodear entre tres su cuello con sus propias armas, creando así una quinta con la forma de un triángulo, pues el maligno bajó un instante su guardia, lo que les permitió tener semejante ventaja. Ahora, para evitar cualquier fuga, la recién creada, atrapó el cuerpo del sometido con una red de luz.
—Este es tu final —aseguró Kadmiel mirando a los ojos a ese patán.
—Tu misión en este mundo ha acabado —afirmó Lena.
—Es hora de que enfrentes a tu destino —sentenció Alan.
—Y eso me corresponde a mí —declaró Abel preparando su arco—. ¿Algo que decir antes de tu juicio?
El humo que se había expandido sobre el cielo, lentamente se fue despejando, lo que reveló las siluetas de los involucrados, por lo que, en un segundo, en medio de ese calmo silencio, lo único que pudo hacer ese desdichado, fue arrojar su cabeza hacia atrás para reír unos momentos, pues la flor de loto aún estaba destruyendo el planeta, pero... eso seguro pronto cambiaría con su detención, así que no podía hacer otra cosa que meditar sobre sus malas acciones.
—Ah... —suspiró largamente luego de exponer su risa que no sonaba tan malvada como en un comienzo—. ¿Qué sentido tuvo hacer todo esto? ¿Es así cómo funciona? ¿Deshacerse del malo ya los hace buenos por regla? ¿Qué los diferencia de nosotros? ¿Qué sentido tiene hacer todo si al final los humanos recaerán de nuevo?
—La naturaleza humana es tenaz —avisó Alan—. Pueden hacer lo que quieran cuando quieran.
—Sí, y también pueden recaer como has dicho, pero... ¿acaso entiendes el significado de reconocer los errores? —le preguntó Lena.
—Ser capaz de mejorar y de elegir lo que es correcto, es lo que hace auténticos a los sentimientos, por eso existimos, porque la esperanza es algo que nace de ello —avisó Kadmiel.
—Aun si se repitiera el patrón, volveríamos a pelear al lado de nuestro señor porque, defendemos lo autentico, y aunque tú nos compares con la maldad, no es lo mismo —declaró Abel tensando la cuerda de su arco—. Quizás pienses que este es tu fin, cosa que no es así, pues desde un principio, su majestad, ha decidido darte el perdón.
—¿El perdón? —de repente, un zumbido cruzó el aire y el cuerpo de Uriel fue atravesado por la flecha de la verdad—. Esto... —los tres se alejaron del pecador, y observaron cómo el cuerpo del mismo empezaba a encenderse como foco. En lugar de sentir dolor por el objeto que lo perforó, la realidad era que, en su interior, se sentía una paz tan agradable que lo hizo arrodillar en un cielo sin suelo.
—Así es. Volverás a tu origen y renacerás como alguien nuevo —le informó el rubio.
El ausente corazón del endemoniado ser empezó a latir de nuevo en consecuencia de ese acto benevolente, e incluso, sus manos mancilladas por la batalla, se apoyaron alrededor de la flecha sin la intensión de arrancarla, en lo que algunas frescas lágrimas escapaban de la prisión de sus ojos.
—Su majestad... gracias —susurró cerrando en lo que sus orbes perdían su luz. Es así, cómo Uriel llegó a olvidar la sensación de la compasión gracias a todos sus pecados, y el hecho de que pudiera sentirse conmovido, hacía de esta experiencia, algo más intenso, así que siendo de este modo, se dejó caer al vacío para así, como una estrella fugaz, desaparecer antes de tocar tierra. Si bien, los problemas fueron arrancados de raíz, quedaba aún la flor de loto que se encontraba en un descontrol total, por lo que conscientes de semejante obstáculo, Abel apuntó una flecha al dichoso tallo y la arrojó, al tocar la divina el tronco, la flor se estremeció, a continuación, sus ramajes se detuvieron para así retroceder, dejando en paz al planeta que quiso devorar, y por instinto, las almas empezaron a ser liberadas en gran cantidad. Con semejante retirada, los potros descendieron a la tierra y se encontraron con Seitán, quien los esperaba en el mismo campo de lycoris, pues ésta decidió dirigirse a esa zona una vez saldadas las cuentas con CN.
—Han hecho un gran trabajo, mis guerreros —comentó la líder, a lo cual éstos bajaron de sus animales y asintieron.
—Nuestras memorias han sido restauradas, pero me temo, que tendremos que despedirnos hasta el próximo salvataje —comentó Abel extendiendo una mano hacia la albina—. Espero que hayas logrado resolver todas tus diferencias con el príncipe CN —a lo que Seitán observó lo que se le ofrecía, y soltando un suspiro, correspondió.
