Capítulo 20
Yo necesito compañeros, pero compañeros vivos; no muertos y cadáveres que tenga que llevar a cuestas por donde vaya.
- Nietzsche.
No tuve noticias de ellos hasta pasado dos meses. Durante ese tiempo, tuvimos el funeral de Sherlock, quien no fue encontrado su cuerpo ni el de William como era de esperar. No hablé de lo que ocurrió aquella noche con John hasta que llegó una carta de mi amigo Billy.
- ¿Ocurre algo (T/N)? Me preocupé bastante cuando recibí tu mensaje. - Se sentó John a la silla del salón principal de inmediato después de que el llegase desde donde ahora vive con su esposa Mary.
- John. - Lo miré entristecida. - No he sido del todo sincera contigo.
Por un momento, John se mostraba un poco desconcertado, pero su mirada cambió por una amable ya que, de algún modo, supo lo que estaba intentando decirle. - Es sobre lo que ocurrió aquella noche, ¿verdad?
- Así es. - Agaché la cabeza, avergonzada.
- Ellos están vivos, ¿me equivoco? - Sonrió con dulzura y con dicha en su mirada.
- Sí, ellos están vivos. Y se encuentran en Nueva York sanos y salvos. He recibido una carta de un amigo mío que me ayudó aquella noche. Yo...
- Tranquila, no se lo contaré a nadie. - Lo miré sorprendida por lo tranquilo que se lo estaba tomando. - ¿Cuándo te vas?
- Esta tarde. Ya le he mandado un mensaje a Mycroft sobre mis motivos de mi marcha.
- ¿Y qué le has dicho?
- Que quería un cambio de aires y de paso, visitar a un viejo amigo mío de América. No creo que sospeche nada sobre mi repentina partida.
- Estoy muy seguro que no sospecha nada.
- Por cierto. ¿Has terminado ya la novela? - pregunté interesada por cómo le iba su último libro.
- Sobre eso. - John cogió su maletín y sacó un libro en perfectas condiciones y recién encuadernado. - Aquí tengo la primera edición de muestra.
- ¡Lo terminaste! - exclamé emocionada. Entonces, John alargó su brazo y me entregó el libro. - ¿John?
- Es tuyo. Te lo doy como regalo de despedida. Desde el momento que terminé de escribir el último relato del Gran Detective Sherlock Holmes, quise que la primera persona que lo leyese fueses tú, (T/N). Tú que fuiste nuestra compañera de armas y que siempre estuviste a nuestro lado, incluso en los peores momentos. Pero, sobre todo, porque fuiste la primera persona en entrar dentro del corazón de aquel frío detective.
- John. - Pude notar cómo mis ojos se humedecían y caían las lágrimas sobre mis mejillas. Me levanté de mi asiento y abracé a John a modo de agradecimiento. - Gracias. Muchísimas gracias.
- No tienes por qué darlas. Además, estoy seguro que cuando Sherlock te vea, se alegrará bastante.
- Espero que sí. - Me separé de él. - Aunque no creo que lo primero que le dé cuando lo vea sea un abrazo.
- ¿Y eso por qué? - preguntó sorprendido.
- Porque Sherlock me prometió que no hiciese ninguna locura y lo que hizo fue justo lo contrario. Además de que casi lo pierdo.
- ¿A qué te refieres con que casi lo pierdes? - preguntó alarmado.
- Sherlock dejó de respirar cuando cayó del puente junto con William. Cuando lo sacamos del agua, noté que no respiraba e inmediatamente le hice la reanimación. - Me sonrojé al recordarlo.
- Por lo menos, está vivo gracias a ti.
- Sí. Pero, a pesar de todo lo que pasó, rompió de nuevo mi promesa. - Dije molesta.
- Entonces, debo suponer que no lo perdonarás hasta pasado un tiempo contigo. ¿No es así? - Dijo de brazos cruzados.
- Así es. - Dije con total seriedad.
