Capítulo 26: "Criaturas de pesadilla"
Así como las esporas se pegan al cuerpo de los pájaros para mantener su existencia sobre la tierra, la lycoris les entregaba la terrible impresión a los hombres, de que ésta tiene que ver con la muerte, y dicho aquello, vemos una reacción similar en nuestros protagonistas, los cuales poseían un nivel parecido de desconfianza hacia el ser que les hacía frente. Esa criatura de aspecto lluvioso, aunque no mostrara señales de sus expresiones, tenían la corazonada de que ésta les sonreía, y esa simple percepción, causaba un escalofrío en sus espaldas.
—¡Quién eres tú! —interrogó enseguida Abel dando un paso hacia el tipo sospechoso.
—Eso no importa ahora mismo. Si no actuamos, perderán las flores —el sobrenatural esquivó su pregunta de forma hábil y, sin darles tiempo a reaccionar, su misterioso aliado, señaló con su mano abierta uno de los caminos, en donde las paredes del canal empezaron a reaccionar a lo que sea que estaba haciendo; el sendero que indicaba con su palma, se contrajo un par de veces, e incluso, se mostró pixelado un instante, para luego, cambiar su tamaño a uno adecuado por el cual el par podría pasar sin ningún impedimento, lo cual dejó sin aire al dúo.
—Pero qué... —soltó Alan gracias a su asombro.
—¿Cómo es posible esto? —consultó Abel ante la anomalía que habían presenciado, sin embargo, apenas ambos volvieron con su nuevo colega, éste había desaparecido—. Otra vez...
—Ah... Amigo, estoy tan confundido como tú. ¿Quién rayos era ese tipo?, aunque estoy casi seguro que se trataba del sujeto que describió la vez pasada Lena —comentó Alan luego de recuperarse del impacto que les causó ese individuo.
—Yo también pienso lo mismo que tú —al principio el rubio tuvo sus dudas, pero después de meditarlo un segundo más, dio por hecho que sí se trataba de él—. No... estoy cien por ciento seguro de que era ese tipo.
—¿Entonces crees que podamos confiar en él?, después de todo los ayudó aquella vez —al poco de reconocer esas características, el pelinegro sin desestimar la situación, volvió hacia el canal que se había expandido por gracia ajena—. Por otro lado, ni siquiera nos dio la opción de elegir por cual rosa ir primero...
—Ahora que lo dices, no tengo idea, aunque tampoco es como si tuviéramos opciones —recalcó el rubio, quien se miró con su camarada, para luego soltar un suspiro en conjunto; ambos reconocían la situación.
—Siento que tengo un Deja vu —informó Alan.
—Yo también —a continuación, rieron, y con un gran peso, se acercaron con precaución al canal modificado, introduciéndose así por uno de esos ramajes. Como si se trataran de unas ratas bien acostumbradas a un ambiente contaminado, se distribuyeron por entre: los trozos de carne, sangre derrama, y desperdicios inmundos para llegar a su destino: el otro lado. Una vez estuvieron al borde de la "salida", decir que quedaron perplejos con lo que se encontraron, era poco.
—Abel... —otra vez, Alan experimentó la falta de aire, y los sentimientos de terror se apoderaron de él más que nunca, pues lo que se encontraba delante de sus ojos, superaba con crecer a los monstruos que pertenecían a esa "guerra biológica" de hace tres años atrás.
—Cállate, no digas nada —ordenó el rubio. Quizás, en este momento, Alan no detectaría tan fácil la forma cautelosa de hablar de su amigo, ni tampoco cómo buscaba camuflar el dueño del café sus facciones para no alterarlo más, cosa que no ayudaría mucho, ya que esos ruidos que hacía esa cosa al masticar... Esos sonidos tan grotescos... no le permitían pensar con claridad, después de todo, ambos estaban pendientes al monstruo que se alzaba como una masa de carne por sobre el agua putrefacta, el cual tenía el tamaño de una pequeña colina, además, por encima de esa grasa, se notaban varias cabezas de niños desfigurados pegados a ésta, que curiosamente, tenían todos el mismo color de cabello. Por otro lado, los abominables, se repartían la carne de los muertos como si fueran una familia para nada mezquina; si había algo que destacar de esta abrumadora escena de ficción, es que los numerosos y alargados brazos que casi podrían llamarse jabalinas articuladas, crujían al moverse, aunque no podría negarse la precisión con la que se manejaban. Sin embargo, había algo que no se podía explicar... Si esas cabezas eran las que alimentaban a aquella enorme asquerosidad, entonces... ¿de dónde provenían las significativas mordeduras que se encontraron en otros restos? El misterio de este hecho, se mantendría un poco más en secreto, debido a que era hora de trasladarse a otro inconveniente que nacía. Volviendo al plano, ya con su collar brillando sobre el cuello de Lena, ella y Kadmiel, resurgían de las cenizas para darle cara a sus temores... temores que tenían que ver con la reina araña, pues al ingresar al otro plano, por tercera vez, se encontraron cerca de su castillo, lo cual les hizo entender que probablemente, algo les impedía llegar a sus amigos, así que, no tuvieron otra opción más que dirigirse a los territorios de esa viuda negra.
