Capítulo 12: "Fantasmas"

Las personas, o más bien, todo ser humano, es capaz de pertenecer a la historia de otro, es decir, de formar lazos y crear recuerdos. Aun si no estamos conscientes de las consecuencias de nuestros actos, está la realidad irrevocable, de que afectamos a otros seres con nuestra existencia, sea directa o indirectamente, de este modo, todos somos de alguna forma, responsables de lo que hacemos o dejamos de hacer. Así que... Alan también podría decirse que compartía culpas con Abel, pues al final, una acción lleva a la otra, lo que convierte a esto... en una culpa compartida.

Todo lo que se expresaba más arriba era cierto; ahora los resultados afectarían a nuestros dos protagonistas, quienes se detuvieron por la falta de aire, e incluso, de vista, pues la niebla que los rodeaba era tan densa, que ya no los dejaba ver los juegos que los rodeaba.

—Te... dije... que esperaras... ¡maldito! —Abel se tomó de la manga de su amigo, de quien se quejaba ya sin aliento; lo hacía como podía.

—¿Dónde... dónde está? —preguntaba Alan motivado por la adrenalina que lo recorría por sus venas, la cual le provocaba que se viera menos afectado que su compañero después de haber hecho semejante ejercicio. A todo esto, él no podía distinguir nada gracias a ese vaho, y menos con la caída de los pétalos junto a la nieve.

—¡Me estás escuchando! —gritó de repente Abel, quien se enderezó por la molestia que sentía, además, debido a la misma, le agitó el brazo a Alan, alejándolo así un poco de él, a lo que el afectado, lo miró asombrado ante su reproche—. ¡Avíspate de una vez! ¡Esa no puede ser Dina! ¡Dina no pertenece a nuestra misión y mucho menos sería capaz de adentrarse a este mundo así como así!

—¡Eso ya lo sé, es sólo que...! —Alan apretó los puños, y se detuvo a medio camino en su discusión.

—Sólo que, ¿qué? —se quejó Abel por lo bajo.

—Lo siento... me he dejado llevar —alegó al entender que había cometido un error, puesto que sus sentimientos, lo habían traicionado en ese momento, y al percatarse, simplemente optó por disculparse, cosa que le hizo bien al rubio, pues éste dejó escapar un suspiro junto a una sonrisa de alivio.

Sin embargo, en su reconciliación, la caja musical dejó de sonar, plantando ahora un silencio arrollador que, paralizó durante unos segundos a los dos chicos.

—Se ha detenido... —comentó el pelinegro girándose hacia la dirección en la que estuvieron corriendo antes, aunque... no estaba del todo seguro si era esa por lo denso que se veía el manto que los importunaba—. No puedo distinguir nada —Alan entre cerró los ojos centrándose inútilmente.

Por ahora, se encontraban con un nudo que no parecía tan fácil de desatar, no hasta que Abel avisó que contaba con una alternativa.

—Creo que es el momento indicado para usar los collares —avisó ante este incordio.

—¡Oh! ¡Tienes razón! ¡Por un momento lo había olvidado! —declaró—. ¿Tienes algo en mente? —a lo que el rubio asintió.

—Si esto funciona al sostenerlo, entonces creo que puedo usar su poder mientras lo sujeto, así que, crearé una ráfaga de viento con su ayuda —luego de explicarse, el chico de ojos esmeralda, se adelantó a su aliado, e instintivamente sostuvo su collar para entonces realizar un movimiento rápido con su otra mano que incitó a esas nubes a revelar el paisaje oculto, el cual se trataba de un bosque sobrenatural y hermoso.

—¿Qué es esto? ¿No estábamos en un parque temático hace nada? —exclamó Alan, quien notaba anonadado, que hasta la misma nieve se había dispersado junto a esos extraños pétalos por el poder de Abel.

—Esta no era mi idea —expresó con desconcierto—. Espero que aun así los chicos puedan encontrarnos.

Y hablando de esperanza, el dije de ambos brilló y la voz de Uriel se hizo escuchar por fin, lo que desató la emoción de los dos muchachos que hasta hace nada, se encontraban alucinando por el cambio de escenario.

—Chicos, ¿me escuchan? Acabo de aparecer en un bosque. ¿Dónde están ustedes? —cuando ese joven pronunció esas palabras, el dúo se miró entre ellos, y concluyeron, que quizás estaba ahora mismo en el mismo lugar que ellos, por eso se asintieron mutuamente.

—También estamos en un bosque Uriel. Danos alguna pista para encontrarte —le dijo Abel.

Por fin las cosas se aclaraban un poco desde el lado de aquel par, sin embargo... en el otro, se oscurecían, dado que Kadmiel y Lena seguían dentro de ese castillo. Ambos personajes caminaban por los incordiosos pasillos, estando casi seguros de que, en cualquier momento, podrían toparse con más de esas desagradables alimañas, pero en su lugar... se encontraron con una calma inquietante.

