Capitulo 14
Lamento la tardanza, todo el mes de Octubre me he estado centrando en los dibujos del inktober, que por cierto, es la primera vez que lo hago y la mayoría de los dibujos han sido en formato digital, a excepción de dos dibujos, donde uno de ellos pertenece a este capítulo.
Además de que he comenzado a hacer directos en la app Reality, una aplicación móvil de streaming usando avatares como si de una VTuber fuese. Otra cosa interesante es que desde el mes pasado he comenzado a ir clases de japonés que de momento voy de maravilla y me está gustando.
Bueno, después de haberos informado todo empecemos con el nuevo capítulo. Espero que os guste.
La esperanza es la segunda alma del desdichado.
- Goethe.
Tras salir del baño, bajé al piso de abajo dirección a la cocina, donde la Sra. Hudson estaba envuelta en la preparación del desayuno.
- Buenos días, Sra. Hudson. - Di los buenos días sin levantar mucho la voz. Ella se giró al escucharme y me devolvió el saludo.
- Buenos días, (T/N). ¿Cómo ha estado Sherlock durante la noche? - preguntó con un tono leve preocupado.
- Al principio estuvo tranquilo. Luego, a medianoche comenzó a subirle la fiebre y estuve gran parte de la noche despierta. - Me tapé la boca al soltar un gran bostezo.
- Por lo que se ve, estas cansada de cuidarlo toda la noche. - Me contestó preocupada. - (T/N). ¿Por qué no descansas un poco después del desayuno?
- Tenía pensado bañarme y cambiarme de muda, justo después de llevarle a Sherlock su desayuno.
- ¿Está despierto?
- Fue él, quien me despertó. Ahora está un poco mejor, pero sigue teniendo fiebre.
- Entonces, será mejor que me dé prisa en prepararle el desayuno. - Dijo más animada. - En su estado, el mejor desayuno que puede tomar son unas gachas bien calentitas.
- Espero que no tenga ninguna queja. - Bromeé al ver cómo prepara las gachas.
- Descuida. Si no le gusta, lo obligamos a que se los coma. - Dijo con una sonrisa llena de seguridad. Ella me miraba llena de determinación, lo que me hizo estremecerme por lo que está pensando.
- Sra. Hudson, no pienso darle de comer a Sherlock. - Dije completamente avergonzada al imaginarme aquella incómoda situación.
- ¡Oh ho ho ho! Sí lo harás. - Me respondió con una sonrisa malévola y llena de socarronería, dibujada en su rostro.
Al cabo de un rato, terminó de preparar las gachas y las sirvió en un cuenco. Lo colocó en la bandeja, junto con una taza de té de hierbas, la cuchara junto con una servilleta y la medicación que debe tomarse Sherlock. Parece ser que la medicación lo han guardado en la cocina.
Cogí la bandeja de cama y me la llevé a la habitación de Sherlock. Cuando llegué a su habitación, lo primero que escuché fue quejarse de su desayuno.
- ¡¿En serio?! ¡Gachas! - dijo molesto.
- Es lo que hay. - Le contesté con firmeza. Ni que fuera un crío. Me acerqué a él y le coloqué la bandeja por encima de sus piernas. - A menos que quieras que te dé de comer – dije desviándole la mirada.
- ¡No! Quiero decir, no hace falta. Ya soy mayorcito para que me den de comer. - Volví a fijarme en él, quien podía verse a la perfección su rojez en las mejillas. No pude evitar mi risa y comencé a reírme levemente.
- Estás rojo como un tomate. - Al soltar mi comentario, Sherlock dejó, de repente, de comer y desvió su mirada hacia el otro lado. - ¿No me digas que te da vergüenza? - le contesté con socarronería.
Entonces, él me volvió la mirada y con la misma sonrisa burlona. Me entrega la cuchara y me contesta: - No, simplemente, no me encuentro muy bien. Así que, haré una excepción. - Espera, ¡¿qué?!
