Capítulo 34: "Pendientes"

Hay que aclarar, que toda época, empieza con diferentes tonalidades, dándole así diversas características que la hacen discernir de las anteriores, sea por cuestiones religiosas o lo que sea, y en el caso de Abel, se trataba de la tecnología, la cual, muchas veces, se transformaba en una maldición debido a ciertas personas que convertían a esos aparatos tecnológicos, en una especie de arma de tortura; así se sentía ahora al estar discutiendo entre ellos, no obstante, la tensión se fue disipando como el otoño para brindarle paso al invierno, ya que a nuestro querido protagonista, se le ocurrió una forma de desviar el tema.

—Bien, entiendo, pero eso no correrá como responsabilidad nuestra si tenemos algún otro percance por su culpa —advirtió Abel, cosa que no le gustó oír a Seitán, pero aceptó sus términos de mala gana.

—Bien... En tal caso, investigaré el motivo de su recomendación al grupo —comentó la líder.

—Algo es algo —argumentó Lena un poco decepcionada, lo que le daba una mala sensación al tener que seguir aguantando a este mequetrefe por más tiempo.

—Ustedes hablan como si yo fuera un objeto rembolsable, o incluso me tratan como un empleado; pensé que no había forma en que me sacaran del grupo; creí que era permanente la manera en que estaba distribuido esto —se quejó Uriel.

—Sí... y de hecho, lo es, aun así, si algo grave sucede, debo intervenir —comentó Seitán—. Por ahora sólo fueron quejas acerca de tu falta de cooperación, pero si llega a pasar alguna cosa más acentuada, me temo que tendré que tomar medidas.

—¿Vas a confeccionarme algo? —colocó el chiquillo en el chat.

—... —la albina no dijo nada, pero demostró su molestia con los puntos suspensivos.

—¡Qué humor, por Dios! Ok, ok, ya entendí. Cooperaré más en el grupo —afirmó.

—Bien... —dijo con un poco de desconfianza la extraterrestre.

—Cambiando de tema... ¿Hoy vamos a ir a ver a Misa, Alan? —le consultó a su amigo—. Creo que como ya nos deshicimos de la flor que estaba en el palacio de Lidciel, quizás ella ya se encuentre mejor —dio como posibilidad.

—Es lo más probable, ya que, al quitarle la flor de las manos al príncipe, muchas almas fueron liberadas —notificó Seitán.

—Ya decía yo.

—¡Oh! ¡Misa! ¡Tienes razón! ¡Me había olvidado por completo de ella debido a todo este embrollo! —se sinceró el pelinegro.

—¿Entonces irán a verla? —preguntó Lena.

—Sí, definitivamente vamos —aseguró Alan por los dos, ya que Abel ya dio a entender que irían gracias a su comentario.

—Entiendo, entonces nosotros nos retiramos a hacer nuestras cosas también. Tengo escuela hoy, así que nos estaremos hablando la próxima vez. Nos vemos luego —se despidió la castaña.

—Hasta luego —la saludaron también los chicos, a excepción de Uriel, quien simplemente se desconectó de un momento a otro.

—Veo que cada quien tiene cosas que hacer y, por lo tanto, yo igual. Les deseo mucha suerte muchachos en el encuentro que tendrán con Misa —la albina dio sus buenos deseos, y se esfumó.

—Gracias —dijo Alan aun cuando su mensaje le llegó tarde—. Por cierto, ¿en dónde nos encontramos? —consultó.

—Vamos a...

Había que aprovechar la ocasión, así que quedaron en encontrarse en la entrada del hospital en el que trabajaba Yamil, después de todo, ahí también estaba la hermana de éste. Al cabo de unas horas, antes de salir de sus trabajos, dieron por hecho de que el clima no los importunaría esta vez, ya que el cielo se encontraba apenas oscureciendo y despejado.

—Perfecto —murmuró para sí Abel, quien se encontraba sacando una chaqueta del perchero, y dándole la oportunidad de atravesar con él unas calles desoladas que, no veía con prisas como la última vez que pasó por ahí. Al finalizar su caminata, el hospital estaba lleno como siempre, no obstante, más organizado que las primeras semanas.

—¡Hey! —le llamó la atención Alan, pues éste estaba llegando desde la otra esquina—. Qué día, ¿no? —le comentó al llegar a su lado.

—Sí. Al menos esta vez podremos quedarnos todo el tiempo que queramos sin que tengamos que preocuparnos de encontrarnos con algún monstruo, o de tener que ir al otro plano —le dijo con una sonrisa.

—Y qué lo digas —el pelinegro se enderezó con ánimo, y con sus manos en el bolsillo, indicó con el resto de su cuerpo el edificio—. ¿Vamos entrando? —a lo cual el rubio asintió.

En esta ocasión, la gente no se agolpaba en el recibidor, ni insultaba como la última vez, más bien, se encontraban los familiares en sus respectivos lugares, y varias enfermeras e internos, deambulaban en mayor número que la vez pasada, así que todo se notaba más sereno.

