Capítulo 28: "Luces, cámaras y acción"
El miedo, es la principal razón de que como humanos estemos tan retrasados en nuestras metas, para colmo, dicho elemento nos quita el sueño, nos provoca enfermedades, e incluso, impide que dejemos ir o conozcamos nuevas personas. Sin embargo, en el caso de Lena y Kadmiel, ellos dos no la tenían tan complicada como Uriel, ya que gracias a que estaban curados casi de espanto por la clase de familia con la que compartían sus vidas, no les costó acomodarse en el ambiente en el que se habían entrometido, en especial, cuando debieron saltar cada uno por un lado, para así esquivar los ramajes de brazos que tenía esa criatura, la cual afortunadamente no era tan rápida, no obstante, eso no significaba que esto no sería un encuentro cansino.
—¡Ah! ¡Uriel! —gritaron en conjunto al darse cuenta de que dejaron al chico a la buena de dios.
Qué terrible había sido la suerte de este muchachito, el cual en teoría era envuelto por esos alargados palillos, los cuales ahora se empezaron a remover, descubriendo así, que el chico no estaba, cosa que dejó perpleja a la pareja.
—¿Dónde se supone que está? —preguntó Lena. A los pocos segundos de dejar aquella incógnita en el aire, el mismo menor respondió sin darse cuenta al salir de debajo de las putrefactas aguas, justo ahí se reveló un manto de barro negro que estaba sobre él.
—Vaya... —expresó con impresión el pelinegro al notar cómo esa cosa viscosa, o lo que sea que fuera eso, le resbalaba desde el cabello como por el resto del físico ajeno, para luego, volver a sus orígenes.
Aunque ambos se sentían alegres por la forma en que logró salir de esa Uriel, lo cierto es que no tuvieron tiempo para alagarlo, pues los brazos esta vez se trasladaron hacia Lena, quien al percatarse, tuvo que usar una barrera de energía para impedirle el paso a esa criatura, y claro, apenas Kadmiel notó que su amiga estaba en peligro: desenvainó su espada, dio un salto, y cortó aquellas extremidades por la mitad, obteniendo como resultado un dramático alarido de parte de esas cabezas aniñadas.
—¡Rápido, tenemos que formar un plan! —señaló el samurái, quien se giró para ver a Uriel, el cual ya no estaba a su vista—. ¿A dónde se fue ese chico esta vez?
—Me impresiona lo rápido que es —indicó la castaña mientras miraba a sus lados con preocupación—. Él antes no había actuado de esa manera cuando estuvimos en peligro en el girasol.
—Ese muchacho se comportó como un gato asustadizo todo el rato que estuve con él, incluso se desmayó después de que cumpliéramos la misión —hizo saber aquel samurái mientras se volvía a poner en posición defensiva, ya que esa cosa los acorraló de nuevo, de modo que empezó a desviar las garras restantes que intentaban alcanzarlos con su espada. Aquel monstruo estaba plenamente concentrado en ellos y no mostraba el más mínimo interés por encontrar a Uriel, y la razón de eso, la descubrió enseguida Lena al discernir a unos pocos metros más arriba al chico del mechón rojo, a quien le brillaba su collar, dando a entender que quizás hizo uso de éste para llegar hasta allá arriba, y dejarles todo el trabajo a ellos; ese tipo era todo un cobarde. Cuando la castaña cayó en la cuenta de lo desconsiderado que era esa rata asustadiza, se enfureció.
—¡Ese desgraciado! —gruñó la chica mientras apretaba los puños en el aire, lo cual sacó de onda y desconcentró a su guardián, de modo que, en ese instante, una de las garras logró sujetarlo de su cintura levantándolo por el aire—. ¡Oh, no! ¡Kadmiel! ¡Aguanta! —dijo notablemente alarma la castaña, pero en lugar de acobardarse como se pensaría, ella se molestó aún más, e inmediatamente, haciendo uso del collar, el cual comenzó a destellar, juntó sus manos y creó una bola de fuego, la cual arrojó a la criatura que, estuvo a punto de ofrecer de ofrenda a su caballero a las cabezas de niños magullados. Si bien la confrontación había empezado apenas hace algunos minutos, aquella horrenda cosa ya estaba prendida fuego. Por otro lado, era bueno que estuvieran en un plano que limitaba los sentidos de nuestros protagonistas, pues de tener que oler la carne quemada o el agua con su significativa infusión, seguramente sus cuerpos hubieran caído víctimas de esas sensaciones abominables, y por lo mismo, hubiese sido aquello un impedimento para la lucha. No obstante, no todo saldría tan impecable, porque mientras esa cosa buscaba apagarse, arrojó con desprecio a Kadmiel contra una de las paredes, creando así una grieta debido a la fuerza que inevitablemente, el mencionado sintió, y que a continuación, le quebró unas costillas de paso, dejándolo fuera de combate.
—¡Kadmiel! —Lena se inclinó sobre su amigo, y lo tomó de los hombros, pero en ese instante, escuchó los gritos de Uriel quien, de alguna forma, estaba alentándolos.