Ahora soy yo la que está roja como un tomate. ¡Maldición! Sherlock me la ha jugado, pero esto no quedará así. Con una sonrisa fingida, cogí la cuchara, la llené un poco de las gachas, coloqué mi mano por debajo de la cuchara para que no se derramase ningún contenido de la cuchara, me la acerqué para soplarlo un poco y que se enfriase; se lo acerqué a Sherlock y con la tonalidad más natural que pude poner, le dije: - Di ahhh.
Aquella escenita no se lo esperaba Sherlock quien, avergonzado, por hacer aquella vergonzosa expresión y se llevó las gachas templadas a su boca. Sacó sus labios de la cuchara, que sostenía con fuerza y ambos nos miramos avergonzados.
- Esto es lo más vergonzoso y raro que me ha pasado en toda mi vida. - Contestó primero Sherlock, tomando un sorbo del té de hierbas.
- Dímelo a mí. - Contesté cabizbaja. - Esto es demasiado empalagoso para mi gusto.
- ¡Cómo me alegra que digas eso! - dijo aliviado, lo cual me llamó la atención.
- ¿Por qué te alegras que no sea una persona empalagosa? - pregunté nerviosa.
- ¿Ehhh? Bueno, pues porque no te imaginaba como una mujer empalagosa, una personalidad que no me agrada mucho. La mayoría de esa clase de mujeres son muy molestas. - Respondió rascándose la cabeza.
- ¿Y tú cómo me ves a mí? -pregunté con timidez. Sherlock me miró sorprendido ante mi repentina pregunta y me contestó de manera directa, pero con cierto tono de timidez.
- (T/N), tú eres una mujer fuerte, inteligente, astuta, confiable, a pesar de guardarte algún que otro secreto; pero eso solo lo haces o porque desconfías de las personas o porque te preocupas por ellas, lo cual me lleva a que eres amable, protectora, directa... - Sherlock continuaba hablando del perfil que había hecho de mí, lo que provocó que me sonrojase más de lo que ya estaba, además de sentir un inmenso palpitar en mi pecho. Todo lo que describía, mayormente, Sherlock son mis partes buenas, aunque en ocasiones, sacaba algún que otro defecto de mí. - Son todas esas partes tuyas que me gusta de ti.
- ¿Qué? - Me sorprendí al escuchar lo que acababa de decir. Espera, ¿acaba de declararse?
- ¿Eh? - Sherlock también estaba sorprendido de sus palabras.
- ¿Eh?
Ambos nos quedamos mirándonos al unísono con los rostros enrojecidos cuando de pronto, alguien llamó a la puerta. Cuando la puerta se abrió, vimos que era John. Ambos resoplamos aliviados.
- La Sra. Hudson me ha contado que ya te habías despertado y que (T/N) te había traído el desayuno. ¿Cómo te encuentras? - se acercó a su amigo.
- Mejor. - Forzó una sonrisa al ver que se le acercaba.
- ¿De verdad? Porque te veo con las mejillas enrojecidas. - Contestó con un tono preocupado. - Sherlock, no me mientas. - Dijo con seriedad.
- No te miento. - Se defendió Sherlock.
- Es cierto, John. - Ayudé a Sherlock, provocando a que ahora fuese el centro de atención del doctor. - Aún tiene un poco de fiebre, pero no lo tiene tan alta como lo tenía anoche.
- Entonces, ¿a qué se debe su sonrojo? - Se cruzó de brazos al hacerme aquella pregunta, de la cual no supe contestarle. Pues, yo estaba en las mismas. Agarré fuertemente la cuchara, mientras desviaba mi mirada, llamando la atención de mi compañero.
- ¿Por qué sostienes la cuchara del desayuno de...? - No terminó de formular su pregunta al fijarse en nosotros y, más tarde, deducir la situación. Lo que provocó una enorme sonrisa en su cara. - No me digas que (T/N) te estaba dando de comer. - Ambos nos pusimos completamente colorado. Así que opté por realizar una huida estratégica.
