Capítulo 30: "Hospedaje"
El tiempo es inflexible a la hora de marcar sus pasos, y no, no es indulgente para con nadie, por lo tanto, así como no le daba la oportunidad a ningún guerrero, Lena y Kadmiel no serían la excepción a la regla, así que deberían aguantarse las ganas de reunirse con sus compañeros por lo menos... una media hora. Mientras tanto, los otros dos chicos se encontraban en un segundo plano no planeado. Sus circunstancias si bien habían mejorado a un bosque que les era terriblemente familiar, había algo en el aire que les daba la advertencia de que esto no estaba desarrollándose de la mejor manera.
—¡Nos encontramos de nuevo! —avisó alguien que estaba detrás de Abel y Alan, los cuales se giraron para encontrarse con su supuesto conocido, el cual se trataba del príncipe Lidciel, siendo acompañado por algunos de sus camaradas—. Realmente ha pasado un buen tiempo desde la última vez que nos vimos —aseguró con una buena expresión en el rostro que denotaba más que alegría.
—Ah, esto es realmente inesperado —dijo el pelinegro ya más relajado, pues se trataba de uno de sus aliados, cosa que lo dejaba tranquilo.
—Sí, yo pienso lo mismo —comentó parpadeando unas cuantas veces Abel, pues fue atrapado con la guardia baja, y no se dio cuenta de que estaban en el reino del Diente de León hasta que se encontraron con este chico.
—Hablando de sorpresas... —Lidciel se llevó un par de dedos a la nariz y señaló al par—. Creo que sería mejor que primero se bañaran y luego habláramos con más calma. ¿Qué dicen? —ofreció el castaño.
—Ah... Cierto, por un momento había olvidado que estábamos completamente hechos un desastre por meternos en ese lugar —se miró Abel la ropa, y así también lo hizo Alan; debido a lo limitados que eran los sueños, obviamente el mal aroma que cargaban con ellos pasaría desapercibido, aunque esto no sería así para los que habitaban en ese mundo.
—¡Sí! ¡En definitiva necesitamos un baño! ¡Gracias por la ayuda! —hizo una leve reverencia el pelinegro.
—No hay por qué —declaró el otro, quien los guio a su palacio.
Ambos héroes, pasaron por alto el incómodo paisaje que entregaba el pueblo, el cual destacaba gracias a la diferencia de riquezas, después de eso entraron y fueron guiados por una doncella, quien los llevó a cada uno a una habitación distinta para que así pudieran bañarse sin tener que esperar, al cabo de un rato, el mismo Lidciel pasó a recoger al dúo.
—Es curioso que vinieras por tu propia cuenta príncipe Lidciel —le comentó el pelinegro, quien no tenía sospechas de ningún tipo hacia su persona, es por ello, que salió con plena confianza de su habitación para seguir a éste estando ya impecable.
—Oh, es que estamos cortos de personal, así que está bien que me preste para hacer pequeñas tareas —comentó él en lo que se ponía en marcha con Alan hacia la habitación que le fue asignada a Abel.
—Ya veo, y ahora que lo dices, he notado eso, así también como la falta de gente en tu pueblo. ¿A qué se debe esto? —curioseó.
—Es debido a la guerra —se detuvo un momento, lo que obligó también a su invitado a frenarse; el ambiente se tornó algo denso en cuanto la expresión de ese chico de piel tostada, se volvió oscura—. Casi todos los de mi pueblo fueron exterminados, y bueno... —apenas bajó la mirada, la frustración se apoderó de él, y se convirtió en algo evidente para su allegado a pesar de que estuviera de espaldas—. Así están las cosas.
—Lamento haber preguntado —dijo arrepentido.
—No te preocupes, así es la guerra —le contestó.
Si bien, era una realidad que ese tipo de cosas trajera consigo un gran pesar, la forma en que sonrió Lidciel a Alan después de desestimar el asunto, terminó por desconcertarlo, pues no parecía ser forzada para nada como se esperaría.
—Una vez que las cosas terminen, seguro que podré restaurar el reino —argumentó para finalizar su opinión sobre el tema.
—Lo entiendo —el amigo de Abel, por un momento pensó en preguntarle otra cosa, pero prefirió abstenerse al recordar su anterior reacción a ésta, es decir, la que sí le había producido empatía, por lo que, siguieron. Al llegar al cuarto, Abel los recibió con los brazos abiertos, y entonces se sumó a ellos dos, para así, trasladarse a un sitio que curiosamente Lidciel quería mostrarles. Al pasar de pasillo en pasillo, el inexplicable silencio, y también, la distancia que tomaba el príncipe de ellos, les permitió abrir la posibilidad de realizar una leve charla por lo bajo.
—Oye, Abel —le cuchicheó Alan.
—¿Qué pasa? —le respondió el otro en el mismo tono.
—Estuve hablando con Lidciel, y no puedo evitar tener un mal presentimiento de todo esto —aseguró inclinándose un poco para acercarse más a su amigo; si bien, al comienzo no le hizo experimentar semejante sensación, a medida que pasaban los minutos, iba acentuándose sus sospechas—. Sé que no soy tan listo como tú, pero... ¿no te parece extraño que casi no haya nadie en este lugar? Él me explicó que es por el tema de la guerra, aun así...
—También había pensado en esa explicación, aunque creo que tengo la misma idea que tú —le comentó.
—¿Entonces sí te has dado cuenta? —le consultó impresionado.