- Bueno. Lo único que puedo decirte con absoluta certeza es que Sherlock, no solo te perdonará, sino que en el momento de que ambos lo hagáis, será el momento que Sherlock se abrirá por completo hacia ti.
El resto del día lo pasé con John y la Sra. Hudson antes de mi marcha a Nueva York. Ambos me acompañaron hasta el embarcadero y me despedí de ellos con un fuerte abrazo. La Sra. Hudson se despidió con lágrimas en los ojos. Al separarme de ellos, entré al barco donde entregué mi billete y subí a la cubierta, donde me despedí nuevamente de ellos. Cuando el barco zarpó, seguí observando por última vez a mis amigos y pude fijarme a lo lejos, al hermano de Sherlock despidiéndose en la lejanía.
El viaje a Nueva York no era precisamente corto, pero tardaría un poco en llegar, ya que estamos hablando de aproximadamente unos 15 días. Así que, lo único que podía hacer era leer el libro que me regaló John, descansar y disfrutar del paisaje oceánico.
Los 15 días pasaron de manera lenta y extenuante, sin ocurrir nada interesante. A decir verdad, en mi vida me había aburrido tanto. Menos mal que la última novela de John me ha ayudado a sobrellevarlo, además de lo bien que ha creado el personaje de William para que el mundo lo viera como un auténtico villano, aparte de convertirlo en el más infame archienemigo de Sherlock Holmes.
Cuando el barco embarcó, cogí mi maleta y me bajé del barco. En la carta decía la dirección de donde estaba viviendo Sherlock, lo que me hizo pensar que Billy no me iba a recoger. Di unos cuantos pasos más hacia delante cuando, de entre la multitud, lo vi. Mis ojos se abrieron de asombro al verle allí en el embarcadero, mirando por los alrededores como si estuviera buscando algo o a alguien.
Billy, ¿no me digas que tú...?
Me acerqué más y más, intentando contener mis lágrimas de todas las emociones que me había guardado desde la última vez que lo ví. Cuando ya nos encontrábamos cerca, Sherlock giró su vista hacia mi dirección y me observó con asombro hasta el punto de dejar caer su cigarrillo de su boca. Ambos nos acercamos en silencio, mientras los transeúntes circulaban por la zona. Sherlock seguía sin creerse que estaba aquí, pero lo estaba.
- (T/N). ¿De verdad eres tú? - me preguntó asombrado. Quería abrazarle, abalanzarme sobre él, pero lo primero que movió fue mi brazo para darle una estridente bofetada en su cara. Dejándolo totalmente desconcertado a él y algunas personas que pasaban por la zona.
- Me prometiste que no harías ninguna locura Sherlock. - Le respondí entre lágrimas. - Y lo primero que haces es lanzarte al vacío con William. You idiot! ¿En qué demonios estabas...? - Sherlock me interrumpió al ser abalanzada sobre sus brazos, que me estrechaban con gentileza.
- No eres ninguna alucinación. Estas aquí de verdad. - Podía sentir su calidez de nuevo y su completa sinceridad en sus palabras, cuyo aliento desprendía el olor del tabaco. Un olor que no lo olía desde hace mucho tiempo.
- Sherlock, pensé que habías muerto. - Mentí entre lágrimas, mientras me cobijaba sobre su pecho.
- (T/N). ¿Qué haces aquí? - preguntó asombrado sin dejar de sonreír.
- Recibí una carta de un viejo amigo de aquí de cuando estuve en el MI5. - Me separé hasta volver mi vista a él.
- Ya veo. Esto es cosa de Billy.
- ¿Billy te mandó a buscarme? - comenzamos a caminar y Sherlock se ofreció a llevar mi maleta.
- Digamos que él me mando aquí para buscar a "un informante". Nunca pensé que dicho informante eras tú. - Dijo entre risas.
- ¿Y qué tal está William? - al preguntarlo, su rostro se ensombreció lo cual me preocupó. - Sherlock, ¿le ha pasado algo a William? - pregunté preocupada.