—¡Ustedes pueden! ¡Destruyan a ese monstruo! —ordenó ese descarado chico, lo que hizo que: Lena recordara lo enfadada que estaba, agarrara un manojo de aquella viscosidad que había debajo del agua, y se la lanzara con una magnifica precisión al rostro.
—¡Baja de ahí y ven a ayudarnos cobarde! ¡Kadmiel ahora está herido! —le pidió por completo enervada.
—¡Ni loco! —avisó después de quitarse aquello de la cara, y entonces, el rostro del rubio cambió a uno lleno de horror—. ¡Ah, esa cosa! —de pronto, procedió a esconderse.
El acto que llevó a cabo ese chiquillo, le hizo girar la cabeza a Lena hacia el monstruo, el cual ya había quedado un poco chamuscado, pero no derrotado, para colmo, éste separó en dos su estómago y entonces, empezó a succionar el agua junto a los cadáveres que allí flotaban, incluyendo al pobre de su compañero, el cual no podía moverse como quería.
—¡Rayos! —gritó el mencionado, y aunque se viera limitado, eso no significaba, que no pudiera hacer nada, o que su ingenio no le diera una pequeña mano al respecto, es así como encontró una solución; clavó su espada en la pared para así aferrarse a ésta—. ¡Agárrate tú también Lena! —le indicó. Gracias a la respuesta rápida que dio Kadmiel, Lena se sujetó a tiempo, sin embargo, sus cuerpos ondeaban sobre el agua debido a la succión poderosa que este asqueroso monstruo producía. ¿Cómo podrían librarse de esto?
La situación era delicada y, aun así, Uriel, no se animaba a mover ni un dedo para ayudar a sus compañeros, es más, de seguro él se encontraba temblando en aquel rincón alto e inalcanzable esperando en su comodidad por un cambio de clima... o al menos es lo que llegaba a pensar la alterada Lena, a quien se le ocurrió repetir el mismo truco.
—Quizás no haya funcionado antes por el hecho de que su exterior es grueso, pero... ¿qué tal si probamos desde dentro? —señaló Lena.
—Es una buena idea, pero no vayas a resbalar —le advirtió su amigo, a lo que su allegada asintió.
Atrevida como ninguna, la castaña soltó la espada del samurái manteniendo una mano en esta para estirar la otra hacia el desagradable ser, y así crear una bola de fuego, aunque esta vez, usó toda la magia del collar, lo que provocó que éste se empezara a opacar a medida que era utilizado. Poco a poco, la esfera se tornó lo suficientemente grande como para ocupar todo el largo como ancho de esa boca, así que, apenas Lena vio el momento, la soltó, y ésta fue a parar justo dentro de la entidad demoniaca. Instantes después, fueron testigos de los frutos de su plan, ya que la magia elemental funcionó como tapón de piscina, y detuvo el comportamiento mal intencionado de esa cosa, a continuación, en cuanto se la tragó, se la vio asfixiarse, así que los movimientos erráticos no se hicieron esperar. En lo que experimentaban los revolcones que daba su enemigo, junto algunos gritos ahogados, lo vieron al poco caer dentro del agua fuera de combate, y su desplome, al realizar un pequeño oleaje, hizo que llegara a la pareja, la rosa que tanto estaban buscando; esa era su recompensa.
—¡Oh! ¡Una rosa! —gritó Lena impresionada.
—¡Qué bien, la recuperamos sin mucho esfuerzo! —señaló Uriel estando (sin una explicación coherente), ahora justo al lado de ellos, lo que les dio un buen susto.
—¡Oh por Dios! —dijo Kadmiel llevándose una mano al pecho, y a su vez, sintiendo el dolor de su valor.
—¡Ah! ¡Tú! —gruñó la castaña después de tomar la rosa, la cual se la pasó a su otro camarada para así agarrar de las solapas a ese granuja, quien ni siquiera se molestó en ayudarles—. ¡Eres un maldito cobarde! ¡Ni siquiera se te pasó por la mente darnos una mano cuando ese monstruo casi nos devora! —le reprochó mientras lo agitaba.
—¡Hey, hey! ¡Lastimas mi delicado cuerpo! —avisó Uriel levantando ambas manos, e intentando de esa manera, calmar a su alterada compañera—. Además... ¿Qué esperabas que hiciera? ¡Estaba muerto de miedo y lo único que se me ocurrió fue usar el collar para subir hasta allá arriba! ¡Me fue imposible!
—¡Imposible será que los demás te reconozcan una vez te deforme la cara! —le notificó.
El trio había pasado por un susto de muerte, aun así, recuperaron una de las tres rosas perdidas. En cuanto a la batalla de Abel y Alan, se desarrolló al mismo tiempo que la Kadmiel y Lena, así que, en teoría, ambos grupos deberían regresar al mismo tiempo al mundo real, cosa que se vio frustrada por una luz que los sacó de improvisto en medio de la discusión que estaban teniendo Lena y Uriel; en conclusión, ella había despertado.
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