Capítulo 13

La persona que nace con un talento que está destinada a utilizar, encontrará su mayor felicidad en su uso.

- Goethe.

La Sra. Hudson me pidió que comprara algunos ingredientes necesarios para la comida y cena de hoy, lo cual acepté gustosa en ayudarla. Lo que no me esperaba es que ella obligara a Sherlock a que me ayudase a hacer la compra. Así que, Sherlock y yo terminamos yendo juntos a Covenant Garden a hacer la compra.

- ¿Cómo es que has accedido fácilmente en ayudar a hacer la compra, Sherlock? - pregunté alzando una de mis cejas y mostrándole una sonrisa pícara.

- Es simple. Paso de escuchar sus sermones, además si me hubiese quedado en casa. No me habría dejado en paz. - Se excusó, mientras se encendía un cigarro y paseábamos por las calles bulliciosas de un Londres mañanero.

- En otras palabras, no has tenido más remedio que irte de casa y acompañarme. ¿Me equivoco? - Sherlock no contestó, afirmando mi pregunta.

Durante el trayecto hacia el mercado de Covenant Garden nos mantuvimos en silencio, un silencio agradable y reconfortante. Observaba a la gente pasar; algunas con prisas, otras tranquilas y en ocasiones, se veían algunos niños de la calle, trabajar vendiendo periódicos, limpiando zapatos o ayudando a coger las maletas de la gente que irán a algún viaje y tenían que ponerlo en el maletero del carro. Estaba absorta en mi mundo, contemplando a la gente pasar como si de una espectadora de sus vidas fuese.

- Ese hombre irá, seguramente a Escocia. - Dedujo de pronto Sherlock, desvelándome de mi ensoñación.

- Es posible, por la cantidad de maletas que lleva y por el abrigo que lleva bajo su brazo. Se puede apreciar con claridad que es un abrigo de tejido grueso y, probablemente, rellenado de plumas.

- Buena observación (T/N), pero te olvidas de algo crucial.

- ¿De qué se trata? - pregunté interesada, fijando mi mirada en la suya, quien seguía observando al viajero.

- Si hubieras estado atenta escuchando, además de observar. Te habrías percatado de su peculiar acento que sólo un escocés tendría. ¿De nuevo en tu mundo? - preguntó con tono burlón.

- No estaba en mi mundo. Sólo me gusta desconectarme del mundo y ver a la gente de mi alrededor pasar. Nada más, Sherlock. - Le contesté tranquilamente. - Además, ya hemos llegado a la entrada del mercado. Así que, más te vale a ayudarme a llevar las cosas. Porque la lista que me ha entregado la Sra. Hudson, no es precisamente corta. - Al decírselo, automáticamente puso su cara de fastidio al saber que iba a ser de nuevo el burro de cargas. - ¡Venga! No pongas esa cara. Yo, a diferencia de otras, no soy una explotadora. ¡Vamos! O se nos echará la hora encima. - Agarré la muñeca de Sherlock y lo medió arrastré al interior del mercado, donde compramos todo lo necesario y, obviamente, nos repartíamos el trabajo llevando cada uno varias bolsas llenas de comida. No como en aquella ocasión que Irene explotó al máximo a Sherlock en su día de compras. En ocasiones, me pareció que Sherlock me observaba con cierto asombro e interés, que se reflejaban a la perfección a través de sus ojos nocturnos, cuando hablaban animadamente con los dueños de los puestos de verduras y de frutas sobre el frescor de sus productos y cuales están en su punto.

Al cabo de una hora, terminamos de hacer la compra y salimos del mercado llenos de bolsas de papel extra, ya que la bolsa que llevaba conmigo, no es lo suficientemente grande para llevar todo lo que habíamos comprado.

- (T/N). ¿Estás segura que no quieres que te lleve la otra bolsa? - preguntó de nuevo.

- Por tercera vez, Sherlock. Estoy bien. Tú sabes mejor que nadie que no soy una debilucha. - Dije con un tono molesto y desganado tras haberme preguntado tres veces si quería su ayuda.

- Si yo no digo lo contrario. Es solo que...

- ¿Solo que qué, Sherlock? - me detuve al preguntarle con el ceño fruncido.

- Es solo que me resulta extraño que compartamos el trabajo, en vez de dejar todo el trabajo para mí.

- ¿Ah? Era por eso. - Exclamé despreocupada. - La verdad si te soy sincera, eso de que el hombre se encargue de todo me parece estúpido, además de lo agotador que puedan acarrearles. Yo prefiero el trabajo en equipo y equitativo. Da igual si eres hombre o mujer. Si eres capaz de hacer el trabajo, entonces simplemente hazlo y ya está. No comprendo por qué los hombres tienen que usar la caballerosidad para, simplemente, impresionar a las "señoritas" y terminar haciendo el trabajo "sucio". ¡Venga ya! ¡¿No se dan cuenta que los están utilizando y se están aprovechando de ellos?! ¡¿Cómo pueden llegar a ser tan idiotas?! - Hace un rato que nos volvimos a ponernos en marcha, mientras yo seguía hablando y cuando terminé de hacer mi monólogo, escuché la estridente carcajada de Sherlock.

- ¿Sabes qué acabas de desbaratar el concepto de caballerosidad? - dijo entre risas.

- Solo he dicho la verdad. - Contesté sonriendo, debido a que me había contagiado la risa de Sherlock.

- Lo que acabas de decir no es la verdad, es tu opinión y punto de vista sobre la caballerosidad. - Me corrigió Sherlock.

- Pues para mí es la verdad, te guste o no. A menos que me demuestres lo contrario. - Lo reté con la mirada.

- Lo siento, pero esta vez no me voy a dejarte influenciar. Aunque tengamos esa "cita" pendiente. - Se resistió ante mi reto, provocando que hiciese un pequeño mohín ante mi pequeña derrota. Sherlock se volvió a reír, pero no tan estruendoso como antes. Es más, se podría decir que aquella risa notaba algo distinto, pues fue una risa suave e incluso dulce.

- ¿De qué te ríes ahora? - pregunté curiosa.

- Nunca me imaginé que llegases a tener una faceta infantil, (T/N). Juguetona, sí; pero infantil, nunca. - Eso hizo que me sonrojase hasta más no poder.

- No... No digas tonterías. - Dije completamente sonrojada y con la mirada desviada hacia el otro lado para que Sherlock no notase mi sonrojo, cosa que no funcionó pues él seguía riéndose. - Démonos prisa, si no queremos almorzar tarde. - Cambié de tema para que acelerara la marcha.

- Vale, vale. Pero no hace falta que aceleres el paso. - Sherlock aceleró su paso para estar a la par de mí, cuando de repente, se paró en seco. Extrañándome.

- ¿Ocurre algo? - cuando me detuve y me giré al verle. Volví a tener la misma sensación que tuve al sentir la mirada penetrante de Milverton de aquella vez. ¿No es posible no me digas que me está siguiendo? La rojez de mis mejillas se cambió a una palidez indescriptible como si hubiese visto algún fantasma. - ¿Sherlock? - Él notó a la perfección el temor en mis ojos y la palidez de mi piel hizo que se preocupase.

- Tranquila, nos vamos de aquí de inmediato. - Me tranquilizó con su mirada y en seguida llamó a un cochero libre, que pasaba por la zona y se detuvo. Ambos nos metimos dentro. - A Baker Street, en seguida. - El cochero asintió y arreó al caballo para poner en marcha.

Estando dentro del coche. Mis manos comenzaron a temblar, a pesar de mostrar mi rostro impasible por lo que acababa de suceder. Agarraba con fuerza la bolsa para aferrarme a algo con lo que tranquilizarme, pero una bolsa llena de comida no ayudaría a tranquilizarme en lo más mínimo. Entonces, sentí una mano cálida siendo agarrada a una de mis manos temblorosas y puse mi atención en la persona, responsable de aquel acto.

- Sherlock. Yo... - tengo tanto miedo, que las palabras no salían de mi boca.

- Tranquila, no permitiré que ese desgraciado se salga con la suya. Aunque, me temo que lo de la cita tendrá que esperar hasta que lo hayamos resuelto.

- Ya, claro. Solo es una excusa para no hacerlo, sabes perfectamente que perdiste la apuesta. - Dije más tranquila.

- Es posible, pero por lo menos, ya te has tranquilizado. Sin embargo, lo de la cita iba en serio. Ahora mismo, con Milverton o uno de sus hombres rondando sobre ti, no me parece una buena idea de momento. Será mejor hacerlo para más adelante. - Solté un gran suspiro y, finalmente, desistí.

- Tienes razón, mejor dejarlo en otro momento. Es preferible centrarnos en algún caso nuevo tuyo y si el Sr. Del crimen hace algún nuevo movimiento, pero la cuestión es: ¿Qué haremos con Milverton? - pregunté preocupada.