- Está bien. - Contestó apenado. - Simplemente, aún sigue dormido.
- ¿Dormido? ¿Quieres decir que está en coma?
- Así es. Han pasado dos meses desde que llegamos aquí y Liam aún no se ha despertado. Como dijo Billy en su momento; él sigue debatiendo si vivir o morir.
- Ya veo. William quería terminar su plan con su muerte, ya que no soportaba vivir con la culpa de haber matado a tantas personas. Pero, él debe recordar que no tiene que llevar toda esa carga, porque no está solo. Nos tiene a nosotros. - Sherlock sonrió.
- Eso es verdad. (T/N) tengo que pedirte un favor. - Sabía lo que me iba a pedir, así que antes de formular la pregunta. Le respondí de inmediato:
- Quieres que cuide de William mientras tú estés trabajando, ¿no es así?
- ¿No te importa?
- Por supuesto que no. Sabes que no solo he venido por ti, también he venido por William.
- ¿En serio? - preguntó un poco sorprendido.
- Sí, estaba preocupada por cómo lo estaría pasando William tras haberle salvado e impedido su suicidio. Pero, después de informarme sobre su estado, digamos que me he aliviado un poco. Eso no quiere decir que me haya tranquilizado por completo. Sigo estando preocupada por él.
- Ya veo. Espero que cuando Liam se despierte, se alegre de verte. - Aquellas palabras me sonaron extrañas, aunque no entiendo el por qué.
- Eso espero.
Continuamos caminando hasta llegar a un edificio grande, que parecía ser un hospital. Allí me guio hasta llegar a la habitación donde se encontraba acostado William. Al verle, no pude evitar el acercarme a él. Sus heridas se habían curado por completo, pero su ojo seguía vendado. Aunque ya no había muestra de sangrado. William se mostraba sereno, como si fuese ajeno del mundo exterior. Es más, podría ser que este fuese la primera vez desde hace mucho tiempo que William fuese ajeno a lo que le rodea. Cogí la silla que había cerca de la cama y me senté para estar al lado de él. Acaricié su pelo rubio con delicadeza y con las palabras más dulces que pude articular le contesté:
- William. Soy yo, (T/N). Ya he llegado y he venido para cuidarte mientras Sherlock esté fuera trabajando. Así que ya no estarás solo.
- Eso ha sido muy dulce de tu parte. - Dijo Sherlock al acercarse a mí.
- Eso es porque yo sé lo que se siente ahora mismo William. Yo pasé por algo parecido y sé que lo mejor para estos casos es que tener una buena compañía como nosotros y, sobre todo, de amor.
- Tienes razón. - Se sentó en el filo de la cama y giró su cabeza para contemplar a su amigo durmiente.
- El día en el que William se despierte, necesitará todo el apoyo de nosotros para que pueda seguir adelante.
- En eso que no te quepa la menor duda. - Sherlock me miró arrepentido y sacó algo de su bolsillo. - Sé que aún estas molesta por la decisión que tomé en aquel momento, pero eso no quiere decir que haya roto la promesa que nos hicimos. - Tomó mi mano y me entregó un pequeño objeto que lo encerró entre mis dedos. Pude reconocer enseguida cual era ese dicho objeto. Al abrir mi mano, vi mi colgante con el anillo que hace dos años se lo había entregado a Sherlock a modo de promesa.
- ¿Lo has guardado durante todo este tiempo? - pregunté sorprendida.
- ¿Acaso lo dudabas? La verdad, para serte sincero. Cuando me desperté, me alegré mucho que tu anillo siguiera colgado en mi cuello. Pensé que lo había perdido en la caída, pero al parecer no fue así. - Sherlock me sonrió y yo no pude evitar sonrojarme. Me volví a poner el colgante sobre mi cuello y con un tono avergonzado, le contesté:
- Entonces, ya solo falta que me invites a cenar.
Ambos nos miramos sonrojados, pero al contemplar a William dormido, tuve claro que esa cena tendría que esperar. - Aunque, me temo que tendrá que ser en otro momento.