Dejé la cuchara en el cuenco de las gachas y me levanté de mi asiento, llamando la atención de ambos y soltar la primera excusa que me vino por la cabeza: - Yo mejor me iré yendo a desayunar y probablemente me vaya a acostar, porque sinceramente estoy muerta de sueño por haber estado cuidándolo toda la noche. Así que te relevo el puesto John. - Dije mientras me alejaba de ellos poco a poco hasta llegar a la puerta. - Nos vemos luego. - Me despedí de ellos y me marché de la habitación sin llegar a escuchar sus despedidas, pues me fui escopeteada a la cocina de abajo a desayunar.
Cuando llegué a la cocina, sorprendí a la Sra. Hudson con el desayuno listo para subir al salón. - ¡Oh! (T/N), ahora mismo iba a subirte el desayuno.
- No te preocupes, Sra. Hudson. Desayunaré aquí, si no le importa.
- ¿Vale? - exclamó extrañada ante mi actitud. - ¿Ha ocurrido algo con Sherlock?
- No, salvo por la situación más embarazosa y extraña que hemos tenido ambos.
- ¿Y de qué se trata? - preguntó llena de curiosidad.
- Le he dado de comer a Sherlock de la forma más empalagosa que se pueda imaginar.
La Sra. Hudson me miró estupefacta para luego reírse a carcajada limpia. - ¿Tú le has dado de comer a.. Sherlock? Eso me hubiera gustado verlo. - Seguía riéndose de mi comentario. - ¿Y dime le has hecho el ahh?
- Sí y de la forma más cursi posible. - Estaba completamente sonrojada y ella no ayudaba, pues seguía riéndose. - Por favor, Sra. Hudson. Deje de reírse o me dará algo.
- En todo caso, el que le dará algo será a mí de tanto reírme. Me figuro que John os pillaría in fraganti.
- En realidad, entró justo después de eso.
- ¿Entonces, por qué has salido de la habitación?
- Porque justo antes de que llegase John, me pareció que Sherlock se me... había confesado. - Aquellas dos últimas palabras los dije tan rápido como pude para que no la entendiera.
- ¿Qué? (T/N), no entendí lo último. ¿Podrías repetírmelo?
- Dije que se había confesado. - Lo repetí un poco más lento, pero seguía sin entenderlo por la velocidad que se lo dije.
- ¡(T/N)! - se molestó la Sra. Hudson y no tuve más remedio que ir al grano.
- Sherlock se me ha confesado, creo.
- ¿Eh? ¡¿Eeeeehhhhhh?! - se sorprendió al decírselo. - Cuéntalo todo sin dejarte nada. - Puso sus manos sobre la mesa y se me acercó de forma estrecha.
- Lo único que pasó es que le pregunté qué es lo que pensaba sobre mí, él me dijo abiertamente y de forma directa el perfil que tiene de mí y después de terminar me dijo que esas cualidades son los que le gustan de mí. Nada más. - Ella no paraba de mirarme seriamente y yo me estaba poniendo muy nerviosa. No me gustan que me miren de esa forma.
- ¿Y qué le respondiste? - me miró con seriedad.
- Nada. - Me miró estupefacta. - No supe cómo responderle. Además, llegó John y ahí fue cuando me marché de la habitación.
- O sea, huiste.
- Básicamente.
- Así no llegareis a ninguna parte. - Dijo cabizbaja y desanimada.
- No he podido evitarlo. La vergüenza me estaba matando, además no estoy segura al 100 % de que Sherlock se me haya declarado.
- (T/N), es obvio que se te ha declarado. - La miré atónita. - Y tú vas y lo ignoras. - Sentí como una palangana se me echaba encima de mi cabeza.
- ¿Y qué... qué puedo hace? - pregunté desesperada.
- Lo primero y más importante es que desayunes, te bañes y descanses un poco. Luego seguirás cuidando de Sherlock y procura que Sherlock capte que tú también le gustas. - Se levantó de su silla y cogió la bandeja con el desayuno de John. - Yo subiré el desayuno de John, tú de mientras desayuna tranquila.
Sin más dilación se marchó de la cocina, dejándome sola con mi té y mis gachas.
¿De verdad Sherlock siente algo por mí?