—Parece que han logrado darles paz a estas personas por fin —comentó Alan, pero antes de que Abel pudiera contestarle al respecto, alguien los tomó por sorpresa.

—Lo que pasa, es que la institución tuvo que contratar más gente, ya que no dábamos abasto con el exceso de pacientes —avisó este personaje, quien luego vislumbraron al girarse el par.

—¡Yamil! —dijeron al unísono.

—¿Qué tal? Espero que no se vayan con tanto apuro como la última vez —anunció soltando una leve risa.

—¡Oh! ¡Discúlpanos! Es que la vez pasada nos tocó una emergencia y no pudimos despedirnos como era debido —se explicó Abel.

—Sólo estaba bromeando; imaginé que algo seguramente les hubiera pasado —les informó—. ¿Y bien? ¿Resolvieron su problema?

—Algo así —Alan mostró una media sonrisa y se acarició detrás del cuello con una mano, mientras que su compañero, prefirió cambiar el tema.

—A todo esto, ¿cómo está Misa? —el hecho de que ese muchacho lo preguntara, hizo que, la cara de ese doctor, se encendiera de la emoción.

—Ella ha tenido una mejoría increíble; por lo menos, ya no corre peligro su vida —al escuchar la noticia, ambos se mostraron aliviados, pues entendieron que habían dado en el clavo.

—¡Gracias a Dios! —dijo el pelinegro.

—¿Puedes llevarnos para verla? —preguntó Abel.

—Claro. Síganme; ella aún se encuentra en la misma habitación que ustedes visitaron la vez pasada.

Habiendo surcado por tantas emociones últimamente, este acontecimiento, les brindaba una buena bocanada de aire fresco a sus pulmones, por lo tanto, era una excelente recompensa ante todos sus esfuerzos. Sin embargo, Yamil se detuvo delante de la puerta, y sonrió para ellos de forma muy amistosa, de modo que los muchachos se mostraron confundidos por el repentino comportamiento travieso que él mostraba.

—Por cierto, ustedes no son los primeros en llegar —avisó, lo que hizo que entre los dos se miraran, y apenas Yamil abrió la puerta, no sólo vieron a Misa, sino que también, a una chica a la cual reconocieron enseguida por sus coletas e incluso por las gafas que ésta estaba usando.

—No me lo puedo creer... —dijo casi sin aliento Alan.

—¿Es Talía? —comentó con sorpresa el rubio.

—Así es. ¿O es que te has olvidado de nuestra querida amiga? —lo interrogó el pelirrojo.

—No, claro que no. Jamás me olvidaría de mis amigos —hizo saber Abel, mientras tanto, Alan aprovechó la ligera charla entre aquel par, para acercarse a la muchacha, la cual estaba sentada a un lado de la cama de Misa, quien se mostraba muy apacible descansando.

—¡Te ves más madura ahora! Aunque... —él pelinegro entre cerró los ojos, pues vio algo en Talía que le resultaba distinto, pero no llegó a más por el hecho de que ella cerró los ojos, lo cual le extrañó.

—Sí... ha pasado mucho tiempo Alan, y como toda persona, yo también cambio, pues soy humana —aquel comentario hizo que su contrario se enderezara y la mirara con extrañeza—. He estado estudiando todo este tiempo sobre el psicoanálisis, así que ahora me desempeño en esa rama, aunque no ejercí hasta hace un año atrás.

—Qué interesante, aunque yo he optado por algo más simple; soy editor —le explicó—, y Abel se ha dedicado a trabajar en su propio café —señaló con su mano a su amigo.

—Oh, sí, algo de eso me contó Yamil —indicó sonriendo.

—Quizás es el trabajo más sencillo del mundo, pero me gusta —confesó Abel con amabilidad.

—Por cierto... ¿estás usando lentillas? —le preguntó curioso Alan.

—Oh, sí, es que el anterior color que usaba no me gustaba —declaró en lo que se acomodaba un mechón de su cabello.

—¿No te gusta el color marrón? —levantó una ceja Abel.

—Es un color común, y colores como el gris, destacan más; simplemente me parece un tono bonito —afirmó la muchacha.

—Supongo que hay gustos para todo; yo también me fijé en eso cuando llegó, y me preocupé porque casi todos los pacientes que han venido aquí tenían el iris gris al caer en coma, pero como no presenta ningún síntoma, entonces me tranquilicé —avisó Yamil llevándose una mano al pecho.

Tal vez era casualidad, o también puede que no, ya que Talía había elegido cambiar su color de ojos justo en el momento en que toda esta situación estaba pasando y, aun así, ella se encontraba bien, ya que se supone que los que tienen el iris gris, le han arrebatado el alma, por lo tanto, no podría moverse en ese caso. En conclusión, no debían preocuparse por ella... ¿o sí?

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