Sherlock se sorprendió ante mis palabras. Entonces, desvió su mirada hacia su amigo y lo comprendió. No era un momento idóneo para una cita entre ambos. - Lo comprendo.
Desde aquel día, Sherlock y yo nos turnábamos para cuidar a William. Cuando Sherlock trabaja, yo me quedaba a su cuidado y cuando él libraba descansaba en su vivienda donde vivía de alquiler. Pasaron los días, hasta darme cuenta que ya habían pasado dos meses desde mi llegada y William aún no se había despertado.
Hasta que un día, mientras leía. Noté movimiento en su cama y al girarme, ví que William se había despertado. Fue tal el asombro que dejé caer de manera accidental el libro de mis manos y me levanté de golpe de mi asiento para acercarme a él. - ¡William!
- ¿(T..../N)? - preguntó confuso. - ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? - intentó incorporarse, pero lo detuve.
- No, quédate tumbado.
- De acuerdo. - Obedeció sin rechistar.
- William, escúchame con atención y quiero que estes calmado. ¿De acuerdo?
- De acuerdo.
- Has estado en coma durante cuatro meses debido a tu caída al Támesis desde el puente de Londres, pero gracias a Sherlock y a un amigo mío estas vivo y a salvo en Nueva York. Es decir, mi amigo os llevó a un barco con dirección a Nueva York, a escondidas. Yo no llegué aquí hasta después de haber transcurrido dos meses desde el incidente. Así que, tras mi llegada, Sherlock y yo nos hemos estado turnando para cuidarte y vigilarte por si algún día te despertabas. Otra cosa importante es que cuando os caísteis, ambos sufristeis lesiones y heridas como hematomas o fisuras en algún hueso. Pero, tu sufriste una herida bastante importante en el ojo y es posible que hayas perdido la visión.
William, con calma, se volvió a incorporarse de la cama. Pero esta vez no lo detuve, quería quitarse la venda del ojo, pero estaba teniendo dificultades y le ayudé a quitárselo. Cuando se lo quité pude apreciar una gran cicatriz sobre su ojo incoloro, que antes era de un color carmesí como el rubí.
- (T/N), por favor llévame a la azotea. - Me pidió William con un tono de voz apagado.
- De acuerdo, pero antes bebe un poco de agua. - Le llené un vaso del agua de la jarra y se lo ofrecí a William que lo aceptó sin ningún atisbo de negación.
Al beber el vaso de agua por completo, me lo entregó y lo dejé encima del mueble que había justo al lado mía. Ayudé a levantarlo con cuidado, ya que al haber estado meses postrado en la cama, su movilidad no era muy buena y lo guie por todo el camino del hospital hasta llegar a la azotea. En la azotea como había un banco, nos sentamos ahí y contemplamos las vistas de Nueva York.
- ¿Por qué me salvasteis? - preguntó decaído William.
- Te equivocas, no fui yo quien te salvó. Fue Sherlock. - William volteó su mirada hacia mí y sin cambiar de expresión, me contestó:
- Antes de que perdiera el conocimiento, pude ver cómo intentabas salvar la vida de Sherly. En otras palabras, quien realmente nos salvó a ambos de la muerte fuiste tú, (T/N).
- ¿Quieres decir que me viste? - pregunté colorada y nerviosa.
- Sí, ví claramente como le hacías la maniobra del boca a boca a Sherly.
- ¿Se lo vas a comentar? - pregunté nerviosa.
- No tengo por qué hacerlo. Que se lo digas o no, es decisión tuya no mía. De todas formas, tú amas a Sherly. ¿Por qué no quieres contar que fuiste tú quien nos salvó?