- De momento nada. - Lo miré incrédula, pero Sherlock tiene razón. Es mejor no hacer nada que hacer algo para que luego nos metamos en el juego manipulador de ese chantajista. - Si movemos una ficha, entraremos en el juego de ese hombre y entonces, estaremos entre las cuerdas que ese mismo hombre ha puesto.

- Cierto.

Tras regresar a Baker Street, Sherlock y yo dejamos todas las bolsas en la cocina. Yo me quedé ayudando a la Sra. Hudson en ordenar todo lo que habíamos comprado, dejando en la mesa solo lo que iba a usar para el almuerzo, mientras que Sherlock regresó al piso de arriba. Al final, terminé ayudándola a hacer la comida, ya que después de lo ocurrido, necesitaba alguna distracción y cocinar era una buena opción.

- Gracias por ayudarme, (T/N). - Agradeció Hudson, mientras removía la comida de la olla. - Sin ti, habría tardado en hacer el estofado.

- No tienes que darlas, de todas formas, no tenía nada que hacer. -Dije con modestia.

- ¿Y dime? - me giré al llamarme mi atención con su pregunta. - ¿Qué tal con Sherlock, algún avance? - sonrió de manera pícara.

Me sonrojé ante su repentina pregunta. - Sra. Hudson entre él y yo no hay nada. Solo somos amigos. - Tuve que bajar mi voz para que ambos no se enterasen de esta conversación. - Nada más.

Ella me miró con seriedad para luego alzar su ceja y hablarme con un tono sarcástico. - Ya claro. Va yo y me lo creo. ¿Te crees que nací ayer? Está claro que te gusta Sherlock.

- ¡Y dale! ¡Qué no me gusta! Solo me parece interesante, nada más. Eso no significa que esté enamorada de él. - Me volví a negar.

- ¿Entonces, por qué cuando hablamos de él, te pones roja como un tomate? - me señaló con el cucharón.

- Yo... Yo...

- ¿Uhm?

- Simplemente, no lo sé. - Solté de repente.

- ¿Qué? - se quedó sorprendida ante mi respuesta. - ¿Cómo que no lo sabes?

- No, no lo sé. Solo me he enamorado una vez y fue distinto. Con él es más complicado. A veces, me gusta estar a su lado. Otras molestarlo y otras veces me pone de los nervios hasta tal punto de querer tumbarlo y dejarlo K.O. ¿Me comprendes?

- (T/N). - Me dijo seria la Sra. Hudson.

- ¿Sí? - la respondí con la misma seriedad.

- A veces el amor es complicado y extraño, sobre todo si el hombre al que estas enamorada es el propio Sherlock Holmes.

- ¿Sabes que eso no me ayuda, verdad?

- Lo sé, pero puedo decirte por mi experiencia que cuando hablamos de amor, es mejor guiarse aquí - se señaló el corazón - que de aquí - luego se señaló la cabeza.

- Es decir, que tengo que guiarme por mis sentimientos, en vez de usar la lógica. - Dije no muy convencida.

- Exacto.

- Si tú lo dices. Por cierto, si te nombras señora, eso quiere decir que está casada. ¿Dime Sra. Hudson, qué clase de hombre estuviste casada? - pregunté curiosa, pero por alguna extraña razón el aura que desprendía la Sra. Hudson en ese momento me puso los pelos de punta, cuando se giró y me miró de forma amenazadora mientras mostraba una especie de sonrisa.

- Es preferible que no menciones ese tema, (T/N). Así que cambiemos de tema y hagamos que esta conversación nunca haya sucedido. ¿De acuerdo?

- De acuerdo. - Por primera vez en mucho tiempo sentí el mismísimo terror en mis carnes, es más, podría decirse que lo de Milverton no tiene ni punto de comparación con lo que acababa de suceder con Hudson.

- ¡Bueno! La comida ya está lista, diles a John y Sherlock que ya está hecha. - Su humor cambió drásticamente a uno alegre, lo que me hizo aterrarme más. Madre mía, la Sra. Hudson es una mujer de temer. Si quiero vivir, es mejor que no vuelva a sacar el tema sobre su marido.

Salí de la cocina y subí por las escaleras, todavía con los pelos en punta. Al llegar al primer piso y entrar al salón, me encontré a John ordenando la sala, mientras Sherlock leía una carta. Supongo que llegaría cuando ambos estábamos afuera comprando. Me acerqué a él y le eché un ojo a lo que contenía la carta.


Estimado Sr. Holmes:

He leído y escuchado todos los casos que ha resuelto y que todos han salido exitosos. Me gustaría pedirle una consulta para esta tarde, a las 3 para ser más exactos. Es muy urgente, ya que estoy preocupada por la desaparición de mi marido. Desconozco lo que le habrá ocurrido y estoy muy preocupada por él. Le explicaré con todo lujo de detalles todo lo que sé antes de su desaparición.

Atentamente,

Cecil Forrester.


- ¿Un nuevo caso? - pregunté a Sherlock, estando detrás de él.

- Eso parece. - Me contestó concentrado en la lectura de la carta. Sin girarse, me dijo tranquilamente: - Deduzco que la Sra. Hudson y tú habéis terminado de hacer la comida y que va a traerlo dentro de un rato, ¿cierto?

- Así es y, por lo que he leído tenemos que apresurarnos antes de que llegue nuestra cliente.

- ¡Oh! ¿Tenemos un nuevo caso? - preguntó emocionado John.

- Así es y es posible que sea uno interesante. - Dijo con una sonrisa.

- ¿Acaso conoces a los Forrester? - pregunté sorprendida.

- Sí, la persona desaparecida, su marido para ser más exactos es el periodista, Neville Forrester. Uno de los mejores periodistas de todo Londres. Que ese hombre haya desaparecido no me sorprende en absoluto, muchos de las noticias que ha escrito son relacionados a la política o a los últimos escándalos que han ocurrido últimamente en este país.

- Tengo entendido que la última noticia que ha publicado es sobre las futuras reformas que se realizaran en el Parlamento.

- Así es.

- Es demasiada coincidencia que haya desaparecido justo después de publicar sobre eso. - Dijo pensando en voz alta John.

- John, - llamé la atención de mi compañero - las coincidencias no existen, solo existe lo inevitable.

- ¿Quieres decir? - se sorprendió ante mi respuesta.

- Quiere decir que lo han secuestrado. - Sherlock fue más rápido y respondió primero.

- Aunque también cabe la posibilidad de que lo estén reteniendo, la cuestión es quién. - Dije pensativa, pero que ambos pudieran escucharme con claridad.

- Si estaba investigando los sucesos de la Cámara de los Lores, es muy probable que uno de ellos no quisiera que difamase la información y pediría ayuda del exterior para secuestrarlo o retenerlo en algún sitio. - Dedujo Sherlock.

- ¿Pero dónde podrían retenerlo? - preguntó interesado su amigo.

- El mejor lugar para retener a una persona sin que nadie sospeche es, sin duda, en un fumadero de opio. - Respondí con certeza y seriedad, sorprendiendo a John de mi respuesta.

- ¿Cómo sabes...? - John detuvo su pregunta cuando vino la Sra. Hudson con la comida y nos sirvió un plato para cada uno.

- ¡Qué os aproveche! - dijo Hudson antes de volver al piso de abajo.

- ¡Gracias! - agradecimos los tres a la vez.

- Sabes qué..., prefiero no saberlo. - Respondió finalmente John.

Nos sentamos en nuestros respectivos asientos y comenzamos a comer sin detener nuestra conversación.

- Sí, es muy posible que esté allí. - Dijo Sherlock. - Solo tendríamos que buscar a cuál de ellos está.

- Pero, en serio. ¿De todos los lugares, tenía que ser un fumadero de opio? - se quejó John.

- Pues sí. - Le respondí con obviedad. - Que mejor forma que dejar callado a una persona, poniéndolo hasta arriba de opio.

- Madre mía, (T/N). - Dijo alucinado.

- ¡¿Qué?! ¡Es la verdad! Además, es la droga más potente del siglo 19 y es muy eficaz. A pesar de ser muy adictiva. - John me miraba trastornado por todo lo que había soltado.

- ¡Oh, vamos John! No te pongas así, estaba siendo una conversación la mar de interesante.

- Si, sobre el uso de drogas en los secuestros. - Dijo con sarcasmo. - Ya sabes que no me gusta hablar de estos temas.

- ¿Uhm? ¿Por qué? - pregunté curiosa.

- Pues porque, seguramente, la Sra. Hudson le habrá contado sobre mi apego a las drogas. - Ahora soy yo la sorprendida.

- ¿Tú te drogas? - pregunté atónita.

- Sí, pero solo cuando me aburro. Cosa que hace mucho tiempo no me pasa. - Dijo mientras comía tranquilamente como si no hubiese dicho nada "alarmante".

- ¿Qué... ?

- Cocaína, - me respondió sin llegar de terminar de formular mi pregunta – en una solución del 7%.

- O sea, te lo inyectabas.

- ¿Decepcionada?

