Capítulo 17: "Contando 1, 2..."

La atmosfera contenía un fuerte sabor a amargura e inquietud, puesto que una persona que no debería estar ahí ahora mismo lo estaba, además, tenía entre sus manos ese raro velador que en su interior poseía aquella rosa. Si bien la situación era particularmente extraña, esto no le impidió a Abel razonar, ya que vio en la planta, un brillo que no notó antes.

—Chicos... —susurró para entonces, agacharse un poco como si fuera a saltar sobre la muchacha en cualquier momento—. Mi instinto me dice que esa es una de las flores que buscamos.

—¡Qué! —expresó Alan impresionado por lo bajo. Él apenas un instante, pensó que en el mismo sitio en el que estaban ahora, era la dichosa planta, pero con su aspecto camuflado—. Si eso es cierto... ¿cómo es que terminó ahí?

—Probablemente este es un intento de ellos por ocultarla —comentó Lena seria—. No quieren que nos encontremos con las otras.

—Sí, y aparte... observen sus ojos —señaló Abel mientras fruncía el ceño—. No reflejan nada; están muertos.

Lo que destacaba aquel rubio era cierto, pues la señorita que se encontraba delante suyo, no sólo no era la Dina que conocían, sino que... existía la posibilidad de que no tuviera alma. Quizás para el resto la teoría de Abel podría sonar apresurada, no obstante, él era el que creó las semillas, así que no podía caber duda de que lo que decía era cierto, ya que igualmente, cuando estás en esta clase de mundo, el instinto es algo fundamental, porque te da la certeza de lo que tienes delante de tus ojos.

—No tendrán jamás la semilla —gruñó de repente Dina, lo cual sobrecogió a los protagonistas.

Apenas pronunció estas palabras, de detrás de la chica empezó a extenderse un fuego que antes no existía por las paredes de la habitación, y eso fue suficiente como para hacer enderezar a nuestro trio.

—¡Qué rayos! —volvió a gritar Alan al ver el fuego.

—¿Eso lo está haciendo ella? —preguntó Lena alarmada, quien fue testigo junto a los muchachos, de cómo la ventana que estaba a espaldas de Dina, se abría repentinamente haciendo que las llamas se desparramaran por todo el techo con la ayuda del viento, y aunque mencionamos hace poco que eran sólo ellos tres los que presenciaban tal acto, lo cierto que es ahora con esa novedad, se dio a entender que algo abominable estaba pasando adentro, pues la cabeza del girasol empezó a encenderse como una antorcha, poniendo en alerta a Kadmiel y atemorizando a Uriel.

—¡Se está incendiando! —dijo lo obvio aquel gallina, mientras tanto, el samurái bajó sus orbes para chocar entonces con la entrada, donde divisó a una sombra cornuda parada junto al marco, la cual imitaba a la perfección la silueta del demonio más temido de todos.

—¡Ah! —apenas dejó escapar ese sonido de entre sus labios, la figura no tardó en deslizarse adentro, y cerrar la puerta entre abierta, lo que motivó al pelinegro a dirigirse a paso rápido a la entrada, la cual abrió inmediatamente. Apenas el atractivo samurái atravesó el umbral, dio con el trio de individuos, los cuales ahora se encontraban sufriendo al no tener el control de sus actos, puesto que éstos se estaban desgarrando la carne con la ayuda de sus cubiertos, y aun entre gritos, se comían parte de lo que se quitaban. A todo esto, no había rastros de aquella silueta previamente descripta—. ¡Qué diablos es esto!

—¿Qué está pasando? —detrás del espadachín, vino Uriel, quien apenas presenció aquella escena dantesca, puso los ojos dado vuelta, y terminó así por colapsar.

—¡Uriel! —gritó el más alto de los dos para luego subirlo sobre su espalda, no obstante, un alarido le hizo entrar en la cuenta de que debía apresurarse, por lo que notó que éste venía de la habitación en donde se encontraban las escaleras tan tenebrosas, así que se trasladó allí.

En tanto Kadmiel subía las aterradoras escaleras de caracol, los que aún permanecían atrapados en esa situación, no habían realizado ni una sola estrategia contra la criatura que los importunaba, de modo que ésta aprovechó para darles la espalda, e intencionalmente arrojarse por la ventana, pero ahí, es cuando entró Alan en acción. Sin tener en cuenta lo que pensara Abel, a toda velocidad corrió hacia la ventana, estiró su mano lo más que pudo, y finalmente, agarró a la muchacha, la cual tironeó del brazo para así regresarla a la peligrosa habitación, la cual empezaba a llenarse de humo.

En un instante, los papeles se revertieron, ya que Lena aprovechó también para reaccionar. Después de que el pelinegro cayera al suelo con Dina, ella se acercó y tomó entre sus manos el velador. Ahora eran ellos quienes habían logrado poner en su lugar a su contrincante. Sin embargo, el gusto les duro poco, porque para cuando Kadmiel arribó, Alan fue tomado como rehén por esa fantasmagórica figura, la cual sostenía bien del cuello con uno de sus brazos a Alan.

—Regrésenme la rosa... o él no volverá a su mundo —advirtió con un tono de ultratumba.

Los que quedaban, se vieron unos instantes petrificados, aunque no por mucho, ya que el valiente samurái, lanzó a los brazos de Abel a Uriel para tener la oportunidad de ponerse delante de los dos, de ahí sacó su espada y la castaña se mantuvo a raya junto con el rubio.

—No estoy seguro de que enfrentarla sea una buena idea. Quizás deberíamos... —antes de terminar, Lena le tomó la palabra.