Después de desayunar, dejé la taza, el cuenco y la cuchara en el fregadero. Me marché a mi habitación a coger una muda limpia y me fui al baño a lavarme. Finalmente, volví a mi habitación, me tumbé en mi comodísima cama y me quedé plácidamente dormida.
Me encontraba en el fondo del mar y danzaba bajo las aguas tranquilas de este luminoso y hermoso mar junto al misterioso violinista, cuyo rostro se podía ver con claridad. Aquel misterioso violinista que calmó mis tormentosas pesadillas era, sin duda, Sherlock. Él me sonreía con dulzura, mientras continuaba tocando aquella hermosa melodía proveniente de su Stradivarius. Ambos danzábamos bajo las cristalinas aguas cómo si nos guiásemos de la suave corriente que formaban un pequeño banco de peces. Entonces, Sherlock deja de tocar el violín y nos quedamos cara a cara. Ambos nos acercamos, posando mis manos en su torso y él, sin soltar el violín, abraza con sus brazos mi cintura. En ese momento, mi forma vuelve a ser humana, llevando un vestido de tono violeta claro vaporoso, corto por delante y largo por detrás, sin mangas y con un corpiño, resaltando mi figura. Mi peinado es la misma, aunque más elaborada y decorada con una especie de velo. Nuestros labios se quedan a unos pocos milímetros, cuando noté el sonido de algo estamparse. Las burbujas se convierten en lirios blancos, varios tablones de madera se hunden bajo las profundas aguas. Mi vista se fijó en mi alrededor, no comprendía lo que estaba sucediendo; entonces, sentí que los brazos de Sherlock me abandonaban. Volví mi vista hacia él, quien me miraba con suma tristeza, como si hubiese roto una promesa. Yo, por instinto, extendí mi mano para agarrarle, pero él se alejó de mí.
Yo intenté acercarme a él, pero cuando agarré su cuerpo, abalanzándome hacia él. Éste se convirtió en espuma de mar y yo me caí a un suelo, que antes no estaba. Al levantar mi vista estando todavía tirada al "inexistente" suelo, contemplé un campo lleno de lirios blancos que, de repente, se convirtieron en lirios de araña roja. No entendía lo que estaba sucediendo hasta que ví lo que más me temía.
Contemplé con horror la figura de dos hombres cayendo en el abismo del profundo y oscuro mar. Yo no podía hacer nada, pues aquel campo de lirios donde me encontraba, separaba del fondo del mar donde ellos se hundían poco a poco. Como si el suelo que había bajo mis pies fuese una especie de muro o barrera invisible, que podías contemplar lo que hay abajo, a pesar de las flores que había. Yo golpeaba contra el suelo, mientras veía como Sherlock y William se hundían en las profundidades de este inmenso y onírico mar, y teñían aquellas aguas cristalinas en un rojo sangriento.
Me desperté alterada al sufrir aquella extraña pesadilla, una pesadilla que podría hacerse realidad. Me levanté de inmediato de mi cama y me dirigí directamente a la habitación de Sherlock, sin ponerle atención a la hora que era y a la gente de mi alrededor. Llegué a la habitación de Sherlock sin llamar a la puerta antes de entrar directamente, para luego cerrarla.
Sherlock se sorprendió de mi repentina entrada, es más, incluso se podría decir que se sobresaltó de su cama. - ¡(T/N), no me pegues esos sustos! ¡¿Qué mosca te ha picado?! - su tono era sorprendido y al mismo tiempo molesto.
Yo ignoré por completo lo que había dicho, me fui directamente hacia él. Me senté a un lado de su cama y le abracé sin hacerle daño. Sherlock se quedó sorprendido ante mi inesperado gesto, pues en el momento que entré parecía que iba a aniquilar a alguien.
Yo le abrazaba en silencio, comprobando que no era un sueño y que este es el mundo real y no el mundo de mis pesadillas. Sin previo aviso, Sherlock me devolvió el abrazo con uno de sus brazos, sintiendo a que me estaba invitando a recostarme a su lado. Con sumo cuidado, me introduje bajo sus sábanas, las cuales él mismo los había levantado para acostarme a su lado. Era extraño estar acostada junto a él en su cama si ni siquiera éramos nada, más que amigos y compañeros.