- No. Mas bien, sorprendida. La verdad es que nunca me imaginaría que tú llegases a drogarte, aunque solo sea por aburrimiento.

- Bueno. Era la única forma de aplacarlo hasta que os conocí. - Se sonrojó al confesarlo. - Desde que vivo con vosotros, además de la aparición del Señor del crimen, mi vida ha sido más grata e interesante que antes de conoceros.

Aquel comentario me alegró, pues yo sentía lo mismo. Antes de conocerlos, mi vida era de color de gris. Me sentía triste y apagada, en ocasiones incluso, me faltaban fuerzas para continuar. Pero, desde que los conocí. Mi vida a dado un giro de 180º y ahora vivo mejor gracias al haberlos conocido, generando unos hermosos recuerdos. - Yo también siento lo mismo.

- Y yo. - Dijo sonriendo el doctor. - Aunque, a veces, tengamos que soportarte.

- ¡Oye! ¿Cuándo me he vuelto molesto hacia vosotros?

John y yo nos miramos con complicidad, para luego fijarnos en Sherlock de forma seria.

- No sé. La vez que te comportaste, y odio decirte esto, como un capullo integral en el día en que me acusaron de asesinato en el tren.

- Las veces que no comprendes mis sentimientos. - John me miró sorprendido por si había sucedido algo entre nosotros y él no estaba al tanto.

- ¿Eh? ¿Me he perdido algo? - preguntó curioso.

- ¡Nada! - ambos negamos con la cara sonrojada al recordar nuestro beso accidentado.

- ¿Nada? Si no es nada. ¿Entonces cómo es posible que estéis sonrojados? Es que acaso os habéis besado o algo, aunque me extraña viniendo de Sherlock. - Dijo entre risas, pero su semblante cambió al vernos completamente serios. - ¿Eh? ¿No puede ser? - murmuró sorprendido. - ¡¿Cuándo pasó?!

- ¡Maldita sea, John! No es lo que piensas, fue un accidente. - Soltó Sherlock al perder un poco los nervios.

- ¡Eso! Solo fue un accidente. Venga, terminemos de comer si no queremos que la Sra. Saint-Claire nos pille almorzando. - Me puse del lado de Sherlock y cambié el tema rápidamente.

- ¿Mmm? Os habéis compenetrado a la perfección. - Dijo con media sonrisa su amigo.

- Cállate John. - Mandamos a callar a John a la vez, lo que hizo que complicara más la situación. Ya que no nos dejó de mirar de forma picaresca.

Tras terminar de almorzar, cogimos nuestros platos y bajamos a la cocina para dejarlos en el fregadero y volvimos a subir, mientras esperábamos a nuestra "invitada", que solo faltaba 5 minutos para su llegada. Mientras esperábamos se notaba la tensión causada por el mencionado beso. Conociéndolo, seguro que se lo dirá a la Sra. Hudson.

¡Uaaaaah! Me muero de la vergüenza.

Al llegar a las tres en punto. Escuchamos un carro parase y de él, salir una mujer de mediana edad, de estatura media, complexión delgada de tez blanca, de cabellos rubios y ondulados, recogidos por un sencillo peinado y de ojos grises como las nubes tormentosas. No vestía de manera recatada, pero tampoco simple. Solo pasó treinta segundos cuando, al fin entró al salón, mostrando su rostro lleno de preocupación.

- Buenas tardes, Sra. Forrester. Tome asiento, por favor y cuéntenos lo que ha pasado con todo lujo de detalles. - Sherlock le mostró el asiento a nuestra clienta yendo directo al grano, estando sentado en su asiento con los dedos de sus manos juntadas. John se quedó sentado en el sofá junto a mi lado.

- Mi marido, el periodista Neville Forrester, lleva desaparecido desde ayer. - Nuestra cliente nos describió con todo lujo de detalles la descripción de su marido.

- ¿Por qué no llamó a la policía en el día de su desaparición o ayer? - preguntó serio.

- Porque conozco a mi marido. Cuando está enfrascado en su trabajo, hay momentos que no llega a casa hasta después de dos días, pero siempre me enviaba un telegrama para avisarme y que no me preocupase. Por eso no he contactado con usted hasta pasar los dos días.

- Porque esperaba el telegrama de su marido, cosa que nunca llegó.

- Así es y me tiene muy preocupada. Soy consciente que ahora está centrado en los acontecimientos de la Casa de los Lores, pero nunca me imaginé que fuese tan peligroso su investigación.

Aquello nos llamó la atención y no pude evitar el preguntar a nuestra cliente.

- ¿Qué clase de investigación llevaba a cabo su marido? - pregunté con seriedad.

- Lo único que sé es sobre un supuesto cambio de reformas que podría romper las desigualdades sociales.

- ¿Tiene conocimiento sobre cómo llevaba a cabo su marido sus investigaciones? Porque, desde luego, obtener esa clase de información no suele salir de la Casa de los Lores hasta llegado el momento y, aún no es ese momento.

- La verdad es que no tengo la menor idea. ¿Aunque, ahora que lo pienso? Ayer, rebuscando entre las cosas de mi marido con ayuda de una de mis criadas, encontramos un maletín.

- ¿Un maletín? - preguntó interesado.

- Así es. Cuando la abrimos, nos dimos cuenta de que era un set de maquillaje.

- Ya veo. Su marido se disfrazaría para poder entrar al interior del Parlamento, pero alguien lo descubrió y lo habrá retenido en algún sitio.

- ¿Eso quiere decir? - preguntó entre lágrimas con un tono esperanzador.

- Quiere decir que encontraremos a su marido. Antes de su llegada ya hemos estado hablando sobre los lugares donde podrían haberlo retenido. - Se levantó de su sillón y abrió la puerta del salón, invitándola a salir para que nosotros pudiésemos empezar a investigar.

- No se preocupe señora. Encontraremos a su marido. - Tranquilizó John a la clienta con una sonrisa llena de calidez y gentileza.

- Muchísimas gracias. Aquí os dejo la dirección de mi domicilio para cuando hayáis encontrado a mi marido y lo llevéis de vuelta a casa. - La mujer me entregó un papelito, donde tiene anotado la dirección. Se despidió de nosotros de manera cortés y se marchó en el mismo carro donde llegó.

- Muy bien. - Dijo animado Sherlock tras la marcha de la clienta. - Es hora de ponernos en marcha, pero antes tengo que llamar a mis bribonzuelos.

- ¿Te refieres a los Irregulares? - preguntó John.

- Así es. Cuanta más gente, mejor. Además, (T/N) irá conmigo. Esta vez, no quiero que vaya sola. - Me sonrojé al escucharlo, al mismo tiempo que John se quedó boquiabierto.

- ¿En serio que no estás enamorada de ella? - se acercó de repente a su amigo y le hizo aquella pregunta, que yo escuché a la perfección a pesar de decirlo en voz baja.

- Por supuesto que no. Es por otros motivos que ya te contaré en su momento. ¡Vámonos (T/N)! Hoy será un día bastante ajetreado.

- Está bien, Sherlock. - Le seguí detrás de él. Dejando a John detrás de nosotros.

Salimos de la casa y Sherlock llamó a los chavales que se encontraban por los alrededores de Baker Street.

- ¿Para qué nos has llamado esta vez Sr. Holmes? - preguntó Wiggins con su equipo reunido.

- Necesito que os disperséis y busquéis fumadores de opio por todo Londres.

- ¡¿Qué?! Espero que nos pagues bien. No es una tarea fácil, ¿sabes?

- ¡Venga, dispersaos! La vida de un hombre depende de un hilo. - Sherlock les describió cómo es la persona desaparecida a los chicos, quienes se dispersaron por las callejuelas de Baker Street y recorrerse por todo Londres.

- Sherlock. - Llamó John. - ¿Nosotros por dónde buscamos?

- Nosotros nos centraremos por las zonas cercanas al Parlamento. Aunque, me cuesta creer que lo hayan escondido tan cerca de la zona.

- Sherlock, estoy pensando que si lo secuestraron. Es posible que él descubriera algo y algunos Lores de la Corte lo descubrieran y enviaran a alguien para encargarse de él. - Deduje sobre la posibilidad de la causa del secuestro.

- Tú idea no es descabellada. Solo espero que no sea una situación tan grave como lo estoy pensando.

Sherlock se veía sorprendentemente serio. Me temo que no va a ser tan simple este caso de secuestro como yo lo estaba planteando.

Cogimos un carro los tres juntos y cuando llegamos a la zona, John se separó de nosotros, dejándonos a solas. Había algo que me carcomía y no pude soportarlo más.

- Sherlock. - Le llamé preocupada. - ¿Es posible que Milverton esté relacionado en esto?

- En eso no me cabe la menor duda. La pregunta es por qué. Dudo que nos quiera tender una trampa.