- Yo. Simplemente, no lo sé. - Miré los edificios altos neoyorquinos. - Amo a Sherlock con toda mi alma, pero a veces no se da cuenta de sus acciones y se olvida de los demás. Él no pensó en cómo me sentí cuando me detuvo de apretar el gatillo y disparar a Milverton, y tampoco pensó en cómo se sintieron sus amigos y yo cuando saltó al vacío para salvarte. Después de que yo le pedí que no hiciera ninguna locura. Le pedí que te salvara, no que saltara al vacío contigo. - Mis lágrimas comenzaron a brotar.
- Yo, lo siento. - Se disculpó arrepentido y apenado.
- No te disculpes. No es culpa tuya que Sherlock sea tan impredecible, ni siquiera tu precediste lo que él iba hacer.
- Eso es cierto. Nuestro Sherly es demasiado impredecible. - Por primera vez desde que se despertó, mostró una efímera pequeña sonrisa en sus labios.
- La razón por la que quise salvarte es porque, en parte, me recordabas a mí. A mi yo que quería desaparecer en este mundo sin importar cómo se sentirían las personas de mi alrededor. Incluso estando bajo el mismo techo del Sr. Holmes, es decir, Mycroft. Seguía pensando en desaparecer, pero todo eso cambió cuando os conocí a vosotros. - Me levanté del banco y me acerqué a la barandilla, mientras seguía observando aquel paisaje metropolitano. - Quienes vosotros me envolvisteis en vuestras caóticas, pero interesantes vidas. Gracias a vosotros pude volver a ver los colores de este inmenso e impredecible mundo. A pesar de ser un mundo lleno de crueldad, puedes encontrar belleza en él. Por eso, mientras yo esté aquí, - me volví hacia William y extendí mis brazos - siempre estaré a tu lado y si necesitas desahogarte, siempre tendrás mi hombro para arrimarte.
- (T/N). - Por un momento su ojo brilló como si hubiese visto la luz.
De pronto, escuché un ruido proceder de la puerta de la azotea y me encontré con aquellos ojos azules como la noche, que solo podían ser de Sherlock, quien se vio aliviado tras encontrar a su amigo sentado tranquilamente en el banco. Entonces, se acercó a él y se sentó a su lado. Quise marcharme para que tuvieran intimidad, pero Sherlock me agarró la muñeca, pidiéndome que me quedara con ellos y, así lo hice. Me senté a su lado y escuché su conversación en silencio.
- Gracias, Liam. - Fue lo primero que dijo Sherlock a William.
- Soy yo quien debería agradecerte, Sherly. Justo como dijiste en aquel momento, morir no es una expiación. Solo era una mera excusa para huir de mis pecados. Gracias a que ambos hayan estado a mi lado todo este tiempo, ahora puedo creerlo en el fondo de mi corazón. Y ahora, lo único que veo es un lienzo en blanco del que nunca me imaginé de tener que continuarla. Sherly, yo no sé qué hacer a partir de ahora. Es desagradable. Para ser honesto, en realidad, sí que sé lo que tengo que hacer. Pero no estoy seguro si la respuesta que creo que es sea la acertada, ahora ya no estoy seguro de ello. Ya que nunca pensé en mí mismo y eso hace que pierda la noción de eso, pero lo que si estoy seguro es que siempre estoy feliz cuando estoy con vosotros, tanto juntos como separado. Al conoceros, mi mundo cambió por completo. Es como tú dijiste (T/N). Cuando me salvasteis ese día, en el mundo aparecieron colores que nunca me había fijado y en ese mismo instante, me di cuenta que yo también tengo un corazón y ahora todo me resulta tan querido. Ahora puedo ver con claridad lo hermoso que es el mundo. - Pude ver cómo William se le saltaron las lágrimas tras haber abierto su corazón hacia nosotros y eso fue algo que ambos nos alegraron.
- Liam - comenzó a hablar Sherlock - incluso si tuviste un pasado y un presente como ese, aunque pensaras que no llegara. Siempre hay un futuro. - De pronto, Sherlock se levantó de su asiento y se estiró. - Además es mejor tener un lienzo en blanco porque así puedes pintarlo como quieras. La respuesta que buscas, estoy seguro que lo encontrarás tras haber superado de toda preocupación que ahora mismo te está agobiando. - Sherlock se puso en frente de William y se agachó. - Es por ese problema, Liam. Que has escogido a dar un paso adelante y seguir viviendo y así, seguir pintando tu propio futuro. - Aquellas palabras provocaron que William sonriera con total sinceridad.