—Todo está saldado ya, y ahora como has dicho, nos queda despedirnos... otra vez —informó con cierta angustia.
—Ha sido una aventura magnifica —comentó Lena acercándose para apoyar su mano sobre las de ellos.
—Sí, y pudimos aprender más de nosotros mismos, aunque fuera de la forma menos esperada —alegó Kadmiel siguiendo el proceder de su amiga.
—Al principio, admito que me ha costado confiar en ti de nuevo, pero has demostrado que era posible volver a hacerlo, siempre y cuando la otra parte estuviera predispuesta a dar lo mejor de sí —mencionó Alan sellando su compañerismo al imitar a los demás.
—Es bueno ver que tus expectativas hacia mí han mejorado —declaró con una diminuta sonrisa cerrando sus ojos.
—Seitán —la llamó Abel.
—¿Sí? —observó a ese chico, y los primeros recuerdos de su aventura la invadieron con nostalgia; recuerdos que tenían que ver tanto con los de ahora como con los del ayer, reacción inevitable, ya que el adiós se veía próximo, pues sus misiones, aunque parecidas, seguían siendo muy distintas.
—Es ahora —le comunicó.
—Sí... tienes razón —soltó un suspiro con la mirada baja, y apretando las manos de su implacable equipo, notó que se le devolvieron la acción entre todos. La sensación que la recorrió de pies a cabeza, la cautivó tanto, que debió otra vez levantar la mirada, para encontrarse con una escena llena de sonrisas y un aprecio indiscutible hacia su persona, dejándola así sin aliento.
—Aunque nos separemos y lo olvidáramos todo, la vida nos volverá a unir en una dramática escena, y quizás... sólo tal vez, en ese momento, seremos capaces de disfrutar la eterna paz que nos dé Dios —esta afirmación, le devolvió la alegría a Seitán.
—Ya lo creo —e inclinando un poco su cabeza preguntó con más ánimos—. ¿Finalizamos esto?
Nadie se negó a la hora de ponerle un final a la caótica pesadilla, pues los mundos debían ser separados y sus manos, enlazadas como estaban, empezaron a soltar unas preciosas esporas que subieron lentamente hacia el cielo, y en su proceso, copos de nieve decidieron caer de entre las nubes, para en un parpadeo, ser remplazados por las hojas rojas de la Lycoris. Y como si de un sueño se tratase, la ciudad, regresó a lo que era antes.
***
Un mes más tarde...
El invierno terminó por asentarse en la ciudad, y el miedo que instalaron las sombras previamente a esas fechas se terminó transformando en un recuerdo agridulce, aun así, todavía se hablaba de ello en las noticias, en donde algunos expertos hacían comentarios como que estuvieron a un tris de experimentar el fin del mundo. A todo esto, alguien cambió el canal que transmitía dicho reportaje, y este fue Abel. Él se encontraba ya harto de escuchar la misma información repetida, y como de costumbre, ni se hablaba de ellos en absoluto, es decir, de los héroes que salvaron el planeta. Si bien, él podría haber tomado la decisión de perder tiempo en ello, no podía darse ese lujo, aunque quisiera, debido a que el establecimiento estaba lleno, además, una rápida Lena pasó por su vista de la nada.
—¡Ten cuidado de que no se te caiga nada! —le advirtió el dueño.
—¡Está todo bajo control jefe! —le aseguró la chica haciendo un saludo militar para después seguir con sus labores. La castaña había dejado la calle y empezó a trabajar en la cafetería de Abel para costear sus estudios, y si bien ella aún no salía de la casa de sus horribles progenitores, al menos esto le permitía dar un paso más rápido en su vida para así independizarse, además, contaba con el apoyo de Alan como así también el de Abel, y estos dos a veces se turnaban para invitarla a pasar tiempo con ellos, lo que le permitía despejarse de su ambiente tóxico.
—Lo haces excelente, quizás así podrías seguir y trabajar en un restaurante de cinco estrellas —opinó Kadmiel, lo que provocó que ella riera.
—No hables, me tratarán como una loca —le susurró.
—¡Ups! ¡Mi culpa! —levantó las manos el chico mientras sacaba la lengua. Este samurái si bien no obtuvo un cuerpo, seguía como siempre apegado a su protegida, y los únicos que podían verlo eran: Abel, Alan y Lena, quienes se habían transformado casi en una familia. Por otro lado, hablando de familia, la campanilla de la tienda sonó, y en su entrada, se asomaron: Yamil, Talía, Misa y Alan.
—¡Ya llegamos Abel! ¿Cuál es nuestra mesa? —gritó el pelinegro emocionado.