Algo se encendió dentro de mí, revelando el posible motivo de su actuación. - ¿Y si Milverton lo ha secuestrado porque trabaja con uno de los Lores que está en contra de esa nueva reforma y el Sr. Forrester lo descubrió por accidente y lo pillaron? - Sherlock se detuvo de repente al escuchar mi conjetura.

- Entonces, no solo está en peligro el Sr. Forrester, también está en peligro uno de los Lores de la Cámara. - Se alarmó. - ¡Mierda! Y tú estás en el punto de mira de ese maldito chantajista. - Se maldecía al sentirse impotente, lo que me hizo sentirme mal, porque en cierto modo teníamos las manos atadas por culpa de ese indeseable. Me acerqué a Sherlock y lo calmé con un tono tranquilizador.

- De momento, dejémoslo de lado a ese hombre. Nuestra prioridad es encontrar sano y salvo al Sr. Forrester y que mejor comienzo que empezar por aquel estercolero de casa lleno de gente, que tiene toda la pinta de ser un fumadero de opio. - Sherlock me miró, ya calmado y nos adentramos a esa casa. Tuvimos dificultades para entrar, pero gracias a mis habilidades para negociar/extorsionar, pudimos entrar sin problemas y descartarlo rápidamente de nuestra lista. Sabíamos que no íbamos a encontrarlo a la primera, pero algo es algo.

Nos recorrimos todos los fumaderos de opio de la zona sin éxito. Lo que significa que deben de haberlo escondido por las afueras de la zona 0, en otras palabras, por la zona Este. Esa zona es donde viven mayormente los de clase baja y obrera o, lo que es lo mismo, la zona de los suburbios. Creo que es la zona más conveniente para esconder a una persona sin levantar sospechas. Por suerte, esa zona está siendo peinada por uno de los zagales enviados por Sherlock. Las calles de Londres se habían oscurecido por la hora que era y estaban siendo iluminadas por las farolas de las calles.

- Lo mejor es volver a Baker Street y reunirnos para ver si han encontrado algo el resto del equipo. - Dijo Sherlock.

- Sí, será lo mejor. - Ambos nos marchamos en un carro los dos solos, el camino de vuelta fue tranquilo. Demasiado tranquilo para mi gusto. Seguía pensando en lo que realmente estaba tramando Milverton, pero por más vuelta que le daba, por alguna extraña razón siempre terminaba pensando en William. Si esas reformas son ciertas y realmente, con ello implicaría a los de la clase trabajadora, eso quiere decir que llamará la atención de William. Tengo que contactar con él cueste lo que cueste sin tener a Sherlock rondándome, pero no podré hacerlo hasta llegado el momento, además de encontrar al Sr. Forrester.

Cuando llegamos a Baker Street, nos encontramos con John tratando las heridas de Wiggins, el líder de los Irregulares. Al verle en ese estado me acerqué preocupada.

- ¿Qué ha pasado? - pregunté alarmada.

- No es nada, solo es un rasguño. - Dijo sin importancia cuando se podía verle perfectamente su mueca de dolor.

- De rasguño nada, te has roto el brazo. Por suerte no es una fractura grave, pero necesitarás reposar. ¿Habéis encontrado algo? - preguntó John a su amigo.

- Nada y, me imagino que tú has tenido la misma suerte que nosotros.

- Lamentablemente, así es. No he encontrado nada, ni rastro de él. - Respondió desilusionado. - ¿En cambio él? - Todos nos fijamos en Wiggins, quien seguramente habrá encontrado algo. Si no, no podríamos explicar cómo ha podido llegar en ese estado.

- Por lo que veo, tú habrás tenido más suerte que nosotros. - Preguntó, dirigiéndose a los Irregulares de B.S.

- Pues menuda suerte la mía al terminar en este estado. Pero, sí. Es posible que lo haya encontrado, pero está muy bien custodiado. - Informó el líder, Wiggins.

- ¿A qué te refieres?

- El fumadero al que fui a ver, había un grandullón vigilando la puerta. Espero que me pagues bien porque casi no salgo vivo de allí. - Masculló Wiggins al mostrar su brazo vendado y en cabestrillo.

- Descuida, lo haré. Continúa.

- Ese grandullón es muy fuerte y, no parece que trabaje allí. Pregunté a las personas que viven por la zona y me respondieron lo mismo, que está allí desde ayer y que vino acompañado de un hombre con el labio retorcido y con la ropa destrozada.

- Muy bien hecho, Wiggins. - Dijo emocionado y orgulloso del trabajo del zagal.

- Wiggins, ¿a dónde queda ese fumadero? - le pregunté sin separarme de él.

- Queda cerca de las ruinas del antiguo orfanato de la zona sureste de los suburbios. - Aquello me llamó sumamente la atención, pues yo conocía perfectamente aquella zona, pero, sobre todo, conocía aquel orfanato. - Otra cosa más, justamente ayer vi a otro hombre más bajo y delgado acercarse al grandullón y, antes de que me pillasen, ví que se pasaron un sobre.

- ¿Un sobre? - Exclamamos a la vez Sherlock y yo, extrañados.

- Después de verlo, fue cuando me pillaron y me dieron la paliza. ¡Joder! Esos tíos iban muy en serio. - Se quejó Wiggins.

- ¡Esa boca! - le regañé al zagal.

- Por lo menos, ya sabemos dónde se encuentra. - Dijo aliviado el doctor.

- Sí, ahora el problema es cómo nos quitamos de en medio al grandullón que custodia la morada. - Pregunté en voz alta a los dos.

- Fácil. Nosotros dos lo distraeremos, mientras que tú lo sacas de allí.

- ¿Eh? ¡¿Eh?! - Me sorprendí ante aquel estúpido y arriesgado plan por parte de Sherlock. - ¡Estas loco!

- ¡Eso! Si Wiggins ha salido en este estado, imagínate lo que nos pasará a nosotros si nos enfrentamos a él. - Se quejó John ante la idea de Sherlock.

- No os preocupéis. Si nos ceñimos a mi plan, no nos pasará absolutamente nada. Recuerda que tenemos a una ex-agente del gobierno de nuestro lado. - Respondió señalándome. ¿Por qué me da que esto no va a salir bien?

Dejamos a los Irregulares en nuestra casa, al cuidado de la Sra. Hudson, y fuimos al fumadero que nos indicó Wiggins. Yo me había cambiado de ropa por una más idónea para este trabajo. Justo antes de legar al fumadero, Sherlock me señaló que me separase de ellos y los vigilara de cerca por encima de los tejados, mientras ellos entraban e intentaran sacar al grandullón del edificio. No tardaron ni 45 segundos cuando salieron volando de la entrada del edificio y de allí, salir el grandullón con una cara de pocos amigos y con el torso desnudo. Sherlock y John se recompusieron rápidamente y comenzaron a atacarles mano a mano hasta alejarlo por completo de la entrada del edificio, aquel era mi señal. Me desvié del trayecto para no entrar en el campo de visión de aquel hombre hasta llegar al tejado del edificio, con ayuda de una cuerda atada a la chimenea del edificio, bajé por la pared hasta llegar a la ventana, donde pude ver al Sr. Forrester tumbado en el suelo inconsciente. Abrí la ventana con cuidado y al hacerlo salió una inmensa humareda del opio que le han obligado a fumar. Por suerte, sabía a dónde me estaba metiendo y vine preparada, es decir, me tapé la nariz y boca con un pañuelo. Entré a la habitación sin hacer el mínimo ruido, es más el único ruido que escuchaba es el del propio fumadero y del grandullón peleando contra Sherlock y John. Espero que no les pase nada. Cogí al Sr. Forrester, quien estaba medio ido y lo ayudé a levantarse. Me volví a acercarme por la ventana para ver cómo iban y por lo que ví, no iban tan bien como esperábamos, aunque no me sorprendía. Sherlock me vio por la ventana y acto seguido se abalanzó sobre él con ayuda de John, según mis cálculos solo tenía 30 segundos para salir del edificio, así que me lo eché sobre los hombros y salí del edificio corriendo como si no hubiese un mañana, ignorando a la gente del edificio. Cuando salí del edificio, ellos seguían abalanzados sobre él, pero no por mucho tiempo, pues cuando llegué al callejón escuché a los dos quejarse, di media vuelta para ver lo que había ocurrido sin que ellos me vieran y ví a John inconsciente en el suelo con la frente chorreando de sangre, debido al golpe causado por la caída, mientras Sherlock intentaba levantarse del suelo, mientras el grandullón se acercaba poco a poco a Sherlock para dejarlo en el mismo estado o peor que John. Yo quería ir tras ellos, pero si lo hacía el plan fracasaría.

Shit! Shit! Shit!

¿Qué debo hacer?

No puedo dejar solo al Sr. Forrester ni tampoco enviarlo solo a Baker Street, pero tampoco quiero dejar solos a John y Sherlock.

¡Por Dios! ¿Qué alguien me ayude?

Imploré en mis adentros, mientras corría por los callejones del suburbio. Mi corazón latía con fuerza, a causa de la desesperación. Cuando me topé con la persona que nunca pensé que volvería a ver o, por lo menos, no en este momento.