- Gracias, a los dos. - William intentó levantarse del banco, pero aún no había recobrado sus fuerzas y ambos lo ayudamos a mantenerlo en pie.
- ¡Cuidado, William! Aún no te has recuperado del todo. - Dije preocupada.
- (T/N) tiene razón. Liam has estado mucho tiempo postrado en la cama, no podrás caminar por ti mismo hasta que hayas fortalecido tus piernas.
- Tienes razón, será mejor que me ayudéis a volver a mi habitación.
Le ayudamos a William a volver a su habitación. Cuando llegamos, él volvió a la cama donde estuvo acostado en los últimos cuatro meses y me abrazó, sorprendiéndome en el acto.
- ¿William?
- Me dijiste que siempre tendría tu hombro para arrimarme. ¿Puedo...? - preguntó avergonzado.
- Por supuesto que puedes. Eres libre de desahogarte. - Le contesté con dulzura y lo abracé con cariño, sintiendo como sus lágrimas mojaban la tela de mi ropa, pero eso no me importaba. Escuché la puerta de la habitación cerrarse, dejándonos a solas. No estoy muy segura a dónde se fue Sherlock, pero debo suponer que su decisión de marcharse es para tener a William un poco de intimidad. Ambos nos quedamos acurrucados, yo lo abrazaba y lo reconfortaba mientras que él sollozaba en silencio hasta que ambos nos quedamos en silencio.
No estoy segura de cuánto tiempo estuve dormida, pero cuando me desperté Sherlock ya había vuelto.
- Iba a despertarte, pero parece que no ha hecho falta.
- ¿Qué hora es? - pregunté adormilada.
- Las 7 y cuarto.
- ¿Tan tarde? - Me frotaba los ojos como gesto de seguir adormilada, dicho gesto le pareció al detective adorable.
- Sí, así que es hora de que te levantes y vuelvas a casa.
- No, me quedo. - Me negué.
- (T/N) sabes que es mi turno.
- Pero, debes estar cansado después de haber trabajado todo el día.
- (T/N), recuerda que lo acordamos.
- ¿No sería mejor que fueseis los dos a casa a descansar? - sugirió William, quien se había despertado por nuestra pequeña discusión.
- Liam siento haberte despertado. - Se disculpó Sherlock.
- Lo siento, William. - Me disculpé con él.
- No tenéis por qué disculparos. De todas formas, he estado durmiendo durante mucho tiempo. En cambio, sois vosotros quienes necesitáis descansar. No os preocupéis ya estoy despierto y no me voy a mover de aquí. Podéis iros tranquilos de aquí. - Respondió con absoluta serenidad.
- ¿Estás seguro que no quieres que nos quedemos contigo? - pregunté preocupada.
- (T/N), soy un hombre adulto. Además, nos volveremos a ver mañana y lo más probable es que mañana me den el alta. En serio, estoy bien. - William intentó convencernos, cosa que más o menos lo estaba logrando.
- ¿Está bien? - contestó Sherlock sin estar muy convencido. - Entonces, nos vemos mañana Liam.
- Hasta mañana, William. - Me levanté de la cama y recogí mis cosas. Nos despedimos por última vez a William y me fui con Sherlock de vuelta a nuestra vivienda, que se encontraba en Brooklyn.
Ambos cogimos un carro y nos llevó hasta nuestra vivienda. Nuestro viaje no fue muy cómodo, ya que nos dejó con un sabor agridulce el haber dejado a William solo en el hospital, ahora que se había despertado.
- Sherlock, ¿crees que William estará bien? - lo pregunté preocupada.
- Sabes que no lo habría dejado solo si no lo estuviera. - Me sonrió con confianza.