—No dudes de Kadmiel. Él sabe lo que hace, además, estoy segura que también te viste en situaciones similares a esta —declaró la chica manteniendo su nivel de seriedad, pues comprendía que no ganaba nada con alterarse.

Esa escasa charla se realizó unos segundos antes de que el compañero de la vendedora de Lycoris diera el primer paso, aunque apenas se entregó a la acción, el techo desplomó en medio de ellos gracias al fuego, lo que hizo que retrocedieran. Al caer semejante cantidad de escombros y madera, el polvo apenas se dejó conocer unos minutos, así que no tardaron en ver la escena que se ocultaba detrás de la cortina de suciedad.

Con su vista ya esclarecida, se observó cómo Alan escapaba con su propia fuerza de las garras del enemigo, para un minúsculo instante después, volver con sus allegados, abandonando así a la desafortunada debajo de aquella pila que aún ardía.

—¡Ah, me dio un gran susto! —comentó el que se había recién librado.

—Eso fue suerte —comunicó Abel igualmente aliviado.

—No creo que haya sido suerte; miren los collares —declaró Lena.

Al voltear cada uno a sus dijes, éstos estaban encendidos ligeramente, lo que les hizo entender que ellos inconscientemente llevaron a cabo tal milagro. No obstante, a pesar de su buena sincronización, ese sueño les tenía otra sorpresa. Instintivamente levantaron la cabeza a donde estaba aquel cuerpo sin alma, y entonces los escombros se removieron de a poco en lo que el fuego iba disminuyendo apenas.

—¡Ah! ¡Se está levantando de nuevo, Abel! —gritó Alan.

—¡Hay que evitarlo! ¡Kadmiel! —le ordenó la castaña a su allegado, el cual se puso en guardia, no obstante, la chica fue tomada del hombro por el rubio, pues a éste le surgió una idea en medio de la ferviente necesidad.

—¡Esperen! ¡Arroja la veladora! ¡Ya! —le ordenó Abel.

En medio de su confusión, la castaña atinó a asentir mientras el samurái los veía por sobre su hombro, así que muy pronto se la vio tirar al suelo el objeto, el cual se partió para cuando Dina se desvinculó de los restos del edificio.

—¡No! —vociferó aquella falsa figura al ver romperse el elemento que contenía a la rosa que, en cuanto fue liberada, empezó a soltar extrañas luces verdes que empezaban a escaparse de su interior, permitiéndole a su vez comenzar a crecer en lo que la impostora, se retorcía mientras se sujetaba la cabeza.

—¡Debemos salir de aquí ahora! —gritó Abel, e inmediatamente, corrió, apartó a Dina a un lado, y se tiró por la ventana desde aquella altura cargando a Uriel, a lo que los otros, sin pensarlo mucho por la urgencia, se lanzaron también al vacío sin dudarlo.

La medida podría haberse considerado precipitada, sin embargo, la maniobra fue más efectiva de lo que podrían haber reconocido, ya que aterrizaron, para más adelante rodar sobre el césped reseco.

En cuanto estuvieron a salvo, todos admiraron cómo el girasol comenzaba a arder mientras las luces verdes se volvían cada vez más grandes y luminosas, lo que reveló por las formas que tomaban, que aquellas luces, se trataban de almas que habían sido liberadas. Por otro lado, el girasol se quemó hasta el punto de descascararse, e inesperadamente, de las cenizas resurgió la rosa que había creado Abel hasta regresar a su tamaño original.

—¡Wow! ¡Nunca había visto algo tan sorprendente! —declaró Lena.

—¿Eh? ¿Por qué están gritando tanto? —preguntó aquel miedoso, quien le había dejado el resto del trabajo a su grupo de compañeros.

—Parece que lo logramos —le mencionó Kadmiel a Uriel.

—¿Lo lograron? —le regresó sus palabras convertidas ahora en una pregunta, para entonces, levantar sus orbes, y discernir la magnífica estructura que se había alzado, la cual se reflejó perfectamente en los ojos de ese chiquillo—. Es realmente impresionante.

—Ya lo creo —alegó Alan.

Gracias a que el peligro ya había pasado, los ojos del último que habló, se posaron sobre la persona que los había librado con su idea, e inmediatamente, le preguntó ya con más calma, cómo había adivinado que debía romper el velador en aquel momento.

—¿Cómo supiste que la clave era destruir el contenedor de la rosa?

—Recordé lo que las rosas purificaban todo a nuestro alrededor cuando eran plantadas, así que imaginé que tendría el mismo efecto si la liberábamos —hizo saber Abel.

—Ah, de modo que querías provocar ese resultado, pero no tenías ni idea de que en realidad usaron la rosa para meter allí las almas de las personas que absorbieron esos monstruos —se introdujo a la charla Kadmiel.

—Sí, básicamente fue una sorpresa eso último —declaro rascándose la mejilla.

—Bien... Ahora sabemos que están usando las rosas como contenedores de almas, pero ¿para qué? —alegó Lena mirando al suelo sin entender.

—Quizás deberíamos preguntarle a Seitán cuando demos con ella; por ahora, vamos a regresar —comunicó el rubio, a lo que los miembros de su equipo asintieron.

Como eran nuevos en ese ámbito, la única forma que encontraron para regresar a su mundo, fue cerrar los ojos y desear con todas sus fuerzas despertar, a excepción de Uriel que se quedó un poco más debido a su curiosidad por la planta. "¿Así serían todas sus misiones de ahora en adelante?", fue lo que pensó en lo que la admiraba. Si bien, era un completo cobarde, pero... esto no dejaba de ser más interesante que su vida diaria, por lo tanto, una vez probada la fruta, no quedaba de otra que terminar de consumirla.

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