- ¿Fred? - Me sorprendí al verle, quien también se veía sorprendido.

- ¿(T/N)? ¿Qué haces aquí y, - se detuvo al ver el hombre que cargaba, que al parecer él ya lo conocía de antes – por qué cargas a ese hombre?

Me acerqué sorpresivamente a Fred, quien se separó un poco de mí y con toda la sinceridad del mundo le solté:

- Por favor Fred, llévate a este hombre a Baker Street. Te lo pido por favor. - Dije desesperada. Fred no entendía por qué le pedía que le ayudase, pero la situación es crítica y no le dejé hablar. - La vida de este hombre y de Sherlock y John, dependen de mí. - Le dejé al hombre seminconsciente a Fred y me marché del lugar, dejándole con la palabra en la boca.

Al llegar a la calle, volví a mirar de reojo a ver cómo era la situación. Sherlock a penas se sostenía de pie por el cansancio, con algunos rasguños en su cara y en la ropa, parece ser que, durante mi ida, Sherlock dejaría a John en un lugar a salvo, pues él no se encontraba en la calle, a simple vista. El grandullón también se encontraba cansado, lo que será mi gran oportunidad para atacar. Subí con agilidad al tejado del edificio, me posicioné justo debajo de ellos, saqué mis cuchillos y con destreza salté del edificio, cayendo justo encima del grandullón. Sherlock se sorprendió al verme, preguntándose donde está el periodista desaparecido. El grandullón intentaba por todos los medios quitarse de mí, pero yo no se lo dejaba, cuando de pronto me agarró con sus fuertes brazos a mi chaqueta por la espalda, instintivamente le clavé uno de mis cuchillos a su ojo derecho, gritando de dolor. A causa de ello, me tira por los aires, provocando que le raje y le arranque el ojo en el acto, dejando su lado derecho ensangrentado al igual que mi cuchillo, toda mi mano y parte de la manga izquierda. Sherlock me cogió al vuelo para que no me hiciese daño al caerme al suelo.

- ¡(T/N)! ¡¿Se puede saber qué haces tú aquí?! ¡¿Y se puede saber dónde demonios lo has metido?! - Nos levantamos del suelo y esquivamos los golpes del grandullón.

- Primero: ¡De nada! Segundo: ¡Descuida, está en buenas manos! Y tercero: ¡¡CUIDADO!! - Me abalancé sobre Sherlock para evitar que fuese golpeado por detrás del grandullón, cayéndonos junto al suelo.

El grandullón me agarró por los pelos sin haberme recuperado del todo, entonces Sherlock se levanta del suelo y con impulso salta y lanza una patada alta, golpeando fuertemente su mandíbula, dejándolo K.O. en el acto.

- ¡(T/N)! ¡¿Estas bien?! - se acercó a mí preocupado.

- Sí, por cierto, buena patada. ¿Es un nuevo movimiento acaso? - hice aquella observación para que calmara sus nervios.

- Sí, pero no tenemos tiempo para hablar de mi nuevo movimiento. Tenemos que largarnos de aquí cuanto antes. - Dejamos al grandullón inconsciente y nos fuimos a donde Sherlock dejó a John y nos lo llevamos con cuidado a Baker Street, tomando un carruaje. - Por cierto, ten. - Sherlock me entrega un pañuelo, mientras íbamos de camino a casa. No entendía por qué me entregaba el pañuelo hasta ver mi mano manchada de sangre. Cogí su pañuelo y me limpié la mano como pude.

- Sherlock, es la peor idea que has tenido desde que te conozco. - Respondió molesto y dolorido el doctor.

- Pero por lo menos ha sido un éxito. - Dijo con optimismo.

- Sí, pero al final hemos salido mal parados. Por cierto, (T/N). ¿Dónde está el Sr. Forrester?

- Me topé con un conocido y le pedí que lo llevase a nuestra casa, sano y salvo. - Respondí tranquilamente, mientras intentaba quitarme las manchas de sangre de mi mano.

- ¿Qué has qué? - exclamó atónito.

- Tranquilos, es de fiar y de confianza.

- Más te vale, no me gustaría que después de sufrir todo esto, al final terminemos con las manos vacías. - Dijo molesto John, quien se limpiaba el rastro de sangre que recorría por su cara con su pañuelo.

- Tranquilo John, tengo una idea de quien podría ser ese conocido suyo. - Me miró Sherlock de manera inquisitiva. Está claro que está molesto por mi irresponsabilidad de dejar a alguien, que no conoce a la persona que hemos salvado. - Aun así, estoy molesto contigo por lo que has hecho (T/N).

- ¡Por Dios! Sherlock. Lo siento, pero... - Sherlock me interrumpió.

- Y no me refiero a que dejases a un extraño al marido de nuestra clienta. Sino a que te hayas vuelto a manchar las manos de sangre por... intentar protegernos. - Aquello último lo dijo en voz baja, dejándome completamente sorprendida.

- Sherlock. - Dijo John sorprendido por sus palabras.

- (T/N), no vuelvas hacer una locura como esa. ¿Me has entendido? - Me preguntó seriamente y, al mismo tiempo, preocupado.

- Está bien. - Respondí cabizbaja.

- Yo, lo único que quería es que no te pasara nada. Idiota. - Murmuré.

Al fin llegamos a Baker Street y cuando entramos a la casa, la Sra. Hudson vino molesta.

- ¡¿Se puede saber qué os ha pasado para que viniese una anciana, quien cargaba a este señor seminconsciente?! - Los tres soplamos de alivio al ver que está sano y salvo. Por desgracia, al verme aliviada. Ellos me incriminaron con la mirada al mostrar de que no estaba 100% segura de que llegase a nuestro hogar. - Bueno, da igual. Ahora mismo lo importante es que os tratéis esas heridas. - Por fin se mostró su preocupación. Aunque se muestre ruda, en el fondo siempre se preocupa por nosotros.

Nos subimos todos al piso de arriba para tratarnos las heridas, yo me adelanté para ir al lavabo a lavarme las manos, mientras que Sherlock subía al Sr. Forrester, quien estaba recuperando la conciencia. Entré al lavabo y rápidamente me fui a lavarme las manos, el pañuelo a penas me había limpiado la mano, pues por aquel momento ya se había secado. Con las manos ya limpias, cogí el pañuelo que me dio Sherlock que se había manchado de sangre por haberme limpiado en ella. Obviamente, las manchas de sangre no saldrían si solamente lo mojara en agua. No quiero devolverle su pañuelo estando manchado de sangre, así que no se lo entregaré hasta que lo haya limpiado, pero para ello tendré que esperar otro día.

Cuando salí del lavabo, John ya se había tratado su herida y se había vendado la cabeza y ahora estaba tratando a Sherlock, quien tenía unas cuantas magulladuras por todo el cuerpo.

- ¡Vamos John! Estoy bien, vayámonos ya a la residencia de los Forrester. - Se quejó Sherlock, evitando que le examinase su amigo más a fondo.

- ¡No hasta que haya tratado a todos! - dijo serio John. Me parecía extraño que Sherlock no quisiese que le examinase de forma más detallada, lo que significa que...

Me acerqué con sigilo, les hice una seña a todos a que no dijesen nada y cuando ya estaba detrás de Sherlock, le agarré fuertemente por el abdomen, justamente por la zona de las costillas. Al hacerlo, Sherlock se quejó de dolor.

I knew it!

- Tienes – le toqué con suma delicadeza sus costillas, con ayuda de mis pequeñas pero finos dedos, estando detrás de él - unas cinco costillas rotas. Debió de darte un golpe muy fuerte para haberte roto de esta forma las costillas. - Sherlock no dijo nada pues, aunque no pudiera verle su cara, podía notarse a la perfección de que estaba demasiado concentrado para no gemir de dolor.

- ¡¡SHERLOCK!! - se molestó y con razón, su amigo. - Cómo tu amigo y médico que soy. ¡Quítate ahora mismo la camisa! - Ordenó seriamente, quien él no tuvo más remedio que obedecerle. Me separé de él y comenzó a quitarse la camisa. Hubo un momento que se giró para mirarme molesto. Yo, en cambio, le devolví el gesto sacándole la lengua. Con la camisa quitada nos sorprendimos al ver sus costados completamente morados.

- ¡Wow! ¡Menudo mapa te ha hecho el grandullón, Sr. Holmes! - exclamó sorprendido Wiggins. - (T/N), ¿estás segura que no son más de cinco costillas?

- Segurísima. - John lo examinaba para saber si mi examinación era correcta, al terminar afirmó con la cabeza.

- Si, son como tú lo has dicho. Cinco costillas rotas y bien rotas, además. Me sorprende que sigas en pie sin quejarte de dolor, Sherlock. - Dijo preocupado.

- Hay cosas más importantes que quejarse de esta minucia. - Dijo conteniéndose el dolor, mientras John le vendaba el costado.