- (T/N), tengo mis sospechas del porqué de tu comportamiento, pero no voy a preguntártelo. - Volví mi vista hacia él, quien me miraba preocupado y le escuché en silencio. - Así que, lo único que haré es invitarte a que estés a un lado de mi cama y escuches con atención la historia que te voy a contar. - Me incorporé en su cama y me deshice de mi abrazo. Entonces, Sherlock cogió de la otra mesilla de noche unas notas y me las entregó. En aquellas notas se mostraba la fecha de hace varios años, lo que supuse que sería en su época de estudiante.
- ¿Qué es esto? - le pregunté con curiosidad a Sherlock.
- Estas - señaló con su dedo - son las notas que escribí en su momento cuando solo era un estudiante universitario. Reconozco que no tuve muchos amigos, aunque no me importaba la verdad, pero debo reconocer que sí hice un amigo en la universidad y si no fuese por él, no estaría hoy aquí como detective asesor.
- ¿Quieres decir que, gracias a ese amigo encontraste tu vocación?
- Así es, mis habilidades deductivas que los usaba como mero pasatiempo se convirtieron en una importante herramienta para resolver el caso que fue envuelto en mi amigo y su padre.
Cómo te dije al principio, en el campus no tenía muchos amigos. Sin embargo, la mayoría de los estudiantes de la Universidad, me conocían por mis habilidades de observación y deducción. Algunos les llamaban la atención, otros se fascinaban y, cómo no, otros simplemente se burlaban de ello, tachándome de bicho raro. Obviamente, ese grupo me molestaba haciéndome varias pruebas, bastantes ridículas en mi opinión, usando mi deducción. Yo, simplemente, los resolvía, a pesar de ser consciente que solo lo hacían para burlarse de mí, aun así, yo los ignoraba y los resolvía sin ningún esfuerzo. - Al escucharle sobre las burlas que tuvo que soportar en su época de estudiante, sólo porque él veía el mundo de una manera distinta a ellos y ser capaz de lo que ocurría en su alrededor, me molestó enormemente que aún siga existiendo esa clase de personas. Sin pensármelo dos veces, coloqué mi mano sobre la suya, a modo de reconfortarlo. Aquel gesto provocó que se dibujase una dulce sonrisa en su rostro, además de una mirada que emanaba calidez en él. Cómo si estuviese agradecido de mi gesto. - Un día, saliendo de las clases de química, que tuve en el laboratorio químico de la facultad, los mismos que me molestaron en los anteriores días, me detuvieron para volver a hacerme alguna absurda prueba de nuevo, pero esta vez, antes de que dijeran la prueba. Alguien se interpuso entre yo y el molesto grupo, lleno de descerebrados, y los echó de manera educada. Esa persona fue Víctor Trevor. A partir de entonces, ya no me molestaron más y, aunque en un principio, nuestras conversaciones eran cortas, poco a poco esos pocos minutos se convirtieron en horas. Así fue como forjé mi primera amistad.
Cuando terminé el curso, ya éramos íntimos amigos, ya que compartíamos varias cosas en común, a pesar de ser lo opuesto a mí en todos los aspectos, es decir, Víctor era una persona enérgica, cordial y muy animada. En ese mismo verano, me invitó a pasar un mes en la casa de su padre en Donnithorpe, Norfolk, al que yo acepté con mucho gusto. Su padre era un hombre de buena posición, trabajaba como juez de paz, además de ser terrateniente de sus propias tierras. La mansión, donde él vivía, era enorme a la vez de antiguo. Aquella mansión estaba decorada con hermosas obras de mampostería, junto con vigas de madera de roble. Debo reconocer que, a pesar de tener una biblioteca pequeña, tenía una amplia variedad de libros, procedentes del dueño anterior de su casa, según me contó mi amigo Víctor. Al conocer a su padre, me fascinó por su enorme experiencia viajando a distintos lugares del mundo, a pesar de su falto de conocimiento cultural, pero todo lo que aprendió en sus viajes, permanecieron en su memoria. Físicamente, era un hombre fuerte y de gran envergadura, de tez morena, pelo canoso y de unos ojos azules llenos de ferocidad, que chocaban con su personalidad bondadosa y caritativa.