—Sí. ¿Cómo es que un príncipe, en medio de una guerra, tome siestas en la mitad de un bosque estando sus padres ausentes? ¿No se supone que él debería estar alerta por lo menos hasta que ellos vuelvan? —le planteó—. No le veo el sentido porque... veamos, si lo dejaron al mando, creo que no debería ser motivo para relajarse —sin darse cuenta, y antes de terminar su charla, habían llegado a una sala, en donde no distinguieron en primer lugar lo que se alzaba allí dentro.
—Hemos llegado —avisó Lidciel, tensando así a sus invitados, a los cuales se giró para ver de frente—. Ahora podemos charlar adecuadamente.
—Sí... —expresó un poco incómodo Alan.
—Bien, ¿cómo es que terminaron así? ¿Y acaso otra vez se separaron de sus camaradas? —los interrogó.
—Estábamos desempañándonos en nuestra misión y... terminamos por algún motivo aquí, de nuevo —declaró con seriedad Abel, quien ya se había dado cuenta de lo que estaba en la habitación, cosa que minutos antes también notó su camarada; era un diente de león gigante.
—Sí, de nuevo. En verdad pareciera que les gusta perderse a ustedes dos —declaró el chico con su característica sonrisa.
—Hay algo de lo que me he dado cuenta, príncipe Lidiciel —informó el rubio.
—¿Eh? ¿De qué se trata? —preguntó con inocencia.
—Estoy empezando a pensar que nuestros encuentros no han sido pura casualidad, en especial, gracias a esa enorme planta que tienes detrás de ti —le señaló.
—¿Esto? —dijo al girarse para ver el diente de león, y luego movió sus hombros con desestimación, mientras que soltaba una pequeña risa—. ¡Ja! Eso no significa nada.
—¿Entonces por qué nos has traído a los dos solos hasta aquí? ¿Qué sentido tiene? —exclamó Abel ya harto de que ese tipo se hiciera el tonto. De repente, la expresión de ese príncipe cambió por completo, y entonces, su mascara cayó, dejando entre ver una sonrisa malévola. La nueva imagen de ese chico, le hizo revolver el estómago a Alan, quien había sentido lastima de él momentos antes.
—¡Qué interesante! —respondió en primer lugar—. Sin embargo, creo que estás confundido. Como mencioné, hay muchas otras flores en los planos, y porque tenga una en medio de este lugar, no quiere decir que esté ocultando algo —el castaño entre cerró los ojos mientras se llevaba una mano a la cintura.
—Ya deja de negarlo; esto se trata de sentido común. Cuando nos explicaron cómo aparecían las flores, no nos dijeron el cómo hallarlas, sin embargo... parece que hay algo que nos permite llegar a ellas sin que lo notemos.
—¿A qué punto quieres llegar?
—¡Sé que tienes en tu poder la rosa que estamos buscando, Lidciel! —extendió entonces su mano—. ¡Entréganosla! ¡Ya déjate de juegos! —Lidciel pareció empezar a sufrir un ataque de risa, lo cual asustó un poco a Alan y desconcertó a Abel, quien fue bajando su mano de a poco.
—¡Qué perspicaz! —admitió al calmarse, y entonces los miró como si fueran escoria—. La primera vez que los vi realmente fue una casualidad, así que no voy a negarlo —explicó para luego, hacer un pequeño movimiento con su mano, e instantes después, mostrar la rosa encapsulada—. Sin embargo, aún no tenía en mi poder esta joya —canturreó.
—¡Así que en verdad eres un traidor! —le gritó Alan.
—¿Y a ustedes que les importa? —le gruñó al pelinegro, acto seguido, el rostro de Lidiciel se ensombreció—. Ustedes... ¡ustedes no saben lo que es tener a tu padre prisionero y tener que matar a quien sea que se atreva a entrar en tu reinado para evitar que sea destruido!
—Ahora todo tiene sentido... ¡por eso estabas en el bosque! ¡Sólo estaba acechando a los inocentes que pasaban por ahí! —lo acusó Abel.
—Pero ¿por qué no nos mataste? —interrogó Alan.
—Tch —chasqueó la lengua el castaño—. Fue porque tenían los collares, y si intentaba matarlos en ese momento, seguramente terminaría en un buen lío, aunque eso ya es historia ahora; sus collares podrían dar aviso de si les pasa algo mientras son funcionales, pero éstos están casi obsoletos gracias a que ya los usaron —Lidciel se vio notablemente confiado después de esto—. Además... ya no tienen suficiente poder como para enfrentarme, así que lo único que tengo que hacer es apresarlos para que el oscuro tome sus cabezas y, mientras tanto, yo cuidaré bien de esto por ustedes —les volvió a mostrar la esfera.
Aun con todas las de perder, el par no se quiso quedar de brazos cruzados, es por eso que se lanzaron a atrapar a ese despiadado príncipe, quien, de tan sólo un pisotón que dio contra el suelo, hizo que se abriera una escotilla en donde nuestros héroes cayeron sin poder evitarlo.
—¡Nos vemos, perdedores! —finalizó éste con una burla terriblemente descarada.
Aquel malvado joven, había formado un excelente plan o... ¿quizás fue alguien más el que lo armó? Fuera como fuese, los resultados de los dados se habían arrojado a su favor. En cuanto a Lena, Kadmiel y Seitán, ¿llegarían a tiempo a rescatarlos?... eso debía verse.
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