- Pues bien, que has gritado de dolor antes.

- Eso es distinto. ¡Te has agarrado fuertemente a mí sin previo aviso y a traición! - se quejó ante mi ataque sorpresa de antes.

- Si ella no lo hubiese hecho. No te habría tratado de manera adecuada tus heridas. De todas formas, con estas heridas deberías ir directamente a la cama.

- De eso nada. Yo jamás he dejado un caso a medias. Yo los resuelvo hasta el final y no hay nada más que hablar. - La cabezonería de Sherlock era indiscutible, solo espero que no se arrepienta de su decisión.

- Solo te queda a ti, (T/N).

- Ah, sí. - Me acerqué y me examinó con detenimiento. Tuve que quitarme la chaqueta para que me examinase mejor.

- ¿Sientes alguna molestia? - preguntó mientras me examinaba.

- La verdad es que no. Lo único que hizo el grandullón fue lanzarme por los aires y agarrarme al pelo, nada más. - Informé de manera tranquila.

- ¿Te lanzó por los aires? - preguntó sorprendido.

- Sí, por suerte Sherlock me cogió al vuelo.

- ¿Mm? Sus costillas no podrían haberse roto por aquella acción, lo que significa que se las rompería antes. - Abrí los ojos de la impresión, al percatarme que, si ya estaba herido, eso significa que todo lo que hizo ya estando a su lado, debería haber estado agonizando de dolor. Desvié mi mirada hacia él, preocupada. - Bueno. Tú has tenido más suerte, solo has tenido heridas superficiales o, lo que es lo mismo, las típicas magulladuras y rozonazos causados por las caídas.

- Si ya hemos terminado. Es hora de llevar a este caballero a su acogedora morada junto a su querida esposa, quien nos estará esperando. - Se levantó del sillón e hizo una mueca de dolor, preocupándome por su estado.

- Sherlock. ¿De veras que estás bien?

- Tranquila. Esto no es nada. - Dijo sin importancia. Marchándose de la sala a pasos más pausados de lo normal.

- Tu cara dice lo contrario.

- ¡Este Sherlock! - se quejó John. - Algún día nos va a dar un disgusto. - Suspiró resignado. - Mejor nos vamos adelantando, no vayamos a hacerle esperar. - Ayudó al Sr. Forrester a levantarse, quien este se lo agradeció haciéndole un gesto. Pero antes de llevárselo, los detuve.

- ¡Esperad! - Le quité el maquillaje que llevaba puesto, volviendo a su cara normal sin aquel extraño labio torcido. - Ya está, ahora está mucho mejor y vosotros – me dirigí a los chavales – cuidad bien de la morada, mientras nosotros estemos afuera terminando el trabajo.

- ¡Entendido! - hicieron el gesto con la mano como si de militares se tratasen.

Cuando salí de la casa, acababan de parar un carruaje de cuatro personas. Sherlock le dijo la dirección de la residencia de los Forrester y nos metimos los cuatro en el carro. Me senté en frente de Sherlock, quien se notaba claramente su concentración para no sentir el dolor al que estaba soportando y no era la única persona preocupada por él, pues John tampoco le quitaba la vista de encima. En cambio, el Sr. Forrester se quedó completamente dormido.

Al llegar a la residencia, despertó al Sr. Forrester y se levantó con dificultad, quien fue ayudado por John, ya que por el estado en el que se encuentra Sherlock, no iba a permitir que se sobre esforzase al llevarlo. Luego de ellos, me bajé yo y por último Sherlock, quien se notaba que le costaba al andar. Le tendí la mano para ayudarle, pero me ignoró por completo. Supuse que lo hizo por orgullo.

Idiota.

Llegamos a la residencia, la persona que nos abrió fue la propia Sra. Forrester, quien se abalanzó a abrazar a su marido y se echó a llorar.

- Gracias, gracias, gracias. No sé cómo podré compensárselo, Sr Holmes y a vosotros dos. - Agradeció entre lágrimas a nosotros sin dejar de abrazar a su marido, lo que provocó que me conmoviera aquella escena. - Pasad, os invitaré a un té.

- Se lo agradezco, Sra. Forrester. Aunque primero es preferible que deje a su marido descansar, aún está bajo los efectos del opio.

- ¡Opio! - saltó estupefacta nuestra cliente.

- Así es señora. Para controlar a su marido durante su confinamiento, le obligaron tomar opio para tranquilizarlo. Pero no se preocupe, con unos días de descanso estará como nuevo. - Tranquilizó Sherlock a la mujer alterada.

- ¡Oh! Sr. Holmes no sé cómo compensarle por haberlo encontrado tan rápido, sabía que eres un magnífico detective, pero que me lo trajese en el mismo día que le pedí su consulta. Sin duda, ha superado mis expectativas en absoluto. - Alababa a Sherlock, mientras nos guiaba al interior de su hogar y uno de sus mayordomos llevaba a sus aposentos.

- No ha sido nada. Ha sido fácil de resolverlo, lo único que nos ha costado ha sido su localización. Nada más. - Se sentó en el sofá del salón y encendió su cigarrillo. John y yo nos sentamos entre Sherlock, quien se encontraba sentado en medio. Ambos guardamos nuestras apariencias para no preocupar a la dama sobre el verdadero estado de Sherlock.

- Por cierto, no he podido evitar el fijarme en vuestros vendajes. ¿Sucedió algo durante la búsqueda de mi marido? - preguntó preocupada.

- No es nada, solo unos brutos que nos topamos en el lugar donde retuvieron a su marido, nada más. - Dije de manera como si fuera lo más insignificante del mundo y con un tono la mar de tranquilizador, que siempre ponía en estas situaciones.

- Ya veo. Me alegro que no fuese nada grave. - Sopló aliviada.

Durante el rato que estuvimos charlando y tomando el té, tuvimos una grata charla, pero tuvimos que excusarnos, pues ya era muy tarde y teníamos que marcharnos ya a casa. La señora de la casa se despidió de nosotros con la cara llena de felicidad. Cuando por fin cerró la puerta, Sherlock no pudo soportarlo más y se desplomó. Si no fuese por John y por mí se habría caído al suelo.

- ¡¡Sherlock!! - nos preocupamos al ver su estado.

- Tranquilos, no es nada. Solo ha sido un simple mareo. - Dijo mostrando lo que se supone es una sonrisa, pero se veía más a una mueca de dolor.

- No estas bien Sherlock. Desde hace un rato que te ves pálido, por suerte la Sra. Forrester no lo ha notado. - Le regañé a Sherlock al verse en ese estado tan deplorable.

- (T/N) tiene razón. Debiste haberte quedado en cama y no haberte ido con nosotros a dejar el Sr. Forrester. Maldita sea. (T/N), quédate con él. Yo iré a por un carro. - Soltó de su agarre y me dejó cargando yo sola a un Sherlock debilitado, mientras John se fue corriendo en busca de un carro urgentemente.

Sentía la respiración entrecortada de Sherlock en mi oído y veía las gotas de sudor caer de su sien. Preocupada le toqué la frente de él con mi mano y se notaba caliente. - Sherlock, ¿cuándo empezaste a notarte peor de lo que estabas antes?

- Si no recuerdo mal, a los 10 minutos de tomarnos el té, es decir, 1 hora después de llegar a su vivienda.

- ¿Tienes dificultades para respirar?

- Obviamente, acaso te has olvidado que tengo las costillas rotas.

- Bien, escúchame con atención. Mantente erguido sin dejar de apoyarte a mí y respira profundamente.

- Está bien, aunque poco apoyo voy a tener con alguien tan bajita como tú. - Rió aunque fue cambiado rápidamente a una fuerte tos.

- Ignoraré lo que acabas de decir y lamento decirte que hasta que no te hayas recuperado, tendrás terminantemente prohibido fumar. - Le ordené, mostrándole sus cigarros y cerillas que acababa de cogerle de sus bolsillos.

- Si no fuese porque estoy débil, no te habría permitido el quitarme mi tabaco. - Se quejó débilmente.

- Ya claro, en tus sueños.

Rió con debilidad. - ¿Cómo es que sabes el arte de robar (T/N)? ¿Qué más ocultas? - Aquello me sorprendió por su repentina pregunta.

- Te lo contaré, a cambio de una historia tuya.

- ¿Una historia mía?

- Así es, como por ejemplo que es lo que te hizo que empezases a trabajar como detective asesor.

- ¡Je! Muy buena pregunta. - Sonrió mostrando un débil brillo en sus ojos.

Sentí como su agarre se aflojaba poco a poco, lo que hizo que me girase para quedarme cara a cara con él. - ¿Sherlock? - Su mirada se quedó fijada en la mía y no pude evitar el posar mis manos en sus mejillas empalidecidas y acercar su cara a la mía para poder tocar mi frente a la suya. Me alerté por lo caliente que está. - ¡Sherlock estas ardiendo! - solté preocupada. - Maldita sea, lo peor que podrías pasar es sufrir neumonía.