—¡Más te vale que sea buena, mira que soy exigente! —avisó Misa.
—No te pases hermana, ya que hace nada te recuperaste —le comentó Yamil preocupado aún.
—¡Exageras! —le respondió la pelirroja.
—Vamos, vamos... no tienes que ponerte así Yamil. Deja que Misa se divierta —pidió con amabilidad Talía, y a los minutos, intervino Lena para hacer su trabajo.
—Vengan por aquí todos —acompañó a los chicos al lugar que les correspondía.
—Si serán escalándolos —se quejó Abel mientras atendía algunos clientes, pero con una sutil sonrisa. Las personas que alguna vez formaron parte de su antiguo grupo estaban casi todas ahí, y con el detalle, de que no recordaban nada del incidente de hace tres años, lo que incluía a Talía en la formula, cosa que se aseguraron esta vez Abel y Alan, lo que les permitió restablecer su vida diaria sin ningún problema. En cuanto a Yamil, él seguía atendiendo en su hospital. Por el lado de Misa, apenas ella se recuperó, volvió a su trabajo de siempre, y Talía, a ella por su parte, le regresó el color de sus ojos, e incluso abrió una consultoría en la ciudad.
—Por cierto, Abel —lo llamó Alan con la mano.
—¿Qué sucede? —le preguntó.
—Tengo a alguien a quien presentarte —el chico chifló y entonces por la puerta, entró una muchacha castaña de coleta; sus ojos estaban cubiertos por unos lentes de sol, y su piel se veía tostada, aun así, Abel se quedó pasmado al reconocerla.
—Esa es... —dijo casi sin aire.
—¡Así es muchachote! —declaró la chica sacándose los lentes de sol que tenía puestos—. ¡Soy la gran Dina! ¡Encantada de conocerlos! —declaró abriendo los brazos con ánimos.
—¡Oh, Dios mío! —Abel por poco se deja caer debido a la impresión—. ¿En dónde la encontraste Alan? —lo interrogó enseguida el rubio.
—Por internet. Pero podemos hablar de eso luego; preséntate a mi novia —le pidió a su mejor amigo.
—Ah, sí claro, mucho... ¡NOVIA! —se quedó con el ojo cuadrado al escucharlo; esto lo atrapó desprevenido.
—Este chico enserio parece que vio un fantasma. Él es el chico del que tanto me hablaste, ¿no? —señaló Dina sentándose justo al lado de Alan.
—Sí, sí. Él es mi mejor amigo. Y no seas tan cruel, ya encontrará novia en algún momento también —se burló a lo que todos rieron y no se presentaron con la nueva integrante, pues ya habían hablado con ella afuera del local.
—Vaya... pero que alivio —declaró Abel para sí mientras los otros se divertían. No obstante, ese día no era la única sorpresa que le deparaba su quedada, además, el ambiente del café estaba cargando de buenas energías, y a falta de más, la puerta se abrió, dejando que una pequeña ráfaga llamara la atención de todos los clientes, incluyendo a los amigos del dueño. Al voltear, en las pupilas de todos se reflejó un cabello espectral que ondeaba con el mismo viento, en donde dicha dueña, poseía un vestido invernal esmeraldino que cuyos bordes negros, cubría una pequeña mano que sostenía, la cual pertenecía a un niño de unos intensos orbes azules con el cabello negro. La tan llamativa entrada, evitó que los invitados y clientes, le quitaran la vista de encima, e instintivamente la siguieron con ésta cuando la mujer se acercó al centro del establecimiento y sus delicados labios se entre abrieron.
―Veo que ya no hay mesas en donde podamos sentarnos ―señaló con su aspecto neutral. No obstante, antes de que decidiera retirarse, Abel de detrás de la barra sacó un par de taburetes y los acomodó entre sus amigos.
―Quizás no haya una mesa porque ya estaba reservado este lugar para usted, señorita ―comento el rubio, y la extraña, se mostró sutilmente alegre.
―Gracias.
―No se preocupe. Así que vamos, vamos, tome asiento que se va a perder lo mejor de la noche ―insistió el dueño de ese café, y al final, ella fue recibida por los demás como si la conocieran desde hace mucho tiempo.
"Quizás las manecillas del reloj se lleve nuestros recuerdos; quizás el tiempo consuma nuestras vidas, pero nunca, nunca borrará las buenas sensaciones que alguna vez alguien nos hizo experimentar, es ahí en donde radica la verdadera amistad."
Esa clase de palabras pasaron por la mente de Abel, quien vivió la lealtad y la traición en la misma medida, y quién ahora poseía el ejemplo de esa realidad reflejado en sus ojos.
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