—Algún desgraciado debe estar haciendo de las suyas otra vez —comentó el samurái.
—Lo sé, y no tenemos otra opción más que... —Lena tragó un poco de saliva mientras se detenían delante de la enorme puerta de madera que poseía ese castillo— acudir a esa mujer.
La castaña no era la única que estaba angustiada por estar de nuevo en tal sitio, y si bien, esta vez tenían permitido pasar por esos lares, lo cierto es que no sabían con qué humor se encontrarían a Mercuri, y en lo personal preferían salir de ahí lo más pronto posible.
—En cualquier caso, tiene que ayudarnos, ya que es nuestra aliada —dijo Kadmiel empezando a sudar frío por el estrés, pero eso no le impidió empujar la pesada puerta, para así entrar con Lena, y desde luego, tal como esperaban, su interior era terriblemente solemne, sin embargo, aunque tal grandeza resplandeciera en sus estéticas paredes y pisos, la inquietud pisaba más fuerte que los sentimientos de admiración, por lo que, decididos, se dirigieron derecho hacia los aposentos de la reina, la cual sin lugar a dudas ya estaba enterada de la presencia de los dos jóvenes, quienes fueron intervenidos a medio recorrido por las sacerdotisas que en una ocasión los tomaron por prisioneros.
—Estimados invitados. Señor Kadmiel, y la dama Lena —los llamó una de las albinas y, entre todas (después de ésta) hicieron una reverencia. Lo impresionante de su repentina llegada, fue que en cuanto terminaron de saludar, la que habló indicó el corredor por el que irían ahora bajo su tutela con una de sus manos—. Déjenme llevarlos por el sendero correcto, ya que nuestra amada reina, no está en su habitación.
La pareja de amigos se miró entre sí con cierta confusión por el trato que se les entregaba en esta ocasión, no obstante, asintieron para dejarse llevar por las subordinadas de esa lasciva mujer. Al arribar al cuarto recomendado, el cual era el trono de su majestad, ella enseguida se puso de pie, desfilando así una preciosa capa que parecía un tul de oro, y que le complementaba, una especie de malla enteriza negra junto a unos tazones de aguja que seguramente a cualquier persona se le complicaría usar, no obstante, este último detalle, no afectaba a esa altanera especie sobrenatural.
—¡Así que han vuelto a mí los corderitos perdidos! —exclamó con gracia la pelinegra.
—No es que estemos perdidos, reina Mercuri —alegó Kadmiel limpiando el sudor de su frente con su manga, demostrando así que estaba en calma; sorpresivamente, tomó esa posición casi en un parpadeo en esta ocasión.
—¿Ah no? —preguntó rescatándose en sus expresiones, pues el samurái había apagado un poco la llama que se encendió en el interior de ella.
—Estamos aquí porque necesitamos de su ayuda —informó Lena tratando de disimular su inquietud.
—Así que ayuda... —comentó suavemente, a lo cual mostró una sonrisa de lado a lado—. ¿Y qué podría ganar yo al respecto?
La pareja, se miró entre ellos en cuanto recibieron esta desagradable respuesta, pues los había metido en un aprieto, a lo que inmediatamente, la atrevida mujer, se dio la libertad para seguir con su monologo antes de recibir una respuesta pensada en ese intervalo corto de tiempo.
—Jovencita —llamó a Lena.
—¿Sí? —preguntó con inquietud; aun cuando de su rostro bajaban algunas gotas de sudor, la castaña se mantenía lo mejor posible para no dejarse atropellar por esa majestuosa figura.
—¿Podrías dejarme a solas con este muchacho? Tengo cosas que tratar con él —y, mientras mantenía esa sonrisa coqueta, entre cerró los ojos—. Sé que llegaré a un acuerdo que nos beneficiará a ambas partes.
Atónita por semejante petición, Lena giró su cabeza enseguida hacia Kadmiel, haciéndole entender con su mirada lo preocupada que estaba por él. Sin embargo, el de orbes dorados, simplemente se mantuvo en su posición y le sonrió de manera tierna a su amiga, para luego asentir. Ese gesto fue lo que necesitó para comprender que su allegado estaría bien, pues al fin de cuentas, él se sabía defender y, además, tenían esta tan famosa conexión que les permitiría saber si al otro le pasaba algo, así que, sin más remedio, Lena bajó la cabeza, cerró los ojos, e hizo una pequeña reverencia antes de retirarse junto a las demás sacerdotisas, quienes la llevarían a una sala en donde podría esperar a Kadmiel con calma.
Apenas los dos se quedaron a solas, el espadachín, observó a esa reina, la cual no le caía del todo bien, y creía en lo personal, que ella tampoco lo estimaba para nada, así que, con voz firme, declaró lo siguiente.
—Dígame, reina Mercuri. ¿Qué es lo que espera obtener de mí?
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