- (T/N).

- ¿Qué pasa Sherlock? - pregunté completamente preocupada.

- Tienes unos ojos preciosos.

- ¿Eh? - me sonrojé ante aquel comentario inesperado de Sherlock. - Sherlock no... no digas tonterías. Está claro que la fiebre está haciendo que digas tonterías.

- No es ninguna... ton... te... ría. - Sherlock se echó encima de mí al perder por completo el conocimiento.

Le sostuve como pude, por suerte John llegó a tiempo con el carruaje. - ¡¡Sherlock!! ¿Qué ha pasado? - preguntó preocupado por su amigo.

- Acaba de perder el conocimiento.

- Maldición. - Cogió a Sherlock y lo metió en el interior del coche, seguido de nosotros. - Cochero al 221B de Baker Street, le daré un extra si nos lleva en menos de 20 minutos.

- Eso está hecho señor. - Atizó con su látigo a los caballos y se pusieron en marcha. Sorprendentemente, llegamos a Baker Street en 15 minutos. - Le di el dinero al cochero junto con el extra, mientras John llevaba urgentemente a Sherlock a su habitación. - Muchísimas gracias, señorita. ¡Qué tenga una buena noche! - tras ello se marchó de la calle y yo me metí corriendo a la vivienda.

Subí rápidamente por las escaleras y me encontré a los chavales y a la Sra. Hudson apelotonados a la entrada de la habitación de Sherlock, quien estaba siendo examinado de nuevo por su amigo.

- (T/N). ¿Qué le ha pasado a Sherlock? - preguntó preocupada la Sra. Hudson.

- Su estado ha empeorado, debido a las fracturas que tiene.

- Este Sherlock. Le dijimos que se quedase en cama y mira cómo ha llegado. - Observaba a lo lejos y no pudo evitar que derramase algunas lágrimas. Pero yo me sentía peor, pues yo no pude protegerlo. Es más, es por mi culpa que esté en ese estado. - ¿(T/N)? - Ella me miró preocupada al verme llorar en silencio.

- Es por mi culpa que él esté así.

- (T/N), eso no es verdad. - Me consoló la Sra. Hudson.

- No he sido lo suficientemente fuerte para poder protegerlo.

- Eso no es verdad. Según ellos, él se rompería las costillas justo antes de que entrases de por medio.

- Pero Sherlock recibió más golpes al protegerme de la caída y de cuando yo le protegí de ser golpeado por ese grandullón, tirándolo al suelo. Es por mi culpa. - Me tapé la cara para que no me viesen llorar.

- Si no fueses por ti el Sr. Holmes estaría en un estado muchísimo peor. - Levanté mi mirada para fijarme en Wiggins, quien acababa de hablar.

- Es cierto. Si le hubiese dado otro golpe de ese bruto. El Sr. Holmes estaría en el hospital. - Dijo otro de los zagales.

- Chicos.

- Lo ves, (T/N). Si no fuese por ti, Sherlock no estaría aquí. Que esté ahora postrado en su cama no es culpa tuya, es por culpa de su cabezonería. Y ahora ven, no has comido desde la hora del almuerzo.

- Lo siento Sra. Hudson, pero no tengo hambre. Así que me quedaré a su lado hasta que se haya recuperado.

- ¡¿Qué?! - exclamó sorprendida. - (T/N) no digas tonterías. Si te vas a quedar hasta que se haya recuperado, entonces la que se enfermará eres tú.

- No me importa. Lo único que quiero es que se recupere pronto. - No dejaba de mirar a Sherlock, quien se encontraba descansando en su cama.

La señora Hudson resopló designada, ya que sabía que no cambiaría de decisión. - Tú y Sherlock sois tal para cual.

- ¿Eh?

- Prométeme que, por lo menos, comerás mañana. - Sonrió con tristeza.

- Lo haré. - Después de aquello, entré en la habitación y me senté en una silla, quedándome al lado de Sherlock. John acababa de terminar de examinar de nuevo las costillas fracturadas y cambiado por un nuevo vendaje. - ¿John, cómo está Sherlock? - pregunté preocupada.

- La buena noticia es que sus fracturas no han herido sus órganos internos y, de momento, no parece que tengas síntomas de neumonía.

- Entonces, ¿qué hay de su fiebre?

- La fiebre puede ser a causa del estrés que ha tenido que soportar su cuerpo sin haberlo dejado en reposo y la tos es normal, al tener las costillas fracturadas tiene dificultad para respirar, pero tener tos no es algo que debamos preocuparnos. De todas formas le he dado algo para el dolor y para que baje la fiebre, aunque esta noche no voy a pegar ojo.

 - En eso no te preocupes. - John le llamó la atención a lo que acababa de decir. - Yo me quedaré con Sherlock toda la noche y hasta que se haya recuperado.

- ¡¿Qué?! - se sorprendió ante mi decisión. - A ver, (T/N). Entiendo que quieras quedarte toda la noche para cuidarle, pero quedarte hasta que se haya recuperado. Si haces eso, te enfermarás. - Miré a John con tristeza, a pesar de mostrarle una sonrisa. Sin decirle nada, John comprendió a la perfección que quería estar con él. - Esta bien. Pero, lo haremos por turnos.

- Gracias, John.

- No tienes por qué darlas. Además, puedo ver claramente que te gusta Sherlock.

- ¿Qué? - me sonrojé al escuchar la observación de John.

- No hace falta que lo ocultes. De todas formas, creo que Sherlock también le gustas, pero creo que aún no se ha dado cuenta de ello y, de todas formas, se puede ver a simple vista lo bien que os compenetráis entre los dos. - Iba saliendo de la habitación, cuando lo llamé por última vez antes de marcharse a su cuarto.

- ¡John! - se giró al verme. - ¿De verdad que... Sherlock siente algo por mí? - pregunté avergonzada.

- Es difícil de explicarlo, ya que estamos hablando de Sherlock, pero a mi parecer, creo que sí. Una prueba de ello es el querer protegerte a su modo. Ya sabes el de no querer que vuelvas a tu antiguo estilo de vida.

- ¿En serio? - fijé mi mirada en Sherlock, quien dormía plácidamente en su cama. No me había dado cuenta de que llevaba el pelo suelto y se veía tan... Solo de pensarlo me sonrojaba. Apenas sudaba por la fiebre y todo gracias a los efectos de los medicamentos que John le había administrado. - Pero miras que llegas a ser idiota.

John se sorprendió ante mi comentario, pero luego sonrió conmovido al escucharme después. - Un idiota amable. - John se marchó de la habitación, dejándome a solas con Sherlock, y cerró la puerta para que nadie lo molestaran.

Sherlock se veía más calmado y con un rostro más apacible, mientras dormía. No sé cuanto le durará los efectos del medicamento, pero está claro que va a ser una noche muy larga. Ni siquiera me cambié de ropa al volver del caso, así que lo único que hice fue desatarme el cabello y quitarme la chaqueta, dejándolo colgado en la silla, donde estoy sentada.

Estuve horas vigilándole, escuché el sonido del reloj anunciando las doces. Mis párpados se cerraban poco a poco y de vez en cuando me daba cabezadas. Cuando de pronto, Sherlock empezó a moverse y su rostro se tornó a uno angustioso, comenzando a sudar de nuevo. Lo que significaba que el medicamento estaba pasando el efecto. Me levanté sin hacer ruido y llené en un recipiente con un paño de la jarra de agua, que había dejado la Sra. Hudson previamente en caso de que le volviera a subir la fiebre. Volví a mi asiento y dejé el recipiente encima de la mesilla de noche, que se ubicaba justo al lado de su cama. Cogí el paño humedecido, lo escurrí para quitar el exceso de agua y con suma delicadeza sequé el sudor de su frente. Aquel gesto hizo que su ceño se relajase como si estuviese agradecido por haberle refrescado un poco. Tras secarle el sudor, dejé el paño en el recipiente cuando sentí que alguien me agarraba la mano. Me giré al ver que Sherlock, de manera inconsciente me cogió de la mano fuertemente, como si no tuviese la intención de soltarse, así que decidí no soltarme de él, es más, coloqué mi mano sobre la suya. Parecerá una tontería, pero lo hice para transmitir mis fuerzas hacia él para que se recuperase pronto, aunque eso era imposible o, por lo menos en la curación de sus fracturas, que le llevará por lo menos dos meses. Volví a vigilarlo en silencio, en ocasiones, le refrescaba con el paño. Al cabo de las horas, sin poder evitarlo me quedé dormida. Recostando mi cuerpo en la cama, estando sentada en la silla sin dejar de posar mi mano sobre la suya.