Una tarde, después de la cena. Mi amigo comenzó a hablar sobre, como él los definía, mis maravillosas habilidades deductivas y de observación de las que ya los había demostrado a su padre, aunque no en su máximo esplendor. Entonces, su padre lleno de curiosidad, me pidió que lo dedujera y así lo hice. De él deduje que tuvo algún ataque personal en los últimos doce meses. Si supieras la cara que puso al mencionarlo. Estaba completamente en blanco, aunque no tanto cuando le mencioné su íntima relación con alguien que quiso olvidar y que sus siglas eran J.A. Su padre, no solo empalideció de golpe, sino que además se desplomó en medio del salón. Entre su hijo y yo tuvimos que reincorporarlo del suelo, dejarlo sentado en la silla y rociarle del agua que quedaba en el vaso de cristal de la mesa del comedor, un par de bofetadas y volvió con nosotros. Su padre se disculpó ante nosotros por su repentino desmayo, que luego cambió el tema por alabanzas hacia mis habilidades y me dijo con certeza que debía aprovechar mi talento como herramienta para mi oficio. Si no fuera por sus palabras, nunca hubiese pensado en usar mi habilidad, que sólo lo usaba por mera afición, a lo que sería mi futura profesión y, por lo tanto, llegar a donde he llegado hasta ahora. Tras explicarle cómo lo supe, que fue tan simple como observarle esas siglas tatuadas cuando se remango sus mangas al ir a pescar en el lago, al observarlas con detenimiento me percaté que estaban decoloradas como si hubiese intentado borrarlas con desesperación. Tras aquel día, su padre no bajó la guardia conmigo, pues dudaba de lo que sabía y no sabía. - Tuvo una leve pausa, debido a nuestras repentinas risas. Al calmarnos un poco, siguió con su historia. - Al cabo de los días, llegué a la conclusión que debía marcharme de allí para no incomodar más a su padre, pero antes de marcharme llegó una visita inesperada y, por supuesto, indeseada por el Sr. Trevor. Digo indeseada, pues al ver aquel hombre no tuvo mejor idea que huir al interior de su mansión para luego volver al jardín, donde estábamos reunidos, y notar un ligero olor a whiskey, que emanaba de su aliento. Aquel visitante era un hombre enjuto, de tez morena y con unos dientes amarillentos, además vestir una ropa desgastada y manchada de alquitrán. Es obvio que el Sr. Trevor lo conocía, pero al principio se hizo el sueco hasta que el hombre misterioso le recordó quien era, entonces el Sr. Trevor se "acordó" del hombre, quien se presentó como Jackson, quien era un viejo amigo de él y era marinero. La primera impresión que tuve de él no fue buena, si te digo con sinceridad. Aquel hombre no parecía ser trigo limpio y no me equivoqué, pero eso te lo revelaré más tarde. El Sr. Trevor le ofreció comida y bebida, y un empleo en su hogar. Mientras ellos hablaban, pude escuchar claramente su conversación, a la vez que interactuaba con mi amigo. Pude escuchar que aquel Jackson sabía dónde vivían todos sus viejos amigos, algo que le pareció incomodar al Sr Trevor. Cosa que lo confirmé más tarde al verle al cabo de un rato, en el interior del salón tumbado en el sofá, totalmente ebrio y con la botella de whiskey completamente vacía. Obviamente, al día siguiente me marché del lugar para no incomodar más la situación.