- Eso es cierto. - El coche se paró avisándonos de nuestra llegada a nuestro destino. Nos bajamos del coche y mientras Sherlock pagaba al cochero, yo entraba a nuestra vivienda.
Vivíamos en un apartamento no muy grande, solo tenía un salón con cocina incluida, dos habitaciones y un baño. Apenas tenía muebles y vajillas la casa, así que cuando comenzase a vivir William aquí. Tendremos que comprar la vajilla para él y una cama extra, aunque en el peor de los casos de que no podamos comprar una cama, sería compartirlo.
Sherlock entró al apartamento y cerró la puerta, mientras yo sacaba la comida que teníamos guardado en las despensas.
- Parece que hoy cenaremos baked beans enlatadas. - Dije al sacar la única lata que quedaba en la alacena.
- ¿Es lo único que hay? - preguntó Sherlock.
- Sí, recuerda que la última vez que fuimos a comprar fue la semana pasada. Así que mañana mismo tenemos que ir a comprar sin falta.
- ¡Qué remedio! - Exclamó Sherlock con un largo suspiro, confirmando sus pocas ganas de ir a comprar mañana. - Espera que te ayudo.
- No hace falta. Solo tengo que calentar las judías en la cazuela al fuego, ya lo serviremos en la mesa.
- En serio. Insisto.
- Vale, entonces yo me encargo de poner los platos en la mesa y del pan sobrante de esta mañana. - Cogí todo lo necesario y los coloqué en la mesa. Cuando fui a por los panecillos, Sherlock se acercó a mí y me preguntó en un tono bajo, como si le diera vergüenza:
- ¿Mañana me enseñas como hacer café?
- Claro. - Lo miré extrañada cuando de pronto, tuve una corazonada sobre su interés de aprender a hacer café. - ¡Un momento! ¿Quieres aprender a hacer café para William? - Sherlock giró rápidamente su cabeza para que no lo viera. Con cautela, me moví para poder ver su rostro que estaba completamente enrojecido. - Ohhh... Es por eso. Quieres prepararle el café a William.
- Sí, sí. Es por Liam. Además, también me gustaría que me enseñases a hacer las cosas más básicas como las tareas de las casas. - Instintivamente, me aparté de él y con asombro le respondí:
- Vale. ¿Quién eres y qué le has hecho a Sherlock? Porque me sorprende que te hayas vuelto tan responsable de repente.
- Ja, ja, muy graciosa. - Rió con sarcasmo. - Lo digo en serio, si quiero cuidar a William, debo volverme más responsable de lo que soy ahora.
- ¿Responsable? - enarqué mi ceja, pues no recuerdo en qué momentos fue "responsable".
- Sí, responsable. - Apagó el fuego y se llevó la cazuela a la mesa, donde vertió el contenido en cada plato y volvió a dejar la cazuela en el fregadero. Nos sentamos y continuamos hablando, mientras cenábamos. - Al igual que Liam decidió vivir y pintar su propio futuro, yo también tengo que escribir mi propio futuro y para eso tengo que mejorar varios "aspectos" en mi vida. Por eso, te agradecería que me ayudases.
- Lo haré. - Acepté su petición.
- ¿En serio? - Exclamó contento.
- Sí. Además, así solucionaremos tu problema con las corbatas. - Me llevé un trozo de pan a la boca sin dejar de sonreír.
- Sabía que dirías eso. Por cierto, me acabo de darme cuenta que hace mucho tiempo que no nos quedábamos a solas. - Dejé mi cuchara llena de judías en mi plato y comencé a ponerme nerviosa, pues él tenía razón. Desde que llegué a Nueva York, no tuvimos ni un momento a solas como ahora y parece que es el momento de "hablar" entre nosotros.
- Tienes razón. No hemos tenido la oportunidad de estar a solas de verdad, sin ningún tipo de interrupción. Y dime, ¿de qué quieres hablar? Porque algo me dice de que quieres hablar de algo en concreto, ¿verdad?