No estoy segura de cuanto tiempo dormí ni recuerdo lo que soñé, pero me desperté vagamente cuando sentí que alguien me acariciaba con gentileza mi mejilla. Su caricia me reconfortaba y me hacia sonreír ante aquel cariñoso y delicado gesto, noté como me apartaban algunos mechones de mi cabello que tapaban mi rostro y comenzó a acariciar mi cabeza de la misma forma que acarició mi mejilla. No quería que esto terminase, pero sabía que tenía que despertarme y darle los buenos días al responsable de mis caricias. Poco a poco abrí mis ojos y las caricias cesaron al ver que me había despertado.

- ¿Por qué te detienes? Me estaba gustando tus caricias. - Me hice la tonta al pillarle in fraganti. - Ah y buenos días.

- Buenos días. - Saludó avergonzado. - ¿Te has quedado toda la noche velando por mí? - preguntó preocupado. - ¿Por qué?

- Debe haber algún motivo para querer estar a tu lado. - Le respondía, mientras me incorporaba y estiraba mi espalda.

- Deberías descansar, ahora tendrás la espalda hecho polvo.

- No me importa, de todas formas estoy acostumbrada. Por cierto, ¿qué tal te encuentras?

- Creo que mejor. - Lo miré sin creérmelo. Así que me acerqué a el y junté mi frente contra la suya para notar si tenía fiebre. Aquel gesto lo hice tan natural que no me percaté de que había un termómetro al lado hasta que Sherlock lo mencionó. - ¿Eh? ¿Sabes que en la mesilla hay un termómetro, verdad?

Me separé de él, quedándonos muy cerca de nuestros rostros, completamente colorados y me aparté rápidamente de él. - ¡Perdón! Ahora lo cojo. - Cogí el termómetro y me fijé si estaba en 0. Al estar correcto, se lo entregué a Sherlock avergonzada. Él cogió el termómetro y se lo puso en la boca. Nos quedamos en silencio hasta que el termómetro midiera la temperatura de Sherlock. Pasado el minuto, Sherlock se sacó el termómetro y me lo entregó.

- Por lo que me contó John, ayer por la noche tuviste 39º C y ahora marca 37,5º C. Te ha bajado, pero sigues teniendo fiebre. De todos modos, debes permanecer en reposo hasta que te hayas curado del todo.

- ¿Y se puede saber qué voy a hacer durante todo ese tiempo postrado en mi cama? - se quejó Sherlock.

- Pues, leer un libro, el periódico, el... ¡A quién pretendo engañar! Estar postrado en la cama es una maldita pesadilla. - Me sinceré al imaginarme si estuviera en la misma situación que Sherlock.

- ¡Gracias! ¡Por fin alguien que me comprende! - dijo aliviado al comprenderle.

- Aun así, tienes que quedarte en la cama. - Bajó la cabeza deprimido por haberselo recordado. Volví mi mirada al reloj para ver que hora era y abrí los ojos de par en par al ver que no eran ni las 7. - ¿Qué demonios? Sólo he dormido 3 horas.

- ¿En serio? - preguntó sorprendido.

- Y tan en serio, encima me he desvelado y ahora no me apetece dormir. - Me volví a sentar en la silla.

- Pues estamos en las mismas.

- De eso nada, tú te vuelves a dormir que no estas en condiciones de quedarte despierto. - Le regañé.

- Pero, si no tengo sueño. - Farfulló tumbado en la cama.

- Cierra los ojos y cuenta ovejas. - Le dí una solución a su problema.

- Si, hombre. Lo que me faltaba, contar ovejas. Yo tengo una idea mejor.

- ¿Y qué idea es esa, Sherlock? - pregunté interesada.

- ¿Qué te parece si me cuentas quién fue el amigo que te encontraste ayer y llevó al Sr. Forrester aquí?

- Pensé que lo sabías.

- Y lo sé, pero quiero escucharlo de ti.

Bufé con desgana y me sinceré con él. - Fue uno de los hombres, quien trabaja para el Señor del crimen.

- Lo sabía. - Dijo con una enorme sonrisa en la cara, seguido de una mueca de dolor.

- ¡No te retuerzas que te harás daño! - le regañé. ¡Dios! Eres peor que los niños chicos.

- Si estaba en ese momento, es posible que estuviera vigilando al grandullón. De ser posible, eso quiere decir que el Señor del crimen tiene en su punto de mira a Charles Augustus Milverton. - Dedujo para sí mismo.

- Tiene sentido. Además, era consciente del secuestro del Sr Forrester. - Me percaté de la mirada inquisitiva de Sherlock, lo que me imaginó lo que pudiera estar pensando. - No, Sherlock. No trabajo para el Señor del crimen, si es lo que estabas pensando. Es más te dije que lo rechacé.

- Lo sé, aun así no dudaste en entregárselo a uno de sus hombres. Como si tuvieses confianza en ellos. - Me miró con seriedad.

- Sherlock, sabes perfectamente que no voy a decirte quienes son. Pero, si puedo decirte que no son malas personas, a pesar de los crímenes que han cometido en estos últimos meses.

- Lo sé. Es más, creo que tengo una idea de quien es el Señor del crimen. - Aquello me vino desprevenido. Me sorprende de que ya tenga un sospechoso de quien podría serlo y estoy segura de que lo sabe con certeza.

- ¿Y según el gran detective Sherlock Holmes, quién es la persona que se esconde tras la identidad del Señor del Crimen? - pregunté seria e impasible.

Fijó sus ojos en mí para estudiar mi reacción cuando escuche el nombre que soltará. - El profesor William James Moriarty. - No reaccioné al escucharlo, pero vi una gran determinación y certeza en sus ojos, mostrando su seguridad al deducir la identidad del misterioso criminal. - Puede que no muestres reacción alguna, pero sé que he acertado. Ya que tú sabías desde hace mucho tiempo la identidad del Señor del Crimen, pues él, no, Liam quería que estuvieses de su lado.

- Es cierto y, aun así lo rechacé porque no estoy de acuerdo en sus métodos para lograr su cometido.

- La desaparición de las diferencias entre las clases sociales.

- Exacto. Así que, dime Sherlock. ¿Qué vas a hacer ahora que conoces su verdadera identidad? - Aquella pregunta lo sorprendió. - ¿Te enfrentaras a él como el detective que eres o como su amigo? - Lo miré con seriedad.

- Yo... - Sherlock no sabía qué responder, puesto que William, no solo es su amigo, sino que ahora es también su enemigo, su rival, su némesis. Seguía sin dar una respuesta hasta que de repente, se llevó las manos a la cara, tapando su rostro y contestó impotente. - No lo sé. Por un lado, me alegra que sea Liam el Señor del crimen, pero por otro lado, me entristece que tenga que enfrentarme a él y más ahora después de haberle dicho aquellas palabras.

- ¿Te refieres a que atraparías al Señor del Crimen, aunque tuvieses que morir en el intento? - repetí aquellas dolorosas palabras de cuando lo visitamos a Durham. Sherlock me miró preocupado al verme triste.

- Sí. - Nos quedamos momentáneamente en silencio. - (T/N), yo... - Sherlock iba a decirme algo, pero lo interrumpí.

- Es mejor que sigas descansando Sherlock. Yo iré un momento al baño y te prepararé el desayuno para que puedas tomarte el medicamento sin tener el estómago vacío. - Le sonreí con una mirada triste y me marché de su habitación. Puse aquella excusa para no escuchar lo que me iba a contar a continuación, por miedo a lo que podría decirme. Incluso si hubiese sido una confesión.



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Hol@ a tod@s por seguir el fanfiction, Luz y Oscuridad.

Me alegra un motón que os esté gustando la historia, además debo reconocer que de todos los fanfics que he escrito hasta el momento es el primero en superar las 70000 palabras con un total de 211 páginas de momento, según el word.

Lamentablemente, la historia no estará completa antes del 30 de septiembre para presentarlo a los #wattys, así que lo presentaré para el año que viene.

De momento podéis seguir disfrutando de la historia cada semana.

Dato curioso de este capítulo y es que, más que basado, está inspirado en el relato corto: El caso del hombre del labio torcido. Uno de los relatos, escritos por Arthur Conan Doyle y, por ende, uno de los casos canónicos de Sherlock Holmes.

Obviamente, está completamente reimaginado, con el cambio de apellido de la cliente e historia del caso, adaptándola a la historia del universo de Moriarty the patriot.

Mencioné en mi perfil para los que me seguís que tenía la intención de añadir también el primer caso que tuvo Sherlock Holmes, cosa que al final no lo he hecho, pero tranquilas que saldrá en el siguiente capítulo.

Para los que conocéis el manga y anime sabréis que ya nos queda poco para llegar al Problema final. Así que sed pacientes como yo.

Por último, muchísimas gracias por la gente que me sigue y me apoya al leer mis historias y, de nuevo, lamento haber detenido la continuación de la historia de La Sacerdotisa de Asakusa, sabiendo que está siendo un bombazo. Pero ahora mi cabeza solo está concentrado en esta historia. Una vez más, 

Lo siento.

Por último y no menos importante,

¡Muchísimas gracias por apoyarme!

Atentamente,

Ana Jiyuukaze.


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