El resto del verano, lo pasé en mis habitaciones de Londres, centrados en mis experimentos, pero un día, ya cercano a la entrada del otoño, recibí un telegrama de parte de mi amigo, quien me pedía ayuda urgentemente. Al llegar al lugar, quien me recibió no fue a mi amigo, quien conocí en la universidad, o por lo menos, no quien era antes, pues ahora se encontraba mucho más delgado y más demacrado como si algo lo perturbase por dentro. Me sorprendió muchísimo cuando me dijo que su padre se estaba muriendo, si no hace ni dos meses que se encontraba perfectamente con una energía jovial hasta que llego el tal Jackson. Su padre sufría de una gran crisis nerviosa, de apoplejía y cada día que pasaba, parecía que iba a ser su último, así que ya ves (T/N) a lo que me iba a enfrentarme. Por el camino me contó que su padre lo nombró, al principio como jardinero, pero luego lo nombró como mayordomo y ahora, se ha adueñado de toda la casa. Así estaba la cosa. Luego me contó que un día, tras haberse aprovechado de su padre hasta tal punto que casi le dio un puñetazo al indeseable. Entonces, un día se presentó a la habitación alegando que se iba a marchar de la casa y se iba al hogar del Sr. Beddoes. Tras su marcha, pensaban que la cosa se había tranquilizado, pero no era así. Le llegaron una carta y, a causa del contenido de la carta, fue cuando sufrió el ataque de apoplejía. Al llegar a la mansión, acompañado de mi amigo. Nos fuimos directamente a la habitación, donde se encontraba su padre, pude encontrarme en qué estado se encontraba su padre, quien se encontraba postrado en su cama, pero había una persona al lado suya, quien mostraba un semblante triste anunciando lo peor. Su padre había muerto y lo único que le había dejado a su hijo como única respuesta a sus preguntas eran unas cartas que él mismo había dejado en su escritorio. Aquella carta hablaba de su auténtico pasado, su padre antes se llamaba James Armitage, quien en su juventud fue un delincuente que malversó con dinero, que robó del banco donde trabajaba. Fue deportado y enviado en el barco de Gloria Scott, donde planeó un plan para amotinar el barco y llegar a Nueva Zelanda, donde había escuchado que había una gran mina de oro. Reunió a un grupo de gente, quienes eran los conocidos del padre de Víctor de entre ellos, Jackson, quien fue traicionado por Beddoes, quien se llamaba Evans, justo antes de estallar el barco. Tras aquello, fueron rescatados por un barco pesquero que iba dirección a Australia, allí se cambiaron los nombres e hicieron fortuna en las minas de oro, para luego regresar a Londres y vivir una nueva vida. Tras conocer su pasado, le pedí a mi amigo que me enseñase la carta que había leído su padre y que le provocase que llegase a ese estado. Al leerlo, aparentemente no tenía sentido, << El suministro de caza para Londres aumenta sin cesar. Al guardabosque en jefe Jackson, según creemos, se le ha pedido ahora que reciba todos los encargos de papel atrapamoscas y que preserve la vida de vuestros faisanes hembras.>>, pero pude ver perfectamente el código cifrado que usaron en esta carta: <<El juego ha terminado. Jackson lo ha contado todo. Huye para salvar tu vida>>. Al leer el mensaje cifrado resuelto en alto, mi amigo empalideció al conocer la razón del repentino deterioro de la salud de su difunto padre. Tras aquello, tanto el Sr Beddous como Jackson desaparecieron y la policía, al no encontrar pistas, no pudieron continuar con la investigación, en cambio, mi amigo, con el corazón roto se marchó de su hogar y se marchó a Terai, donde lo único que sé de él es que le va bien como terrateniente de una plantación de té.
- Entonces, ¿qué conclusión llegaste con la desaparición del Sr. Beddous y Jackson? - pregunté intrigada a Sherlock.
- Lo más probable es que el Sr Beddous matase a Jackson y huyera del país con todo el dinero que pudiera echar a mano, en aquel momento desesperado.
- Por lo menos está a salvo, aunque posiblemente, no con la conciencia tranquila.
- Cierto.
Ambos estábamos acurrucados en la cama, mis ojos se cerraban poco a poco hasta quedarme completamente dormida.