- La verdad es que sí. - Dejó su cuchara también en su plato y lo apartó para dejarlo libre para colocar sus manos entrelazadas. - Billy me contó que aquella noche nos salvó y ambos sufrimos una parada cardiopulmonar, pero por más que lo analice. Me resulta imposible que una sola persona haya podido hacer la reanimación tan precisa y tan rápida en dos personas que estaban al borde de la muerte, a menos que haya una segunda persona implicada.
- ¿Quieres saber quién te salvó realmente aquella noche, no es así? - le pregunté, apartando yo también mi plato de lado.
- Sí, porque lo poco que llevo viviendo aquí con Billy, ya sé más o menos como es. Y lo que me dijo en el barco camino a Nueva York me dejó en la duda.
- ¿Y qué es lo que te dijo?
- Que probablemente haya robado mi primer beso. - Ambos nos miramos a los ojos seriamente. - Y yo no creo que fuese él quien robó mi primer beso.
- ¿Cómo puedes estar tan seguro? - le pregunté intentando mantenerme firme.
- Porque puedo verlo en tus ojos. - Mis ojos empezaron a humedecerse. - (T/N), ¿tú fuiste quien nos salvaste, tú fuiste quien me salvaste? ¿Verdad?
Empecé a llorar en silencio, aparté mi vista de él intentando secar mis lágrimas con las yemas de mis dedos y luego, me llevé la mano a la boca para poder ahogar mi llanto. Intenté calmarme y cuando por fin pude lograrlo, volví mi vista hacia él y me sinceré con la persona que tenía delante. La persona a quien amaba desde en lo más profundo de mi corazón.
- Aquella noche, no fue fácil. Porque no solo tuve que ver cómo caías al vacío, sino que además tuve que salvarte a escondidas de la gente que contempló el momento de vuestra "supuesta" muerte. Aunque en realidad, sí que estuvisteis muerto cuando os saqué al agua. - Sherlock quería decirme algo, pero se lo impedí. - No digas nada, Sherlock. ¿Sabes lo duro que fue cuando te saqué del agua y me di cuenta que no estabas respirando? Sherlock, por un momento pensé que había... - respiré profundamente y reuní el valor necesario para confesarlo - perdido al amor de mi vida. Intenté todo lo necesario para salvarte, pero no había manera de que recobraras el sentido, incluso tuve que entregarte mi aliento para poder llenar tus pulmones de aire y que así, volvieses a respirar. Y cuando, al fin lo hiciste. Me alegré por ello, pero por un momento pensé que te había perdido para siempre. Es por esa razón que hicimos aquella promesa. Para que no sucediera aquello, pero igualmente lo hiciste. Hasta estuve a punto de quitarte mi anillo para que pensaras que lo habías perdido, pero no lo hice. Porque pensé que tú aún sentías algo por mí. Aunque ya no sé en qué pensar.
- Yo, lo siento. - Dijo arrepentido, quiso acariciar mi mano con la suya, pero lo aparté de inmediato. - ¿(T/N)?
- Lo siento, Sherlock. Pero no puedo vivir con alguien que arriesga su vida constantemente y yo tenga que estar preocupada todo el tiempo. Yo, no quiero volver a sufrir la misma historia. - Sherlock no sabía qué decir, pero por su expresión supe que no quería perderme, pues él también sentía lo mismo por mí. - Te ayudaré, pero no creo que lo nuestro vaya a funcionar.
El resto de la cena fue con un silencio sepulcral. Ambos no teníamos las suficientes ganas para hablarnos entre nosotros. Al terminar de comer, llevamos nuestros platos al fregadero y lo limpiamos, ya que no teníamos muchos platos y cubiertos a nuestra disposición. Nos fuimos a nuestros respectivos dormitorios, sin antes escuchar:
- Buenas noches, (T/N).
- Buenas noches, Sherlock. - Ambos no nos miramos y entramos a nuestros dormitorios. Aquella noche, a penas pudimos conciliar el sueño.
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