—¿En verdad crees que es por aquí... Kadmiel? —Lena había decidido romper con ese tétrico ambiente en lo que se detenía—. Por más que caminamos, no parece que vayamos a llegar a alguna parte —informó con un dejo de preocupación en su rostro, para luego echarle un ojo a una de las habitaciones cercanas—. Quizás deberíamos entrar a alguno de esos cuartos. Puede que nos lleve a otro escenario como suele pasar con los sueños —opinó.

—No estoy muy seguro —comentó ante lo primero a lo que después agregó—. Sé que tienes razón, pero hasta cierto punto, porque realmente no sé qué esperar de esos cuartos —avisó—. ¿Qué tal si entrando a alguno terminamos por alertar a nuestros enemigos?

—No podemos tener tanta mala suerte como para tropezarnos dos veces con la misma piedra, ¿no?, además, en esta ocasión fuimos atacados por arañas... —antes de terminar, Kadmiel le aclaró.

—Te recuerdo que la mujer con la que nos enfrentamos aquella vez era la reina araña, así que no dudo de que esas cosas puedan estar bajo sus órdenes —le dijo soltando suspiro.

—Ah... es verdad —respondió bajando la cabeza algo frustrada.

—Creo que cometimos un error al no preguntarle más cosas sobre ella a Seitán —aquel bello pelinegro se llevó una mano a la barbilla mientras pensaba en alguna otra manera de salir de allí—. Si supiéramos otras cosas respecto a ella, quizás podríamos habernos preparado de ante mano.

Sin embargo, su pequeña reunión estratégica, fue abordada por una melodía bastante sonara de piano, la cual resonaba fuertemente contra las paredes y los tímpanos de aquella pareja.

—¡Wow! Se escucha muy intensa —expresó con los ojos bien abiertos la castaña.

—Es una canción realmente enérgica —contestó dirigiéndose a su compañera.

Al ser aliados de vida, no necesitaron decir más y, en consecuencia, se dejaron llevar por aquella bella pasión que se producía contra las teclas, de modo que el samurái, como la castaña, se movilizaron por la simple curiosidad que les producía; un sentimiento no muy distinto del que tuvo Alan en compañía de Abel.

Mientras más se acercaban, la joven Lena, empezó a recordar cuando era pequeña, y el cómo había entrenado su oído para poder dar con la ubicación de los pájaros. Esos días, fueron tiempos de soledad que tenía en sus horas de recreo, pero que le causaban una cierta paz a pesar de no tener amigos, pues, en determinado momento ella reconoció que la gente, casi por regla general, termina alejándose de uno por diversas razones, lo que se transformaba en algo natural, no obstante, eso no significaba que estaba obligada a aceptarlo, y quizás... por eso es que también había aparecido Kadmiel. Entre más acortaban las distancias, se tomó el tiempo de rememorar incluso las palabras de Seitán, quien le dijo que iba a encontrar la respuesta sobre Kadmiel durante su aventura, de modo que, sus bellos esmeralda, se plantaron con expectación sobre su amigo, quien se detuvo sin que se diera cuenta delante de una puerta de arce.

—Parece que el piano está en esta habitación —le avisó Kadmiel, quien logró con sus palabras despabilar a Lena.

—¡Ah! ¡Sí! ¡Lo siento! —respondió entre nervios, a lo cual el otro se rio suavemente y asintió.

—Hagámoslo entonces.

Aunque Kadmiel no dijera nada, Lena sabía qué era lo que él estaba pensando de ella, por lo que no tenía la necesidad de preguntarle directamente, cosa que le ahorraba explicaciones, además... podría decirse que eso le generaba una sensación de relajación, pues... al compartir este tipo de conexión, el temor de ser mal interpretada desaparecía, dejando sólo el vínculo especial de confianza que se tenían. Aquello podía describirse como un sentimiento alegre y mutuo, que generaba la experiencia de estar tomados de las manos con firmeza, e incluso, casi hasta el punto de llegar a palpar la calidez que creaban.

Pero dejando de lado todas esas expresiones distinguidas, nuestros dos héroes, debieron seguir con su historia, de modo que entre los dos empujaron la entrada y así, dejaron a la vista lo que escondía este insalubre sitio.

—No puede ser... —susurró para ellos Kadmiel, quien abrió sus ojos a más no poder.

—Es... ella otra vez —apenas cayeron en la cuenta, ambos se pusieron en guardia, y esa mujer, lasciva que estaba sentada en el piano, detuvo su ahora poco misterioso proceder.

—Al fin llegan —se giró lentamente hacia ellos y sonrió ladina—. Los estaba esperando... par de ángeles indignantes —canturreó.

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