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Sherlock sintió el peso de la cabeza de (T/N) posar en su hombro, posó su mirada hacia ella y vio que se había quedado plácidamente dormida. No sabía qué hacer ni cómo reaccionar. Por un lado, no quería despertarla ya que parecía que estaba durmiendo en paz y tranquilidad; por otro lado, ella estaba durmiendo a su lado, compartiendo cama y eso a la Sra. Hudson no le va a gustar.
Después de pensarlo con detenimiento, optó por despertarla, pero algo lo frenó, pues al ver su rostro tranquilo al dormir, no fue capaz de despertarla. Así que, la ayudó a que se tumbase a la cama y la tapó con las sábanas; él iba a hacer lo mismo, pero no podía dejar de observar el rostro angelical de su compañera, mientras dormía. De manera inconsciente, echó de lado con sus dedos, un mechón de pelo, que tapaba su cara para, más tarde, tocar su mejilla. Al tacto era suave y cálida. Acariciaba su mejilla con delicadeza, sin saber lo que estaba haciendo.
¿Por qué lo hacía?
¿Por qué la atraía?
Pero, sobre todo, ¿por qué tenía un irrefrenable deseo de querer besarla?
¿Acaso se estaba enamorándose de ella?
Por instinto, bajó su mirada hacia los labios carnosos de (T/N) y justo cuando sus labios se volverían a tocar, alguien llamó a la puerta. Sherlock se maldijo por dentro, se recompuso en su cama, mientras ella dormía plácidamente.
- Adelante. - Dijo, a continuación, Sherlock, intentando no sonar molesto. Era la Sra. Hudson, quien entró a su habitación con una bandeja con algo de comida, una taza de té, un vaso de agua y sus medicinas.
- Sherlock te traigo tus... - Se detuvo al notar que (T/N) estaba durmiendo en su cama, pero sorprendentemente no se molestó. Solamente suspiró. - Espero no haber interrumpido nada. - Dijo al dejar la bandeja encima de la mesilla de noche, que está justo al lado de Sherlock.
- No estaba haciendo nada indecente si es lo que estabas pensando. - Gruñó esta vez Sherlock.
- Ya sé que no lo estabas haciendo. Te conozco y sé que no eres de esa clase de hombre. Aunque me gustaría que ambos fueseis pareja.
- ¿Qué? ¿Pero se puede saber en qué demonios estás pensando? - soltó Sherlock intentando no mostrarse nervioso.
- ¡Oh, vamos! Sherlock, es evidente que ambos hacéis muy buena pareja, además es obvio que (T/N) está enamorada de ti.
- ¿Qué? - respondió incrédulo para luego girar su vista hacia ella, quien seguía plácidamente dormida. - ¿De verdad ella me... ama?
- Sí, pero no le digas que te lo he dicho. ¿De acuerdo? - respondió en tono bajo y haciendo un gesto con el dedo cerca de su boca a modo de silencio, a la vez que guiñaba un ojo.
- De acuerdo.
- Eso espero, bueno te dejaré a solas con ella y tómate el medicamento después de que hayas comido. Nos vemos dentro de un rato. - La Sra. Hudson se marchó de la habitación de Sherlock, volviéndolo a dejarlo a solas con una (T/N) durmiente. Volvió su mirada de nuevo en ella y sonrió con dulzura.
Con que esto es lo que se siente cuando estas enamorado. - Dijo a sí mismo sin dejar de observarla. - Pero, este sentimiento es completamente distinto al que tuve con Adler. Eso quiere decir que lo que sentí con ella era más fascinación y admiración, a diferencia de con (T/N). Con ella, en un principio fue similar al que sentí por Adler, pero poco a poco, sentí que esos sentimientos estaban cambiando en afecto y en querer protegerla hasta el punto de llegar a quedarme en este estado. - Acercó su rostro a la de ella y besó con delicadeza la frente de su acompañante durmiente. Retiró su rostro lentamente para seguir contemplando a ella, entonces cogió la bandeja y se lo puso encima de sus piernas y comenzó a comer en silencio, sin perder su sonrisa llena de dicha.
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